El duelo es un camino. Únicamente sabemos dos cosas: que no existen atajos y que tiene que andarlo, paso a paso, uno mismo.
Un fragmento de “Más allá del dolor”, de Pablo Martínez (Andamio editorial, 2006). Puedes saber más sobre el libro aquí.
El duelo siempre implica un esfuerzo, una disposición activa que excluye cualquier elemento de pasividad porque no es tanto algo que “nos sucede”, sino un proceso en el que nosotros mismos participamos activamente.
Por esta razón, hablamos de la elaboración del duelo (expresión original de Freud). Tal y como lo expresa un autor: “es un trabajo, duro, largo, doloroso, un sufrimiento a través del mismo esfuerzo reiterado una y otra vez... hasta superar la negación y la incredulidad de que el pasado y el difunto están muertos”.
En este trabajo, la colaboración del doliente es una de las claves para una adecuada sanidad de la herida.
El duelo también es un camino. Es un camino incierto, lleno de interrogantes. Cuando uno empieza a transitar por él, apenas sabe cuánto tiempo durará o cuánta oscuridad va a encontrar.
Ni siquiera sabe si alguien caminará a su lado o tendrá que hacerlo solo. Únicamente dos cosas le son ciertas: que no existen atajos y que tiene que andarlo, paso a paso, uno mismo.
El duelo es un trayecto en el que nadie nos lleva en brazos, como a un niño pequeño, porque la pena es una experiencia que no puede delegarse y que nadie puede vivir por otro. La comprensión de estas dos ideas –el duelo como un trabajo y como un camino– va a influir decisivamente en la resolución adecuada de la pena.
El duelo es un viaje y es un viaje muy largo. La gente pregunta cuándo lo superas, como si fuera un ataque de alergia. Nunca se supera. Simplemente, se encuentra una nueva pauta de normalidad... y eso requiere mucho tiempo. El duelo es un viaje encarnado en la construcción de una nueva vida sin la persona a la que has perdido y, al principio, es una vida que no deseas: quieres recuperar la anterior.
Para el creyente, sin embargo, hay otra certeza, la más importante: al recorrer la oscura senda del luto, nunca estás solo del todo. Dios va contigo. “Aunque ande en valle de sombra de muerte... tú estarás conmigo” (Sal. 23:4). Es el mismo Dios personal y cercano que una vez prometió a Moisés: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (Ex. 33:14).
Es el Dios que nos dice, por medio de Cristo: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). El Cristo vivo está junto a y por nosotros cuando luchamos con nuestro dolor. Experimentar su presencia a nuestro lado constituye una poderosa ayuda para superar la pérdida del ser amado.
Dios era la única persona a la que podía acudir... y lo hice. Era mi Roca y mi Origen.
Entre las personas afligidas por una pérdida, se dan muchas similitudes, de tal modo que podemos identificar unos puntos en común, sin menoscabo de las particularidades individuales antes mencionadas. Así, en toda pena encontramos tres grandes experiencias, cada una de las cuales cumple un propósito:
Una experiencia de separación o desvinculación. Propósito: cortar los lazos que nos unían a la persona que ha partido.
Una experiencia de adaptación y ajuste. Propósito: amoldarse a una nueva situación, una nueva forma de vida e, incluso, una nueva identidad.
Una experiencia de restitución. Propósito: recuperar el sentido de la vida sin la persona amada, de modo que el futuro vuelve a tener significado.
Por lo general, el doliente cumple estas tres misiones a través de un período dividido en varias fases consideradas normales y necesarias.
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