Malva solamente aparece una vez en la Biblia, en el libro de Job, para referirse a un vegetal comestible propio de regiones desérticas.
Recogían malvas entre los arbustos, y raíces de enebro para calentarse. (Job 30:4)
La palabra “malva” solamente aparece una vez en la Biblia, en esta cita del libro de Job, para referirse a un vegetal comestible propio de regiones desérticas. En hebreo es malluakh, מַלּוֹחַ, que significa “salado” puesto que proviene de la palabra “sal” (melakh).
Se trata de una planta herbácea que, según el Talmud, consumían habitualmente los judíos que trabajaban en la reconstrucción del templo (520-515 a. C.) (Kiddushim, III, fol. 66a).
Ciertamente existen varias especies del género Malva en Israel, algunas de las cuales se pueden comer ya que son ricas en vitaminas o poseen propiedades medicinales, como Malva aegyptia, M. neglecta, M. nicaeensis, M. sylvestris, etc. Sin embargo, ninguna de tales especies tiene sabor salado, como indica claramente el nombre hebreo.
Esto hizo pensar a los botánicos y traductores del texto de Job que probablemente no se refiera a las malvas sino al armuelle u orgaza (Atriplex halimus) y así es como lo traducen ya algunas versiones bíblicas (BLP).
Se trata de un arbusto forrajero comestible, de hojas saladas y perteneciente a la familia Chenopodiaceae, de origen europeo pero ampliamente distribuido por toda la cuenca mediterránea y abundante en Tierra Santa.
Al ser una planta tan común, recibe muchos nombres vulgares tales como: armuelle, salat blanc, marisma, orgaza, verdolaga de mar, salado, salobre, salgado, sosa, sojón, etc. Los beduinos del desierto todavía lo consumen hoy, tal como especifica el texto bíblico, donde se habla de chiquillos que por falta de mejores alimentos se comían las hojas de esta hierba y roían las raíces de la retama.
¿Quiénes eran estos muchachos que, según el texto, humillaban a Job, se reían de él y le habían perdido el respeto? Al parecer, eran gente proscrita, ladrones que vivían en el desierto por haber sido expulsados de las ciudades.
El respetable patriarca había caído tan bajo que hasta estos individuos se burlaban de él y le escupían en la cara. Parecía que Job no podía hacer nada por defender su honor ante esta gente sin escrúpulos que arremetían contra él.
No obstante, estas personas eran indígenas del desierto, gente no semítica perteneciente a otra etnia y a otra clase social, frente a los cuales él había mostrado desprecio y los había maltratado en el pasado. Este era el pecado de Job: el racismo.
El gran patriarca bíblico, un hombre recto, integro y temeroso de Dios, tuvo prejuicios religiosos y raciales. Fue como un rey benévolo y bondadoso con su propia gente, pero menospreció y maltrató a los de otras etnias.
Por eso ahora esas gentes se volvieron contra él. Job tuvo que aprender, al caer tan bajo, que el amor de Dios es universal e incluye a todos los pueblos de la tierra.
Finalmente entendió, al experimentar tales consecuencias negativas, que el Creador “de una sangre hizo todo el linaje de los hombres” y que el orgullo, el racismo o la xenofobia no pueden tener cabida entre las hijas y los hijos de Altísimo.
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