El incienso puro y el elaborado eran en hebreo dos cosas diferentes que, en ocasiones, se han confundido en ciertas versiones bíblicas.
Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones.(Ex. 30:8)
El incienso puro u olíbano (en hebreo, lebona), que era uno de los componentes del incienso cúltico, es una resina que se extraía del árbol del olíbano (Boswellia sacra) que crece en el sur de Arabia.
No debe confundirse con el incienso ya elaborado (en hebreo, qetorah) que era una mezcla de olíbano y de otras especies vegetales diferentes.
Esta distinción puede observarse ya en el libro de Éxodo (30:34-35): “Dijo además Jehová a Moisés: Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro (lebona); de todo en igual peso, y harás de ello el incienso (qetorah), un perfume según el arte del perfumador, bien mezclado, puro y santo”.
De manera que el incienso puro y el elaborado eran en hebreo dos cosas diferentes que, en ocasiones, se han confundido en ciertas versiones bíblicas.
Dicha resina de incienso u olíbano también se podía obtener de otro árbol africano del mismo género (Boswellia papyrifera) parecido a los terebintos. Se trata del incienso sudanés, nativo de Etiopía, Eritrea y Sudán, que producía un humo muy apreciado en la antigüedad ya que poseía aromas de pino y limón.
Estas resinas se extraían practicando pequeñas incisiones, no demasiado profundas, en el tronco o en las ramas del árbol. El líquido que escurría de tales cortes era como una leche pegajosa que se coagulaba en contacto con el aire y podía recogerse a mano.
En la Biblia existen numerosas menciones al incienso (Ex. 30:34; Lv. 2:1, 2, 15, 16; 5:11; 6:15; 24:7; Nm. 5:15; Cnt. 3:6; 4:6, 14; Is. 43:23; 60:6; 66:3; Jer. 6:20; 17:26; 41:5), palabra que fue traducida al griego como líbanos.
Según la Ley judía, los ingredientes del incienso eran cuatro (Ex. 30:34-35), sin embargo, posteriormente se fueron agregando componentes que, según se dice, derivaban de la tradición oral desde Moisés.
Según el Talmud, este incienso del culto contenía 368 medidas (maneh), una por cada uno de los días del año, más otras tres que correspondían a las que el sumo sacerdote llevaba al Lugar Santo con motivo de la fiesta del Yom Kippur. La responsabilidad de realizar tales mezclas exactas recaía sobre determinadas familias hebreas.
Agustín de Hipona escribió, hace más de mil quinientos años:
“Y no me hará falta para que (Dios) me escuche traerle presentes de lejanas tierras, aromas e incienso, ni ofrecerle carneros o bueyes de mi rebaño: me bastará con dirigirme a él en oración, con invocar “al Dios de mi vida”. Pues la víctima que he de inmolar y el incienso que le he de quemar, el sacrificio que le puedo ofrecer para aplacar su ira, está ya dentro de mi: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; y si te ofrezco holocausto, no lo aceptas. Sacrificio es para Dios un espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no lo desprecias tú, oh Dios” (Salmo 51:16-17).[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1048.
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