Aunque Josué no se menciona expresamente en el Nuevo Testamento como un tipo de Cristo, todos están de acuerdo, sin embargo, en que lo fue y muy eminente.
Un fragmento sobre “Comentario expositivo y práctico: libro de Josué”, de Matthew Henry (Editorial Peregrino, 2020). Puede saber más sobre el libro aquí.
INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE JOSUÉ
I. Ahora tenemos ante nosotros, en este libro y en los que le siguen hasta el final del libro de Ester, la historia de la nación judía. Estos libros, hasta el final de los libros de los Reyes, los escritores judíos los llamaron el «Primer libro de los profetas», para incluirlos en la división de los libros del Antiguo Testamento en la Ley, los Profetas, y los Chetubim o Hagiógrafos (cf. Lc 24:24). El resto lo hacían formar parte de los Hagiógrafos. Porque, aunque su temática es la historia, se supone justamente que los profetas fueron sus escritores. Aquellos libros que son única y propiamente proféticos se encabezan con el nombre del profeta, porque la credibilidad de las profecías dependía mucho del carácter de los profetas; pero estos libros históricos, probablemente, eran colecciones de los documentos auténticos de la nación, a las cuales algunos de los profetas (y la Iglesia judía fue bendecida durante muchos siglos más o menos continuamente con los tales) fueron divinamente dirigidos y ayudados para recopilarlos para el servicio de la Iglesia hasta el fin del mundo. Al igual que sus otros oficiales, también sus historiógrafos, recibían su autoridad del Cielo. Parece que, aunque lo esencial de las distintas historias fue escrito cuando los sucesos estaban frescos en la memoria, y escrito bajo la dirección divina, sin embargo, bajo la misma dirección, se pusieron en la forma en que ahora los tenemos por alguna otra mano, mucho tiempo después, probablemente todos por la misma mano, o casi en el mismo tiempo. Las bases de la conjetura son:
1. Porque se hace referencia a menudo a los escritores anteriores, como el libro de Jaser (cap. 10:13; 2 S 12. 18), las crónicas de los reyes de Israel, y de Judá (1 R 14:29; 15:7,23,31; 16:5,14,20,27; etc.), y los libros de Gad, Natán, e Iddo (1 Cr 29:29; 2 Cr 9:29; etc.).
2. Porque de los días en que las cosas sucedieron se habla a veces como de días que habían pasado hacía mucho tiempo; como: Al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente (1 S 9:9). Y:
3. Porque leemos a menudo acerca de las cosas que quedan hasta hoy; como piedras (cap. 4:9; 7:26; 8:29; 10:27; 1 S 6:18), nombres de lugares (cap. 5:9; 7:26; Jue 1:26; 15:19; 18:12; 2 R 14:7), derechos y posesiones (Jue 1:21; 1 S 27:6), costumbres y tradiciones (1 S 5:5; 2 R 17:41); cláusulas tales que añadieron entonces a la historia los coleccionistas inspirados para su confirmación e ilustración a los de su propia época. Y, si puede ofrecerse una simple conjetura, no es improbable que los libros históricos, hasta el final de los Reyes, los recopilase el profeta Jeremías, un poco antes del cautiverio; porque se dice de Siclag que pertenecía a los reyes de Judá (cuya designación comenzó tras Salomón y concluyó en el cautiverio) hasta hoy (1 S 27:6). Y es todavía más probable que los que le siguen los recopilase Esdras el escriba, algún tiempo después del cautiverio. Sin embargo, aunque estamos a oscuras respecto a sus autores, no tenemos duda en relación con su autoridad; fueron una parte de los oráculos de Dios, que se encomendaron a los judíos, y así fueron recibidos y referidos por nuestro Salvador y los apóstoles.
En los cinco libros de Moisés tuvimos una descripción muy completa del surgimiento, progreso y constitución de la Iglesia del Antiguo Testamento, la familia de la que surgió, la promesa, la gran carta magna por la que se constituyó, los milagros sobre los que se edificó, y las leyes y ordenanzas por las que había de gobernarse, de lo cual se concebiría una esperanza de su carácter y condición muy distintos de lo que encontramos en esta historia. Una nación que tenía estatutos y juicios tan justos podría pensarse que habría sido muy santa; y una nación que tenía promesas tan abundantes debería haber sido muy feliz. ¡Pero, ay!, una gran parte de la historia es una descripción de sus pecados y desdichas; pues nada perfeccionó la ley, sino que esto debía hacerse introduciendo una mejor esperanza (He 7:19). Y, sin embargo, si comparamos la historia de la Iglesia cristiana con su constitución, encontraremos la misma causa para asombrarnos: tantos han sido sus errores y corrupciones. Porque tampoco el evangelio ha perfeccionado nada en este mundo (He 7:19), sino que nos deja todavía con la expectativa de una mejor esperanza en el estado futuro (He 7:19).
II. A continuación tenemos ante nosotros el libro de Josué, quizá llamado así no porque fuese escrito por él, porque esto no se sabe con seguridad. El Dr. Lightfoot piensa que lo escribió Finees. El obispo Patrick tiene claro que lo escribió el propio Josué. Comoquiera que sea, está escrito acerca de él y, si algún otro lo escribió, se recopiló a partir de su diario o memorias. Contiene la historia de Israel bajo el mandato y gobierno de Josué, cómo presidió como general de sus ejércitos.
1. En su entrada a Canaán (cf. caps. 1-5).
2. En sus conquistas de Canaán (cf. caps. 6-12).
3. En la distribución de la tierra de Canaán entre las tribus de Israel (cf. caps. 13-21).
4. En el asentamiento y establecimiento de la religión entre ellos (cf. caps. 22-24). En todo lo cual fue un gran ejemplo de sabiduría, coraje, fidelidad, y piedad, para todos los que se encuentran en lugares con una comisión pública. Pero esta no es toda la aplicación que debe hacerse de esta historia. Podemos ver en ella:
1. Mucho de Dios y de su providencia: su poder en el reino de la naturaleza, su justicia al castigar a los cananeos cuando la medida de su iniquidad había llegado a su colmo (Gn 15:16), su fidelidad a su pacto con los patriarcas, y su bondad hacia su pueblo Israel, a pesar de sus provocaciones. Podemos verlo como el Señor de los ejércitos, determinando los resultados de la guerra, y como el que dirige la suerte, determinando los límites de la habitación de los hombres (Hch 17:26).
2. Mucho de Cristo y de su gracia. Aunque Josué no se menciona expresamente en el Nuevo Testamento como un tipo de Cristo, todos están de acuerdo, sin embargo, en que lo fue y muy eminente. Llevó el nombre de nuestro Salvador, como también hizo otro tipo suyo: Josué el sumo sacerdote (Zac 6:11-12). La LXX19, dando al nombre de Josué una terminación griega, lo llama siempre Iesous, Jesús, y así se le llama en Hechos 7:45 y Hebreos 4:8. Justino Mártir, uno de los primeros escritores de la Iglesia cristiana20 hace que aquella promesa: Mi Ángel te introducirá en el lugar que yo he preparado (Éx 23:20) apunte a Josué; y que estas palabras: Mi nombre está en él (Éx 23:21), se refieran a esto: que su nombre sería el mismo que el del Mesías. Significa «él salvará». Josué salvó al pueblo de Dios de los cananeos; nuestro Señor Jesús lo salva de sus pecados (Mt 1:21). Cristo, como Josué, es el capitán de nuestra salvación (He 2:10 VRJ), un líder y comandante del pueblo (Is 55:4 VRJ), para aplastar a Satanás bajo los pies de ellos (Ro 16:20), para ponerlos en posesión de la Canaán celestial, y para darles el reposo, lo cual se dice que Josué no hizo (cf. He 4:8).
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