Jesús, clavado en el madero, derramó también su sangre carmesí para dar vida abundante a todos sus hijos.
El nombre hebreo que se traduce por “escarlata” o “carmesí”, en las versiones bíblicas españolas, es shaní, שָׁנִי.
Este término suele ir generalmente acompañado por la palabra tholaath, תוֹלַעַת, que significa gusano, gorgojo o insecto. El significado final sería el de “insecto carmesí o escarlata”, aunque “insecto” se omita frecuentemente en las traducciones.
En éstas, únicamente se menciona la palabra griega kökkinos, κόκκινος, que se refiere sólo al color rojo “carmesí” o “escarlata”. Sin embargo, este color era producido por la secreción de un insecto conocido vulgarmente como “cochinilla” (que no hay que confundir con las cochinillas de la humedad, o isópodos terrestres, ya que éstos son en realidad crustáceos y no insectos).
De manera que, cuando la Biblia se refiere al “carmesí” o “escarlata” (Ex. 25:4; Nm. 4:8; etc.), está indicando la materia prima de este color, es decir, el minúsculo insecto hemíptero o cochinilla (Coccus ilicis), que era muy abundante en las encinas (Quercus ilex) y coscojas (Quercus coccifera) de las regiones bíblicas, y de cuyas hembras se obtenía el famoso colorante carmesí.
En la antigüedad, se recogía dicho tinte escarlata de las acumulaciones de huevecillos (llamadas en griego, kokkos, κόκκος) que ponían las hembras de las cochinillas sobre las ramas y hojas de los arbustos de la coscoja.
También se obtenía de los cuerpos desecados de las hembras de este insecto (Coccus ilicis) y de otras especies de cochinillas de la superfamilia Coccoidea.
Se trata en general de insectos de reducido tamaño y con un marcado dimorfismo sexual ya que los machos poseen alas y tienen aspecto de pequeños mosquitos, mientras que las hembras carecen de alas y están siempre pegadas a la planta huésped.
Existen diversas familias de estos insectos que son de difícil determinación o clasificación. En árabe, a tales cochinillas se las denomina, qirmiz, de donde deriva el término castellano “carmesí”.
El colorante rojo que producen estos insectos, usado sobre todo para teñir tejidos valiosos, pero también para colorear ciertos licores, es químicamente una polihidroxiantroquinona, conocida como ácido kermésico.
Otra especie de cochinilla muy famosa es Dactylopius coccus, que parasita las chumberas, nopales o tunas (Opuntia) originarias del continente americano, y se la conoce vulgarmente como “cochinilla del carmín”.
Sus jugos orgánicos se emplean también desde la antigüedad para elaborar tintes para tejidos, cosméticos y pintalabios. La cultura Paracas, que habitaba las costas del Perú hace unos dos milenios, usaba ya esta especie de cochinilla para teñir sus telas.
De ahí que, todavía hoy, Perú siga siendo el primer productor y exportador de cochinilla del mundo. Antes de la llegada de los españoles a América, los aztecas ya recogían estos insectos de sus nopales.
Sin embargo, este colorante no se conoció en Europa hasta el siglo XVI, de manera simultánea a la introducción de los nopales o chumberas.
El escarlata se empleó en la tapicería del Tabernáculo, junto con el azul y el púrpura, así como también en los vestidos que llevaban los sacerdotes judíos y los senadores romanos (Ex. 26:1, 36; 28:5, 33; Lv. 14:49-53; Nm. 19:6; etc.).
Se consideraba como un color lujoso y caro, ya que su proceso de obtención era lento y laborioso (2 S. 1:24; Ap. 18:12, 16; Dn. 5:7; 16:29). Cuando la hembra fecundada de la cochinilla, que está firmemente adherida al tronco de la planta, pone sus huevos, los baña posteriormente con una secreción nutritiva rojiza, permitiendo así que las larvas sobrevivan al nacer, ya que disponen de abundante alimento.
Por lo tanto, la madre muere derramando su líquido vital carmesí con el fin de darles vida a sus hijos. Es fácil encontrar aquí una bella analogía del sacrificio de Jesucristo.
En el libro de los Salmos (22:6) se relata, de manera profética, el sufrimiento de Cristo en la cruz del Gólgota y se pone en su boca estas palabras: Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.
Este término “gusano”, que escribe el salmista en hebreo, se refiere precisamente al insecto Coccus ilicis, la vulgar cochinilla. Pues, de hecho, la hembra de la cochinilla parece un gusano regordete ya que, como se ha señalado, carece de alas y esconde sus apéndices.
Jesús, clavado en el madero, derramó también su sangre carmesí para dar vida abundante a todos sus hijos. Despreciado por todos, como si fuera un gusano, o un insecto sin alas, vertió su vida hasta la muerte para salvar a la humanidad.
Y ahora, su sangre nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7) y su manto escarlata es susceptible de convertirnos asimismo en reyes y sacerdotes del Altísimo (Ap. 1:6).
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