“El primer amor no es simplemente un sentimiento feliz, es una actitud hacia Jesucristo que lo establece por encima de todo otro amor”.
La semana pasada comenté aquí, en Protestante Digital, el libro escrito por González basado en 1ª Corintios 13. El que ahora tengo ante mí también trata del amor. Decía Miguel Ángel que el amor es el ala veloz que Dios ha dado al alma para subir hasta el cielo. Con esta figura el gran pintor toscano expresaba su divino concepto del amor.
A diferencia de lo que escribió González en La excelencia del amor, en este nuevo libro se ocupa del amor que fue y del que debe ser por parte del cristiano hacia Dios. Se trata de una presentación de Apocalipsis 2:1-7, que introduce con estas palabras: “la exposición del versículo 4 de Apocalipsis 2 constituye el alma de la obra. En ella veremos el significado de las terribles palabras “pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. ¡Qué terrible es este “pero”, que todo lo enturbia!”. Y añade en párrafo aparte: “la carta nos facilita una visión bastante amplia de la vida de la Iglesia en Éfeso, de su trabajo, su situación, sus sufrimientos y de los peligros que acechaban a los primeros cristianos”.
Una característica del estilo apocalíptico es el simbolismo del nombre de Cristo, designado con la fórmula “el que es y que era y que ha de venir”. También llamado “el Alfa y la Omega, principio y fin” (1:8), el primero y el último” (22:13).
Un dilema de no poco interés que plantea González está relacionado con la personalidad del “ángel de la Iglesia en Éfeso” (2:1). No cree que fuera un ser de las regiones celestiales. Aclara que algunos textos del Antiguo Testamento designan con el nombre de ángel a mensajeros humanos, así en Génesis 18:2, Malaquías 2:7, Hageo 1:13 y otros. Esta es su conclusión: “siendo que el libro de Apocalipsis tiene una mayor influencia literaria del Antiguo Testamento que ningún otro libro del Nuevo, tenemos que concluir que la palabra griega “ángel”, (angelo) en las siete cartas del Apocalipsis se emplea en su significado literal, que significa mensajero”.
Pablo fundó la Iglesia en Éfeso en el curso de su tercer viaje misionero, hacia el año 58. Once años después escribe una carta en la que reconoce y alaba las virtudes de sus miembros:
“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones” (Efesios 1:15-16).
Unos 33 años después de esta alabanza la situación de la Iglesia ha cambiado y el amor ha dado paso a la rutina. El año 95, fecha de la redacción del Apocalipsis, el Cristo celestial vierte esta queja contra la Iglesia en Éfeso:
“Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4).
Entre la fundación de la Iglesia y la pérdida del primer amor transcurrieron 44 años. ¿Podemos perder el primer amor, el amor que sentíamos por Cristo en los días iniciales de nuestra conversión, en un período de 44 años? Escribe González: “cuando se ama a Dios por encima de todas las cosas hay una serie de señales que lo evidencian. El primer amor no es simplemente un sentimiento feliz, es una actitud hacia Jesucristo que lo establece por encima de todo otro amor”.
La advertencia de Jesús, repetida tres veces en Mateo y Marcos, es contundente:
“El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10:22).
¿Sabían esto los miembros de la Iglesia en Éfeso?
Advierte González que cuando Cristo recrimina a los miembros de la Iglesia en Éfeso por haber perdido el primer amor nos está dando una lección a todos los cristianos. Dice: “¿cómo se llega a dejar el primer amor? Es conveniente que sepamos esto, a fin de no incurrir en el mismo pecado”. A continuación señala los cinco motivos que él considera básicos:
Dejamos el primer amor cuando permitimos que el trabajo nos absorba de tal manera que descuidemos el cultivo de nuestra vida espiritual a los pies de Jesús, como hizo María, hermana de Marta y Lázaro.
Dejamos el primer amor cuando a nuestra vida llegan personas que acaban teniendo para nosotros más importancia que el Señor.
Dejamos el primer amor cuando, como Demas, desamparamos a Cristo por amor al mundo que nos rodea.
Dejamos el primer amor cuando empezamos a tener dinero, aún honradamente ganado, y al final el dinero nos tiene a nosotros.
En fin, dejamos el primer amor cuando nos dejamos tentar por la avaricia en lugar de ser personas agradecidas y generosas.
Cuando se dan estas situaciones, escribe González, “el Señor podría dejarnos en el abismo. Podría callar. Podría darnos la espalda. En lugar de eso, nos dice con ternura: “Recuerda de dónde has caído”. Esto demuestra que Él no se ha olvidado de nosotros. Que no le somos indiferentes. A la hora de la infidelidad, Él continúa siendo fiel”.
“Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras”. No se trata de un arrepentimiento como el que precede a la conversión. Ya estamos convertidos. Somos salvos. La eternidad es nuestra. El Cristo celestial pide que nos arrepintamos de haber dejado el amor que le teníamos en los primeros días, meses o años de nuestra vida cristiana.
Dice González en uno de los últimos párrafos del libro: “Cuando el Señor le dice a la Iglesia de Éfeso: “Recuerda, por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete”, no le está diciendo llora y lamenta que has dejado tu primer amor; sino que le dice: Cambia de actitud, cambia de manera de pensar y adopta de nuevo la actitud primera hacia mí, aquella actitud cuando yo lo era todo para ti”.
El primer amor es un auténtico libro de autoayuda espiritual. Un semáforo rojo en el camino de nuestra vida cristiana que nos advierte de los riesgos de abandonar el primer amor a Dios y del enfriamiento del amor en nuestras congregaciones: enfriamiento del amor a Dios. Enfriamiento del amor a nuestros hermanos en la fe. Enfriamiento del amor al prójimo.
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