Fonseca fue capaz de sacudir conciencias y alterar el supuesto orden de las vidas de muchos.
Qué vida sórdida la suya. Policía, abogado, escritor. Siempre con las manos sucias.
R. F., El caso Morel
El novelista mexicano Élmer Mendoza lo dijo en 2016, a propósito de la publicación de El seminarista: “Leer a Rubem Fonseca es volver a nacer. Retoña la mirada, los sueños, el gusto por el vino, la comida y las tramas inteligentes; además se vuelve a creer en la literatura como una posibilidad de estar en el mundo sin mayor culpabilidad”.[1] Larga, impetuosa y provocativa fue la carrera literaria del escritor brasileño Rubem Fonseca (nacido el 11 de mayo de 1925 en Juiz de Fora, Minas Gerais, y fallecido en Río de Janeiro el 15 de abril de 2020), auténtica rara avis en el panorama literario latinoamericano. Aunque empezó un tanto tardíamente, abarcó desde 1963 (con Los prisioneros) hasta su muerte, con más títulos de cuento, principalmente, aunque sus novelas también son magníficas. Dueño de un estilo brioso y descarnado, no dio cuartel a la exposición del sórdido mundo que conoció gracias a su trabajo como policía y abogado penalista, aunque también se formó en administración (en Estados Unidos) y fue guionista de cine. Y tan provocadora fue, que apenas unas semanas meses antes de morir, el gobierno de la provincia de Rondonia incluyó su obra en el paquete de libros prohibidos (al igual que su tocayo Rubem Alves, Machado de Assis y Ferreira Gullar) por supuesta mala influencia.
Así resumió este caso Armando Escobar G.: “De este modo, el gobierno estatal guardaba para sí la potestad de hacer que sus estudiantes leyesen sin pasar ningún tipo de vergüenza, sin sentir ninguna incomodidad. Nada más lejano a la acción misma de leer un buen libro. Nada tan lejano del efecto que suelen tener los libros de Rubem Fonseca en el público lector, pues si hay algo que precisamente se condensa en su obra es la vergüenza y la incomodidad”.[2] Y añadió: “A pesar de los años, Fonseca no deja de ser punzocortante y sumamente corrosivo. Por eso, sentí un extraño gusto al ver su nombre repetido ahí tantas veces, pues estoy convencido de que pocas plumas pueden incomodar tanto como la suya en días tan oscuros como los que atraviesa Brasil y que, además, la propia historia de ese país nos ha enseñado que las listas de libros prohibidos no son más que una efusiva invitación para la lectura”.
De modo que, hasta el final de sus días, Fonseca fue capaz de sacudir conciencias y alterar el supuesto orden de las vidas de muchos, especialmente de quienes están fielmente retratados en sus relatos. Ya desde 1975 estuvo en observación por el gobierno de su país, pues Feliz año nuevo (integrado por 15 cuentos), aparecido ese año, fue prohibido por el régimen de facto presidido por el general luterano Ernesto Geisel. No contento con ello, El cobrador (1979) vino a reforzar lo que ese gobierno advirtió con espanto, pues los nuevos textos “presentaban desafíos a la censura mucho más contundentes” por su “modo más crudo de narrar hechos violentos, así como la constante alusión a sexualidades ilegítimas aderezadas con una erotización patológica del cuerpo, entre otras tantas afrentas a la moral y las buenas costumbres que tanto defendía el aparato estatal que, por su parte, no se podía permitir un paso más en falso: a esas alturas ya fungía como una excelente agencia publicitaria para el autor”.
Así de subversiva, la obra de Fonseca fue sumando libro tras libro para ofrecer a sus lectores una mirada radical a la espantosa realidad de los barrios bajos brasileños, llenos de corrupción, crimen y violencia, no muy diferentes a los de las grandes ciudades latinoamericanas. Aparecieron en cascada, gracias a los buenos oficios, primero de Alfaguara, Bruguera, Seix-Barral y Júcar, en España (especialmente con las traducciones de Basilio Losada), y luego Cal y Arena, la gran difusora de esta obra (México, traducciones de Benjamín Rocha, Rodolfo Mata y Regina Crespo), Norma (Colombia), Alfaguara (Romeo Tello) y Tusquets, además de algunas versiones argentina y chilena: Feliz año nuevo (1977), El caso Morel (1978), El cobrador (1980), Pasado negro (1986), El gran arte (1984), El collar del perro (1986), Los prisioneros (1989), Lúcia McCartney (1990), Agosto (1990), Grandes emociones y pensamientos imperfectos (1993), El salvaje de la ópera (1996), El agujero en la pared (1997), Los mejores relatos (1998, antología), La Cofradía de los Espadas (2000), Mandrake. La Biblia y el bastón, El enfermo Molière (2003), Pequeñas criaturas (2003), Secreciones, excreciones y desatinos (2003), Diario de un libertino (2004), Ella y otras mujeres (2007), Historias de amor. / Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro (2009), El seminarista (2010), Axilas y otras historias indecorosas (2012), Novela negra y otras historias (2012), La novela murió (2013, crónicas), Amalgama (2014), José (2015), Historias cortas (2017), Cuentos completos 1-3 (2018). Calibre 22 (2017) y Carne cruda (2019) están en proceso de traducción.
Reconocido con importantes premios, entre ellos el Camões, máximo galardón de las letras portuguesas (2003), el Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (2003, que recibió de manos de Gabriel García Márquez), el Konex Mercosur a las Letras (2004) y el Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas (2012), su prestigio lo colocó, impensadamente, entre los grandes nombres de la narrativa latinoamericana por derecho propio. “Soy un hombre consumido por el presente”, se leyó al lado de su rostro en la Feria de Guadalajara. “Y es verdad que es el presente de Brasil, el mundo cotidiano de sus hombres y mujeres, el que ha alimentado su literatura entera, cargada de latigazos fulminantes y que revela con una prosa descarnada y llena de sentido del humor el frágil esqueleto de unas gentes que habitan una realidad cargada de violencia y a las que el autor se acerca con una inmensa ternura”.[3] Acaso ese premio tan resonante contribuyó a que aumentase el número de los aficionados a su prosa sin concesiones.
Para quienes conocimos a Fonseca a fines de los 80, Pasado negro (título original: Bufo & Spallanzani) fue la revelación de lo que vendría después mediante una lectura delirante: personajes atormentados, hondos monólogos, tramas alucinantes, ambientes enrarecidos, violencia por doquier, citas precisas, todo ello articulado en contextos sociopolíticos excitantes y complejos, como sucede en Agosto (que presentó en México en 1992, visita de la que surgió el cuento “La carne y los huesos”, de Un agujero en la pared)[4], ubicada en los tiempos del presidente Getúlio Vargas (1882-1954).
[photo_footer]Fonseca junto a García Márquez en 2003.[/photo_footer]
Lo policiaco, trabajado con tanta minuciosidad psicológica, elevado a rango estético, hizo que este autor reviviese un dilema literario que la crítica se plantea con frecuencia: ¿hasta dónde la búsqueda de culpables de crímenes puede ser la vía de una expresión valiosa y decantada? A eso se refiere el peruano José Miguel Oviedo (1934-2019):
El género noir suele ser considerado una especie de subgénero literario, hecho para el puro entretenimiento y afín a los gustos populares. Se podrían invocar los casos de Raymond Chandler y Georges Simenon entre los que dieron al género una gran calidad artística. […] Fonseca, por su parte, suele dar a sus historias un trasfondo intelectual, científico o literario que las convierten en algo más que meras aventuras policiales, pues las ahonda con meditaciones sobre la condición humana y, especialmente, sobre el impulso sexual, que ve como una fuerza imposible de frenar e irremediablemente insensata.[5]
En su caso, no queda la menor duda de que se cumplen, sin falta, todos los componentes de la buena literatura. Aquí va una muestra de ello en Pasado negro:
La actividad policial, para Guedes, consistía en apurar las infracciones penales y su autoría. “Apurar”, para el Reglamento Procesal, significaba investigar la infracción de la ley. A él, policía, no le correspondía hacer juicios de valor sobre la ilicitud del hecho, sino sólo recoger pruebas de su materialidad y autoría, y tomar todas las providencias para preservar los vestigios de la infracción. Delfina Delamare podía haber sido asesinada, o podía haberse suicidado. En la segunda hipótesis, a menos que alguien pudiera ser acusado de inducción, instigación o ayuda para el suicidio, no había crimen que apurar. Un suicidio no es un crimen; las discusiones filosóficas sobre el derecho a morir —a favor y en contra— eran, para Guedes, sólo un ejercicio académico. Era inútil amenazar con cualquier pena al suicida.[6]
El escritor mexicano Rafael Pérez Gay en su programa televisivo (La otra aventura) afirmó que, más allá de las tramas retorcidas y provocadoras de Fonseca, este autor profundizó como pocos en la condición humana.[7] Cerramos esta primera nota con otro ejemplo de la pasión que suscita la literatura de Fonseca. Lino Contreras Becerril, compañero de aulas y de lecturas febriles de quien escribe estas líneas, escribió una tesis sobre ella en 2007. De ese trabajo entresacamos esta cita, que sintetiza bien algunas de las razones lingüísticas de la eficacia narrativa del escritor brasileño, a reserva de continuar la revisión de esta obra singular:
…considero que es posible afirmar que Feliz año nuevo y El Cobrador introdujeron en la literatura brasileña, con un peculiar punto de vista centrado en la violencia extrema, el reconocimiento de las contradicciones sociales presentes en las grandes ciudades modernas, en particular Rio de Janeiro, enfrentando el clima de represión y disimulo propiciado por la dictadura. Los textos de Fonseca están construidos con un lenguaje tan económico como áspero (lleno de frases y vocablos populares y de uso preferente de los sectores marginados proclives a cometer actos delictivos, con los que Fonseca tuvo contacto durante los años que trabajó en una comisaría) que demuestran su agudo olfato para recrear un habla popular que se caracteriza por su crudeza.[8]
Notas
[1] É. Mendoza, “Rubem Fonseca”, en El Universal, 4 de octubre de 2016.
[2] A. Escobar G., Rubem Fonseca a la luz de la censura, en Confabulario, supl. de El Universal, 18 de abril de 2020
[3] José Andrés Rojo, “García Márquez entrega el Premio Juan Rulfo a Rubem Fonseca”, en El País, Madrid, 29 de noviembre de 2003
[4] Víctor García Esquivel, “Rubem Fonseca devolvió la sensación de novedad en la literatura: Pérez Gay”, en La Crónica, 30 de agosto de 2014. Cf.Armando Escobar Gómez,“Un detective en busca de la historia: Agosto,de Rubem Fonseca”,en Latinoamérica. Revista de Estudios Latinoamericanos,UNAM, vol. 63, julio-diciembre de 2016, pp. 205-232.
[5] J.M. Oviedo, “Rubem Fonseca o la seducción del mal”, en Letras Libres, núm. 197, mayo de 2015, p. 78.
[6] R. Fonseca, Pasado negro. Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 14. Cf. María Beatriz Rojas García Beltrán, “La forja de un artista en Bufo & Spallanzani, de Rubem Fonseca”, en La Colmena, Universidad Autónoma del Estado de México, núm. 76, pp. 21-28.
[7] Véase La Otra Aventura, 3 de mayo de 2020, aquí.Otras emisiones dedicadas a Fonseca se pueden ver aquí y aquí.
[8] L. Contreras Becerril, Poder y contrapoder: la violencia como destino en los cuentos de Rubem Fonseca. Tesis de maestría en Letras Latinoamericanas, UNAM, 2007, p. 71.
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