Este Dios de la España de charanga y pandereta es antitético, Dios de doble imagen, impersonal e incoherente.
La Biblioteca Nacional ha digitalizado los documentos y la producción literaria del poeta, cuyos textos han pasado al dominio público 80 años después de su muerte en Collioure. Esto significa que ahora sus escritos ya están libres de derechos de autor, como indica la ley. Al mismo tiempo, la Biblioteca Nacional ofrece online prácticamente toda su producción. Según escribe Tommaso Koch en el diario “El País”, periódico que dedicó a la noticia toda una página, “Machado haría sombra incluso a otros gigantes de la literatura. Rara es la casa española donde no hay una obra suya”. El catálogo de obras en torno a Machado es inmenso. Unos doscientos libros de su autoría y otros quinientos cincuenta libros sobre él.
El más grande de los poetas andaluces de esta centuria murió en Colliure, pequeño pueblo costero en los Pirineos orientales de la vecina Francia, el 8 de febrero de 1939. Tal como lo anticipó en unas estrofas emotivas, se fue de la tierra desnudo y ligero de equipaje. Había nacido en Sevilla el 26 de julio de 1875.
La poesía y la prosa de Antonio Machado están impregnadas de un profundo sentimiento religioso. Su religiosidad es bíblica, no tradicional ni oficial. Su fe es cristiana, arraigada en el Cristo viviente, no en los enredos de la religión católica. Esta postura religiosa de Machado la define el filósofo José Luis López Aranguren de un certero plumazo: «Católico, nunca lo fue». Va más allá el jesuita Emilio del Río cuando afirma que Machado profesó en vida un «rabioso anticlericalismo» del que nunca logró salir.
En El mañana efímero, poema publicado en 1913, Machado denuncia con violencia verbal la España que mezcla toros con rezos, charanga y sacristía.
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta.
El escritor francés Bernard Sesé, autor de dos tomos sobre la persona y la obra de Antonio Machado, se interroga: «¿Es éste el anticlericalismo violento, al modo de un León Bloy o de una Bernanos en Francia, de las almas ardientemente religiosas y decepcionadas por las fabricaciones que puede sufrir el anhelo religioso? Es posible».
La superstición, el culto ciego a las tradiciones, el concepto de una moral católica conformista y satisfecha son denunciados por Machado en cuatro versos del mismo poema. Laín Entralgo ha dicho que son «cuatro de los más atroces versos que jamás se hayan escrito sobre la realidad de la vida española». Helos aquí:
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaraguera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar de la cabeza.
La aclaración de Antonio Sánchez Barbudo, biógrafo de Machado y erudito de su obra, importa e interesa: «Machado no se refiere a toda la España que ora. Ni mucho menos ataca a nadie porque ore. El, se refiere a la España que mezcla Frascuelo con María, a la que “ora y bosteza”; a la que “ora y embiste”, y es “zaragatera” y todo lo demás; es decir, se refiere a una España que realmente no ora, pues carece de verdadero espíritu religioso».
Decía Machado que su verso brotaba de manantial sereno. Y era así. Pero en ocasiones no puede evitar el lenguaje rabioso y hasta colérico cuando escribe sobre una religiosidad impuesta, mal enseñada, peor aprendida. Religiosidad chabacana y superficial de católico español que, como en el caso de Don Guido, sólo vale como recurso último de una vida licenciosa y jaranera.
Para Francisco Rico, «Don Guido es la estampa más crítica que se ha hecho del propietario señorito de las tierras del sur». «Galán», «algo torero», «diestro en manejar el caballo», «maestro en refrescar manzanilla», se convirtió «de viejo en gran rezador».
Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
–¡aquel trueno!–,
vestido de nazareno.
Cada verso es un trallazo que delata la superficialidad, el vacío y la inutilidad de una fe religiosa que quiere ser católica y que se emparenta con el paganismo. El trueno hedonista se arropa en la vejez con traje de nazareno. Así ha sido siempre, así continúa siendo en gran medida esta España de charanga y pandereta.
La denuncia religiosa de Machado prosigue en la gran composición poética titulada El Dios íbero que, como los poemas anteriores, pertenece a Campos de Castilla, compuesto entre 1907 y 1917. La primera estrofa pone en escena al hombre ibérico, símbolo espiritual del hombre español. Sus relaciones con Dios tienen un sentido de toma y daca, similar a la actitud asumida por Jacob durante su peregrinación desde Berseba a Harán:
Señor de la ruina,
adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
hacia la tierra un corazón blasfemo.
Adoración y blasfemia, oración y miedo son los componentes desiguales y contradictorios de la religiosidad española.
Este Dios de la España de charanga y pandereta es antitético, Dios de doble imagen, impersonal e incoherente. Unas veces paternal y amoroso, cruento y vengativo otras, según el talante de su adorador:
¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,
con doble faz de amor y de venganza,
a ti, en un dado de tahúr al viento
va mi oración, blasfemia y alabanza!
El hombre español de religión acomodaticia, muy bien retratado por Joaquín Calvo Sotelo en aquella obra teatral de 1954, La muralla, sólo se atiene a las apariencias. Incapaz de profundizar en el misterio, igual insulta a Dios en los altares que lo confiesa Señor de su destino:
Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó caminos en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
Machado aguarda el día en que el español sustituya estas representaciones caprichosas y versátiles de la divinidad por el verdadero rostro de Dios. Esculpido no en roble castellano, sino en lo más hondo del alma. El Cristo siempre clavado, con pintura de sangre en las manos, ha de dar paso al Cristo vivo que anduvo sobre las olas del mar. El Dios sin rostro de la Biblia ha de sustituir al dios multiforme de la España en pena.
El Dios íbero concluye con una tonalidad afectiva. El poeta quiere que el pueblo, su pueblo, descubra un día el rostro original de Dios y dé a sus expresiones religiosas una orientación exclusivamente espiritual. Esta es la intención del largo poema, cuyas últimas estrofas se leen así:
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda
al hombre íbero de la recia mano,
que tallará en el roble castellano
el Dios adusto de la tierra parda.
Para Aurora de Albornoz, ensayista y biógrafa de los intelectuales de la Generación del 98, «hombre religioso» es todo «aquel que emprende con afán y sin descanso la búsqueda de Dios… sea cual fuere el resultado de esa búsqueda». De Antonio Machado dice que fue «buscador auténtico de Dios en algunos momentos de su vida». Otro relevante especialista en la vida y en la obra de Machado, Antonio Sánchez Barbudo, ya citado, sostiene que el poeta tenía muy poco que ver con «esas filosofías católicas» en torno a Dios. Mucho más tuvo que ver «con ciertas filosofías de raíz protestante… en las que se descubre a Dios en lo hondo de la conciencia».
En esta línea está uno de los últimos poemas de Campos de Castilla, el titulado Profesión de fe. Es un poema filosófico y religioso. Dios está ahí, como el mar, como la blanca vela, ante nosotros, en nosotros, como diría Pablo. Hay que ir al encuentro, redescubrirlo o descubrirlo, invitarlo, fundirnos con Él:
Dios no es el mar, está en el mar; riela
como luna en el agua, o parece
como blanca vela;
en el mar se despierta o se adormece.
Creó la mar y nace
de la mar cual la nube y la tormenta;
es el Cristo y la criatura lo hace;
su aliento es alma, y por el alma alienta.
Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad que fluye eternamente,
fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente!
Dios creó la mar y nace de la mar. Sus obras le glorifican.
Mar y cielo anuncian la obra de sus manos. Dios es el Creador y la criatura lo hace. Es decir, le da vida en el interior de la conciencia individual. Unamuno decía que mejor que buscarse a sí es buscar a Dios en sí mismo. Cuando andamos dentro nuestro a la búsqueda de Dios es señal de que Dios nos anda buscando.
En esa línea final en la que Machado habla de «una fe sin amor», el poeta vuelve a su preocupación constante: la superficialidad religiosa del alma española. La España de charanga y pandereta que «ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta».
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