El tema de La Esfinge es el conflicto interior, espiritual, del protagonista, Ángel.
La Esfinge es una obra teatral en tres actos. En ella intervienen doce personajes, encabezados por Ángel, jefe revolucionario. La acción transcurre en España a finales del siglo XIX. Unamuno la escribió cuando tenía 34 años, en 1898. Algunos biógrafos señalan que el Rector de Salamanca, cultivador del género novelístico, ensayos espirituales y artículos de prensa, llegó tarde al teatro. Yo no lo creo así.
La obra fue representada por vez primera en Canarias, antes en Las Palmas y luego en Santa Cruz de Tenerife a comienzos de 1909.
La crítica se dividió entre aplausos y rechazos. El periodista Francisco González Díaz se expresó así en el Diario de Las Palmas: “Como se trata de la obra de un pensador, inútil decir que está bien vestida de pensamiento. El estilo es lujoso, magnífico, recamado de oro, ricamente bordado, se arrastra lenta y pesadamente con la majestad de un momento real”.
En otro sentido, al periodista José Cabrera Díaz, político y revolucionario tinerfeño exiliado en Cuba quien dedicó tres artículos a La Esfinge, el drama le pareció como un gemido intenso, algo similar a los gemidos de dolor que Unamuno encuentra en su drama. Según Cabrera, en Ángel, protagonista principal de la obra, se debaten “las dudas, las inquietudes, la fe y la esperanza que en el propio Unamuno se debatían”.
Después de las Islas Canarias, La Esfinge fue representada en Cádiz. Tuvo lugar durante el mes de abril de 1909. Un artículo en el Diario de Cádiz decía: “La Esfinge, comedia (¿) de don Miguel de Unamuno estrenada en el teatro principal pertenece al teatro de ideas, al Ibseniano, con todos los simbolismos y formas psicológicas que pueden interesar a hombres versados en el indefinido e indefendible campo de la filosofía moderna”.
Los últimos biógrafos de Unamuno, entre ellos el matrimonio francés compuesto por Colette y Jean-Claude Rabaté, dicen que después de Cádiz, La Esfinge fue representada en otras cuatro ciudades españolas por la compañía Oliver-Cobeña y también en Italia. Los escritores franceses añaden: “A Unamuno le interesa más que nunca el teatro porque sabe que es lo más rentable; así su drama La Esfinge le ha producido más beneficios que sus tres últimos libros juntos”.
El tema de La Esfinge es el conflicto interior, espiritual, del protagonista, Ángel. Por otro lado, la obra desarrolla el aspecto doméstico del problema: El creciente desacuerdo entre Ángel y su mujer, Eufemia.
La Esfinge es el nombre con que Unamuno señala a la muerte. Hemingwey la llamaba “la parca”, “la repelona”, “la pudridora”. Personajes que pierden la fe, o que nunca la tuvieron, víctimas de la angustia íntima que para salvarse no hallan más salida que la muerte como única posibilidad reintegradora, tal como lo ve la escritora Marona Briki en el Journal of Human Sciences. Sobre el contenido autobiográfico de la obra, el ya citado José Cabrera Díaz escribe: “Se ve que el señor Unamuno escribió La Esfinge en un momento de crisis íntima, como él mismo la denomina, y la obra tiene que resentirse de la vacilación, de la flojedad mental y del descorazonamiento de un espíritu que no logra renovar la fe”.
El primer acto de La Esfinge tiene trece escenas, el segundo, diez, y seis el tercero. Los tres actos proyectan la sombra de quien lleva el peso de la obra, Ángel, hombre que rememora el pasado y que al pasado quiere volver, que llora la muerte de sus ilusiones. Cuando La Esfinge fue representada en Las Palmas de Gran Canarias, el periodista y crítico teatral García Casanova se detiene en la figura de Ángel. En un artículo publicado en La Ciudad, periódico de Las Palmas el 25 de febrero de 1909, escribió: “Ángel es un símbolo, el retrato vivo de la humanidad, un conjunto de todas las almas fundidas, unidas en un abrazo trágico y tormentoso”.
En el primer acto de La Esfinge intervienen seis de los doce personajes que componen el reparto de la obra: Ángel, Eufemia, Joaquín, Teodoro, José y tía Ramona. El peso del drama lo llevan Ángel y Eufemia, su mujer.
La presencia de Eufemia introduce un elemento de emoción. Se propone animar a su marido para que se mantenga fiel a su ideario político. Le dice: “Se hombre y ten fe en ti mismo. Hasta esta soledad en que vivimos y que acaso más de uno nos compadezca, nos deja libres, libres para obra más grande que la de fundar una familia”.
Es lo que Ángel busca, lo que quiere, ser libre, libertad.
“¡Libertad! Es lo que quiero: Libertad de ser como por dentro me siento. ¡Libertad! ¡Verdadera libertad!”.
Al inicio de la escena número once Ángel pide fuerzas a Dios para alcanzar el grado de libertad que desea.
– “Dios mío, ¿por qué mi alma no te crea en fuerza de fe? Dame fuerzas, Dios mío, para que crea en ti. Dame fuerzas para que renunciando a mí mismo me encuentre al cabo en paz y sea libre”.
Cuando se levanta el telón en el segundo acto la tía Ramona dice a Eufemia:
– “Sigo creyendo que tu marido no anda bien de la cabeza. ¡Claro! Ha querido meter tantas cosas en ellas: Leer, leer y más leer. Eso vuelve loco a cualquiera”.
En las palabras de la tía Ramona Unamuno tiene en cuenta dos libros que había leído mucho: El Nuevo Testamento y El Quijote. En el primero, Porcius Festo, procurador de Judea, dice en un grito a Pablo: “Las muchas letras te vuelven loco” (Hechos 26:24). En el segundo, Cervantes cuenta que a Don Quijote, “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio” (Capítulo I).
En el segundo acto de la obra entran en escena tres nuevos personajes. Eusebio, Nicolás y la criada Martina. La agresividad verbal de Eufemia contra su marido continúa:
–“Convéncete, Ángel, de que todo lo que sufres es un inmenso orgullo masculino, un egoísmo monstruoso; que estás completamente encanallado en ese culto a ti mismo, que tanto combates en otros. Como vives lleno de ti mismo, crees que muriéndote tú se acaba el mundo, y la muerte significa para ti la nada”.
Ángel se defiende. A la esposa que hiere con palabras se unen a coro Joaquín, Nicolás y Teodoro. Ángel responde que están equivocados:
–“¡Ah, si pudiésemos asomarnos al brocal del alma del prójimo! ¡Vosotros no sabéis bien lo que aquí dentro pasa! Necesito calma, reposo, sosiego, largas horas silenciosas conmigo mismo; escarbar sin descanso en el fondo del alma hasta descubrir el manantial de frescura que la riegue, el arroyo de mi niñez”.
En el último acto de la obra entran tres nuevos personajes: Felipe y sus dos hijos, de seis y nueve años a los que cuenta historias del Génesis.
En este tercer acto Unamuno parece recordar las guerras carlistas en su tierra vasca. Una turba de gente sin freno persigue a Ángel acusándole de hipócrita y traidor a sus ideas. Ángel se encuentra en su casa, acompañado por Felipe y los niños. La turba lanza piedras y rompe los cristales de la ventana.
–“Que calle el traidor”, grita la multitud.
Responde Felipe.
–“No debo callarme porque soy palabra. Callarme es morir, y no quiero morirme, no moriré. Sois unos cobardes, cobardes, cobardes…”.
Los niños quedan aterrados en un rincón de la escena.
Se oye un disparo de pistola. Ángel cae al suelo.
–Felipe: “¡Lo han muerto, Dios mío!”
–Niño menor dirigiéndose al mayor: “¡Le han matado!”.
–Nicolás: “¡Maldita revolución!”.
–Felipe: “¡Dios le de paz!”.
–Eufemia: “¡No, Ángel mío, no, muerte no! ¡Vida! ¡Ángel! ¡Ángel mío! Perdóname”.
Escribiendo sobre la muerte de Ángel el ya citado D. L. Shaw dice que cuando el protagonista “cae víctima del populacho, le devuelve a este las simpatías del auditorio”. Entonces, cuando los asistentes a una obra de teatro ven caer muerto en el escenario al actor principal, ¿se sienten contentos? ¿La muerte da motivos de alegría?
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