El vecino sordo que oye ruídos

Por lo general hay quien oye voces, pero este vecino oía ruidos. Ruidos que según él procedían del piso de arriba.

Tenía todo el trazado de los movimientos de su vecino, y sabía en cada momento dónde estaba. Un plano del piso le ayudaba. Daba miedo.

De vez en cuando subía para quejarse. La última vez le dejaron entrar en el piso hasta el lugar del que, según él, procedían los ruidos. Abierta la puerta de la habitación, descubrió un joven durmiendo a pierna suelta.

Y es que días atrás el vecino de arriba le había soltado una fresca de la que no se recuperaba fácilmente. Le dijo textualmente “no le podemos garantizar la paz del cementerio”.

Según parece no le gustó. Y a decir verdad, más que ruidos, lo que le molestaba básicamente era la persona.

Lo denunció continuadamente a la policía, y los agentes se presentaron cuatro veces en casa. El pobre vecino no sabía qué hacer. “Pero si está sordo”, decía a los policías.

Y así era, el señor mayor llevaba unos audífonos que le ayudaban a escuchar y que habitualmente no se ponía. Y sin ellos no escuchaba nada.

“¿¡Acaso piensa que estoy loco!?”, le preguntaba el anciano en voz alta con el rostro perturbado.

Pero el tema se resolvió con sabiduría. “Los niños y los locos dicen siempre la verdad”, reflexionó el vecino. Así que se armó de valor y un día que coincidió con el anciano en el ascensor…

- Disculpe, señor, si he podido ser grosero con usted. Siento haberle ofendido.

Aquel día se acabaron las denuncias, las quejas, las protestas, los ruidos, los avisos a la policía, y el anciano se convirtió en una persona amable y atenta con su vecino y su familia. Tampoco costaba tanto, ¿no?