Monroy transmite credibilidad. Habla clarito y convence con la Palabra, pero también con el ejemplo.
No conozco otro protestante español, como el marroquí Juan Antonio Monroy, que impacte tanto con sus palabras y con las obras de su fe cristocéntrica. Seguro que los hay, pero no los conozco, ni de oídas.
Los hay buenos creyentes, prototipos de la familia feliz; y los hay majaderos, supuestos defensores de la fe que, desde sus cómodas libertades conseguidas por hermanos como Monroy, no muestran respeto alguno por la labor y el legado que han dejado para el protestantismo español.
Entre los serios problemas del mundo evangélico o protestante español están, por citar algunos, el autoengaño y la actitud plañidera ante la sociedad. También el no hablar con claridad, empezando por la inmensa mayoría de sus ¿¿¿líderes???, quienes suelen enviar a encomenderos para avisar y/o apercibir a quienes entienden que se salen del carril o no acatan sus mandatos. “Nunca te reconocerán que alentaron o hicieron algo contra otros. Si te dijeron algo en privado, nunca lo admitirán en público”, me confesó otro teólogo con muchos lustros de experiencia de “campo”.
Monroy, que no es teólogo ni poeta, salvo un simple (pero eficaz) seguidor del Amado galileo y émulo perfecto del viajero Pablo, sabe de todas estas escenografías y componendas. Y sabe que lo primero que deberíamos hacer, antes de quejarnos por lo que entendemos tratamientos injustos de la sociedad hacia el pueblo evangélico, sería el aclarar muchas de las situaciones que suceden dentro.
Y él de da ejemplo de esa claridad en todos sus escritos. Pero hoy deseo referirme al último de sus libros publicados, “Hasta el fin del mundo. Historia y autobiografía” (El Heraldo de la Verdad, Madrid, 2018), vertebrado en tres secciones claramente diferenciadas, más un apéndice dedicado a su viaje por Armenia: Autobiografía, Historia y América hispana.
Leamos una primera cata de la parte dedicada a la historia suya y a la creación en Madrid de la primera Iglesia de Cristo, allá por julio de 1965. Y aprendamos dos primeras lecciones de Monroy: nunca está de vacaciones, y menos en julio, y siempre- siempre dice las cosas bien clarito:
“…Cuando llegué a Madrid ya se conocía mi identificación con la Iglesia de Cristo. X (este y otros nombres pueden leerse en la página 22), entonces pastor de la Iglesia bautista en la calle General Lacy, me pidió que no iniciara otra Iglesia en Madrid, que colaborara con él en su iglesia. Dos pesos pesados del protestantismo español (XX), grandes hombres a los que yo quería, escribieron en sus publicaciones cuestionando mis conceptos doctrinales y alertando al pueblo evangélico de lo que ellos creían erróneas interpretaciones del bautismo cristiano. Uno de los hijos del obispo episcopal (XXX) me denunció ante el ministerio de justicia alegando que yo estaba en contra del régimen político imperante en el país. El coco había llegado a Madrid. / Mis primeros enemigos fueron los de mi misma casa. / Algunos líderes evangélicos. / Con el tiempo volvió la calma.// Cuando pedí ingreso en la Comisión de Defensa Evangélica Española tres de los siete miembros de la Permanente se opusieron. Finalmente ingresé y aporté aires nuevos a viejas ideas. Espíritu de lucha y convicción de triunfo…”
¡Ay, hermano Monroy, qué cosas escribe usted! En una de las varias oportunidades que he tenido el privilegio de estar y hablar con él, le pregunté si estas francas manifestaciones de los hechos le habían generado más de una animadversión. Su respuesta es otra lección que aprendí a rajatabla: “Querido poeta, si hubiera hecho caso a los cientos de críticas que me han hecho, directa o indirectamente desde nuestra hermandad, hace ya muchas décadas que mis huesos estarían en el cementerio. No debes contestar a ninguna de diatriba: Tu ser y tu camino sólo deben estar entrañados a Cristo. Lo demás es lo de menos”. De cierto que así lo he hecho, aunque alguien puede haberme tildado de soberbio o ‘enfriado’: no contesto, ni siquiera cuando me elogian, y menos en redes sociales y demás utensilios de ‘comunicación’ volátil. Monroy no está en Redes sociales, y yo sigo a Monroy: a veces pienso que hasta ‘supero’ al maestro, pues no tengo ni teléfono móvil…
Pero sigamos con nuestro hermano marroquí. En ese suelo nació (Rabat) y en ese suelo –Tánger– recibió a Cristo a los 20 años (“…en las calientes tierras africanas…”, pág. 10). Digo marroquí porque es verdad, y también digo que es francés y español, países de origen de sus padres. Pero lo digo especialmente porque habla un árabe fluido, como cuando le escuché hacer el pedido de las comidas en un restaurante marroquí de Madrid, donde nos había llevado a Juanjo, Jacqueline y a este escriviviente. El camarero esbozó una alegre sonrisa y se puso a hablar unos minutos con su paisano. Y nosotros con hambre…
Así de cercano es, y así de contundente. Las dos oportunidades que en Salamanca ofreció sendas conferencias (cuando recibió el Premio Jorge Borrow y cuando la reunión anual de ADECE), el público asistente, la mayor parte católicos o no creyentes, quedaron impresionados con este protestante heterodoxo, uno de los tres fundadores de una institución que se conoce en todo el mundo: Amnistia Internacional.
Y es que Monroy transmite credibilidad. Habla clarito y convence con la Palabra, pero también con el ejemplo: se implica con el otro, se desprende de mucho de lo suyo en las decenas, centenares de viaje misioneros que ha hecho a lo largo y ancho de 35 países de cuatro continentes. A modo de aproximación, decir que ha ofrecido conferencias en 30 de los 50 Estados de EE.UU. Texas y Oklahoma lo han distinguido como Ciudadano Honorario; también la ciudad de Houston. Tiene doctorados Honoris causa en Estados Unidos y Puerto Rico… Ha fundado o contribuido a fundar 26 iglesias en Marruecos, España, Portugal, Suiza y Miami; ha fundado dos institutos de formación teológicas. Ha formado parte o ha fundado dos instituciones misioneras. Ha ejercido, con rotundo éxito, un ministerio radiofónico iniciado en 1956 y activo a día de hoy. Sé, por el testimonio de dos hermanos que se congregaban en la iglesia de Salamanca, que ellos, viviendo en Barcelona, se convirtieron oyendo los programas semanales que Monroy mantenía entonces en Radio Luxemburgo.
Y de sus libros ¿qué? Y qué de las revistas que fundó y dirigió. Y de sus artículos… Ay, hermanos lectores, sería demasiado extenso hacer un resumen, siquiera mínimo, de estas facetas de un divulgador máximo de la Palabra.
[photo_footer]Segovia, Corral, Monroy y Jacqueline Alencar, en Salamanca.[/photo_footer]
La parte principal de su libro Hasta el fin del mundo es hacer memoria de sus viajes misioneros por la América toda, incluyendo Brasil y Haití. Claro que el meollo de su trabajo lo ha hecho en la América Hispana. Pocos cristianos españoles habrá -como Monroy- que quieran más y traten en plano de igualdad a las gentes de América, habiéndose implicado tan generosamente con esas tierras del delirio de donde procedo. Y lo ha hecho entrañandose genuinamente en su cultura, sus costumbres, sus aportes literarios…
Leamos una segunda cata, en la página 127: “El Cristianismo de Cristo es algo más que palabras. También es implicación en problemas humanos. Siempre he tenido en cuenta esta verdad. Acudí en ayuda a terremotos en México capital, en Chiapas, inundaciones en Venezuela, en Cuba, en Nicaragua. Durante quince días estuve distribuyendo alimentos, ropa, material escolar, dinero por pueblos de Sri Lanka cuando el tsunami de 2004 azotó el país y otras zonas de Asia”. Y cita a Jesús el Cristo: "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis."
Estimo conveniente dejar para otra entrega un análisis más a fondo de los periplos americanos de este viejoven de 91 años. Su esfuerzo lo merece. También su claridad y la rotundidad ética de sus miradas a cada país de la otra orilla. Pero nadie crea que Monroy baja la guardia cuando de América se trata. Y empieza por los que se estiman cristianos evangélicos, como cuando escribe sobre Guatemala: “Guatemala es el único país de la América hispana que ha tenido dos presidentes protestantes: Efraín Ríos Montt y Antonio Serrano Elías. Los dos fueron hombres nefastos que deshonraron la fe evangélica y vituperaron el nombre de Jesús de Nazaret... Una época en que atacado por la depresión se refugió en la llamada del Verbo Divino, de carácter pentecostal, de la que fue nombrado pastor. Llegó a convertirse en un fanático religioso, llevando al gobierno algunos preceptos de la Biblia. Pero nada aprendió de ella. La periodista Irmalicia Velázquez dice que cometió el 50 por ciento de los crímenes en años de conflictos armados. El año 2001 se le entabló un proceso judicial acusado de la muerte de 1.711 personas en varias ciudades del país. Ríos Montt nunca llegó a conocer la sentencia definitiva. Murió antes. Según Amnistía Internacional, en los primeros meses de su mandato el ejército bajo sus órdenes mató a diez mil campesinos.
El otro presidente supuestamente protestante, Jorge Antonio Serrano, nunca fue acusado de asesino, pero sí de corrupto y ladrón. Gobernó Guatemala un corto período de tiempo, desde enero 1991 a junio 1993. Destituido por otro golpe de estado huyó a Panamá, llevándose una gran cantidad de millones en dólares, según dicen en Guatemala.
Ahora gobierna el país Jimmy Morales. Era muy conocido como autor y presentador del programa Moralejas, un espacio dedicado al humor y a las revistas del corazón. Se presentó como candidato a la presidencia del país en las elecciones de 2015. Ningún político, excepto sus partidarios, creía que vencería. Contra todo pronóstico ganó las elecciones y fue investido presidente de la nación el 14 de enero 2016.
Como Ríos Montt y Serrano, también Morales pasa por protestante. Estudió en el Instituto Evangélico América Latina y fue graduado en Teología en el Seminario Teológico Bautista. No obstante, líderes evangélicos con quienes pude hablar en Guatemala dudan de su fe cristiana. Dicen que utilizó al electorado evangélico para ganar las elecciones. No se le identifica con iglesiade ninguna denominación ni habla en público de sus creencias religiosas…” (Páginas 155-157).
No hay duda: Monroy es Monroy y no hay otro semejante, al menos que yo conozca. Y con sus dieciocho lustros de vida nos ofrece lecciones a diario, y en todos los terrenos que queramos. Imposible emularlo, si siquiera los jóvenes o quienes tenemos algunos años menos. Pongamos un ejemplo: Hace algunos años tuvo que pasar por el quirófano por problemas en una pierna. Tenía compromisos que cumplir en Colombia, prédicas y conferencias. El médico le prohibió estar en actividades y muchos menos hacer un viaje a América. Pues el quijote Monroy, subido en una reluciente silla de ruedas, no sólo hizo el viaje si no que cumplió lo prometido a pastores y líderes del país de García Márquez, un escritor de cuyas novelas mucho sabe y ha escrito.
Ya abordaremos con amplitud las andanzas de Monroy por América. Y porque mucho ha entregado a América es porque digo que habla clarito, con ese diminutivo tan inherente a nuestro castellano hablado en el trópico. Lo merece.
[photo_footer]Tarquis, López, Alencart y Monroy en ADECE. /Jacqueline Alencar[/photo_footer]
Y también más adelante, como cuando Manuel López, escribió una artículo nombrando a Monroy como referencia del protestantismo español. Tuve la satisfacción de conocerlo cuando desde ADECE supimos reconocerlo en vida. Fue el año 2013 y Monroy habló sobre el homenajeado por sus hermanos escritores y periodistas.
Leamos una tercera cata del libro, esta vez de las páginas 8 y 9: “Si se dice de un hombre fallecido que era bueno como un pan, éste era toda una panadería. Noble. Humilde. Amigo hasta de sus enemigos. Inteligente. Culto. Sabio, creyente. Corto me quedo al escribir las características humanas de Manuel López Rodríguez, periodista de pluma y fotógrafo de máquina. Un fotoperiodista como nunca hubo ni lo hay en el protestantismo español; siempre envidiado por algunos líderes y ninguneado por otros.
Manolo me quería mucho. Y yo a él. Entramos en contacto cuando él vivía en Alemania. Tenía 20 años. Por entonces yo publicaba en Tánger el periódico "La Verdad". A Manolo le entusiasmaba. Se autonombró representante de "La Verdad" en Alemania. Me enviaba artículos y noticias de los españoles en la emigración. Empezó a asistir a la Iglesia. Fue bautizado por Francisco Robles, a quien yo bauticé en la Iglesia Bíblica de Tánger, por aquél entonces pastor en Alemania.
Un día, siendo director de la revista bautista El Eco, a Manolo se le ocurrió publicar un artículo con el título Nos queda Monroy. Basaba la argumentación en que los líderes históricos del protestantismo español estaban muriendo y yo iba quedando.
Se armó Troya. Le contestaron y le atacaron miembros destacados de su misma denominación, disconformes con la tesis. No llegaron a entender, o no quisieron, que Manolo daba a su artículo un sentido generacional, no valorativo.
Sin embargo, era verdad entonces y es más verdad ahora, septiembre del año 2018. Ignoro si queda algún hombre vivo y activo de aquellos que trabajamos unidos en la Comisión de Defensa Evangélica Española por los años 60, que triunfamos sobre la intolerancia con la Ley de Libertad Religiosa de 1967, que forzamos una segunda Ley en 1980, que constituimos la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) en 1986, que negociamos y firmamos Acuerdos de Cooperación con el Estado en 1992…”
¡Ay, hermano Monroy, nos está poniendo muy alto el listón!
El libro está escrito en primera persona. Y como Monroy sabía que ese sería el supuesto primer punto flaco, desde la perspectiva de quienes ven la paja en el ojo ajeno y no las tremendas vigas instaladas en el suyo, deja bien clarito el por qué de su elección para narrar así su tránsito existencial: “Cuando el apóstol Pablo presenta a los corintios la relación de sus éxitos y penalidades, en duelo con sus enemigos según el texto que encabeza este capítulo, lo hace con una admirable eficacia retórica. No es literatura yoista; escribe en primera persona porque es el género que cuadraba a la exposición de sus actividades. Ahora, en la etapa final de mi existencia, en "la última farra de mi vida, de esta vida muchacho que se va, mejor dicho, ya se ha ido", quiero dejar escrito un reducido balance de mis trabajos. Lo hago, como Pablo, en primera persona. Lo hago pidiendo a los lectores lo que pedía el apóstol: "¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! Sí, toleradme". "Como si estuviera loco hablo" (escribo). (2a Corintios 11:23). ;Me hago un necio al gloriarme?, "Vosotros me obligasteis a ello, pues yo debía ser alabado por vosotros" (2a Corintios 12:11). Aquellos "vosotros" eran los compañeros de Pablo, los miembros de iglesias a quienes había servido, los mismos discípulos que aún vivían y que le dejaron solo en las cárceles de Roma (2a Timoteo 4:11).”
Tengan por seguro que no me verán escribiendo los días siguientes a cuando Monroy muera y vaya directito a darle charla al Amado Galileo. Ha vivido siguiéndolo y sigue difundiendo sus Buenas Nuevas.
En vida le doy los abrazos, le dedico mis poemas, le expreso mi admiración sin subterfugios… En vida las flores, la hermandad, el reconocimiento de saberme amigo de un maestro llamado Monroy. Lo que sí puedo prometer es que intentaré que no se olvide su nombre y su trabajo. Y escribiré mucho sobre él, cuando pocos, muy pocos, se acuerden de lo mucho que todos le debemos.
Él ya avisora el consabido olvido. Leamos lo que nos deja por escrito, cual testamento: “Habla mi experiencia: Los líderes evangélicos no destacan precisamente por su generosidad, ni por el reconocimiento de las cualidades del otro, ni por los deberes que imponen el compañerismo y la amistad. ¿Quién escribe, cuánto se escribe hoy de líderes de ayer como José Cardona, Juan Luis Rodrigo, Samuel Vila, José María Martínez, José Grau y tantos otros que consumieron su vida al servicio de Cristo en España? Igual destino será el mío. Cuando mi cadáver baje a la tumba, algunas lamentaciones, cuatro recuerdos en los tres primeros meses y Juan Antonio Monroy quedará sepultado en el fondo de la tumba. Muy al fondo. Olvidado. Plenamente convencido de que llegará ese día y ese mismo destino, me propongo dejar escrito, a modo de testamento notarial, un resumen de mi paso por la vida, de fidelidad y dedicación plena al ideal que asumí a los veinte años de vida en las calientes tierras africanas: Cristo y su mensaje al mundo. Confío que esta amplia hoja de servicio, que repito una vez más, redactaré en primera persona, lleve alegría al corazón de Dios.” (Páginas 9-10).
Vayamos terminando. Aquí recupero un poema que hace años dediqué a Juan Antonio Monroy. No es contra el olvido: lo es contra la muerte.
Unos hablan de resurrección sin querer tocar el hueso del desvalido. Otros, como Monroy, se implican y se hacen uno con el prójimo.
[photo_footer]Escobar, Monroy y Alencart en el edificio histíco de la Universidad de Salamanca./Jacqueline Alencar[/photo_footer]
(Para Juan Antonio Monroy)
No es del azar su destino
ni ansias de compañía en los cielos altos
persiguiendo truenos sin descanso.
Dios bien sabe que lo suyo
no es vender puentes hacia un vano paraíso,
pues este hermano comunica
sin rebuscar palabras porque ya tiene Unas
que le iluminan el camino
y toda su sangre revelando los misterios
de esa copa que purifica a quien escucha
y siente y se asombra
cómo el Verbo genésico diluye
el mar de las amarguras, cómo el Verbo
hace posible
que ya no se esté más triste,
ni huérfano ni solo.
¡Misericordia, hermanos, con este hermano
que comunica saliendo al mundo
y que no calla la realidad fingida
y que no juega al escondite en las capillas!
¡Misericordia con el hermano
que pronto humilla su sombra ante el Dios
que bien sabe que lo suyo
es anunciar sin desaliento, rescatando
su parte niña porque el corazón le manda
desterrar cualquier paso sin querencia,
cualquier entrega sin pasión!
Inmenso voltaje del reino y de la vida
llena de emociones entre nieves y hogueras:
mejor decir la verdad junto al grande Galileo
de todos los acentos; mejor ir con el “yo” en alto
que ser lánguido hijo del “Yo Soy”.
¡Misericordia, hermanos, con este hermano
que vocea el nombre del Padre
por sus tres continentes!
¡Misericordia,
porque Dios bien sabe que lo suyo
no es tramoya ni viejo decorado
y sí pasión generadora
que comunica la buena nueva
corriendo tras los más desfavorecidos!
¿Azul es el camino?
¡Azul y rojo y verde o amarillo
teniendo la voluntad
de nacer de nuevo todos los días
bajo las alas del Dios
de Miqueas
o de Juan Antonio.
[photo_footer]Juanjo, Alfredo, Jacqueline y Juan Antonio en un restaurante marroquí de Madrid.[/photo_footer]
Quienes leen puntualmente a Juan Antonio Monroy, semana tras semana, saben que está publicando artículos sobre la obra novelística de su admirado Miguel de Unamuno. Pero el imparable maestro hace ya varios meses que terminó de escribir dicha serie, la cual va apareciendo poco a poco. Y se preguntarán en qué proyecto está ahora. No lo sé, de verdad. Lo que sí sé de cierto es que durante los primeros meses de la pandemia ha escrito un libro sobre uno de los libros de la Biblia que siempre le ha fascinado, el Cantar de los Cantares. Ya terminó dicha obra, donde analiza cinco interpretaciones al Cantar: Literal, Judía, Católica, Espiritual y Racionalista.
¡Ay, hermano Monroy, ya voy entendiendo por qué habla tan clarito!
PS: El libro que he mencionado no lo recomiendo para adeptos a teologías baratas y demás majaderías. En todo caso, aquí una referencia donde solicitarlo: El Heraldo de la Verdad. Apartado 173 - 28830 – San Fernando de Henares, Madrid.
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