Desde que nos invadió el coronavirus en marzo hemos estado recibiendo noticias contradictorias sobre las relaciones de parejas.
Estadísticas de nulidades, separaciones y divorcios afirman que el año pasado hubo en España 91.645 divorcios.
El divorcio, que nace de la confrontación de la pareja, es un fracaso, la muerte del amor, la peor de las muertes en vida.
Desde que nos invadió el coronavirus en marzo hemos estado recibiendo noticias contradictorias sobre las relaciones de parejas. Unos periodistas han escrito qué desde aquel mes, hasta el día de hoy, han aumentado los divorcios a causa de la pandemia. Otros periodistas han escrito lo contrario, que el coronavirus ha unido cuerpos y corazones.
Este ha sido el caso de un matrimonio amigo: Alfredo Pérez Alencart, profesor de Derecho del trabajo en la Universidad de Salamanca y poeta internacionalmente reconocido, y su esposa Jacqueline Alencar (sin la ‘t’ final que tiene el apellido del marido).
Alfredo ha escrito a su mujer un breve poema que ha sido publicado en Protestante Digital. Poema que como en el soneto de Unamuno, Alfredo tiene sed de los ojos de Jacqueline, “rayo de cielo que se anega en bruma”.
La primera estrofa lleva la firma de Gabriel y Galán:
“Todo lo pudo la mujer cristiana,
logróla todo la mujer discreta”.
¿No lo sabías tú, Alfredo? Jacqueline no quería quedar convertida en compañera de habitación, pero separada de ti por discrepancias ideológicas. La razón estaba de su parte. Aquel océano de amor que inundaba su corazón por ti, con su fe cristiana y con discreción de mujer sobria, te doblegó. Continúas:
“Leal pareja en lo visible encarnado, ayer,
y hoy puliendo el anverso
de lo que fui,
díscolo cortado a pico”.
Me gusta la última línea. Díscolo. Tampoco era tan grave. Algo travieso, perturbador, sin hacer daño a nadie. Algo rebelde, pero Jacqueline puso a fin a tu rebeldía.
La lealtad es todo en la vida de pareja. Pero para que funcione ha de ser una lealtad correspondida. En ella no lo dudo, pero ¿lo fuiste tú también antes de que tu amado Galileo cambiara tu vida? Benavente decía que no se puede ser leal para toda la vida, para siempre. El premio Nobel de Literatura no conocía a Jacqueline cuando escribió esa barbaridad. En ti hay un antes y un después. De haber conocido tu después tal vez habrías enterrado la pluma vencido. Así lo creo. Como pedía el poeta milanés Alessandro Manzoni:
“¡Lealtad! ¡Lealtad! Con ella hermosa es toda suerte; hasta el morir es bello”.
Conociéndote a ti y también a ella, creo que vuestro amor estaba predestinado desde antes que naciera el mundo, como en el poema del malagueño Salvador Rueda:
“Cual se aman dos estrellas luminosas
en el azul del cielo cristalino
y al hallarse en su curso peregrino
se entienden con sus luces misteriosas”.
Claro que a poeta no te gana nadie, ni el malagueño, ni el sevillano, ni el granadino. Acaba de decirlo el aragonés Jesús Fonseca en Alencartiana, donde te coloca más allá del tercer cielo, en el lugar al otro lado de las nubes donde Pablo se encontró con los filósofos y poetas que lo ningunearon en Atenas.
Continúas:
“Ella tan prudente y yo
al otro extremo, manoteando
sin sentidos, con manchas
en la ropa y el espíritu”.
¿Estás diciendo que en el pasado al que remites tus versos eras un imprudente o menos prudente que ella? La prudencia de Jacqueline Alencar es conocida y alabada por todos los que la conocen, incluyéndome a mi. Del filósofo francés Bartelamy Sant Hilaire es esta cita:
“De todas las cualidades del alma la más eminente es la sabiduría, y la más útil la prudencia”.
Ahí queda retratada de cuerpo y alma mi amiga y esposa tuya, Jacqueline Alencar.
Y tú, Alfredo, manoteando sin sentidos. Manotear no es perder el tiempo. Es verbo transitivo que indica búsqueda hasta encontrar lo que se desea. El poeta francés Charles Baudelaire, cuya obra conoces bien, decía: “Yo manoteo a diario hasta encontrar el tesoro”.
¿Pero sin sentido? No lo creo. Ignoro si todo lo que haces en tu vida diaria tiene sentido, pero los versos a los que das vida son perlas de ensueño, música amorosa, belleza literaria, obra de una inteligencia superior. Has dicho recientemente al periodista Mauricio Fuentes que se debe vivir como un aprendiz que se emociona, cuando fracasamos hay que volver a intentarlo. ¿Te parece poco sentido?
De tus manchas en la ropa debe saber mucho la lavadora que maneja Jacqueline, pero no te preocupes, a cualquiera se le escapa un churretón, no se puede andar por la vida siempre impoluto.
Las manchas del espíritu, Alfredo, son otra cosa. Más seria. Más grave. Son las que dejan en el alma una vida equivocada. De esto no escribo más. Te considero suficientemente inteligente y a la vez humilde, primero, para reconocer esas manchas, segundo, para saber que no desaparecen con agua y jabón. Para más información acude a las enseñanzas de tu amado Galileo.
En un texto del Cantar de los Cantares el amado dice a la amada:
“Has apresado mi corazón con uno de tus ojos”.
Y tú has apresado el mío en la última estrofa del poema que escribes a tu princesa, a la mujer que adoras.
“Nunca enmascaro
mi querencia por la esposa que
supo entrañarme”.
Vamos por partes. Empleas otro verbo transitivo que refiere a encubrir, ocultar, esconder, disimular, y más. Cualquier mujer saltaría de júbilo caso de estar segura que su marido no oculta su querer por ella, ni oculta a los demás la firmeza de su amor; no disimula, no oculta, no esconde sus profundos sentimientos. Madame Bovary nada tenía de esto en su matrimonio, y su aparente frivolidad no era otra cosa que lo desgraciada que se sentía en la vida conyugal.
Al decirle a Jacqueline que nunca enmascarar tu carencia por ella te aplico unos versos del poeta extremeño Vicente García de la Huerta, siglo XVIII.
“Arde mi corazón, y su violento incendio por las venas se derrama, siendo pábulo noble de esta llama, amor que en mis entrañas alimento”.
Cuánta filosofía, cuánta poesía, cuánto sentimiento. En tu caso, cuánta verdad hay en la última línea de tu poema.
“Que supo entrañarme”.
Jacqueline no tuvo que extrañarte, porque pocas veces te alejaste de ella. Pero te entrañó, te llevó en sus entrañas, como la madre lleva el embrión, haciendo de su amor una divinidad que salvó tu humanidad.
Gabriel García Márquez escribió El amor en tiempos de cólera, con Fermina Daza y Florentino Ariza como protagonistas.
Jacqueline Alencar y Alfredo Alencart han escrito El amor en tiempos de pandemia. Haciendo caso omiso de la amenaza del virus, siguen a su manera las indicaciones del diplomático y poeta mexicano Francisco Icaza:
“¡Que cosas diría,
si no fuese un loco
e imposible empeño,
que yo fuese tuyo
y tú fueses mía!”
Con la diferencia de que Jacqueline y Alfredo no están locos cuando se declaran un amor que es verdad al día de hoy, “hasta que la muerte les separe”.
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