En la dedicación al teatro Unamuno puso lo mejor de su saber. Creía que el teatro necesitaba ser regenerado.
Algunos escritores han negado a Miguel de Unamuno la condición de filósofo. Injusticia o pura envidia. No fue Platón, ni Kant, ni Kierkegaard, a quien admiraba, pero si la filosofía es un sistema de ideas en torno al universo, al hombre, a la existencia, al más allá, puede decirse que toda su obra es una exposición filosófica sistemática. Lo es desde las primeras a las últimas líneas de sus escritos. Lo es porque las ideas le nacían del alma, no tanto del cerebro. A lo largo de su vida como escritor anduvo preocupado por el hecho de la existencia. Y en este sentido se expresó con más claridad que Juan Pablo Sartre o que mi admirado Alberto Camús, renovadores del existencialismo después de la segunda guerra mundial.
Unamuno escribió en todos los géneros. En ensayos, novelas, cuentos, poesía, artículos de prensa. Esta ingente obra, recogida en ocho gruesos tomos por la Editorial Escelicer, de Madrid, le permitió ser conocido en todo el mundo.
María del Prado Escobar, en sus estudios sobre el drama de Unamuno, dice que “su producción teatral es bastante tardía”. Su primera obra, La esfinge, no alcanzó su forma y título definitivo hasta el año 1908. En tanto que los ensayos espirituales, como El sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo captaron inmediatamente la atención del gran público europeo, no ocurrió lo mismo con el teatro. La citada María del Prado, especializada en la obra de Unamuno, alude dos motivos que explican el poco interés de los lectores por el teatro de Unamuno. Primero, su contenido ideológico, que “tendría poco interés para el típico aficionado al teatro de aquella época”, segundo, los problemas técnicos, “la tensión muchas veces excesivamente prolongada y los constantes desvíos filosóficos del autor”. Esto hace decir a Gonzalo Torrente Ballester: “Unamuno fue infinitamente mejor novelista y cuentista que dramaturgo”. En ligeros desacuerdos con María del Prado, Torrente Ballester añade: “Para mí, más que su imperfección técnica, es esta dependencia de la Obra en su conjunto lo que ha impedido a Unamuno triunfar en el teatro”. No se le puede decir al espectador en el programa de mano: “Para entender cabalmente lo que se va a representar, lea usted antes la Obra entera de Unamuno”.
Moderando entre María del Prado y Torrente Ballester sobre la técnica teatral de Unamuno, el profesor de la Universidad de Virginia, D. L. Shaw, dice que “al pasar revista a la crítica del teatro de Unamuno, nos llama la atención el poco interés que despierta el aspecto técnico”. Y añade en el Volumen homenaje al cincuentenario de Miguel de Unamuno: “Andrés Franco, de las casi 300 páginas de su El teatro de Unamuno, no dedica más de nueve al asunto”.
La primera, o una de las primeras noticias que tenemos de las intenciones que tenía Unamuno de tocar el género teatral es una carta que dirigió a Ángel Ganivet el 20 de noviembre de 1898, año desgraciado en la historia de España por muchos conceptos.
Posiblemente sería la última carta que llegó a leer Ganivet; nueve días después se lanzaría a las aguas del río Dvina, en Riga, en un acto suicida. Se ha especulado que el motivo de su suicidio a los 33 años pudo deberse a los accesos de locura que le atormentaban desde dos años antes a causa de la infidelidad de su amante Amalia Roldán.
En la carta que Unamuno dirigió a Ganivet le decía: “Ahora estoy metido de hoz y de coz en un drama que se llamará Gloria o Paz, o algo parecido. Es la lucha de una conciencia entre la atracción de la gloria, de vivir en la historia, de transmitir el nombre a la posteridad y el encanto de la paz, del sosiego, de vivir en la eternidad”.
¡La eternidad, siempre la eternidad en el pensamiento y en el corazón de Unamuno!
En la dedicación al teatro Unamuno puso lo mejor de su saber. Creía que el teatro necesitaba ser regenerado. Sin embargo, a pesar del entusiasmo que consumió en esas empresas, a pesar del interés por el género dramático, nunca llegó a ser reconocido como un dramaturgo popular.
No obstante, el teatro de Unamuno tiene grandes valores, porque refleja en otro estilo los problemas que le habían preocupado a lo largo de toda su vida, expuestas principalmente en los ensayos espirituales.
Torrente Ballester señala que “los temas de su teatro son temas unamunescos”. Ya expuestos en otras letras de este trabajo: sentido de la existencia, angustia ante la vida, el por qué y para qué del nacimiento, Dios, Jesucristo, la inmortalidad, vida después de la vida, la eternidad. La lista podría ampliarse. Lo que María Zavala denominó “teatro de conciencia” en su libro de 1963 Unamuno y su teatro de conciencia. Zavala opina que Unamuno “tiene un concepto teatral de la vida. Le importa la realidad íntima, el drama que transcurre en el interior de los personajes”.
El teatro de Unamuno recibió críticas negativas en su época, pero también reconocimientos, elogios y hasta alabanzas.
Su primera obra dramática, La esfinge, se estrena en las Islas Canarias en febrero de 1909, primero en Las Palmas y después en Santa Cruz de Tenerife. Periódicos de las dos islas enaltecen la obra y reconocen las cualidades dramáticas del autor.
Tomás Morales escribía en el periódico La Mañana el 26 de febrero: “¿Es teatral La esfinge? No lo sé ni me interesa; lo que sí sé es que es humana, inmensamente humana… La obra se oyó en medio de un silencio riguroso, se aplaudió frenéticamente a la terminación de cada acto, se discutió con calor en los intermedios, todo lo cual deja sentado que la obra es teatral… En la obra de Unamuno hay arte grande, hay ideas grandes, hay belleza, en suma”.
Por su parte, el crítico de arte José Betancour Cabrera, refiriéndose a Unamuno, decía el 22 de febrero en La opinión, de Santa Cruz de Tenerife: “Yo le he conocido en estos días. En casa de Galdós leyó un drama y en el despacho de Rueda dio a conocer las primicias de una novela. Ambos trabajos son inmensos por la concepción, profundos, algo monstruoso en su esencia, sus alcances, pletóricos de salud espiritual, de altruismo filosófico, tienen algo de epopeya en la síntesis gigantesca, reflejo del alma contemporánea y tienden al simbolismo, a la representación de ideas, como el teatro de Ibsen y los poemas de Goethe”.
Miguel de Unamuno logró trasladar su pensamiento filosófico a todos sus libros; consiguió captar la atención de crítica y público. Con sus obras teatrales pretendía llevar su inquietud a un público más concreto sin importarle si son más apropiadas para ser leídas que para ser representadas, dilema que aún hoy es objeto de discusión. Unamuno coloca en el centro de su teatro la personalidad del hombre. como lo escribe Antonio Enríquez Jiménez, el gran vasco pretende “iluminar y mostrar desnudos los últimos rincones del espíritu, lo que el autor llama el hondón del alma, y, desde luego es también primordial la preocupación constante por la inmortalidad, por la supervivencia de esta misma personalidad”.
Según figura en el índice al tomo V de sus Obras Completas, la producción dramática de Unamuno consta de doce obras: La esfinge, La venda, La princesa doña Lambra, La difunta, Fedra, El pasado que vuelve, Soledad, Raquel encadenada, Sombras de sueño, El otro, El hermano Juan, Medea.
Si me llegan las fuerzas iré comentándolas una a una tal como hice con las novelas y con los ensayos espirituales.
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