Encontré su ‘poema’ en un comentario firmado por él, al que me he permitido poner como título Hay que gritar.
El hermano Juan Antonio Monroy es tan heterodoxo que ‘hasta’ poeta es. Y lo digo con cierto conocimiento de la poesía.
Sé que él lo negará de plano, diciendo que solo es admirador de los buenos poetas, lector y comentarista de esos versos que se entrañan en su corazón. Así buscará defenderse de esta ‘acusación’ y/o ‘imputación’ mía: culpable de ser poeta.
Su negativa a estimarse poeta es por humildad, pues sabe de la grandeza de la poesía, a diferencia de la inmensa mayoría de quienes leen la Biblia a diario y que, no obstante, se permiten denostar o minusvalorar a la Poesía, cuando más de la mitad del Libro de los Libros está escrito en lenguaje poético y en ella se contienen la obra de algunos de los más notables poetas de la Humanidad, desde el Verbo encarnado, ese Amado galileo, hasta Isaías, Job, Jeremías, David, Miqueas, Salomón, Eclesiastés…
Pero así es Monroy, seguro hasta de No ser poeta.
“Lo que faltaba”, dirán algunos cordiales maledicentes. Pero yo expongo sus versos a propósito, ahora que, en el ambientillo evangélico, su nombre está en el ‘candelabro’, tal y como se estimaba la señorita o señora Sofía Mazagatos.
¿Y cómo es que Monroy ahora nos resulta poeta?
Fácil, lo explico con un ejemplo. Hago lo mismo que alguien (no sabemos quién fue) hizo con un texto del pastor Niemöller. Circula, desde hace muchos años, un poema famoso atribuido al ‘rojo’ Bertolt Brecht. Pero ni en su origen fue poema ni su autor era el famoso poeta y dramaturgo.
En realidad, se trata de unos fragmentos, puestos en forma de verso, del sermón titulado “¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”, pronunciado en la Semana Santa de 1946 por Martin Niemöller, pastor protestante alemán, muy conservador, pero asqueado de lo sucedido en su país.
En un principio fue uno de los convencidos por Hitler, pero luego se retractó y pasó varios años (1937 a 1945) en dos campos de concentración. Conviene leerlo. Aquí está la voz de Niemöller:
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,/ guardé silencio, porque yo no era comunista./ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/ guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata./ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,/ no protesté, porque yo no era sindicalista./ Cuando vinieron a llevarse a los judíos,/ no protesté, porque yo no era judío./ Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar”.
Pues bien, en uno de los últimos boletines de la iglesia de Monroy, ATRIO (Año XLV. Nº 1988. Domingo 7 de Marzo de 2021), que semanalmente recibo por correo, encontré su ‘poema’ en un comentario firmado por él, al que me he permitido poner como título HAY QUE GRITAR. Lo tuve más fácil que el que puso en verso las palabras de Niemöller, porque buena parte del mismo ya venía así.
El comentario de Monroy es sobre el muy conocido episodio del Antiguo Testamento, el derrumbe de las murallas de Jericó. “Siete días tocando trompetas y gritando en derredor de la fortaleza a pulmón abierto, hicieron caer las murallas de la ciudad fortificada”, nos recuerda el escriviviente nacido en Rabat.
He aquí el poema:
HAY QUE GRITAR
Si España es una Jericó cerrada,
bien cerrada a las llamadas del Evangelio,
nosotros hemos de seguir dando vueltas y más vueltas
a sus murallas de incredulidad,
hasta que se derrumben
o hasta que nos derrumbemos nosotros en la tumba
por donde se llega a la eternidad de Dios.
Hay que gritar contra la confusión política.
Gritar contra el engaño de las ideologías humanas.
Gritar contra la vida artificial que nos han creado.
Gritar contra el cansancio vital de las multitudes.
Gritar contra todas las formas de angustias y depresiones.
Gritar contra la sequedad espiritual.
Gritar contra la falta de fe.
Gritar contra el veneno del materialismo.
Gritar contra el ateísmo practico.
Gritar contra los falsos sistemas religiosos.
Gritar contra el consumismo de la sociedad.
Gritar contra el vacío de la juventud.
Gritar contra el cansancio de los cristianos.
Gritar contra el sueño de nuestras Iglesias.
Gritar contra la falta de responsabilidad de sus miembros.
Gritar contra la inconsecuencia de los líderes cristianos.
Gritar hasta llenar el aire con nuestros gritos.
Hasta que el corazón se nos rompa de dolor.
[photo_footer]Los poetas Monroy, Alencart y Estévez en Toral, durante un encuentro de Los poetas y Dios. / Jacqueline Alencar.[/photo_footer]
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