No sé si entendí mal el Evangelio que nos legó Mateo. Habrá muchos exégetas que acomodarán sus interpretaciones al mejor postor, aderezándolas con citas de aquí y allá: bien, allá ellos.

Jesús dijo: “Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos”. Claro que hay que cuidar a la familia, pero en vida, no en lápidas.

Cuando falleció mi padre, a miles de kilómetros de distancia, sentí un desgarro en el alma, pero ‘solo’ eso: ni viajes, ni flores para el funeral (su amor y su ejemplo me siguen nutriendo y así será hasta que aspire el último aire de mi existencia).

Ahora bien, no entiendo de duelos ni demás rituales, tan inherentes a otras confesiones, máxime cuando escucho siempre: “Estoy aquí hasta el momento en que el Padre me llame”; “Será hermoso encontrarme con el Señor”, etcétera, etcétera.

Dejo conocer un poemita que escribí hace más de una década y que expresa mi sentir y pensar sobre los ceremoniales en torno a la vida y la muerte.

Se publicó en Ecuador el año 2014 y bajo el sello de El Ángel Editor, en un libro conjunto con una autora ecuatoriana. Allí, en la mitad que me correspondía, di a conocer 27 textos de los más de 200 que integrarán el libro definitivo: “El sol de los ciegos”.

EN VIDA LAS FLORES

Bienaventurado

quien prodiga afectos

y ofrece flores,

y reconoce al otro

en vida,

celebrando los éxitos

ajenos

sin esperar a un funeral

para parecer bueno

hasta apagar un instante

su lengua de fuego

o entonar llantos plañideros,

micrófono en mano.

En vida las flores,

los encomios,

los abrazos…

Así se decapitan envidias

o hipocresías

que no dejan avanzar.

Así la muerte

aún estará muy lejos.

Si esto haces, recibe

mis aplausos,

bienaventurado.