Su atrevimiento expresivo y la contundencia de muchos poemas es lo que le ha ganado un lugar insustituible en el panorama latinoamericano.
Sé que Dios mora en mí
como en su mejor casa.
Soy su paisaje, su retorta alquímica
y los dos ojos
de su alegría.
Pero esta letra es mía.
A.P., “Derechos humanos”, en El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana (2009)
Gracias a Rubem Alves, quien comenzó a citarla en sus textos de los años 90 del siglo pasado, quien esto escribe tuvo noticia de Adélia Prado, poeta brasileña nacida en Divinópolis el 13 de diciembre de 1935, una de las grandes autoras actuales del país amazónico. Alves trabó amistad con ella debido al enorme impacto que le produjeron sus versos, enredados como están con una fe crítica y heterodoxa que no vacila en decir las cosas como son percibidas por ella. En diversos momentos se refiere a su obra lírica, de notoria estirpe cristiana, aunque ciertamente es portadora de un tono irónico, aunque bastante esperanzador. A una cita de ella, reiterada, se refiere Alves así: “Adélia Prado me enseña pedagogía. Dice: ‘…não quero faca nem queijo. / Quero a fome’ (‘No quiero cuchillo ni queso; quiero el hambre”). El comer no comienza con el queso, comienza en el hambre de comerlo. Si no tengo hambre es inútil tener queso. Pero si tengo hambre de queso y no lo tengo, tengo una manera de conseguirlo…” (“A arte de producir fome”, en Folha de São Paulo, 29 de octubre de 2002).
Prado publicó Bagagem en 1976, en 1978 O coração disparado, ganador del Premio Jabuti, al que siguieron Terra de Santa Cruz (1981), Os componentes da banda (1984), O pelicano (1987), A faca no peito (1988), En 1991 apareció Poesia reunida. Posteriormente: Chorinho doce (1995), Oráculos de maio (1999), Vida doida (2006), A duração do dia (2010) y Miserere (2013). En 2015 apareció una nueva edición de su poesía completa (Editora Record). En prosa ha dado a conocer: Solte os cachorros (1979), Cacos para um vitral (1980), O homem da mão seca (1994), Manuscritos de Felipa (1999, año en que reunió su prosa) y Filandras (2001) que es un volumen con 43 crônicas. Es posible ver dialogar a Alves y Prado en algunos videos disponibles.
Prado es parte de la gran tradición brasileña en la que aparecen autores como Manuel Bandeira, Cecilia Meireles, Carlos Drummond de Andrade y Joao Cabral de Melo Neto, entre otros. El tema religioso es muy notable en poetas como Jorge de Lima (1893-1953) y Murilo Mendes (1901-1975), cuyo tratamiento es una mezcla apasionada de los avances de las vanguardias y el tradicional sentimiento cristiano. Textos como “Iglesia mujer”, del primero, o “poema del cristiano”, del segundo, son grandes muestras. Con esa tendencia se conecta la poesía de Prado, de estirpe lírica franciscana, pues su atrevimiento expresivo y la contundencia de muchos poemas es lo que le ha ganado un lugar insustituible en el panorama latinoamericano.
Acerca de dicha estirpe escribe José Francisco Navarro:
Ese franciscanismo que palpita en su obra es lo que motiva en su poesía a una salida del propio ego, de sí misma, salida necesaria en este tiempo marcadamente individualista. La poesía pradiana invita a salir de uno mismo, de prejuicios y estereotipos para entablar una relación nueva con el mundo y con la poesía. Pero esta visión no manipula ni somete a la naturaleza, la contempla y la considera en su autonomía, rescata los elementos y las criaturas por ínfimas que sean (“Introducción” a Bagaje. México, Universidad Iberoamericana-Praxis, 2000, p. 15, énfasis agregado).
La edición más reciente de la poesía reunida de Prado recoge una reseña de Drummond de Andrade, publicada en 1975, con palabras muy dignas de citarse in extenso, para darnos una idea precisa del volcán poético-religioso-existencial que se asomaba desde entonces:
Creo que él [Francisco de Asís] está en el momento dictando en Divinópolis los más bellos poemas y prosa a Adélia Prado. Adélia es lírica, bíblica, existencial, hace poesía como hace buen tiempo: está a la ley, no de los hombres, sino de Dios:
Una ocasión mi padre pintó la casa
todo de anaranjado brillante.
Por mucho tiempo vivimos en una casa,
como él mismo decía,
donde siempre amanecía.
Nacida a la orilla de la línea, el tren de hierro, para ella, “atraviesa la noche, la madrugada, el día, atravesó mi vida y se volvió sólo sentimiento”. Y dice entre otras cosas: “Me gusta el de tren de hierro y de libertad”, “Yo pido a Dios alegría para beber vino o café, yo pido a Dios paciencia por mi vestido nuevo y quedarme en la puerta de la librería, ofreciendo mi libro de versos, que para unos es flor de trigo, para otros ni comida es”
¿Adélia va de compras? “La crucifixión de Jesús está en los supermercados, para quien quiera ver. Quien no mira está perdiendo”. […]
Adélia ya vio la Poesía, o a Dios, flirteando con ella, “en la banca de cereales y hasta en la corbata no llameante del Ministro”. Adélia es fuego: fuego de Dios en Divinópolis.
Sobre diversos aspectos de su trabajo poético existen ya varios estudios, dentro y fuera de Brasil. Algunos de ellos son: Mariza Ferreira, Bahia, Entre o corpo e a palavra: a poética de sedução, paixão e fé de Adélia Prado (1994), Michael Alain Oubbotnik, Figures du temps dans la poésie d’Adélia Prado”, en Plural / Pluriel: Revue des cultures de langue portugaise (2009) y Quando elas se beijam, o mundo se transforma: O erótico em Adélia Prado e Marcella Althaus-Reid (Cuando ellas besan, el mundo se transforma: lo erótico en Adélia Prado y Marcella Althaus-Reid, 2013), de la teóloga metodista Genilma Boehler, profesora de la Universidad Bíblica Latinoamericana desde hace varios años.
Uno de esos estudios, sobre el que nos detendremos aquí, es el del pintor y sacerdote jesuita peruano José Francisco Navarro, cuya tesis doctoral, La mística de la vida cotidiana en la poesía de Adélia Prado, se llevó a cabo en la Universidad Iberoamericana de México (1999, publicada en Perú como La mística de cada día. Poesía de Adélia Prado, en 2009). Un fruto importante de esa tesis fue la traducción y publicación de la versión castellana de Bagagem, en 2000, presentada por el poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán, quien afirma lo siguiente: “En Adélia Prado, […] la voluntad expresiva está acotada por el conocimiento de una poesía crítica a la que a veces acepta y a veces rechaza, poniendo de manifiesto que la invención lingüística puede ser, también, y a grados superlativos, una prisión del alma que busca trascender su materialidad”.
Para cerrar, incluiremos dos poemas incluidos en la antología El salmo fugitivo.
El reino del cielo
Después de la muerte
yo quiero todo lo que su vacuo abrupto
dejó en mi alma.
Quiero los contornos
de esta materia inmóvil del recuerdo,
desencantados de este espacio rígido.
Como antes, el modo propio
de jalar la camisa por la manga
y limpiar la nariz.
La camisa engrosada de limadura de fierro más
el sudor, los dos olores impregnados,
la camisa personalísima atrás de la puerta.
Yo quiero después, cuando viva de nuevo,
la resurrección y la vida escamoteando
el tiempo dividido, el tiempo entero.
Sin acabar nunca más, la mano sobando la rodilla,
la uña en la navaja —la cosa más viril que conocí.
Voy a querer el plato y el hambre,
un día sin bañarme,
la corbata para el domingo en la mañana,
la homilía repetida antes de almorzar:
“como dice el Evangelio, hijos míos, si
tenemos fe, la montaña se cambiará de lugar”.
Cuando resucite, lo que quiero es
la vida repetida sin peligro de muerte,
los riesgos todos, la garantía:
en la noche estaremos juntos, la camisa en el portal.
Descansaremos porque la sirena suena
y tenemos que trabajar, comer, casar,
pasar dificultades, con el temor de Dios,
para ganar el cielo.
El hombre humano
Si no fuera por la esperanza de que me esperas con la
mesa puesta,
no sé qué sería de mí.
Sin Tu Nombre
la claridad del mundo no me acoge,
es cruel luz quemante sobre todos.
Yo necesito por detrás del sol
del calor que no se pone y ha engendrado mis sueños,
en la noche más cerrada, lámparas fulgurantes.
Porque permaneces encima y abajo y alrededor de lo
que existe,
yo descanso mi rostro en esta arena
contemplando las hormigas, envejeciendo en paz
como envejece lo que tiene un amoroso dueño.
El mar sería tan pequeñito ante lo que lloraría
si no fueras mi Padre.
Oh Dios, aun así no es sin temor que te amor ni sin miedo.
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