En defensa de quienes son llamados al ministerio pastoral.
Un fragmento de “Persona, pastor y mártir. En defensa de quienes son llamados al ministerio pastoral”, de José Mª Baena Acebal (Clie, 2020). Puede saber más sobre el libro aquí.
El título de este libro parece estar sobrecargado de dramatismo, sobre todo por el término final de mártir, pero les aseguro que, siendo ya de por sí dramática la vida, y mucho más la de un pastor o una pastora, el uso de esa palabra tiene su porqué, no siendo mi objetivo al emplearlo el de dramatizar en exceso. En primer lugar, mártir significa en su origen griego testigo, y posteriormente, debido a las persecuciones cruentas que sufrieron los cristianos —testigos de la fe de Cristo— adquirió el significado que hoy tiene, referido a alguien que da su vida por una causa cualquiera, no necesariamente de carácter religioso. Aquí, en este título, tiene mucho de su significado original y bastante del segundo, pues quien se dedica al ministerio pastoral, como quien se dedica a otros ministerios cristianos, ofrece su vida al servicio de las almas, de sus feligreses, de su iglesia, como si fuera al Señor; al menos así debe ser.
Aunque la historia nos ofrece multitud de casos en los que ese ofrecimiento fue total, en el sentido que, debido a su condición de dirigentes y responsables de sus iglesias, muchos pastores pagaron literalmente con su vida frente a la persecución de las autoridades civiles —y en ocasiones, también religiosas— de los países en los que desempeñaban sus ministerios. No está tan lejana la persecución sufrida en los países comunistas, ni tampoco la sufrida en España durante y después de la guerra civil. En la actualidad esa persecución se vive en determinados países islámicos y en otros donde la libertad de pensamiento, y por ende la religiosa, no existen. Con todo, el objetivo de este libro es subrayar la entrega y el precio que los llamados al ministerio pastoral y sus familias han de pagar por cumplir el propósito de sus vidas, que no es otro que servir a su Señor, a la vez que sirven a sus prójimos, sean estos miembros de sus iglesias o no. Jesús declaró a sus discípulos cuál era el propósito de su vida: “Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos”. (Mr 10:45). Y así es también con quienes hemos escogido dedicarnos al ministerio cristiano. En el caso de Jesús, debido a su naturaleza divina perfectamente entroncada con la humana, su sacrificio servía para rescatar a la raza humana de su condición pecadora y deshacer la ruptura entre el ser humano y Dios. Nosotros somos llamados a dar la vida, quizá no en forma cruenta, pero sí en entrega total y sacrificada a favor de las almas —entiéndase personas en el sentido integral. De ahí la palabra mártir, porque tal dedicación requiere pagar un alto precio, tema que iremos desgranando a lo largo del libro. Recordemos, no obstante, el testimonio personal del mismo apóstol Pablo, quien escribía a los corintios en su segunda carta, acerca de su ministerio apostólico-pastoral:
En trabajos, más abundante; en azotes, sin número; en cárceles, más; en peligros de muerte, muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno? (2 Co 11.23–29).
He enfatizado las palabras que ponen de manifiesto las dificultades que el propio Pablo tuvo que enfrentar para llevar adelante su ministerio siendo apóstol y pastor. Bien se diría por las veces que repite la palabra peligros, que el ministerio pastoral es un oficio peligroso. Creo, pues, que el calificativo del título está plenamente justificado, siendo verdad que busco con él un cierto efecto en el lector.
En la antigüedad clásica, el oficio de pastor gozaba de cierta aura de prestigio o añoranza «romántica» (1), dando lugar a un tipo de literatura, sobre todo lírica, llamada pastoril o bucólica, Una muestra de esa literatura es el gran poeta latino Virgilio y sus Églogas. La cuarta es para algunos cristianos, especialmente en el campo católico romano, una profecía del Mesías:
Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro
termina y surge en todo el mundo la nueva dorada,
se propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolos.
Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,
¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,
tú conduciendo. Si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,
nulos a perpetuidad los harán por miedo las naciones.
Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá
mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;
con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.
Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.
Henchidas de leche las ubres volverán al redil por sí solas las cabras,
y a los grandes leones no temerán los rebaños.
Tu misma cuna brotará para ti acariciantes flores.
Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba
morirá; por doquier nacerá al amomo asirio. (2)
Pero, por mucho que algunos de los padres de la iglesia, en tiempos de valoración de lo que los clásicos nos habían legado, y tratando de cristianizarlos en alguna manera, quisieran ver en Virgilio un “profeta”, él era tan solo un poeta pagano. Sus mejores exégetas entienden que hablaba de un futuro emperador romano.
Las Escrituras hebreas también tienen su muestra de esta literatura pastoril, con un ejemplar inigualado e inigualable, como es el Salmo 23, cuyo autor es David, pastor él mismo antes que rey y profeta:
Jehová es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de Jehová moraré por largos días. (3)
NOTAS
(1) Soy consciente de que el uso de este término aquí es un anacronismo absoluto, puesto que lo romántico es producto de un movimiento artístico, filosófico y sentimental del siglo XIX, llamado por eso romanticismo, que viene de la palabra roman, novela, y que promueve el gusto por lo novelesco, la recuperación de lo clásico, con toda su carga de añoranza por una época desaparecida y sus valores.
(2) http://www.iesjaumei.es/depts/cas/lit-univ/tema1/bucolica4.pdf
(3) RVR95, de las Sociedades Bíblicas Unidas.
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