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Protestante Digital

 
 

Carlos Monsiváis: mosaico de opiniones a 10 años de su partida

Desde su pasado protestante histórico emergió como una de las voces más consistentes y críticas hacia todo aquello que se moviera y fuera susceptible de ser atacado despiadadamente con su mordacidad implacable.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 18 DE JUNIO DE 2020 15:00 h
Parte de la caricatura de Carlos Monsiváis por Arturo Gámez.

¡Permíteme, oh Señor, que enfrente a las Verdaderas Tentaciones! Soy tu siervo, divulgador de tu doctrina, vasallo de tus profecías, sujeto del error y el escarmiento, y quiero acrisolarme ante tus ojos honrando tu hermosura. Concédeme mi ruego y pónme a prueba, pero con ofrecimientos que sean cual duro yugo. Si te insisto, Señor, es porque más de tres veces se me ha tentado en vano, y me acongojan mis negativas instantáneas. El Maligno me desafía y acecha ignorando mis debilidades genuinas. Me seducen con mujeres frenéticas, a mí que soy misógino; me provocan con viajes a países fantásticos, a mí tan sedentario; extienden a mis pies los reinos del mundo y sus encantos cuando sólo apetezco la penumbra. Y por si algo faltara, me declaran: “Todo esto será tuyo, si postrado me adoras”, ¡y me lo dicen a mí, tan anarquista!



C.M., “La verdadera tentación”, en Nuevo catecismo para indios remisos (1982)



 



Hace 10 años, el 19 de junio de 2010, falleció en su ciudad, la monstruosa e inabarcable Ciudad de México, el cronista, por sobre todas las cosas, Carlos Monsiváis, quien desde su pasado protestante histórico (fue discípulo de Gonzalo Báez-Camargo) emergió como una de las voces más consistentes y críticas hacia todo aquello que se moviera y fuera susceptible de ser atacado despiadadamente con su mordacidad implacable. Liberal juarista de izquierda a toda prueba, anticlerical de pura cepa, memorizador de la Biblia al revés y al derecho (literalmente), lector consuetudinario de poesía (especialmente la religiosa), fanático del gospel y del cine, heterodoxo en su elección sexual, coleccionista de figuras de luchadores, confeccionador de aforismos inmediatos e irrepetibles (muchos reunidos en Autoayúdate que Dios te autoayudará, 2011), tomador del pulso de políticos cínicos, fustigador incansable de los ridículos continuos de la derecha ideológica… Todo eso y mucho más fue este heredero y continuador de Salvador Novo, cuya ausencia se ha hecho sentir fuertemente durante estos diez años, aun cuando algunos sectores, como las cúpulas católico-romanas, sienten el alivio, por fin, de alguien que no dejó pasar ninguno de sus exabruptos para evidenciarlos. Lo hizo magistralmente en su único volumen narrativo, Nuevo catecismo para indios remisos (1982), verdadero tour de force teológico, literario e irónico.



“O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba yo entendiendo”. “Todo lo intenso debe ser efímero”. “Tiene un gran talento, lo único que le hace falta es que un país lo entienda”. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os aterrará”, y otras así, más citadas unas que otras, muestran cómo el ingenio y el humor conceptista se mezclaban de manera fulgurante para marear a quienes las escuchaban. Literato y periodista a carta cabal, con un lugar que se ganó a pulso gracias a su prosa que, para muchos, era extremadamente compleja, fue también un defensor de “causas perdidas” como lo dijo tantas veces y un luchado infatigable contra todo lo que oliera a lugar común. Su sonrisa contenida, escondida en una tosecilla cómplice que nunca lo abandonaba, disfrazaba y preparaba el golpe nodal que asestaba sin contemplaciones a quienquiera que se arriesgaba a entrevistarlo, en ocasiones sin conocimiento de causa, pero deseando arrancarle una opinión sobre el tópico más inimaginable. Amigo de los escritores y artistas con quienes formó una especie de “mafia” (Fernando Benítez, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas, con quienes aparece en una foto memorable), se dio tiempo dentro de la ubicuidad que lo caracterizó para dirigir suplementos culturales e incluso para trabajar en una dependencia gubernamental de estudios históricos.



Muy joven publicó una autobiografía (1966, mismo año en que dio a conocer ese monumento antológico: La poesía mexicana del siglo XX, que tanto inquietó a Octavio Paz), ahora mítica, en la que rastreó arqueológicamente sus orígenes como lector puritano de la Biblia definitivamente cautivo (como “hugonote intensísimo” que fue). Muchas veces lo repitió, con variaciones interesantes:



La lectura de la Biblia de Casiodoro de Reina, desde los seis años; una lectura exhaustiva de los anglosajones. Los liberales de la Reforma; Gutiérrez Nájera; la poesía memorizada de Altamirano o Zarco; Novo, que era una presencia modernista, un desafío moral y estilístico; Martín Luis Guzmán. Ahora ve uno La sombra del caudillo como un thriller de Dashiell Hammett. En aquel momento, leer El águila y la serpiente fue excepcional. Desde luego, Oscar Wilde que es una universidad en sí mismo. En 1955 empecé a leer, mucho más confuso que deslumbrado, Historia de la eternidad. Llegar a Borges fue una experiencia transformadora.[1]



En la autobiografía se quejaba de que aún no conocía Europa, pero cuando lo hizo, de la mano de Fuentes, ya no soltaría el cosmopolitismo criollo que lo caracterizó en sus aficiones a la cultura, alta baja, popular o elitista, sin distinciones, que degustó, promovió, exaltó y denostó como pocos. Al igual que Novo, portaba un mohín de inconformidad y de exigencia hacia sus congéneres, algunos de los cuales le devolvían los golpes con la misma generosidad. De ahí que, en lo que sigue, un abanico de opiniones sobre su persona y su obra, no se dejan de incluir precisamente ejemplos de esas reacciones duras que propició con singular humor y gozo. Se reúnen para tratar de advertir al avisado o potencial lector/a que la escritura monsivaíta está allí esperándolo, una vez más, para consumar lo que el propio cronista de la colonia Portales estableció como posibilidad de la lectura, en un elogio leído en Colombia que merecerse conocerse (y, sobre todo, practicarse), más en estos tiempos digitales:



El libro ya no es un signo irrestricto de autoridad, no en Latinoamérica, desde luego, donde si alguien quería leer la Biblia requería hasta hace medio siglo los ‘intérpretes calificados’. Que evitaban los ‘extravíos’. La cultura fílmica es hoy otra ruta formativa y lo visual se propone como la vía mayoritaria. Sin embargo, nada remplaza ni puede remplazar a la lectura en lo tocante a la comprensión de la historia, la sociedad y los seres humanos, a la estructuración lógica del conocimiento y al simple hecho de la comunicación inteligible”.



Elogio (innecesario) de los libros”, 2004, énfasis agregado



 



Javier Aranda Luna



La tradición moral y literaria de Monsiváis tuvo quizá el mismo origen: la lectura de la Biblia en la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. La versión según Sergio Pitol que guarda la sonoridad del siglo de oro de la lengua castellana. Tal vez por ese origen doble Monsiváis escogió la crónica como forma de expresión literaria y espacio donde los principios nunca resultan incómodos. Con ella podía contarnos más que mundos de ficción, el cuento de la verdad. Ryszard Kapuscinski decía que para ser buen periodista resulta indispensable ser buena persona. Me parece particularmente cierta su sentencia en el caso de Monsiváis: quiso contarnos a final de cuentas el cuento de la verdad y supo que para hacerlo debía cuidar con esmero su lenguaje. Carlos Monsiváis ya es sus lectores, ya es sus admiradores.



La Jornada, 23 de junio de 2010



 



René Avilés Fabila



Era Carlos Monsiváis, heredero de las glorias de todo grupo o persona que aspiraba a ser dueño de México o al menos a tener la razón por encima de todo. Con mi generación, que a pesar de la escasa diferencia de los años, tres o cuatro, no se entendió. Nos miraba con desdén y nosotros nos negamos a recibir sus consejos y directrices. José Agustín le hizo las primeras bromas hirientes no exentas de ingenuidad: “Monsiváis a donde vais ni lo sabéis ni lo buscáis”. Ante esta ironía de carácter infantil, Carlos respondió con fuego de alto calibre: nos desdeñó y, con la ventaja de no tener mayor respuesta (fuimos una generación desunida, a diferencia, por ejemplo, del Crack), precisó que habíamos plebeyizado la literatura. Quizá tenía razón si el punto paradigmático era su propia generación: García Ponce, Gurrola, Pacheco, Arredondo, Melo, Elizondo…, Pero nosotros éramos —guste o no— un grupo que veía las cosas de manera diferente a aquellos pretenciosos que todavía suponían que Europa era única e irrepetible. Parménides García Saldaña fue el punto extremo. Es verdad, éramos distintos de la generación anterior, pero hay algo peor: fuimos incapaces de ser tan amigos y solidarios como eran y son, por ejemplo, Monsiváis y Pacheco.



Pesadilla de una noche de otoño o para documentar la biografía de Carlos Monsiváis (2017)



[photo_footer]Monsiváis junto a Octavio Paz.[/photo_footer]



Bernardo Barranco



Extrañaremos la aguda actitud crítica y documentada de Monsiváis. Las bajas pasiones de los actores del poder no escapaban a su ironía, eran su blanco preferido. Su principal recurso además de su vasta cultura era la palabra. Su mordaz sentido del humor desarmaba las estudiadas poses de los políticos que siempre quieren salir en la foto como sagaces y correctos; Monsiváis se regocijaba con el “humor involuntario” de la clase política exhibida como grotesca y pueblerina. Hoy, a pesar de evidentes antagonismos, muchos de éstos se proclaman encarecidos “amigos” del sagaz cronista desaparecido. Yo no puedo presumir ninguna amistad, pero sí varias entrevistas, para mi programa radiofónico Religiones del mundo, donde pudimos conversar sobre la laicidad, el cristianismo, la trascendencia y el papel político de la Iglesia católica. A Monsiváis lo conocí en los años setenta, en el marco del grupo de reflexión Alfonso Comín, en el que intelectuales de izquierda debatían las afinidades y discrepancias entre el marxismo y el cristianismo. Ahí comprobé su impresionante cultura bíblica y teológica.



Carlos Monsiváis y los usos de lo sagrado (2010)



 



Huberto Batis



La síntesis conseguida por Monsiváis es admirable, aguda, justa, producto de una ardua reflexión. Históricamente, el antologador profesa la teoría dialéctica del progreso en la poesía, que parte de y va hacia, avanzando, con más que menos seguridad. En este sentido, puede decirse que Monsiváis está en espera del poeta anunciado por los grandes logros de nuestras luminarias. […] Los resultados producto de esta manera de leer evidencian un talento estructurador, que no quiere dejar inexplicado ningún fenómeno en el tiempo. […] Su estudio vuelve a plantear problemas irresueltos y abre nuevas preguntas. […] Implacablemente, acremente, Monsiváis abre estas cuestiones, con toda seriedad, aunque las envuelva en sus frases chocarreras.



La poesía mexicana del siglo XX (1966)



 



José Joaquín Blanco



Las semejanzas entre el estilo de Novo y el de Monsiváis son claras, enfáticas: el trato artístico del periodismo, la versatilidad y mezcla de géneros, el humor permanente; el carácter absolutamente urbano, la acrobacia verbal, el autobiográfico temperamento festivo, el amplio espacio intelectual; la impertinencia y aún la provocación, lo ufanos que están cada cual en sus respectivos personajes y estilos, el gusto por las formas marginales, bajas o populares de cultura, etc. […] Pero no me lo imagino con el humor explosivo, completo, efusivo, de alguna de las barbaridades de Monsiváis, más próximo al relajo de barrio que al ingenio picante de la alta sociedad: “Todos los políticos mexicanos de tercera fila parecen miembros de un trío romántico, a punto de preguntar al cliente: ‘¿qué le gustaría que le cantáramos, patrón?’, con los labios a punto de musitar Vereda Tropical”. Ni los excesos: “Manes de Vigilopochtli”. Ni la sobrelaboración inabordable: “Y la aglomeración es perfecta como una metáfora kafkiana adaptada por la Dirección de Correos”: sí, los millones de cartas almacenadas, pero de aquí a que se encuentra el chiste, la risa se vuelve falsa, erudita, como de un club habituado a determinada mecánica cultista y profesional en su sentido del humor.



“Días de guardar diez años después” (1981)



 



Emmanuel Carballo



Si hoy día Carlos es tímido, a mediados de los años cincuenta daba la impresión de ser aspirante devoto a pastor presbiteriano. De pocas palabras, y de más escasos gestos, no me permitió suponer que con los años vencería, ante los ojos del público, la timidez y que su rostro, ahora conscientemente inexpresivo, le serviría para contrastar el fuego, la mordacidad y la gracia de sus palabras. Humorista a pesar suyo, lo es porque le resultó menos difícil expresarse como crítico que como panegirista del caos, el cinismo y las promesas que paran periódicamente en silencios definitivos. Y como Carlos es pudoroso en la misma medida que inteligente, y además posee desde niño un enfermizo temor de caer en lo ridículo, optó, entre la crítica que se hace con el corazón y apela a los buenos sentimientos y aquélla que es producto del entendimiento y desea convencer en lugar de estremecer, por esta última, es decir, se trazó una línea tan peligrosa como ambigua que a unos hace decir que es un iluminado y a otros que es un vanidoso, un aguafiestas que apaga incendios en los que le gustaría consumirse.



“Prólogo” a la Autobiografía (1966)



 



Adolfo Castañón



Junto a la denuncia en plano oblicuo, se entrega al saludable ejercicio de la parodia de modos y modales, gestos y aspavientos. La raíz protestante de Monsiváis lo hace una suerte de risueño y crítico caballero andante. Él mismo dirá en su Autobiografía precoz con cuánta pasión leyó de niño el Pilgrim’s Progress de John Bunyan. Esta referencia no es trivial, si se piensa que el libro de Bunyan está en la raíz de la novela moderna, y que El proceso de Franz Kafka puede ser leído y desarmado a la luz de esta ficción parabólica. ¿Cabría leer la escritura alborotada de Carlos Monsiváis como una suerte de eco de los libros de Franz Kafka y de John Bunyan? […] En la corriente alterna de Carlos Monsiváis se combinan el cómic a la Burrón y la teología a la Bultmann, el cotilleo tricolor, la anécdota inolvidable y el principio de la esperanza de Ernst Bloch y de Walter Benjamin. Ésas son algunas de las razones que alimentan el fuego de esa fiesta civil de la palabra que fue y es su polimorfa escritura.



Para catequizar a Mefistófeles (2010)



 



Christopher Domínguez Michael



Carlos Monsiváis, el incógnito que todos saben quién es. Paraciera que cruza (uniéndolos) los espacios de la cultura y la política por una suerte de misión o de vocación misionera. Pero adelantando una definición podríamos afirmar que el resultado del periplo de Monsiváis […] ha sido la destrucción de lo mexicano como ontología. Inmerso en varias tradiciones de lectura —el periodismo mexicano del siglo XIX, el Nuevo Periodismo, la cultura de la vanguardia— Monsiváis inoculó explícitamente el conocimiento cotidiano de los mexicanos contra la disección de su “ser”, la búsqueda de la metamorfosis en las costumbres contra los estáticos mitos del folclor, “la higiene moral” (como dijo de él Octavio Paz) contra los acartonados simulacros del Poder. Poder que conoce y articula, sin maniqueísmos primarios, con lo civil y con lo cívico.



Carlos Monsiváis, el patricio laico (1988, 1998)





Linda Egan



Es a la vez natural e irónico que la imaginación ficcional de Monsiváis se alinee con este género, ya que ha confesado guardar un interés permanente en la Biblia, no porque sea un cristiano devoto en el sentido más convencional sino porque se crió en el seno de una familia protestante de profunda religiosidad; además, ha memorizado muchísimos versículos de la Biblia —a lo mejor porque no ha podido menos que hacerlo—, ha estudiado objetivamente tanto la tradición pagana como la cristiana, profesa una doctrina que tiene la moralidad por la base de una mentalidad moderna y democrática, y reconoce que un entendimiento secular de la cultura mexicana exige un entendimiento profundo de sus dogmas y rituales sagrados. Tal actitud encarna, por supuesto, el ideal de la religiosidad espiritual pero frecuentemente dista mucho de la fe que practican los pilares de la congregación. De hecho, Monsiváis define la religión y su apego a sus preceptos desde una perspectiva decididamente secular e individualista. “Soy laico”, afirma, al caracterizarse en asuntos de la religión como “ni doctrinario ni programáticamente religioso, pero en mis vínculos con la idea de justicia social, en mi apreciación de la música y de la literatura, y en mis reacciones ante la intolerancia, supongo que hay un fondo religioso”.



“La teología secular de Carlos Monsiváis en Nuevo catecismo para demócratas remisos”, en Leyendo a Monsiváis (2013)



 



Evodio Escalante



Monsiváis emerge a la escena literaria como un polígrafo inclasificable no sólo por la enorme variedad de sus temas y sus registros, de sus intereses y propuestas, en los que cabe todo México, sino por el carácter limítrofe y hasta camaleónico de sus textos. […] La pregunta acerca del estatuto genérico de sus textos, que no sé si ha sido formulada, mucho menos ha sido resuelta, y no creo que sesudos abordajes académicos puedan aportar claridad al respecto. ¿Cómo podríamos clasificar los textos que escribe Carlos Monsiváis? ¿Son crónicas en estricto sentido? Y si no son crónicas, ¿son ensayos? ¿Son una mezcla de ambas cosas? ¿Se trata en realidad de textos híbridos que comparten características de ambos géneros sin decidirse por ninguno? ¿O es Carlos Monsiváis el inventor de un nuevo género discursivo para el cual todavía no alcanzamos el nombre?



La disimulación y lo posnacional en Carlos Monsiváis, en Las metáforas de la crítica (1998)



 



Jean Franco



La obra de Carlos Monsiváis constituye no sólo un comentario y testimonio del presente, sino una historia cultural de México. Es una historia que prescinde de los tics académicos —las citas de fuentes y la apropiación de teorías y aun de la supuesta imparcialidad. […] El gran logro de la obra de Monsiváis está en la gran diferencia entre su escritura y la de Williams, que es más bien plana y si ironía: es el ventriloquismo, la habilidad de asumir distintas voces que anulan la univocalidad. Se puede decir, entonces, que ha encontrado un estilo que corresponde perfectamente al pluralismo y a la multiplicidad que quiere para México.



Residuales y emergentes: Carlos Monsiváis y Raymond Williams (2007)



 



Carlos Fuentes



Era un hombre de letras excepcional. La cultura literaria de Monsiváis era muy amplia y, por último, era un espíritu, un espíritu vivo, un espíritu audaz, un espíritu crítico. Era un hombre animado por el espíritu, aunque él quizás negaría lo que estoy diciendo, pero es la verdad. […] Nadie abarcó esta ciudad que se nos fue de las manos, que creció mucho desde el momento en que pude escribir una novela sobre la ciudad, La región más transparente […] Sin embargo, Monsiváis tuvo esa capacidad para ver el todo, para ver el conjunto metropolitano: sus altas, sus bajas, sus caídas, sus ascensos, sus excentricidades, sus valores, poner en duda, reírse de algunas cosas, aplaudir otras, es una labor extraordinaria en relación con la ciudad. […] Yo creo que [México] lo gana porque Monsiváis como escritor no ha muerto, su obra está ahí. Un escritor no se muere porque deja una obra; no se pierde a Monsiváis: se ha ganado a Monsiváis para siempre.



Informador, 19 de julio de 2010



 



Margo Glantz



…jugando con la idea tradicional que pone en escena y en acción a grupos humanos numerosos, las muchedumbres, en reunión indiscriminada de multitudes, las crónicas de Monsiváis reactivan la intención apocalíptica, pero trastruecan su signo al convertir el caos en un acontecer gozoso, paródico, grotesco y en muchas ocasiones erótico: la gente que pone en escena Monsiváis se reúne para presenciar o participar en un espectáculo (un concierto, una procesión o una fiesta religiosa, nadar en un balneario popular repleto de gente, un concierto de música popular, una pelea de box, ) o para desplazarse en las calles o en el metro, constituirse como sociedad civil en un mitin, ejercer la función cívica y convertirse en “sociedad civil” o animar su conciencia política e impedir el fraude electoral […] La tradición bíblica en la que ha sido educado Monsiváis se desmonta, se desarticula, se neutraliza, y ya no se apoya más en una figura todopoderosa, la del Jehová del antiguo testamento que diseñó con voz imprecatoria un Juicio Final. El caos como en todas las cosmogonías primitivas es en realidad el comienzo, el origen, el origen de un mundo nuevo que empieza su proceso de gestación, por eso vivir o caer en el caos es el signo anunciador de un nuevo advenimiento.



Carlos Monsiváis (2002)



 



Luis González de Alba



No fueron las letras propias sino su temprana voracidad por la lectura, admirable, aunada a los muchos gigas del disco duro en que almacena esa información, lo que dio al joven Monsiváis sus primeros éxitos. Eso y su gran habilidad para arrancar la risa del público, su dominio de un humor que no se atreve a dar el nombre del objeto burlado y, sobre todo, su habilidad para ser oportuno: se burla de quien se espera que haga burla y elogia a quien se espera que elogie. Ambos géneros los despliega con innegable talento.



Carlos Monsiváis: el gran murmurador (2008)



[photo_footer]Monsiváis con José Luis Cuevas, Fernando Benítez y Carlos Fuentes.[/photo_footer]



Sergio González Rodríguez



La vida y la obra de Carlos Monsiváis son un espejo de las aspiraciones de modernidad en nuestro país: es un escritor que cree en las vinculaciones del compromiso político y la imaginación, que apuesta por las causas de los desposeídos, que atiende los reclamos de la desigualdad social, que combate los atropellos del autoritarismo o la soberbia de poderes transexenales que cambian de partido para mejor prolongarse. Pero Carlos Monsiváis significa, sobre todo, un escritor que ha renovado la escritura en nuestra lengua, que ha hecho del humor y el ingenio las armas letales contra la estupidez y la prepotencia, y que ha recuperado los mitos, símbolos, representaciones e imágenes de la cultura popular para otorgarles una dignidad de la que nadie podrá desposeerlos en el futuro. Ha logrado todo lo anterior desde un ejercicio cotidiano y pleno de la realidad en tanto un libro abierto, sujeto a la lectura racional más rigurosa.



Carlos Monsiváis: la fenomenología de la vida cotidiana (2000)



 



Enrique Krauze



Los amigos tienen lenguajes cifrados y el nuestro —curiosamente— ha sido el Viejo Testamento. ¿Puede haber humor en los personajes de la Biblia? Se diría que no, pero tú lograbas el milagro. Otro repertorio común ha sido la cultura popular: el cine mexicano, los actores, los lejanos tiempos de la cultura radiofónica y, por supuesto, la música popular. Un día te reté a un duelo de letras de boleros: “¿Te sabes tal canción del ‘Jibarito’ Hernández?”. Tu respuesta, como un rayo, me fulminó: “¿Cuál versión?”. Y comenzaste a tararearla. Sabías hasta el extraño nombre del requinto de “Los tres diamantes”. […] Esta ciudad, que algunos consideran la sucursal del infierno, ha tenido un cronista que la reivindica en sus detalles más íntimos, en su música y su grafiti, en su vocación para la fiesta y su sufrimiento, en su terca voluntad de seguir viva. Tus crónicas, Carlos, la han ayudado a seguir viva, y las tribus urbanas lo reconocen. Hoy, domingo de Resurrección, harán cola en tu “Museo del Estanquillo” para ver la exposición “México a través de sus causas”. Yo no podré ir porque prefiero esperarme a recorrerla contigo.



Ánimo, Carlos (2010)



 



Marta Lamas



Carlos trazaba escenarios políticos posibles, diseñaba intervenciones y nos develaba —a las propias activistas— las razones de nuestra militancia. Lo buscábamos para que nos explicara, y decía “No soy un profeta”. Sin embargo, no recuerdo ni una sola vez que no atinara en sus apreciaciones y pronósticos. Utilizaba su celebridad como un estratega político al servicio de los grupos activistas. Su fama nos abría puertas que, sin él, jamás hubiéramos franqueado. Siempre insistió en que la apuesta por la transformación política encuentra su mayor aliado en el campo de lo cultural, al grado de que, si no se da también la batalla cultural, se puede perder la batalla política. Él fue la brújula política de amplios sectores de nuestro país, además de un luchador incansable en todos los frentes que lo requerían. Fue nuestro referente ético-político, y lo perseguíamos para que redactara un manifiesto, asistiera a una reunión, corrigiera un desplegado, nos consiguiera una cita con tal político o funcionario.



Prólogo a Misógino feminista (2013)



 



Fabrizio Mejía Madrid



Monsiváis es un estratega cultural que valora la cultura popular y populariza lo elitista. Su arma es un tipo de lenguaje arraigado en un apretado código de burlas, sospechas, alusiones, parodias, que mina a cualquier declarante poderoso, sea un obispo, el Presidente, o un líder guerrillero. El relajo es, qué duda cabe, el ánimo permanente de Monsiváis […] Si uno intentara ceñir a Monsiváis con esa lista [de 5 libros] sería imposible: poesía, aforismo, denuncia del poder, parodia del periodismo, los caminos de la noche. Faltan batallas, posiciones, gustos, obsesiones, fobias y, sobre todo, el ánimo de abarcarlo todo, día a día, década por década. Cuando entra a al Museo de la Ciudad de México, es casi una hora tarde, hay reflectores, multitudes que esperan abanicándose con periódicos. Los organizadores corren a recibirlo y casi lo cargan hasta el podio. —Llego tarde porque pensé que ustedes eran impuntuales. Carcajadas. Aplausos. Gente que se acomoda en el asiento dispuesta a escuchar con atención. Cuadernos que se abren. Plumas que se destapan. Afuera, los taxis siguen circulando en el embotellamiento.



Carlos Monsiváis: retrato en taxi (2011)



 



José Emilio Pacheco



—¿Usted leyó también la Biblia de Reina y Valera?



—Sí, pero tarde y gracias a Monsiváis. Yo ni siquiera me había acercado a las biblias católicas, excepto por supuesto a los Evangelios. En vez de la lectura directa, que nos desalentaban casi como una invitación al luteranismo, había clases de “Historia sagrada” en que nos contaban los relatos de Adán y Eva y el Diluvio y la torre de Babel.



—Pero Monsiváis no se ocupó nada más de textos religiosos.



—No, cuando lo conocí a sus diecinueve años, nadie de nuestra edad había leído tanto como él. A menudo se olvida que la lectura es tiempo y no podemos dar por leído lo que sólo hojeamos o picoteamos. Monsiváis a esa edad tenía ya una gran cantidad de libros perfecta y críticamente asimilados.



—Y ahora, con una actividad tan intensa como la suya, ¿a qué horas lee?



—No lo sé, no me lo explico. Creo que no duerme. Monsiváis paseó en su derredor lo que en inglés llaman un red herring, es decir, una pista falsa que desorienta a los rastreadores. Se hizo pasar por desorganizado y caótico y, todo lo contrario, es de una disciplina brutal y una capacidad de trabajo sobrehumana. De otra manera no se entiende lo mucho y lo bien que ha escrito.



La iniciación de Monsiváis (2008, 2010)



[photo_footer]Monsiváis con José Saramago y Gabriel García Márquez.[/photo_footer]



Octavio Paz



Monsiváis no es un hombre de ideas sino de ocurrencias. Su pecado es el discurso deshilvanado, hecho de afirmaciones y negaciones sueltas. Su ligereza con frecuencia se convierte en enredijo y aparecen en sus escritos las tres funestas fu: confuso, profuso y difuso. […] Acude a un método similar al de la “amalgama” utilizado antes por ciertos radicales ya no tan jóvenes que tuvieron a bien expulsar del “discurso político” a un grupo de “intelectuales liberales”. […] Por lo demás Monsiváis en general es más ocurrente de lo que permite imaginar el estilo chicloso de algunos de sus frases. Da un poco de vergüenza recordarle a un hombre inteligente como él en qué consiste el ascenso de las burocracias modernas y cómo el Estado es su encarnación más amplia pero no la única.



Aclaraciones y reiteraciones a Carlos Monsiváis (1977)



 



Sergio Pitol



A su modo, Carlos Monsiváis es un polígrafo en perpetua expansión, un sindicato de escritores, una legión de heterónimos que por excentricidad firman con el mismo nombre. Si a usted le surge una duda sobre un texto bíblico no tiene más que llamarlo; se la aclarará de inmediato; lo mismo que si necesita un dato sobre alguna película filmada en 1924, 1935 o el año que se le antoje; quiere saber el nombre del regente de la ciudad de México o el del gobernador de Sonora en 1954, o las circunstancias en que Diego Rivera pintó un mural en San Ildefonso en 1931, y que José Clemente Orozco calificó de “nalgatorio”, o la fidelidad de un verso que le esté bailando en la memoria (...) de cualquier gran poeta de nuestra lengua, y la respuesta surgirá de inmediato: no sólo el verso sino la estrofa en la que está engarzado. Es Mr. Memory.



Con Monsiváis, el joven (1996)



 



Elena Poniatowska



Carlos Monsiváis debería declarársele patrimonio cultural de la humanidad porque más que un hombre es una escuela, una casa, una asamblea, una plaza arbolada, una galería de arte, un bar gay, una biblioteca, un aula, una taquería, una flauta, unos frijoles, un Vips, un San Simón, un gato con siete vidas. No le alcanzaron las siete vidas para hacer todo lo que quería, pero lo que logró resulta asombroso. No sólo maulló sobre los tejados de la colonia Portales, sino que desde las torres del mundo nos hizo comprender que sabía no sólo de condición humana y de política, sino también de arte. Visitar un museo con Carlos, como lo hice en Tel Aviv y en Berlín, es una lección que todavía atesoro como uno de los buenos momentos de esta tremenda y hermosa vida. Siempre me llamó la atención que no dijera groserías y que jamás utilizara las palabras “cuate” o “mamón” o “rascuache” o “pinche”, que es una de las que usan las “niñas bien”. Recurría a ideas cultas que tejía en una urdimbre compleja, ácida, a ratos vitriólica. Así, con ese lenguaje que oscilaba entre la lucidez y la crueldad, reunía en sus columnas los desaciertos de nuestra detestable política, recogía las declaraciones de nuestros diputados y senadores, se pitorreaba de las ínfulas o las desgracias literarias de las mafias intelectuales. Los adjetivos más hirientes los destinaba a sus amigos que, a sabiendas, jamás dejaron de serlo, no fuera a irles peor.



La Jornada, 22 de junio de 2014



 



Ignacio M. Sánchez Prado



Aproximaciones y reintegros cumple una función fundamental: permite vislumbrar el origen, evolución y consolidación del pensamiento de Monsiváis sobre literatura, algo que no solo constituye una valiosa intervención en los distintos temas cubiertos en el libro sino también una contribución para la lectura de Monsiváis en general. El ordenamiento cronológico nos permite entender cómo Monsiváis fue modificando posturas, sobre todo la forma en que su nacionalismo cultural se fue temperando desde su crítica más bien sesentera al imperialismo estadounidense (algo que está claro en algunos textos tempranos y que, como recordarán sus lectores, alcanzó su punto más desafortunado en un texto sobre la literatura y la cultura de la Onda en Amor perdido) hasta su fina lectura de autores como Sergio Pitol o Julio Torri.



La fundación de una lectura (2013)



 



Raquel Serur



¿Que qué más hay de nuevo? ¿Ya te incomodó que hable de ti? No seas mentiroso, te encanta. Bueno, bueno, cambio de tema y te digo que no sé qué paso en rectoría ni en qué términos se va a dar el diálogo. Sé que hay muchas hipótesis y ninguna me convence. Me duelen los chavos. ¡No te burles! Oye, lo que sí te puedo contar es que Marta Lamas está tramando pedirte un artículo sobre Patti Smith para el próximo número de Debate. Si, ya sé que tienes todos sus discos y que te sabes todas sus canciones de memoria, monster Keaton. No, no sabía lo de Allen Ginsberg. No sabía que Allen Ginsberg le dijo a Patti Smith al morir su hermano: “libérate del espíritu del fallecido y continúa celebrando tu vida”. Uff, qué fuerte, Carlos.



Recordando a Carlos Monsiváis (2013)



 



Juan Villoro



Su interés por los liberales del siglo XIX mexicano también tiene que ver con la combinación de periodismo y oratoria, la discusión que convierte a cada acto público en parte de la Obra. La cultura como proselitismo non-stop. Medir el tamaño de su ausencia es imposible porque intervino en demasiadas zonas del arte y la política, en forma no siempre evidente. Fue el mayor árbitro entre lo culto y lo popular y uno de los principales dictaminadores del gusto en un país que no sabía que tantas cosas distintas valieran la pena. Coleccionista de artesanías, grabados y fotografías, también lo fue de las palabras con que los poderosos se incriminan sin saberlo. Su columna “Por mi madre, bohemios” fue el museo del ridículo de los obispos, los políticos y los grandes empresarios de México.



El género Monsiváis (2010)



 



Invitación: El viernes 19 de junio, día exacto del 10º aniversario de la partida de C. Monsiváis, habrá un encuentro virtual sobre “Carlos Monsiváis y la religión: diálogo sobre sus herencias ocultas” en el Facebook Live del Centro Basilea de Investigación y Apoyo, a las 13 hrs., tiempo de la Ciudad de México.



 



Notas



[1] C. Monsiváis cit. por Guadalupe Alonso Coratella, “Carlos Monsiváis entre amigos”, en Laberinto,supl. de Milenio,13 de junio de 2020.


 

 


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