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Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

El “huésped escondido”: La Biblia del Oso, edición Alfaguara (1987) (I)

Las características de esta edición de Alfaguara fueron, básicamente, la adaptación de la ortografía a los modelos actuales, “dejando intacto el lenguaje original del autor-traductor”.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 13 DE SEPTIEMBRE DE 2019 07:00 h
La edición de Alfaguara, de 1987, de la Biblia del Oso.


Porque la traducción que ofrecemos es un texto clásico de nuestra literatura: la primera traducción completa de Casiodoro de Reina, hombre de vida inquieta y atormentada que hubo de abandonar su patria para escapar a la Inquisición. […] Nuestro propósito es devolver ahora, tanto a la lengua castellana como a la historia cultural de nuestro país, uno de los principales eslabones perdidos, que revela y pone en nuestras manos la evidencia de una gran corriente renovadora que recorrió durante los siglos XV y XVI los caminos españoles. y es en el seno de esta corriente donde un clásico universal y un tesoro de nuestro patrimonio se funden en un texto único e irrepetible.



Cuarta de forros de la Biblia del Oso, edición de Juan Guillén Torralba




Lo más parecido a una edición crítica de la Biblia del Oso, de Casiodoro de Reina (1569), aunque no se presentó con ese calificativo en su momento (y que verdaderamente hace tanta falta para apreciarla mejor), es la que prepararon Juan Guillén Torralba (1933-2003), José María González Ruiz (1916-2005) y Gonzalo Flor Serrano (1945-2018), en 1987 para Ediciones Alfaguara, en cuatro volúmenes (I y II, libros históricos; III, libros proféticos y sapienciales; y IV, Nuevo Testamento). Se trató de todo un acontecimiento para el ambiente cultural, pues por primera vez esa traducción de la Biblia, tan apreciada por los lectores evangélicos de ambos lados del Atlántico, por fin alcanzó el reconocimiento que merecía en su espacio geográfico natural de difusión. La publicación contó con una “Ayuda a la Edición de las Obras que componen el Patrimonio literario y científico español, concedida por el Ministerio de Cultura”.



Para justificar el empeño por dar a la luz esta edición “secular” de esta obra benemérita, en la primera página de la “Introducción general” se lee lo siguiente:




El interés editorial y literario de la publicación de este texto es notorio. En efecto, en 1602 Cipriano de Valera, compañero de Casiodoro de Reina, el primer traductor de la Biblia y probablemente asesor suyo en la ingente tarea de la translación, viendo que era difícil encontrar ejemplares de la primera edición, pensó en lanzar una segunda, pero corregida y revisada. Esto hizo posible que la primera versión de la Biblia al idioma castellano se convirtiera en huésped escondido de las más difíciles bibliotecas y que en la cadena de nuestra literatura clásica faltara ese eslabón tan importante de La Biblia del Oso (La Biblia del Oso. Libros Históricos (I). según la traducción de Casiodoro de Reina publicada en Basilea en el año 1569. Juan Guillén Torralba, ed., Madrid, Ediciones Alfaguara, 1987, p. xiii).




No menos preciso y enjundioso es el texto que aparece en la cuarta de forros, del cual ya se ha citado otro fragmento como epígrafe: “Más allá de su estricta valía como libro sagrado de tres grandes religiones y su consiguiente influencia en el desarrollo espiritual de la humanidad, la Biblia posee un incalculable valor histórico y literario. Pero la edición que presentamos […] es también una ocasión única para conocer unos textos fundamentales de la historia de la cultura española que hasta ahora no se hallaban al alcance del lector”.



Guillén Torralba (se explica la segunda de forros) nació en La Roda de Andalucía (Sevilla). Se licenció en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma, en Ciencias Bíblicas por el Instituto Bíblico de esa misma ciudad, en Filología Trilingüe por la Universidad Complutense de Madrid y se doctoró en teología por la Universidad de Comillas. Fue Canónigo Lectoral de la Iglesia Catedral de Sevilla (desde 1977), director de la Biblioteca Colombina y Capitular de Sevilla (1986), y bibliotecario, profesor de hebreo, Pentateuco, Libros históricos y Proféticos en el Centro de Estudios Teológicos de Sevilla. Entre sus trabajos se pueden mencionar: Luces y sombras del Más Allá (1964), Anástasis. Hacia una teología de la resurrección (1968), La fuerza oculta de Dios. La elección en el Antiguo Testamento (1983), Los patriarcas (1987), Génesis (1990), Éxodo (1992), Libros de los Macabeos (1992) y Guía de Visita: Catedral de Sevilla (1995). 



Klaus Wagner escribió una sentida semblanza suya, a su fallecimiento, en la que destaca sus notables iniciativas en el campo bibliográfico, además de “la mente abierta y la inmensa tolerancia” que le permitieron participar en el proyecto de la Biblia del Oso, “un auténtico éxito editorial, si tenemos en cuenta no solo la repercusión que tuvo en la crítica nacional, sino más acusada todavía en la del extranjero, y particularmente en los ambientes reformados” (“Juan Guillén Torralba in memoriam”, en Boletín de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras, vol. 32, 2004, p. 243).



 



José María González Ruiz.

El director de la edición, José María González Ruiz (1916-2005), escribió una soberbia introducción a la obra. Doctor por la Universidad Gregoriana de Roma y autor de una veintena de libros (Creer es comprometerse, Dios está en la base, Pobreza evangélica y promoción humana, Dios es gratuito, pero no superfluo, La teología de Antonio Machado, El evangelio de Pablo y Otra iglesia para otra España, entre otros) y centenares de artículos (varios de ellos, muy combativos, en El País;), fue párroco del barrio de Triana en Sevilla y canónigo de la Catedral de Málaga. Fue el teólogo español de mayor influencia en la Iglesia del Concilio Vaticano II.



Recogiendo los datos básicos de la vida y obra de Casiodoro, González Ruiz hizo un magnífico recuento de los avatares que condujeron a la edición de la Biblia en 1569. Como era de esperarse, se remitió a los movimientos espirituales de los siglos XV y XVI, así como a los impulsos realizados por el cardenal Francisco Ximénez de Cisneros y a los estudios sobre el erasmismo español de Marcel Bataillon. Tampoco deja de referirse a los dirigentes e integrantes de los conventículos sevillanos y, al momento de referirse a lo sucedido en el monasterio de San Isidoro del Campo, hila delgado sobre esa historia, dado su conocimiento profundo, especialmente al hablar del prior García Arias, “el maestro blanco”, y la influencia que ejerció allí: “Trabajó con los monjes, que estaban ya preparados para una visión más evangélica frente a la devoción mecánica de la regla con la lectura de Savonarola y Erasmo, y despertó en ellos el deseo de una forma superior de cristianismo basado en una fuerte adhesión a las Escrituras” (p. xviii).



Describe a continuación los pasos que dio Casiodoro para lograr su propósito, desde su huida a Ginebra y la breve estancia en Ginebra, hasta la consecución de la obra de traducción. Observa el gran problema que tuvo que afrontar al llegar, finalmente, a Basilea: la prohibición de imprimir libros en otras lenguas que no fueran el latín, el griego, el hebreo o el alemán, que afortunadamente superó cuando el Concejo de la ciudad aprobó la edición en enero de 1568, “con la condición de que se omitieran todas las notas” (p. xxvi). Sus amigos, los inspectores Sulzer y Koechlein, intervinieron para persuadir al Concejo. González Ruiz menciona la reedición de Cipriano de Valera (1602) el hecho de que el trabajo de Casiodoro “reproduce la Biblia con toda la integridad de las ediciones católicas; es decir, introduce los libros del Antiguo Testamento y los Apócrifos, que más tarde fueron separados en las ediciones protestantes” (p. xxviii).



Por último, explica las características de esta edición de Alfaguara, básicamente, la adaptación de la ortografía a los modelos actuales, “dejando intacto el lenguaje original del autor-traductor”. Se suprimió la introducción en latín, pero se conservó la “amonestación al lector”, documento fundamental para la comprensión de la obra, se eliminaron también las referencias paralelas del margen y se incluyeron notas filológicas que aparecen al final de cada volumen. La encuadernación fue en una elegante tapa dura con cubierta adicional, muy de la época en que fue publicada. La reedición de 2001 fue un tanto más austera.



Para el primer tomo, Guillén Torralba redactó una amplia “Introducción a los libros históricos: narrativa bíblica” (30 pp.), basada en los avances modernos. Particularmente, explica la división de los libros, las fuentes documentales (hace referencia a la teoría documentaria), el marco histórico y el proceso de redacción, y al final expone el contenido de cada libro, desde Génesis hasta Ester, sin dejar de mencionar los libros deuterocanónicos, incluidos en la edición antigua original. El cuidado del texto fue óptimo, por lo que esta publicación marcó todo un hito en la ya prolongada y azarosa historia de la Biblia del Oso. La labor de Alfaguara, que representó una auténtica recuperación cultural, estuvo a la altura de lo que esta traducción clásica y sus lectores/as merecen.


 

 


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