Las lentejas se digieren demasiado pronto y desaparecen, mientras que la palabra del Señor permanece para siempre.
Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas;
y él comió y bebió, y se levantó y se fue.
Así menospreció Esaú la primogenitura. (Gn. 25:34)
Las lentejas aparecen en varias ocasiones en la Escritura. La palabra hebrea empleada para referirse a ellas es adashim, (Gn. 25:34; 2 S. 17:28; 23:11; Ez. 4:9).
Todavía hoy los sirios las siguen llamando addas. El término hebreo fue traducido al griego como phakós, y al latín como lens, lentis. Esta palabra latina, de donde viene “lenteja”, refleja la analogía existente entre tales semillas y la curvatura propia de una lente biconvexa.
Los hebreos las consumían hervidas como potajes de color rojizo (Gn. 25: 29-34), tonalidad que era consecuencia del tipo de lentejas que había entonces.
Esaú menospreció su primogenitura y se la vendió a su hermano Jacob por un simple plato de tales guisos rojos de lentejas. El término Edom, que significa “rojo” y que constituyó el reino de Edom situado al sur del Mar Muerto, viene precisamente de ahí.
En otro momento de la historia bíblica antigua, cuando David y su pequeño ejército estaban luchando contra los rebeldes capitaneados por su propio hijo Absalón, las lentejas fueron también una de las provisiones que los partidarios del rey le proporcionaron (2 S. 17:28).
Asimismo, Sama, uno de los valientes de David, defendió ante los filisteos un terreno plantado con lentejas, que eran consideradas como un tesoro alimenticio en aquellos tiempos (2 S. 23:11).
Incluso se llegó a hacer un “pan duro de lentejas”, en tiempos de escasez, y aunque éste no era muy bueno, sirvió para mitigar el hambre del pueblo (Ez. 4:9).
De manera que estas pequeñas legumbres eran muy conocidas y usadas por los hebreos ya que crecían silvestres en los campos de Moab y además se cultivaban por todo Israel, siendo un alimento básico de las clases populares.
También los egipcios las tenían en alta estima y cultivaban las famosas “lentejas de Pelusium” en la región egipcia más próxima a Palestina (Virgilio, Geórgicas, 1, 228). Incluso hay inscripciones en las tumbas egipcias que indican como se preparaban los potajes rojos de lentejas.
El naturalista latino del primer siglo d. C., Plinio el Viejo, describe también dos variedades de lentejas egipcias, una de las cuales era roja (Historia Natural, 18, 12).
La lenteja común (Lens culinaris) es una planta anual herbácea de reducidas dimensiones, quizás sea la más pequeña de las leguminosas cultivadas por el ser humano.
Pertenece a la familia de las Fabaceae, su tallo es endeble y sólo alcanza de 30 a 40 cm de altura. Las hojas terminan en zarcillos poco arrollados y están compuestas por una docena de hojillas más pequeñas.
Sus flores son blancas con delgadas venas moradas. Los frutos están formados por pequeñas vainas que contienen sólo dos o tres semillas pardas, verdosas o rojizas, según la variedad, en forma de disco de unos 50 mm de diámetro.
Se trata de una planta muy rica en nutrientes, originaria del Próximo Oriente.
Como la mayoría de las leguminosas, las lentejas poseen abundantes hidratos de carbono. Por cada 100 gramos de peso, hay unos 60 gramos de carbohidratos como el almidón y la fibra, 26 de proteínas, 10 de agua y sólo uno de grasas.
El resto son vitaminas y minerales. Recientemente se ha demostrado también que las lentejas fermentadas reducen la hipertensión arterial.[1]
Otra característica interesante de las lentejas, y en general de todas las leguminosas, es la presencia en sus raíces de unos nódulos que contienen bacterias del género Rhizobium, capaces de convertir el nitrógeno de la atmósfera, que los vegetales no pueden utilizar, en nitrógeno orgánico (nitrato), que sí pueden absorber y usar.
De ahí que las proteínas de las leguminosas contengan moléculas de nitrógeno en su composición. Por eso se plantan periódicamente leguminosas en los campos con el fin de reponer el nitrógeno, en forma de nitratos, del suelo.
La historia bíblica de los hermanos Esaú y Jacob, a que se refiere la cita que encabeza esta entrada (Gn. 25:27-34) y que trae a colación el famoso caso del intercambio de una valiosa primogenitura por un paupérrimo plato de lentejas, refleja muy bien las grandes diferencias existentes entre los dos hermanos.
Es cierto que crecieron juntos, pero tanto sus respectivos caracteres como sus vocaciones fueron desde siempre muy diferentes. Esaú, el primogénito, era activo, le gustaba salir y estar en contacto con la naturaleza, practicaba la caza y se sabía el preferido del padre.
Jacob era más pasivo, prefería quedarse en casa y cocinar al lado de su madre, por lo que es fácil entender que fuera el favorito de ésta. Había, pues, entre los dos hermanos una profunda desigualdad y una competencia continua.
En cierta ocasión, cuando Esaú volvía cansado y hambriento de una jornada de caza, el aroma de un guiso rojo de lentejas que acababa de preparar Jacob (que posiblemente contenía también trozos de carne de oveja, como era la costumbre), despertó sus sentidos y, sin pensarlo dos veces, le pidió a su hermano que lo invitara a comer.
Éste, astuto y calculador, aprovechó aquella oportunidad que le brindaba el hambre de Esaú para intercambiar ni más ni menos que los derechos de primogenitura del hermano mayor por aquel apetitoso potaje de lentejas.
¿No era este un cambio desproporcionado? ¿Acaso no sabía Esaú la trascendencia de lo que le proponía su hermano?
Ambos conocían bien lo que estaba en juego. Según el sistema patriarcal de Israel, en el que habían sido educados los dos, correspondía al hijo mayor suceder a su padre como jefe del clan familiar.
Esaú debía heredar el doble de bienes materiales que Jacob y, sobre todo, iba a recaer exclusivamente sobre él la bendición paterna. Todo esto lo sabían a la perfección los dos hermanos.
Sin embargo, sorprendentemente, Esaú decidió cambiarlo todo por un menú de legumbres y su razonamiento fue: “Yo me voy a morir; ¿de qué me servirá la primogenitura?” (v. 32).
Mediante semejante cambalache, Esaú menospreció su herencia material; la posibilidad de ser el jefe, sacerdote y profeta de la familia, es decir, el líder espiritual de la misma; renunció a la importancia de su descendencia por generaciones; a que de su simiente naciera el Mesías; a que sus hijos, nietos y biznietos le recordaran en sus oraciones como “Dios de Abraham, de Isaac y de Esaú” ya que, en vez de eso, dirían: “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, por siglos y siglos. ¡Todas estas renuncias por un plato de lentejas!
También hoy existe el peligro de pensar y actuar como Esaú; el de anteponer las necesidades materiales a las espirituales; el de confiar sólo en uno mismo y no en la generosidad de Dios o el de sacrificar el futuro eterno por un breve presente.
Hay quien cree que con la muerte se acaba todo y que no hay valores eternos. Sin embargo, conviene recordar que las lentejas se digieren demasiado pronto y desaparecen, mientras que la palabra del Señor permanece para siempre.
[1] Lizardi-Jiménez MA, Hernández-Martínez R (mayo de 2017). Solid state fermentation (SSF): diversity of applications to valorize waste and biomass 3 Biotech (Revisión) 7 (1): 44, Tabla 3
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