En este libro, González establece un paralelismo vital entre José, en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo Testamento.
Según el portal Wikipedia, “la biografía como género literario propiamente dicho nace en el Renacimiento”. Pero antes tenemos las Vidas Paralelas de Plutarco escritas en el primer siglo de nuestra era, Vidas de los santos padres, de Doménico Caravaca, siglo XIII, y tantas otras que tienen su origen en tiempos antiguos, como los escritos de Platón.
El género biográfico ha sido cultivado de forma continua por escritores españoles, como lo hicieron en tiempos recientes Valle Inclán, Gómez de la Serna, Marañón y otros muchos.
Félix González es escritor a quien atrae el género biográfico. Aquí, en Protestante Digital he comentado siete biografías suyas del apóstol Pablo, también ha escrito sobre la vida y obra de otros personajes bíblicos como Samuel, Cornelio y Bartimeo.
Con Vidas Paralelas pongo punto final a mi contribución literaria a la Biblioteca Félix González que inicié el 8 de junio.
En este último libro González establece un paralelismo vital entre José, en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo. José -escribe González- nos atrae, y no sólo por compasión, sino sobre todo por esa significación que tiene su vida al ser, en casi todas sus estaciones, un anticipo del camino de nuestro Señor Jesús”.
González establece esos paralelismos a lo largo de 24 capítulos. El primero de ellos cuenta cómo ambos fueron cubiertos por un amor paternal. De José leemos: “Amaba Israel -Jacob- a José” (Génesis 37:3). En cuanto a Jesús, la voz del Padre hace temblar las aguas del río Jordán, donde Cristo fue bautizado, al dictar desde las alturas este reconocimiento: “Este es mi hijo amado” (Mateo 3:17). La misma declaración se repite con motivo de la transfiguración: “Este es mi hijo amado” (Mateo 17:5). Así como José estaba seguro del amor del padre, Jacob, también lo estaba Cristo del amor del Padre celestial: “Me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24).
Segundo paralelismo: José fue aborrecido por sus hermanos, (Génesis 37:4-5). Los hermanos de Jesús no llegaron a tamaña vileza, pero no creían en Él: “Ni aún sus hermanos creían en Él” (Juan 7:4).
Tercer paralelismo: Aún cuando José sufrió injustamente castigos de unos y de otros, su confianza estaba puesta en Dios, quien nunca lo abandonó: “Mas Jehová estaba con José” (Génesis 39:2). Otro tanto reconoció Jesús: “Mi padre es el que me glorifica” (Juan 8:54).
Cuarto paralelismo: José fue injustamente acusado por la exaltada mujer de Potifar. Esta mujer, cuyo nombre se desconoce, estaba casada con Potifar, capitán de la guardia del faraón, quien tomó a José a su servicio. Enamorada de él y loca por mantener relaciones sexuales con el joven hebreo, al negarse José lo acusó injustamente. Dando voces llamó a sus criados y les dijo:
“Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciese burla de nosotros. Vino él a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces” (Génesis 39:14).
Ninguna injusticia mayor que las acusaciones vertidas contra Jesús. Ante Pilato, los farsantes declararon:
“A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey” (Lucas 23:2).
Lo mismo cuando fue llevado a Herodes:
“Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia” (Lucas 23:10).
Quinto paralelismo: Entre malhechores. Leemos de José:
“Y tomó su amo a José, y lo puso en a cárcel, donde estaban los presos del rey, y estuvo allí en la cárcel” (Génesis 39:20).
Leemos de Jesús. Camino del Gólgota, donde sería crucificado, dice Lucas:
“Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos” (23:32).
Leemos de González: “¿Estás en la cárcel del sufrimiento? Has de saber que todo lo que te ocurre es para la perfección de la fe, para bendición de otros que sufren también y para la gloria de Dios. Este bendito conocimiento puede ayudarte a observar la actitud adecuada en tu sufrimiento, tal como hicieron ejemplarmente José y Jesús”.
Sexto paralelismo: Uno de los momentos culminantes en la vida de José lo constituye cuando se revela a sus hermanos en Egipto. Se dice de él:
“No podía ya José contenerse delante de todos los que estaban al lado suyo, y clamó: Haced salir de mi presencia a todos. Y no quedó nadie con él, al darse a conocer José a sus hermanos. Entonces se dio a llorar a gritos; y oyeron los egipcios, y oyó también la casa de Faraón.
Y dijo José a sus hermanos: Yo soy José; ¿vive aún mi padre? Y sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados delante de él” (Génesis 45:1-3).
Es el apóstol Juan quien nos da detalles de la revelación de Jesús a sus hermanos los discípulos:
“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:19).
Séptimo paralelismo: Ver para creer. Los hermanos de José, de vuelta a Canaán tras la reconciliación, dieron al padre la noticia de que éste estaba vivo, pero el anciano no lo creía:
“Y subieron de Egipto, y llegaron a la tierra de Canaán a Jacob su padre. Y le dieron las nuevas, diciendo: José vive aún; y él es señor en toda la tierra de Egipto. Y el corazón de Jacob se afligió, porque no los creía” (Génesis 45:25-26).
Cuando María Magdalena Acudió a los discípulos que estaban acobardados, tristes y llorando, con la noticia de que Cristo vivía, Marcos observa:
”Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron” (Marcos 16:11).
Duro de corazón se muestra también uno de los discípulos, Tomás, de quien cuenta el apóstol Juan:
“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:24-27).
Ver para creer.
Creer sin ver.
Concluye Félix González:
“Lo más hermoso es creer sin ver. Jesús dijo a su discípulo Tomás: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29).
Hay quienes no pueden creer si no ven, más aun, si no tocan y palpan, como pretendía Tomás. Pero Dios quiere que aprendamos a creer sin ver; que nos baste la palabra de Dios desnuda. Esta es la fe que Dios pretende forjar en nosotros. Los doce apóstoles vieron al Señor resucitado porque ellos tenían que ser sus testigos. Pero todos los demás habremos de creer sin ver. Esta fe nos conducirá un día a ver a Jesús cara a cara, tal como Jacob vio a José, y se alegró grandemente”.
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