En la Biblia se habla de las ortigas en relación a las haciendas en ruinas y a los campos abandonados.
Hay dos palabras hebreas que se usan para referirse a las ortigas. Una es jarul, חָרוּל, que significa literalmente “puntiagudo” o “espinoso” y se tradujo al griego por phrygana agria, φρύγανα ἄγρια y al latín por tres nombres: sentes, urtica y spina (Pr. 24:30-31).
La otra palabra es qimmosh, קִמּוֹשׁ, que viene de una raíz que significa “pinchar” (Is. 34:13; Os. 9:6). Todos los especialistas están de acuerdo en que estos dos términos se refieren a una o a varias de las ortigas presentes en Tierra Santa.
Actualmente se conocen una treintena de especies del género Urtica por todo el mundo, aunque también hay ortigas de otros géneros. En Israel, las más abundantes son la cosmopolita, Urtica urens (Urtica viene del latín ùrere, que significa “quemar” o “irritar” y urens es “con escozor”); la ortiga romana o Urtica pilulifera, que recibe este nombre por la forma esférica y compacta de sus frutos; la ortiga que crece junto a los caminos, Urtica membranácea, con frutos largos y espiciformes, etc.
Asimismo está la ortiga del desierto, Forskahlea tenacissima, perteneciente también a la familia de las Urticáceas, y distribuida por las regiones áridas del sudoeste de Asia, Asia Menor, Arabia, Palestina, Norte de África y sudeste de España.
En la Biblia se habla de las ortigas en relación a las haciendas en ruinas y a los campos abandonados (Pr. 24:31; Is. 34:13; 55:13; Os. 9:6; Sof. 2:9). Allí donde la mano del hombre no actúa, pronto aparecen los cardos y las ortigas como rivales consiguientes a la pereza o la desidia humana.
Las diversas especies de ortigas se caracterizan por presentar unos pelos urticantes capaces de liberar un líquido ácido que provoca escozor e inflamación en la piel. De ahí que, desde siempre, se las haya considerado como “malas hierbas” enemigas del agricultor.
Estos pelos, llamados en botánica “tricomas”, son como minúsculas jeringuillas hipodérmicas que, al tocarlas, inyectan su líquido cáustico constituido por ácido fórmico, histamina, neurotransmisores como la acetilcolina y la serotonina, etc., provocando un escozor inmediato en la piel.
Todo este complejo sistema bioquímico irritante constituye un mecanismo defensivo natural de la planta contra posibles enemigos herbívoros. Curiosamente, esta combinación química propia de las ortigas se ha encontrado también en las hormigas que pican y la usan como arma de guerra. (¿Cómo habría podido la selección natural de las mutaciones al azar acertar dos veces, en especies tan diferentes, con la misma fórmula bioquímica?). Además, se ha comprobado que las ortigas hembra generan más pelos urticantes que las plantas masculinas.
Algunos botánicos creen que esto se debe a que las plantas femeninas tienen que invertir más recursos que los machos en la producción de las semillas, por lo que deben también contar con mayores defensas para protegerlos. Pero los indicios de inteligencia y diseño biológico no terminan aquí ya que las ortigas son una de las plantas que más aplicaciones medicinales poseen.
Las hojas y raíces de las ortigas contienen numerosas vitaminas (A, C, K y varias del grupo B), así como minerales (calcio, hierro, magnesio, fósforo, potasio y sodio); grasas como los ácidos linoleico, linolénico, palmítico, esteárico y oleico; todos los aminoácidos esenciales; diversos polifenoles y pigmentos carotenoides antioxidantes.
Tradicionalmente se han usado las ortigas en el tratamiento de lumbagos y otras dolencias musculares, así como astringente para detener hemorragias. Bajan los niveles de azúcar en sangre (glucemia) y disminuyen la presión arterial.
Favorecen la absorción del hierro, por lo que son utilizadas contra la anemia. Poseen efectos antiinflamatorios y mejoran los cuadros alérgicos frente a distintos agentes. Se emplean contra la dermatitis, como expectorante, para eliminar los radicales libres contra el envejecimiento celular e incluso como analgésico. Y, en fin, como el consumo de ortigas produce saciedad, esto elimina la ansiedad que es la primera causa de la obesidad.
El texto del libro de Proverbios que encabeza esta entrada (Pr. 24:30-34) se refiere al peligro de la pereza y al fracaso al que conducen generalmente las actitudes de desidia y negligencia. Es como si al perezoso le brotaran espontáneamente ortigas y malas hierbas por doquier.
Este libro del Antiguo Testamento denuncia ampliamente el vicio de la holgazanería. Pone a la hormiga como ejemplo a seguir por la persona sabia (Pr. 6:6-9). Dice que la pereza en el ser humano es como el vinagre para los dientes, los estropea; o el humo para los ojos, los ciega (Pr. 10:26).
Si se es holgazán, resulta imposible conseguir los deseos del alma (Pr. 13:4). Los caminos de aquél que lo hace todo con desgana son como una carrera interminable de obstáculos espinosos (Pr. 15:19).
Algunos hasta tienen pereza de comer (Pr. 19:24; 26:15). Otros, en invierno no aran su campos porque tienen frío, por lo que en verano se ven obligados a pedir alimento a sus vecinos (Pr. 20:4).
El perezoso comprende que debería trabajar pero sus manos flojean y le dicen lo contrario (Pr. 21:25); se niega a abandonar su cama o su casa, por los posible peligros o leones imaginarios que pudiera haber fuera (Pr. 22:13; 26:13-14) y, por si todo esto fuera poco, se atreve incluso a dar consejos a los demás, haciendo apología de la vagancia. ¡Dios nos libre de la pereza!
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