En una crítica de la época se puede leer: “Otro conflicto de personalidad, la lucha del hombre con el personaje, en que éste acaba por matar a aquél”.
En 1921 Unamuno publica en La novela corta un cuento titulado Tulio Montalbán y Julio Macedo. Seis años después aparece en Guipúzcoa escrita por el gran vasco una novela larga con el mismo título. De esta novela escribí ampliamente en otras letras.
Durante el Directorio del militar gaditano Miguel Primo de Rivera, instituido tras el golpe de Estado, Unamuno es destituido de sus funciones como Rector de la Universidad de Salamanca y desterrado a la isla canaria de Fuerteventura. Unos amigos franceses lo sacan de la isla y lo trasladan a París. En la capital de Francia permanece 13 meses. Durante ese tiempo se mantiene muy activo. Escribe su ensayo espiritual La agonía del cristianismo. Cómo se hace una novela y envía artículos a Caras y caretas, de Buenos Aires, al Nuevo Mundo, a las revistas francesas Le Quotien y Les Nouvelles Literaires, entre otras colaboraciones.
Vencido por la nostalgia de la Patria se acerca lo más posible a ella. Deja París y se instala en Hendaya. Pedro Turiel dice en su libro Unamuno que el gran vasco llega a Hendaya en agosto de 1925 y el 9 de febrero de 1930 cruza la frontera que le separaba de España.
Aquí, en Hendaya, Unamuno decide dramatizar la novela Tulio Montalbán y Julio Macedo y llevarla al teatro con el título Sombras de sueño.
La primera noticia que tenemos del drama es una carta de Unamuno a su amigo Jean Cassou el 3 de noviembre de 1926. Le dice: “Voy a ver si le envío dos nuevos dramas que he hecho aquí: El Otro y Tulio Montalbán”. La obra, antes de ser representada, fue impresa en San Sebastián en la imprenta del diario La Voz de Guipúzcoa.
Sombras de sueño fue estrenada como pieza teatral en Segovia y a los pocos días se repuso en el teatro Eliseo de Salamanca, ya con asistencia del propio Unamuno, y luego en otros teatros de España.
En el centro del drama está Elvira, joven soltera y su padre, don Juan Manuel Solórzano, historiador. Junto a ellos se mueven las figuras del matrimonio compuesto por Tomás y Rita, viejos criados de la familia. Elvira encuentra en la biblioteca un libro titulado La historia de Julio Montalbán. Su contenido le apasiona. Lee y relee el libro que relata la historia de Julio Montalbán, libertador de una pequeña república de América. A tal extremo llega su entusiasmo por el protagonista que el padre insinúa si no estaría enamorada de él.
A la isla llega un personaje misterioso que se hace llamar Julio Macedo.
El crítico teatral Díaz Canedo dijo el 25 de febrero de 1930 en el diario El Sol, de Madrid, que el drama de Unamuno plantea “otro conflicto de personalidad, la lucha del hombre con el personaje, en que éste acaba por matar a aquél; en que aquél sólo puede salvarse muriendo de la tiranía de éste: el que no quiso ser tirano de otros”.
Sombras de sueño tiene cuatro actos. Intervienen cinco personajes. Los cuatro ya escritos además de Julio Macedo y, según Unamuno, la mar.
Se alza el telón.
En el escenario están Tomás y Solórzano. Este se queja de que tiene a Dios de espalda por la escasa lluvia del año transcurrido. Añade que no se lamenta por él, sino por su pobre hija Elvira, “el último retoño de los Solórzano…. ¡Aquí se consumirá, aislada y soltera! ¿Va a casarse con cualquiera de estos patanes? Ni aún la quieren por pobre. Solórzano no les dice nada. ¿Va a venir nadie de fuera a buscarla? Y ella no puede salir ni para eso. Aquí se consumirá aislada y sin consuelo. Y la pobre corderita ni se queja, ¿Eh, Tomás?”
Responde Tomás:
—A mi Rita la abraza y mostrándola el retrato del libro le dice: “¿Pero no ves qué hermoso? ¿Qué arrogante? Y creo que cuando se va con el libro a orillas de la mar es a ver si resucita al hombre, porque me parece haber oído que murió”.
Entre burlas y verdades, don Juan Manuel llama a su hija Quijotesca isleña, en busca del príncipe encantado, del hombre de su libro. Elvira documenta la conversación. Dice al padre que el hombre del libro tuvo una existencia real. Siendo joven contrajo matrimonio con una mujer llamada Elvira, igual que ella. La Elvira del libro murió al año siguiente, dejando a Tulio Montalbán “en una desenfrenada desesperación”. Luego de muerto él, fue su suegro quien escribió el libro.
Asombrado, don Juan Manuel Solórzano dice a la hija:
—Pero ¡Cómo manejas tu libro! Ni un pastor protestante su Biblia. Diríase que te la sabes de memoria.
En el segundo acto del drama aparece Julio Macedo. Cuando Elvira está en la lectura del libro se acerca a ella, la llama por su nombre, hablan, surgen los primeras ráfagas del amor. Elvira observa que en cuanto se reponga del cansancio abandonará la isla, y Macedo responde:
—Me quedo aquí para siempre. Acabo de decidirlo. Vine con terribles propósitos de enterrarme en vida, pero ¡Ahora quiero vivir! Quiero saber qué es eso que llaman vida y que otros gozan.
—Bueno, pero y usted, ¿quién es? –pregunta Elvira.
—Y eso ¿Qué importa? Un náufrago, uno que ha echado el mar a esta isla… un hombre nuevo que empieza a vivir ahora. ¿Qué importa quien es Julio Macedo?
Los encuentros entre Elvira y Macedo se suceden. Las nubes del misterio se van evaporando. Rita, que llega a conocer a Macedo, dice a Elvira.
—¡Qué hombre! ¡Parece un hombre de libro! ¡Como ese tuyo!
Don Juan Manuel Solórzano, que ha estudiado muchos documentos, dice a la hija:
—Yo aquí, para entre nosotros, sigo con la sospecha de que ni es Julio ni es Macedo.
Invitado por Elvira y aprobado por su padre, Julio Macedo es recibido en la casa que habitan. Al entrar, exclama:
—Salud y paz a esta casa.
Frente a frente, Solórzano dice a Macedo:
—Me dijeron que al solicitar usted ser recibido en esta pobre casa –¡pobre pero rica de historia! – ha sido para conocer la historia de esta isla.
El misterio se hace carne. Sale el padre y quedan a solas Elvira y Macedo. La conversación entre ambos llega a punto del drama. Macedo confiesa a Elvira que el es Tulio Montalbán. Una noche, en plena guerrilla, decidió adoptar una nueva personalidad, la de Julio Macedo, y desaparecer.
—Hice jurar a mis fieles soldados que guardarían el secreto de mi desaparición haciendo creer en mi muerte y entierro y hui…. Vine acá, a esta isla, buscando la muerte o algo peor que ella; te conocí, sentime resucitar a nueva vida, a una vida de santo aislamiento; soñé en un hogar que hubiese de ser, lo repito, como un claustro materno.
Enfrentado los tres, Solórzano, Elvira y Macedo, el verdadero Tulio Montalbán se despide.
—¡Adiós!
Grita Elvira:
—¡Padre! ¡Padre! ¡Detenle! ¡No le dejes salir; mira que sé donde va!
Julio, o Tulio iba en busca de la muerte.
Sale de la casa. Se oye un tiro. Grita Elvira:
—¡Ahora si que ha matado a Tulio Montalbán!
Solórzano:
—Ya hay, Elvira, en nuestro hogar, en el portal de nuestra casa, una mancha de sangre. ¡Sangre! Ahora hay que coger ese maldito libro y echarlo a la mar…. ¡Hay que quemarlo todo, todo! ¡Quemar la isla! ¡Quemar la historia!
Contemplando las olas de Elvira concluye:
—¡Menos la mar, padre! ¡Mírala! ¡Como si no hubiese pasado nada! ¿Y no sería mejor echar a ese hombre a la mar, de donde vino?
En la novela que Unamuno escribió en 1920 en torno a Tulio Montalbán y Julio Macedo, el final es distinto del que figura en la obra teatral. Este:
—Don Juan Manuel se precipitó al portal (al oír el tiro) y allí encontró el cuerpo del que había sido Tulio Montalbán y Julio Macedo. Apenas salido de la sala, se encontró en el portal, arrodillándose en él sobre las rosas enmohecidas, y se dio un tiro en la sien.
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