Todos los que vivimos principalmente de la lectura y en la lectura no podemos separar de los personajes poéticos o novelescos a los históricos… Todo es para nosotros libro, lectura.
Esta novela de Unamuno tiene su propia historia. Con el título que figura más arriba apareció en Madrid en 1920. Diez años después el gran vasco convirtió la novela en una pieza teatral con el título Sombras de sueño. Fue estrenada el 24 de febrero de 1930 en el teatro del Liceo de Salamanca por la compañía de Rivas Cheriff y al mes siguiente se representó en el teatro español de Madrid.
Diez años pasaron desde la publicación de la novela y su dramatización. La primera mención del nuevo quehacer dramático de Unamuno la encontramos en una carta que el 3 de noviembre de 1926 dirige a Jean Cassóu, donde le dice: “Voy a ver si le envío dos nuevos dramas que he hecho aquí (en Hendaya): El Otro y Tulio Montalbán”. No son muchas las diferencias entre la novela y la obra de teatro. En primera página de Sombras de sueño ya tenemos al don Juan Manuel de la novela quejándose de que su antigua hacienda menguara de un modo alarmante.
Manteniéndonos en la novela, Unamuno sitúa la acción en Canarias. En 1923 dice a José Forns en Hendaya: “La novela tiene ambiente de isla, de esas islas que yo he recorrido luego palmo a palmo y dentro de cuyos caserones he comprendido por primera vez en mi vida la verdadera amplitud de la palabra aislamiento”.
Según consta en todas sus biografías Unamuno estuvo en las Islas Canarias dos veces: En 1909, invitado como mantenedor de los juegos florales y en 1924, cuando fue desterrado a Fuerteventura. Se cree que fue en su primera visita cuando pudo recorrerla palmo a palmo y regresó a la península con el ambiente de isla que figura en la novela.
Desde las primeras páginas del texto el narrador destaca la existencia de don Juan Manuel Solárzano y de su hija Elvira. “Habitaban en la pequeña ciudad, capital de la isla, en un viejo caserón que daba a una solitaria calleja; caserón de largos corredores y vastas habitaciones. En una había instalado su biblioteca… Y en la biblioteca también ajaba gran parte de su triste mocedad su hija, que vivía sin amigas, como una flor solitaria en un tiesto a la sombra”.
El padre no era ajeno a la congoja de la hija. Solía decirle: “¡Ah, mi pobre Elvira, lo que siento tus penas!” Y la hija respondía: “No te congojes de esa manera, que lo que haya de ser, será. No siento ningunas ansias por casarme, por crear otra familia”.
Había en la biblioteca una biografía de Tulio Montalbán, héroe de una pequeña república americana, sometida al dominio de una potencia vecina. Muy joven contrajo matrimonio con Elvira Jacquetot. También joven murió Elvira. La muerte de su mujer le sumergió en la desesperación. Se dedicó a guerrear para librar a su patria de opresores. “Quiero libertad la tierra en que mi Elvira descansa”, decía. Cuando había logrado triunfar sobre sus enemigos, una noche, al cruzar un río, se ahogó. Los soldados que le acompañaban dijeron que lo enterraron allí cerca, pero no se volvió a saber nada de él.
Elvira Solárzano leía el libro una y otra vez. Un día le dijo el padre: “Observo que te va sorbiendo el seso esa biografía de Tulio Montalbán. No vaya a resultar ahora que te has enamorado de ese héroe”.
– “Y si fuera verdad, ¿qué?”.
– “Que el enamorarse de un héroe de novela o de un personaje histórico ya muerto como ese Montalbán es una locura”.
Elvira no lo creía así. Es más, afirmaba que la muerte de Montalbán no estaba suficientemente documentada. Y tal vez un día cualquiera una tormenta echara a su héroe a la isla.
No andaba descaminada.
Hasta la isla llegó un barco del que bajó un hombre enfermo. Decía que no podía continuar la navegación. Que se quedaría allí hasta reponerse. Afirmaba llamarse Julio Macedo. Parecía americano, finísimo, culto y rico.
El primer encuentro entre Elvira y Julio se produce junto a la Fuente de la teja. Los encuentros continuaron. Macedo pidió hablar con el padre. Le responde Elvira:
– “Bueno, señor Macedo, hablaré con mi padre”.
– “¡Y yo también!”
– “¿Qué quiere decir eso?”
– “Nada; que espero ganar la confianza de don Juan Manuel y de usted… ¡el corazón!”.
Las visitas se suceden. Va brotando del amor. Elvira insiste en conocer el pasado de Julio Macedo.
– “Pues bueno, ¿quién es usted? Otra vez, ¿quién es usted?”
Elvira le pregunta directamente si conoció a Tulio Montalbán. Y llega la sorpresa. Macedo le responde que sí, que eran amigos desde niños. Que Tulio Montalbán estaba muerto. ¿Quién le mato?, quiso saber Elvira. Ante el silencio de Julio intuyó lo más grave: “Usted, usted le mató, ¡usted!”. Inclinando el rostro, Julio confiesa: “Sí, yo le maté, yo, Julio Macedo, maté a Tulio Montalbán”.
Vuelve Unamuno al tema de su anterior novela, Abel Sánchez: Grita Elvira: –¡Caín! ¡Caín! ¡Caín!, y al decirlo retrocedía.
Desde entonces la pobre Elvira no podía dormir sin soñar. En sus pesadillas dos hombres estaban presentes y luchaban entre ellos: Tulio Montalbán y Julio Macedo.
Ocho días después de la ruptura entre Julio y Elvira don Juan Manuel dice a la hija que Julio Macedo le ha pedido una entrevista, a lo que Elvira contesta:
“No puedo verle, no debo verle, no quiero verle, me da miedo”, a lo que responde el padre:
– “Me parece que estás ya enamorada”.
– “¿Yo? ¿De él?”
– “Sí tú, de él, de Julio Macedo”.
– “Quién sabe, susurró Elvira palideciendo”.
Padre e hija llegan a la sala donde esperaba Julio Macedo, conducido allí por el criado de la casa. Al iniciar la conversación explota la bomba. Macedo confiesa: “Yo fui Julio Montalbán”.
“Pues entonces, dijo con un hilo de voz Elvira, ¿Cómo no me lo habías dicho antes? Y aquella historia… ¿aquello de la lucha y la muerte?”
Julio lo explica todo. Aquella noche, junto al río, quiso dar muerte ficticia a Julio Montalbán para borrarlo de la historia. Hizo jurar a sus más fieles soldados que guardaran el secreto de su desaparición haciendo creer en su muerte y propagando que lo habían enterrado.
Aquí es donde la novela adquiere su giro más dramático con la sumisión del corazón femenino. Dando por terminada la conversación Tulio o Julio se decide abandonar la casa. “Elvira se abalanzó a él. Cogiéndole de un brazo y blanca y fría y temblorosa como una nevada en torbellino, gimió: “No, no te vayas; tú, quien quiera que seas, no te vayas. ¡No, no! Sé a donde vas. Quédate, tú, quédate. ¡Y perdóname! ¡Perdóname! Ahora he conocido al hombre. Ahora conozco que te quería, que el miedo que me infundías era amor, que por dentro…”
Inútil. Julio sale de la casa. Al punto suena un tiro. “Don Juan Manuel se precipitó al portal y allí encontró el cuerpo del que había sido Tulio Montalbán y Julio Macedo. Apenas salido de la sala, se encontró en el portal, arrodillándose en él, sobre las rosas enmohecidas, y se dió un tiro en la sien”.
Termina la narración con la noticia de que Elvira recibe un paquete con las Memorias de Tulio Montalbán. Elvira no quiere leer los folios, pero don Juan Manuel, como fiel historiador, si lo hace. Elvira reduce a cenizas las Memorias.
En el primer capítulo de Cómo se hace una novela, página 732, tomo VIII de Obras completas, Unamuno reflexiona de esta manera: “Todos los que vivimos principalmente de la lectura y en la lectura (como don Juan Manuel Solárzano y su hija Elvira) no podemos separar de los personajes poéticos o novelescos a los históricos… Todo es para nosotros libro, lectura”.
Ese fue el drama de Elvira.
Concluye Unamuno: “La sombra de la noche arropó el viejo y callado hogar solariego isleño de los Solárzanos coloniales. Y en su umbral lamía los muros, como una llama lenta, un recuerdo de sangre”.
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