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Sermones actuales sobre Pablo, de Kittim Silva

Antes de que Saulo de Tarso llegara a entender y a aceptar que era uno de los elegidos por el Señor Jesucristo para continuar la misión evangelizadora de Esteban, pasarían algunos años dando «coces contra el aguijón».

FRAGMENTOS 08 DE OCTUBRE DE 2020 22:00 h
Detalle de la portada del libro.

Una fragmento de “Sermones actuales sobre Pablo. 112 Homilías sobre el Libro de Los Hechos y las Ep. Paulinas”, de  Kittim Silva Bermúdez (CLIE, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



El testimonio a Pablo



Hechos 7:58-60, RVR1960 «Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió».



Introducción



En Hechos 7:58-60 se menciona la lapidación del primer mártir cristiano, llamado Esteban. En dicha narración se hace la primera mención en el pasaje leído a «un joven que se llamaba Saulo» que estuvo presente ese fatídico día.



1. Las ropas de Esteban



«Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo» (Hechos 7:58, RV-60).



El lugar. Los judíos no lapidaban ni ejecutaban a ningún violador de la Ley dentro de las murallas de la ciudad, sino que lo hacían fuera de las murallas. Según la tradición Esteban fue apedreado fuera de la Puerta de las Ovejas, conocida desde la época de Sulimán como la Puerta de los Leones, por los cuatro leones que tiene en alto relieve. Para los cristianos es conocida como la Puerta de san Esteban.



Dice Hebreos 13:12 de esta manera: «Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta».



Jesús también fue crucificado fuera de la ciudad. Según una tradición evangélica desde el siglo XIX, en una cantera que está cercana a la Puerta de Damasco, Jesús fue crucificado y cerca sepultado en lo que se conoce como El Jardín de la Tumba. Ese llamado Calvario de Gordon por su descubridor, tiene forma de una calavera o cráneo humano y recuerda al nombre del que se le dio al lugar donde Jesús de Nazaret fue crucificado.



Las tradiciones católica-romana, ortodoxa-griega, armenia, etíope, copta, entre algunas, identifican la crucifixión y sepultura con la Iglesia del Santo Sepulcro, señalada por la primera peregrina llamada santa Elena en el siglo IV. Lugares que para la época de la crucifixión de Jesucristo, estaban de igual manera fuera de la muralla de la ciudad.



De igual manera los creyentes somos llamados a ser probados «fuera de la ciudad» como Esteban y a «padecer fuera de la puerta» como Jesucristo. Fuera del templo salimos para llevar el vituperio: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (Heb. 13:13).



Debemos salir «fuera» llevando el desprecio y el rechazo a causa de nuestra fe evangélica. Si Jesús padeció por nosotros, también nosotros debemos padecer por Él. Los mártires, cuando la hora del martirio les llegaba, aunque estaban muy tristes por esa gran prueba humana, sabían que era una manera honrosa de testificar su fe cristiana.



La misión de la iglesia es afuera y no únicamente adentro. Es una fuerza centrífuga hacia afuera con la evangelización y las misiones y no simplemente una fuerza centrípeta hacía adentro con el culto (oraciones, alabanza y adoración). De ahí es la asignación dada por Jesús a sus seguidores y por ende a la iglesia, mediante «La Gran Comisión» de «id» (RVR-60). Que para muchos se ha transformado en la gran omisión «de quedaos».



«Pero él se acercó y les dijo: ‘Dios me ha dado todo el poder para gobernar en todo el universo. Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo’» (Mt. 28:18-20, TLA).



En Getsemaní, Jesús lloró por tercera vez, previo a su arresto para ser sentenciado y crucificado: «Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente» (Heb. 5:7).



Llevar la cruz de Cristo no es una vergüenza, es una gloria. De esa manera lo vieron aquellos mártires del siglo I y el siglo II. Pedro fue crucificado con la cruz invertida porque no se sintió digno de ser crucificado como su Maestro.



Pedro de Alejandría, obispo en la ciudad que le da su apellido, que posiblemente murió por el año 311 d.C., declaró sobre la muerte del apóstol Pedro:



«Pedro, el primero de los apóstoles, habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue finalmente crucificado en Roma».



Eusebio De Cesarea dijo que Pedro: «Fue crucificado con la cabeza hacia abajo, habiendo él mismo pedido sufrir así». Interesante que la profecía de Jesús acerca de la muerte de Pedro, solo se refiere a una muerte como mártir y no a la muerte por crucifixión. Pedro sería conducido a la muerte y aceptaría la misma para dar testimonio glorioso acerca de Jesús. Ser crucificado con la cruz invertida era morir mirando al cielo.



Andrés, al igual que su hermano Pedro, a quién trajo hasta Jesús, tuvo la gloria de la crucifixión. Él fue crucificado en una cruz en forma de X, con los brazos y las piernas extendidas. Símbolo del que abraza con los brazos del evangelio y se mueve con las piernas del evangelio.



Nosotros somos llamados a llevar espiritualmente la cruz de la negación propia. Mas que llevar una cruz colgada al cuello o ponerla en una pared, nosotros debemos cargarla cada día y ser crucificados en ella juntamente con Cristo. ¡Tenemos que vivir un discipulado de crucifixión! ¡Tenemos que ser entrenados en una vida de crucifixión!



«Luego Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Si ustedes quieren ser mis discípulos, tienen que olvidarse de hacer su propia voluntad. Tienen que estar dispuestos a cargar su cruz y a hacer lo que yo les diga. Si sólo les preocupa salvar su vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mi causa, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane en este mundo todo lo que quiera, si al fin de cuentas pierde su vida. Y nadie puede dar nada para salvarla. Porque yo, el Hijo del hombre, vendré pronto con el poder de Dios y con mis ángeles, para darles su premio a los que hicieron el bien y para castigar a los que hicieron el mal. Les aseguro que algunos de ustedes, que están aquí conmigo, no morirán hasta que me vean reinar’» (Mt. 16:24-28, TLA).



«En realidad, también yo he muerto en la cruz, junto con Jesucristo. Y ya no soy yo el que vive, sino que es Jesucristo el que vive en mí. Y ahora vivo gracias a mi confianza en el Hijo de Dios, porque él me amó y quiso morir para salvarme» (Gal. 2:20, TLA).



Las ropas. Aquellas «ropas» de Esteban (su manto y su túnica), fueron arrojadas a los pies del joven Saulo por los testigos manipulados en contra de aquel diácono helenizante de la iglesia judeo-cristiana. La mala justicia se disfraza como buena justicia para manifestar sus pretensiones de justicia.



Aquellas «ropas» fueron una señal profética del martirio futuro que luego caería sobre Pablo de Tarso. Este testimonio de las «ropas» de Esteban, Pablo de Tarso nunca lo dio. Pero de seguro, que en alguna conversación privada con el médico Lucas, compartió aquel recuerdo. Y Lucas, años después vio la importancia de registrarlo en su libro de los Hechos. La palabra griega para joven es «neamías» y puede significar un joven de entre 25 a 40 años de edad. Saulo de Tarso tendría cerca de 30 a 35 años. Probablemente nació en el año 8 de la era cristiana. En el año 2008 la Iglesia Católica Romana celebró el «Año Paulino» de los dos milenios del nacimiento del Apóstol a los Gentiles. Es probable que Lucas utilice dicho término para también dejar ver la falta de madurez y de sabiduría espiritual en Saulo.



Dios habla por señales proféticas. El manto de Elías sobre Eliseo fue una señal profética del llamado a Eliseo:



«Elías se fue de allí y encontró a Eliseo hijo de Safat. Eliseo estaba arando su tierra con doce pares de bueyes. Él iba guiando la última pareja de bueyes. Cuando Eliseo pasó por donde estaba Elías, éste le puso su capa encima a Eliseo, y de esta manera le indicó que él sería profeta en lugar de él» (1 R. 19:19, TLA).



El manto que se le cayó a Elías y lo recogió Eliseo fue otra señal profética de que Eliseo era confirmado como el sucesor de Elías:



«Eliseo, viendo lo que pasaba, se puso a gritar: ‘¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!’. Pero no volvió a verlo. Entonces agarró su ropa y la rasgó en dos» (2 R. 2:12, NVI).



«Luego recogió el manto que se le había caído a Elías y, regresando a la orilla del Jordán, golpeó el agua con el manto y exclamó: ‘¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?’. En cuanto golpeó el agua, el río se partió en dos, y Eliseo cruzó» (2 R. 2:13-14, NVI).



«Los profetas de Jericó, al verlo, exclamaron: ‘¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!’. Entonces fueron a su encuentro y se postraron ante él, rostro en tierra» (2 R. 2:15, NVI).



Pero antes de que Saulo de Tarso llegara a entender y a aceptar que era uno de los elegidos por el Señor Jesucristo para continuar la misión evangelizadora de Esteban, pasarían algunos años dando «coces contra el aguijón». Pero ya el Espíritu Santo lo tenía en la mirilla y Jesucristo personalmente tendría que tratar con él. […]



Aquellas eran las «ropas» de la futura elección como apóstol y misionero para un Saulo de Tarso, que vivía su presente, pero ya Jesucristo le tenía marcado su futuro. Eran las ropas del martirio que algún día con honor Saulo de Tarso llevaría como testimonio ante el verdugo romano.


 

 


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