De El Cristo de Velázquez dijo esto el filósofo Julián Marías: “Unamuno estuvo lleno de auténtico espíritu religioso y cristiano”.
El canario Vicente Marrero, Premio Nacional de Literatura en 1955, escribió en su libro El Cristo de Unamuno que la figura de Cristo siempre ocupó una posición central en la obra del gran pensador vasco. Esta posición la expone Unamuno de forma concreta, no única, en tres visiones del crucificado: El Cristo de San Juan de Barbados, El Cristo yacente de Santa Clara y El Cristo de Velázquez.
Del primero trata Unamuno en el tomo VII de las Obras Completas. Lo vio en la Iglesia de San Juan de Barbados, en la ciudad de Salamanca. Define a la imagen con palabras agresivas y casi insultantes, describiendo su fealdad: “Mirando al venerable Cristo románico, di en pensar que hoy llenan nuestros altares, encendiendo el fervor de los devotos, muchas imágenes del Crucificado tan feas o más feas que aquella de San Juan de Barbados, pero de un feo más moderno, de una fealdad que no ha pasado aún de moda”.
De El Cristo Yacente de Santa Clara trata Unamuno en el sexto tomo de las Obras Completas, dedicado a su poesía. De este feroz poema dice el propio Unamuno: “Lo hice en esta misma ciudad de Palencia, y en dos días”.
Se dice que El Cristo yacente de Santa Clara es una momia. Unamuno lo ve como “un maniquí de madera, articulado, recubierto de piel y pintado”.
Cristo tierra:
“Este Cristo, inmortal como la muerte, no resucita; ¿para qué?, no espera sino la muerte misma. De su boca entreabierta, negra como el misterio indescifrable, fluye hacia la nada, a la que nunca llega, disolvimiento. Porque este Cristo de mi tierra es tierra”.
Cristo cadáver:
“Este Cristo cadáver, que como tal no piensa, libre está del dolor del pensamiento…. Cuajarones de sangre sus cabellos, prenden cuajada sangre negra”.
Como el mantillo de la tierra:
“Este Cristo español que no ha vivido, negro como el mantillo de la tierra, yace cual la llanura, horizontal, tendido, sin alma y sin espera, con los ojos cerrados cara al cielo…. Y aún con sus negros pies de garra de águila querer parece aprisionar la tierra”.
No es el Verbo:
“No es este Cristo el Verbo que se encarna en carne vividera; este Cristo es la gana, la real gana, que se ha enterrado en tierra”.
Redención:
“¡Oh Cristo pre-cristiano y post-cristiano, Cristo todo materia, Cristo avída carroña recostrada de cuajarones de sangre seca, el Cristo de mi pueblo es este Cristo, carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra!…. El Cristo de mi tierra es sólo tierra, tierra, tierra. Cuajarones de sangre que no fluye, tierra, tierra, tierra, tierra. ¡Y tú Cristo del cielo, redímenos del Cristo de la tierra!”
De El Cristo de Velázquez dijo esto Julián Marías en Filosofía actual y existencialismo en España: “Unamuno estuvo lleno de auténtico espíritu religioso y cristiano, como aparece en El Cristo de Velázquez, cima de la poesía religiosa española en 300 años, cuyos versos llenan los ojos de lágrimas de emoción religiosa… en que la Escritura está incrustada y recreada desde la lengua española”.
En una carta a su amigo el profesor norteamericano E. W. Olmsted el 15 de diciembre de 1916, Unamuno le dice: “Trabajo hace más de tres años en un poema sobre ‘El Cristo de Velázquez’ –descripción mística del cuerpo– del que leí, con mucho mayor éxito que esperaba, gran parte en el Ateneo de Madrid”. Dos años antes, el 20 de febrero de 1914, Unamuno había comunicado por carta al poeta portugués Teixeira de Pascoaes sus intenciones cristológicas: “A mi me ha dado ahora por formular la fe de mi pueblo, su cristología realista, y lo estoy haciendo en verso…. Quiero hacer una cosa cristiana, bíblica y española”.
El Cristo de Velázquez fue publicado por la Editorial Calpe, de Madrid, el 8 de octubre de 1920. Casi inmediatamente el libro fue dado a conocer en países de habla hispana y traducido en Estados Unidos y en los más importantes países de Europa.
El Cristo de Velázquez ocupa 77 páginas en el tomo VI de las Obras Completas. El poema consta de cuatro partes principales. La primera tiene 39 parágrafos de breve extensión. La segunda 14 parágrafos de un carácter más descriptivo. La tercera 27 parágrafos que van describiendo diferentes partes del cuerpo de Cristo. La cuarta parte del cuerpo del poema, la más breve, de ocho parágrafos, contiene una oración final.
Aunque esto suponga alargar un poco más este artículo, voy a ofrecer al lector un breve poema de cada una de las cuatro partes que tiene la obra definitiva.
Primera parte. Dios-Tinieblas.
Te envuelve Dios, tinieblas de que brota
la luz que nos rechazas; escondida
sin tu pecho, su espejo. Tú le sacas
a la noche cerrada el entresijo
de la Divinidad, su blanca sangre,
luz derretida; porque Tú, el Hombre,
cuerpo tomaste donde la incorpórea
luz, que es tinieblas para el ojo humano
corporal, en amor se incorporase.
Tú hiciste a Dios, Señor, para nosotros.
Tú has mejido tu sangre, tuya y nuestra,
tributo humano, con la luz que surge
de la eterna infinita noche oscura,
con el jugo divino. Y es herida
que abrió el fulgor rasgando las tinieblas
de Dios, tu Padre, el sol que ardiendo alumbra
por tu pecho, de hirviente amor llagado.
Segunda parte. Desnudez.
Yo soy la esclava del Señor –tu madre
dijo sumisa–, "según tu palabra
que se haga en mí", y a su obediencia el Padre
rendido, la Palabra que es la Vida
hizo alumbrar en cuerpo a los vivientes
y te envolvió de carne en los pañales.
Y al ir a muerte esa Palabra dijo:
“¡Se haga tu voluntad, y no la mía!";
y al desnudarte, Luna del espíritu,
la oscuridad eterna quedó en cueros.
Tercera parte. Cuerpo.
ES tu cuerpo el remanso en que se estancan
las luces de los siglos, y en que posan
– ¡eternidad! – las fugitivas horas.
Tu corazón, clepsidra de la vida,
dando su sangre se paró, y hoy cuenta
la eternidad, que es del amor el rato.
El tiempo vuelve sobre Ti en tu seno,
el ayer, el mañana en uno cuájanse,
y el principio y el fin fúndense en uno.
Tu cuerpo, la corona del tejido
regio del Universo, es su modelo;
coto de inmensidad, donde los hombres
la tímida esperanza cobijamos
de no morir del todo.
Cuarta parte. Muerte.
ERES Tú de los muertos primogénito,
Tú el fruto, por la Muerte ya maduro,
del árbol de la vida que no acaba,
del que hemos de comer si es que quisiéremos
de la segunda muerte vernos libres.
Pues Tú a la Muerte que era el fin has hecho
principio y soberana de la vida,
la Muerte blanca, envuelta en negro manto
y en caballo amarillo caballera;
la Muerte, Emperadora de la Historia,
que segados los hombres nos encilla
con avaricia de conquistadora.
Hijo el Hombre es de Dios, y Dios del Hombre
hijo; ¡Tú, Cristo con tu muerte has dado
finalidad humana al Universo
y fuiste muerte de la Muerte al fin!
Estrofa por estrofa, línea por línea, en El Cristo de Velázquez Unamuno pone de manifiesto sus grandes conocimientos de la Biblia a la vez que el sentimiento religioso y espiritual que le unía a Cristo.
Notas
[1] Éxodo 20:21; 1º de Reyes 8:12; Salmos 17:12.
[2] Lucas 1:38; 22:42; 1ª de Pedro 2:2.
[3] Juan 19:33-36.
[4] Apocalipsis 1:5; 6:8; Oseas 13:14.
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