La crisis climática es una proyección a escala más grande de la crisis del corazón humano. Y esta última no es natural, sino de carácter moral, que no es lo mismo que moralista.
En general, corren buenos tiempos para el movimiento ecologista. El problema, considero, es que el discurso sigue apelando a la concienciación individual como al ‘todo’ de una hipotética solución, y la política sigue estando más aferrada a los gestos que al pragmatismo. Esto, de alguna forma, puede generar una sobrecarga en la persona de lemas pegadizos, campañas con imágenes impactantes y datos, que acaban conduciendo a una resignación ansiosa y una responsabilidad fatigada que no conducen a nada en concreto.
Por supuesto que el problema del cambio climático merece una atención prioritaria, y el calentamiento global requiere de responsabilidades prácticas tanto a nivel colectivo como individual. Pero también es necesario un enfoque más amplio, y que, quizá, por lo general, se ha obviado. No así, y bajo mi gusto, Werner Herzog.
Su penúltima ficción, Salt and fire (2016), ha pasado más desapercibida de lo que podría esperarse proviniendo del reconocido cineasta alemán y con un cartel que incluye a actores en boga, como Michael Shannon o Gael García Bernal. Catalogada de ‘eco-thriller’, e valorada por algunos como lo que consideran una continuación del viraje a la baja en los últimos años del director de Fitzcarraldo (1982) o Grizzly Man (2005), a mi me parece todo un alegato ecologista y moral.
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[photo_footer]El efecto del pecado en la 'buena creación' de Dios es devastador y un reflejo del estado de nuestros corazones. / Fotograma de la película[/photo_footer]
La crisis climática es una proyección a escala más grande de la crisis del corazón humano. Y esta última no es natural, sino de carácter moral, que no es lo mismo que moralista ni moralina. La Biblia relata la creación del universo, la tierra y los seres humanos al final del primer capítulo del Génesis, y concluye con una referencia a la bondad que nos obliga a evadir toda lectura meramente naturalista y a aplicar un sentido de autoridad superior, que viene marcado por el que la dicta. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Desde las impresionantes vistas del salar de Uyuni, al sur de Bolivia, Herzog capta la belleza implícita en la idea de la bondad a la que hace referencia el texto bíblico, y al mismo tiempo dibuja a un ser humano empequeñecido ante esa bondad, cuya percepción el efecto del pecado no ha podido destruir del todo. La poética de la escena queda plasmada en la blancura del paisaje, que en este caso no se debe a la inofensiva y mullida nieve, sino a la tóxica y áspera sal.
En ese espacio es donde el espectador puede acompañar a los personajes de la historia, reconocer su responsabilidad, el efecto tan devastador de las decisiones tomadas, y derramar una lágrima en medio en medio un mar de sal, literalmente. “La observación es muy buena”, explicaba Herzog en una entrevista sobre la película. “Hay un momento en la película en que dos niños ciegos presionan sus oídos contra la sal en el suelo, y escuchan el rugir de un volcán distante”.
El efecto del pecado en la creación de Dios, en la “buena” creación de Dios, es devastador para nosotros y un reflejo también del estado de nuestros corazones. Tal es así que llegamos a la conclusión de encontrar belleza, los rastros de la bondad, en medio de una llanura de sal. Tal es así que Dios ve en nosotros mucho más que una simple llanura de sal, y viene a nuestro encuentro por medio de Jesús para dar vida a lo que estaba muerto. “Buenas es la sal; mas si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos” (Marcos 9:50).
[photo_footer]El guion de Herzog, de alguna forma, apunta en ocasiones al texto de las Escrituras. / XLRATOR Media[/photo_footer]
Entre la extrañeza de una historia que, por momentos, parece secundaria en la película, la contrapartida de una secuencia de planos de paisajes cuya belleza intimida y es la protagonista, el guion del propio Herzog deja algunas declaraciones que, ya sea de forma intencional o involuntaria, dejan entrever el texto de la Escrituras.
Así, cuando el ejecutivo de una gran compañía que interpreta Shannon, y uno de los responsables del desastre natural en el que se enfoca la trama, asegura que “la tragedia real en la vida es cuando el hombre tiene miedo de la luz”, es inevitable regresar a las palabras del propio Jesús en Juan 3:19: “La luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz”.
En realidad, la crisis climática nos habla del efecto del pecado y de lo que hemos hecho mal en este mundo. Pero si recogemos el testigo al que apunta el texto bíblico, que en el principio el Creador estableció lo creado como “bueno”, no podemos pasar por alto las referencias de la esperanza que la propia Palabra sienta más adelante respecto a esa misma creación, cuando habla de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1), en los que ya no habrá que agacharse a escuchar qué dice la sal de nosotros, sino que la voz de Dios resonará directamente y “enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (v.4). De aquellos que, reconociéndose sal, han sido vivificados por Cristo.
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