Aquí no se trata de textos abstractos y metafóricos, sino descriptivos y narrativos. Se aparta algo de la rima y trabaja más con la idea.
Este es el tercer libro de poemas que publica Máximo García después de Entre la luz y las tinieblas y Poemas Bíblicos. En esta ocasión evito la biografía del autor, ya dada a conocer en otros artículos míos en Protestante Digital. Sólo añadiré que es un teólogo de altura, un escritor prolífico y en los últimos años un poeta que expresa en versos sus preocupaciones por los problemas sociales y por el eterno misterio de la divinidad.
Como poeta, Máximo García ha madurado entre su primer libro y este tercero. Aquí no se trata de textos abstractos y metafóricos, sino descriptivos y narrativos. Se aparta algo de la rima y trabaja más con la idea. Se ha dicho que en poesía es más importante ser ideólogo que rimador de palabras. Los seis primeros capítulos del libro están escritos en versos autobiográficos. Cabe aplicar a Máximo la frase del novelista francés Alfonso Daudet: “Los poetas son hombres que han conservado sus ojos de niño”. Este es Máximo García Ruiz. De su mente brota el recuerdo y con ojos de niño juzga el pasado. La guerra incivil de 1936 a 1939, que sufrieron sus padres. Emociones y sentimientos de infancia y adolescencia, dolor por la España irredenta:
“Vivir en un mundo tan convulso,
mundo ingrato y proceloso
que endurece el corazón
otrora altruista y gozoso”.
Los capítulos VII y VIII giran en torno a la fe y a otros temas bíblicos siempre envueltos en el misterio.
Las tres últimas páginas del libro deberían quedar en la historia de los grandes líderes evangélicos del siglo que estamos viviendo y del que lo ha precedido. En un ejercicio de absoluta sinceridad Máximo explica con entereza en qué consiste su credo. La estrella brilla de desnuda que está. De parecida forma García desnuda su corazón y su pensamiento y nos dice en verso cuál es su credo cristiano. Mucho lamento que debido a su extensión no pueda reproducir aquí tan admirable e importante texto. A cambio ofrezco al lector dos poemas de contenido espiritual que nos hace sentir y apreciar la dignidad del alma que el Eterno ha puesto en nuestra envoltura corporal.
A LA IMAGEN DE DIOS
Fuimos hechos a la imagen de Dios,
de un Dios que es la esencia de la Creación
que abarca todo el Universo en un abrazo eterno,
que nos envuelve y protege con su aliento
a todos sin excepción, a todos sin exclusión.
Un Dios presente en el viento, en la tierra, en el firmamento, del que participamos,
que genera la vida y produce el sustento.
Fuimos hechos a la imagen de Dios.
De él formamos parte, somos parte,
es pan y agua, luz y calor,
silbo apacible que nos da aliento.
Venimos de él, en él estamos y a él vamos.
Luz que ilumina los caminos, que forma camino,
Y aún más, que se convierte en camino,
Esencia y brisa, sustento divino.
Fuimos hechos a imagen de Dios,
Él es la verdad de todo. La verdadera verdad,
la que no encierra ningún tipo de engaño,
la tierra, es tierra, el agua es agua, la luz es luz,
no hay doblez, sobran los teólogos y los intermediarios.
Dios está presente, envolvente, con un abrazo infinito, eterno,
De él somos y él es nuestro
Principio y fin de todas las cosas.
LA CRUZ
“A quien vosotros crucificasteis” (Hechos 2:36)
La cruz es el principio y el final de todo
allí comienza la fe balbuciente
del adolescente que busca con afán sincero
respuesta a todas las preguntas
salida a todas las quimeras.
En la cruz del Gólgota termina
agostada la fe evanescente del adulto,
la certeza inquebrantable que tenía.
Las preguntas quedan sin respuesta,
las dudas sepultan la fe que antes sentía.
La cruz te proyecta al infinito
refugio de esperanzas y certezas
donde confluyen congojas e ilusiones.
En ella el alma angustiada se serena,
En ella el alma despechada se marchita.
La cruz genera odios y adhesiones,
símbolo de paz y a veces de agonías.
A nadie le resulta indiferente.
La muerte de Jesús en el madero
da sentido a la fe de los creyentes.
Resta decir que los poemas de Máximo están bella e inteligentemente ilustrados con dibujos de Rebeca García Pérez, “pedagoga de profesión y artista de vocación”, según consta en la solapa anterior del libro.
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