En menos de dos años los soldados y aventureros venidos de la Península Ibérica sometieron al imperio que controlaba buena parte del centro del territorio que ahora se conoce como México.
El 22 de abril de 2019, día preciso del 500º aniversario de la llegada de Hernán Cortés a lo que ahora es la Ciudad de México (en esa época se llamaba Tenochtitlan), el autor de estas líneas hojeaba una nota acerca de tan importante efeméride en un diario de circulación nacional. La nota en cuestión, de Érika Montaño Frías (“Historiador ve en la Conquista el origen de nueva identidad, la de la nación mexicana”, en La Jornada), daba cuenta de algunas conferencias acerca del suceso histórico que, hay que reconocer con cierta tristeza, no ha recibido la atención que se merece en el país. Con todo, se organizaron mesas de análisis en algunas universidades y centro de investigación. En una de ellas, un coloquio del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que se realizará del 6 al 9 de mayo, el historiador Antonio Díaz de León presentará el estudio titulado “Cortés y la primera población de origen africano en la Nueva España”.
Díaz de León afirmó en entrevista que la capital del imperio mexica “fue conquistada por una confederación de tribus opuestas al imperio, junto con un grupo de españoles que no lo hubiera logrado sin ayuda de los tlaxcaltecas o los indígenas de Zempoala”, además de que el mérito de Cortés consistió en “aprovechar esas contradicciones internas para tomar Tenochtitlan, porque era la capital de un imperio avasallador, que cometía abusos y barbaridades contra las poblaciones que sometía”. Esa afirmación, bastante aceptada entre los expertos, es la base de la comprensión de lo sucedido en estas tierras hace medio milenio, cuando en menos de dos años los soldados y aventureros venidos de la Península Ibérica sometieron al imperio que controlaba buena parte del centro del territorio que ahora se conoce como México.
Semanas atrás, el Presidente de la República había alborotado el avispero con una extraña petición al gobierno español: ofrecer disculpas públicas por los daños ocasionados por la Conquista. Dentro y fuera de México y España hubo comentarios contradictorios acerca de lo que se vio como un auténtico exabrupto, ajeno por completo a la coyuntura política y que mereció opiniones extremas y también bastante superficiales. Ese fue el caso del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa, quien, en pleno Congreso Internacional de la Lengua Española, en Córdoba Argentina, despotricó contra las palabras del presidente mexicano haciendo gala de su ya conocida desmesura ideológica (véase: Gabriela Origlia, “Vargas Llosa polemizó con López Obrador por los indígenas mexicanos en su discurso en el Congreso de la Lengua”, en El País, Buenos Aires, 27 de marzo de 2019). Porque, ciertamente, ni el gobierno actual de España representa a quienes cometieron tantos crímenes en estas tierras, ni el régimen mexicano a los descendientes de aquellos indígenas masacrados. Se trató, verdaderamente de un episodio para olvidar.
Pero, quien esto escribe pasó luego de las páginas de La Jornada a recordar otro momento más amable, acaecido hace casi 20 años: el número 6 de la revista Letras Libres, en mayo de 1999, publicó un ensayo de William B. Taylor (Pensar en imágenes) que hacía referencia a un mapa colonial de Texupa, Oaxaca, solicitado nada menos que por el rey Felipe II, cuya reproducción había sido tomada de un libro publicado en inglés en 1966 (Barbara E. Mundy, The mapping of New Spain: Indigenous cartography and the maps of the Relaciones geográficas. Universidad de Chicago; Mundy es autora también de The death of Aztec Tenochtitlan, the life of Mexico City. Universidad de Texas, 2015). Pues resulta que otra copia de ese mapa se encontraba en el Palacio municipal del poblado en cuestión, y siempre que el autor y sus padres (originarios de allí) visitaban el lugar lo veían en el mismo lugar. Era un objeto cultural inolvidable que, en la temprana edad del recuerdo más lejano, refulgió instantáneamente ante ese reencuentro inesperado.
Taylor, profesor de la Universidad de California en Berkeley (también autor de Magistrados de lo sagrado: sacerdotes y párrocos en el México del XVIII, 1999; pero sobre todo de Landlord and Peasant in Colonial Oaxaca [en español, Terratenientes y campesinos en la Oaxaca colonial, 1998], así como de otros muchos estudios), explica en su ensayo que el mapa en cuestión (fechado el 20 de octubre de 1579, 10 años después de la publicación en Basilea, de la Biblia del Oso), junto con un informe por escrito, fue la respuesta a lo solicitado por Felipe II, quien, según sus palabras, “fue un recopilador inveterado de este tipo de información. Su largo cuestionario de 1577 hizo que se elaborara un rico conjunto de informes o relaciones geográficas de distritos locales de América” (p. 25). El monarca español solicitó que a los informes escritos los acompañara una pintura de cada zona. Las palabras de este investigador, un tanto tendenciosas (dado que, al menos en este texto, no menciona a otros/as estudiosos que, antes que él, se ocuparon de dicho mapa), eran puntuales y dejaron a su lector lleno de asombro y remembranzas:
Del pueblo de Texupa, de la Mixteca Alta de Oaxaca, llegaron un informe y un plano misteriosos. El informe escrito fue elaborado por el corregidor español con ayuda de dos frailes dominicos, a partir del testimonio de indígenas mixtecos de la comunidad cuyos nombres no se mencionan. Según parece, la pintura fue elaborada por uno de los informantes indígenas y no por el gobernador del distrito ni por los dominicos.
La pintura y el informe escrito se complementan como dos puntos de vista distintos, en contrapunto, de Texupa y sus alrededores como una comunidad indígena al final de la gran epidemia que arrasó todo el virreinato de la Nueva España a fines del decenio de 1570 (Ídem).
Esto bastó para experimentar la necesidad de compartir, lo más inmediatamente que fue posible, con los familiares avecindados en ese pueblo de la Mixteca Alta de Oaxaca (que así se denomina la región donde se ubica), esta reaparición de una imagen tan querida y recordada. Tejupan (o Tejupam, como aparece en el nombre oficial, aunque en mixteco el nombre es Ñuundaá) fue un asentamiento prehispánico de cierta relevancia y este documento oficial de la época del Virreinato venía a comprobarlo. Y en efecto, la familia recibió con gran sorpresa y beneplácito un ejemplar de la revista luego de algunas charlas previas e, incluso hasta la compartieron con algunos amigos y vecinos. Hasta aquí el recuerdo grato de esa lectura imprevista.
El mismo 22 de abril, después de hacer memoria de todo ello, la imprescindible búsqueda en internet tenía deparadas otras sorpresas, una tras otra más grande y trascendente para la obsesión que comenzaba a incubarse. El original del susodicho mapa se encuentra físicamente en la Real Academia de la Historia de Madrid, cuyo sitio lo ha puesto disponible para su consulta y descarga. Allí mismo aparece la explicación técnica y de origen del documento:
Manuscrito sobre papel dibujado a plumilla en tinta negra. Iluminado a la aguada en varios colores intensos (verdes y ocres). Restaurado.
Sumario: Alrededor del plano de Texupa se figura un paisaje imaginado mezclado con glifos y un calli en el primitivo asentamiento. Montaña coronada por un chalchiuite (piedra preciosa azulada). En náhuatl significa Texupa.
RAH. Biblioteca, Relaciones geográficas del obispado de Guaxaca, 09-04663, nº 17. El mapa acompañaba a la Relación geográfica de Texupa (1579), firmada por el corregidor Diego de Avendaño, que responde al interrogatorio (1577) enviado por Felipe II a las autoridades de las Indias. Itinerario de Hernán Cortés (Madrid, 2015).
Con estas referencias tan precisas, el siguiente paso fue encontrar datos sobre estudios dedicados al mapa-códice, pues a esas alturas ya quedaba bien claro que el trabajo plástico original integra las dos cosmovisiones: la indígena y la hispano-católica colonial, en un entramado visual digno de admirarse por su riqueza geográfica, histórica y cultural. En la sección introductoria del informe al rey de España, se lee, con base en el mapa:
El pueblo de Texupa es en la Mixteca Alta. Es pueblo solo, sin tener sujeto ninguno. Está de la ciudad de México [a] cincuenta y ocho leguas, casi todo de áspero camino; dicen no ser las lenguas tan grandes como las de España. […]
El pueblo de Texupa está en un llano, entre dos cerros. Por la parte del poniente está más abierto, que en la parte [por] donde le baña el sol en la tarde. El un cerro está más cerca del pueblo, q[ue] no el otro. Llámase el un cerro, en lengua mexicana, Comaltepeque y, el otro cerro, Miagualtepeque, asimismo en lengua mexicana. Tiene una vega, desde donde está el pueblo poblado a la parte del poniente, q[ue] tendrá una legua buena de largo y, de ancho, un cuarto, poco menos. Nacen, arriba del pueblo, dos arroyos pequeños: el uno va por medio del pu[eb]lo y, el otro, por el lado de la parte del norte. Júntanse a la salida del pu[ebl]o y, juntos, van [por] la vega abajo.
Hay en este pueblo un monasterio de religiosos de la orden del señor de S[an]to Domingo, q[ue] hay en él dos religiosos para la doctrina de los naturales; dales su Maj[esta]d el sustento necesario, porque el pueblo es de su Real Corona (“Relación de Texupa”, en René Acuña, ed., Relaciones geográficas el siglo XVI: Antequera. Tomo segundo. México, UNAM, 1984).
Pero eso era apenas la punta del iceberg, pues tres de las varias referencias que surgieron de la búsqueda fueron los estudios de Joyce Waddell Bailey (“Map of Texúpa (Oaxaca, 1579): A Study of Form and Meaning” [Mapa de Texúpa: un estudio de forma y significado], 1972), cuya tesis de Maestría en Artes (An interpretation of the map and relacion of Texupa in Oaxaca, Mexico, and an analysis of the style of the map [Una interpretación del mapa y relación de Texupa en Oaxaca, México, y un análisis del estilo del mapa) fue defendida en la Universidad de Tulane en 1963; Hilda Judith Aguirre Beltrán (tesis de licenciatura en historia en la UNAM, 1996, y un estudio sobre el mapa publicado en Francia en 1998); y Kevin Terraciano, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles, quien estudió el tema en su tesis doctoral (Ñudzahui history: Mixtec writing and culture in Colonial Oaxaca, Universidad de California, 1994) y, posteriormente, dio a conocer The Mixtecs of Colonial Oaxaca. Ñudzahui history, Sixteenth through Eighteenth (Universidad de Stanford, 2001, Los mixtecos de la Oaxaca colonial. La historia ñudzahui del siglo XVI al XVIII), publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2013. Esta última edición recoge en la portada (que diseñó Laura Esponda) el mapa de Tejupan de 1579 con pequeñas variaciones.
Más tarde, fueron apareciendo, en lo que ya se había convertido en una investigación de más calado, los trabajos de Francisco del Paso y Troncoso (1842-1916, historiador y profesor de náhuatl), lector de la documentación prehispánica y colonial; Eulalia Guzmán (1890-1995, arqueóloga connotada, quien visitó la Mixteca Alta en 1934); Barbro Dahlgren de Jordán (1912-2002; su estudio de la Mixteca es de 1954); Ronald Spores (The Mixtec Kings and their people [Los reyes mixtecos y su pueblo]. Norman, Universidad de Oklahoma, 1967); Alfonso Caso (Reyes y reinos de la Mixtecas, 1977-1979); y, sobre todo, Marcelo Ramírez Ruiz, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien es quizá el mayor conocedor mexicano sobre el tema. Su texto de 2006 (Ñuundá-Tejupan: lugar del azul), aparecido en una obra colectiva (Territorialidad y paisaje en el altépetl del siglo XVI), es probablemente el mejor resumen que se ha producido en el país sobre la historia y la geografía de este poblado mixteco.
A continuación, vendría la otra sorpresa mayúscula: en uno de los sondeos cibernéticos, apareció el nombre del Códice Sierra Tejupan, un documento publicado en 1906 que patrocinó Justo Sierra Díaz, el entonces Ministro de Instrucción Pública del gobierno de Porfirio Díaz, quien apoyó al profesor Nicolás León, del Museo Nacional de Arqueología, en su intención de publicarlo. De él nos ocuparemos en la siguiente entrega.
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