Una de las principales maneras en que pasamos de un conocimiento abstracto de Dios a un encuentro personal con él como una realidad viviente es a través del horno de la aflicción.
Un fragmento de “Caminar con Dios a través del dolor y el sufrimiento”, de Tim Keller (Andamio editorial, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.
El sufrimiento está en todas partes, es inevitable, y su alcance a menudo nos supera. Si dedicas una hora a leer este libro, en ese tiempo más de cinco niños en todo el mundo habrán muerto por abusos y violencia. Si te dedicas a leer el día entero, más de cien niños habrán muerto violentamente. Pero esa, claro está, no es más que una de tantas maneras de sufrimiento. Miles de personas mueren en accidentes de tráfico o de cáncer cada hora, y cientos de miles descubren que sus seres queridos se han marchado de repente. Es comparable a hacer desaparecer una pequeña población cada día, dejando a las familias y a los amigos devastados a su paso.
No importa qué precauciones tomemos, no importa lo bien que nos hayamos acomodado a una buena vida, no importa todo lo que nos hayamos esforzado por vivir sanos, ricos y cómodos con amigos y familia, y con éxito en nuestra carrera: inevitablemente, algo lo arruinará. Ninguna cantidad de dinero, poder ni planificación puede prevenir que la pérdida, la enfermedad grave, la traición en las relaciones, el desastre económico o un sinfín de problemas más entren en tu vida. La vida humana es mortalmente frágil y está sujeta a fuerzas que van más allá de lo que puedes controlar. La vida es trágica.
Con los años, he llegado a darme cuenta de que la adversidad no solo empuja a la gente a creer en la existencia de Dios. Lleva a los que ya creyeron a una experiencia más profunda de la realidad, el amor y la gracia de Dios. Una de las principales maneras en que pasamos de un conocimiento abstracto de Dios a un encuentro personal con él como una realidad viviente es a través del horno de la aflicción. Como dice la famosa cita de C. S. Lewis: “Dios nos susurra en nuestros placeres, le habla a nuestra conciencia, pero nos grita en nuestro dolor”. Los creyentes comprenden con la mente muchas verdades doctrinales, pero esas verdades rara vez descienden al corazón, excepto por medio de la decepción, el fracaso y la pérdida. Como me dijo una vez un hombre a punto de perder tanto su profesión como su familia: “Siempre supe, en principio, que ‘Jesús es todo lo que necesitas’ para salir adelante. Pero realmente no sabes que Jesús es todo lo que necesitas hasta que es todo lo que tienes”.
Al final, según fue aumentando mi comprensión de la Biblia misma, llegué a ver que la realidad del sufrimiento es uno de sus temas principales. El libro de Génesis comienza con el relato de cómo entraron en el mundo el mal y la muerte. El libro de Éxodo relata los cuarenta años de Israel en el desierto, un tiempo de intensa prueba y dificultad. La literatura sapiencial del Antiguo Testamento se dedica en gran medida al problema del sufrimiento. El libro de los Salmos proporciona una oración para cada posible situación en la vida, y es sorprendente lo lleno que está de gritos de dolor y de duras preguntas a Dios acerca de la aparente aleatoriedad e injusticia del sufrimiento. En el Salmo 44, el escritor observa la devastación de su país y reclama: “¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes? (...) ¿Por qué escondes tu rostro y te olvidas de nuestro sufrimiento y opresión?” (Sal 44:23-24). Los libros de Job y Eclesiastés están dedicados casi en su totalidad a una profunda reflexión sobre el sufrimiento injusto y la frustrante inutilidad que caracteriza gran parte de la vida. Los profetas Jeremías y Habacuc ponen voz apasionada a la queja humana de que el mal parece regir la historia. Libros del Nuevo Testamento, como Hebreos o 1 Pedro, están prácticamente dedicados en su totalidad a ayudar a la gente a enfrentarse a incesantes dolores y problemas, y, por encima de todo esto, la figura central de toda la Escritura, Jesucristo, es un varón de dolores. La Biblia, por lo tanto, habla del sufrimiento tanto como de cualquier otra cosa.
Echando la vista atrás, Kathy y yo llegamos a darnos cuenta de que la razón por la cual la gente no cree y cree en Dios, de por qué la gente se niega a hacerlo y crece en carácter, de por qué Dios se vuelve menos real y más real para nosotros... es el sufrimiento. Y cuando miramos a la Biblia para comprender este patrón profundo, llegamos a ver que el mayor tema de la propia Biblia es precisamente el modo en que Dios da plenitud de gozo no solo a pesar del sufrimiento, sino a través de él, igual que Jesús no nos salvó a pesar de lo que soportó en la cruz, sino debido a ello. Y por eso hay una alegría peculiar, rica y conmovedora que parece venir a nosotros únicamente a través del sufrimiento y en medio de él.
Lo que hemos aprendido de estos años de ministerio con “los afligidos” está en este volumen. Simone Weil escribe que el sufrimiento hace que Dios “parezca que está ausente”. Tiene razón. Pero, en el Salmo 34, David cuenta que, aunque siente a Dios ausente, eso no significa que realmente lo esté. Echando la vista atrás a una época en la que su vida había estado en grave peligro y todo parecía perdido, David concluye: “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (v. 18).
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