Muchas veces, la soledad viene marcada por el dilema de qué hacer cuando se sabe que en nuestro contexto se está haciendo mal y somos conscientes de ello.
Creo que en nuestro contexto cristiano evangélico somos propensos a considerar el aislamiento que provoca el pecado desde el punto de vista de nuestro propio ser. La lejanía a la que nos ha sometido, como individuos, respecto a Dios y su afectación en cada uno de nosotros. Pero nos cuesta reconocer el efecto del pecado en la dimensión común. C. S. Lewis decía que en los demás deberíamos poder reconocer siempre a seres eternos, ya sea en una santificación progresiva cuyo destino es la glorificación, o a demonios empedernidos en potencia. Pero la realidad es que no acostumbramos a ver así la realidad que nos rodea, ni el estado espiritual de quienes forman parte de ella.
Esta es una actitud que acaba resultándonos incómoda porque es inevitable que se remarque como incompatible con nuestra moralidad. Porque, por más que la sociedad reniegue de ello, sigue manifestándose como una entidad moral. Aunque se afirme que la sexualidad se debe vivir con total libertad, sigue habiendo expresiones que resultan repulsivas de forma unánime. Y aunque se celebre la supuesta libertad de disponer de la vida propia como mejor se considere, seguiremos observando la muerte como ese último enemigo del que hablaba Pablo.
La sensación, a veces, es como de un letargo ante la realidad colectiva también del pecado. Un letargo del que nos despierta una angustia que nos enfoca en la magnitud de la extensión de ese pecado en todo. Y esa visión, la de cómo el pecado lo ha impregnado todo, a veces es inevitable que se dé acompañada de un sentimiento de soledad. Precisamente porque somos seres morales.
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Un retrato preciso de ello se representa en The Assistant (2019), una de las películas que ya se ha convertido en icono del movimiento #Metoo y que narra la historia de la asistente de un poderoso productor de cine que contrata constantemente a chicas jóvenes y atractivas de las que luego abusa sexualmente. Se trata del primer largometraje de Kitty Green, que hasta ahora sumaba una reconocida trayectoria en el mundo del cortometraje documental, con historias como la de la patinadora Oksana Bayul o la de la niña asesinada JonBenét Ramsay.
[photo_footer]Julia Garner protagoniza la película con el papel de 'Jane'. / Fotograma de la película, Filmin[/photo_footer]
En realidad, además de la trama de abusos sexuales que conmocionó el mundo del entretenimiento tras las denuncias contra Harvey Weinstein, la película también permite reflexionar sobre lo desoladora que resulta la idea de que la vida es equiparable al valor de la carrera profesional. Sin duda, ese también es uno de los elementos que remarcan la sensación de aislamiento en la protagonista de la película. Al fin y al cabo, una carrera, incluso en aquello que nos parece un ámbito ministerial, no deja de requerir ambición. Y eso, como les pasaba a algunos de los miembros de las iglesias que aparecen en el Nuevo Testamento, diría Craig Hill, es algo que puede llegar a dañar.
Pero la soledad viene marcada en The Assistant por el dilema de qué hacer cuando se sabe que en nuestro contexto se está haciendo mal y somos conscientes de ello. Y, también, qué hacer cuando nos damos cuenta de que otras personas que forman parte de ese contexto también son conscientes de ese mal y permanecen en el estatismo. Esta es la idea que subyace en los escasos momentos de interacción y relación entre la protagonista de la película y sus compañeros de trabajo. En el caso de los padres, incluso, se plantea otra cuestión diferente. La de qué hacer cuando se es consciente de un mal con aquellos que están al corriente de lo que sucede en el mundo pero no imaginan que pueda darse tan cerca de ellos mismos. Aquellos que, con ingenuidad o inocencia, comprenden que en este mundo se mata, pero jamás pensarían que quizá su vecino pueda ser un asesino.
La sutileza con la que Kitty introduce estos planteamientos en el desarrollo de la historia estremece. La soledad de la protagonista se ve enfatizada por unos silencios largos, donde solamente resuena de fondo el ruido de la oficina y, a medida que va avanzando la película, también la conciencia de un espectador que cree empatizar cada vez más con el personaje en sus dilemas. Es como si se fuese dibujando una especie de espiral invisible en la que la protagonista está cada vez más encerrada. En parte por sus deseos de convertirse en productora de cine. Sus ambiciones. Pero en parte, también, porque no puede evitar sentirse mal ante el hecho de que, en la habitación de al lado, su jefe abusa de jóvenes actrices y modelos. En parte por no saber a qué recurrir o qué hacer. La desorientación.
[photo_footer]La idea de la soledad, precedida por la inquietud de la conciencia a causa de lo evidente del mal, tiene mucho peso en la película. / Fotograma de la película, Filmin[/photo_footer]
Hay algo en la conclusión de The Assistant que parece transmitir la idea de lo definitivo de la soledad. De que no hay consuelo para nuestras tensiones morales ni para el efecto que causa en nosotros la visión generalizada y extendida del mal. De que, en verdad, todo se reduce a carreras, a ambiciones y a silencios que nos van a inquietar toda nuestra vida.
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Pero, teniendo presente esa cuestión central que nos preocupa, qué hacer ante lo que reconocemos como el mal, lo que de forma más precisa podemos llamar pecado, la visión que presenta el evangelio dista de esa conclusión. Y eso no tiene nada que ver con la realidad de la soledad y la posibilidad de afrontarla, de vivirla. No dejan de conmoverme las palabras de Jesús cuando dijo que no tenía dónde recostar la cabeza (Mateo 8:20).
El enfoque del evangelio es el de la capacitación sobrenatural de la persona para aliviar esas tensiones que son tan propias de nosotros, del pecado, a partir de una nueva existencia que se basa en una persona, Jesús, y un evento marcado precisamente por la soledad: su muerte. Esto no nos presenta una realidad en la que el mal no duela. El mal siempre va a hacer daño porque ese es su propósito, doler. Pero sí que nos plantea un marco en el que no tenemos porqué enfrentarnos solos a ello.
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