Tanto en este como en otros de sus libros Pedro Puigvert se revela como un maestro de la exégesis bíblica.
Yo tuve un amigo, amigo del alma desde que nos conocimos hasta que él subió a la montaña que hay al norte del tercer cielo. Se llamaba José Cardona, yo le decía Pepe, no sé qué nombre tendrá en el allá del más allá.
Una noche, cenando en la cafetería Colón, en la plaza del mismo nombre, frente a la estatua del conquistador, aquí en este Madrid donde yo no nací, me dijo: “Monroy, de los buenos de nuestra generación quedamos pocos”.
Menos quedamos ahora, Pepe.
Pedro Puigvert es otro de los buenos. De otra generación. De la generación intermedia entre la de José María Martínez y la que surgió ayer mañana. La generación de Pedro Tarquis, Mariano Blázquez, Manuel García Lafuente y algunas decenas más, no tantas.
Lo he dicho más arriba. Pedro Puigvert es de los buenos. Buen predicador. Buen Anciano de Iglesia (de cargo, no de edad), buen administrador, buen escritor.
En la serie La Biblia y su Mensaje cuento que ha comentado diez libros de la Biblia: Esdras, Job, Juan, Los Hechos de los Apóstoles, 1ª de Juan, Apocalipsis, Ezequiel y Daniel. Coautor de ¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros? y autor de Cómo conocer la Biblia.
Próximamente, saldrá Levítico- Deuteronomio. Deuteronomio escrito por él, y Levítico y Números por Timoteo Glasscok.
Su faceta de escritor la prolonga al periodismo como director de la revista Síntesis, publicación dedicada mayormente y con mucho acierto a la crítica literaria.
A Ernesto Trenchard, a cuyos pies estudié seis meses en Barcelona como único alumno le dije en una ocasión que quería dedicarme exclusivamente a la literatura. El sabio maestro me corrigió: “Un siervo de Dios que haya sido llamado a servirle y dotado de dones, no puede limitar su ministerio a la literatura. Debe ser al mismo tiempo un predicador que utilice la palabra hablada”.
Le hice caso. Al día de hoy Dios me ha utilizado para establecer catorce iglesias en Marruecos, España, Portugal, Suiza, Miami y para anunciar el mensaje del Evangelio en 53 países.
Pedro Puigvert también aprendió de Trenchard. Ignoro si le hizo la misma recomendación que a mí, pero ha seguido la misma senda inspirado por el Eterno. Porque además de escribir ejerce un importante ministerio espiritual en la Iglesia que se congrega en la barcelonesa Avenida Mistral. Y ha ido a más, Dios sea bendito. Es presidente y profesor de Teología en el Centro Evangélico de Estudios Bíblicos y durante años fue Secretario General de la Unión Bíblica.
El formidable cantautor de Cuenca, José Luis Perales, pregunta resignado a la mujer que se le va con otro: “¿Quién es él? ¿A qué dedica su tiempo libre?”.
Quién es Puigvert ya lo he explicado. A qué dedica su tiempo libre en medio de tantas actividades quisiera yo saberlo, para imitarlo, porque mi tiempo ocupado, cuando escribo, cuenta desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche. No sé qué es el tiempo libre o será que el tiempo la tiene tomada conmigo y no me libera a mí.
Cuando inicia la introducción a Ezequiel y Daniel Puigvert hace una observación que yo considero importante y fundamental. Reescribo sus opiniones: “Los libros de los profetas Ezequiel, Daniel y Zacarías son de gran importancia para comprender luego el Apocalipsis de Juan, al constituir aquellos la base que había impregnado la mente del apóstol”.
Después de la breve introducción Puigvert inicia el comentario al libro de Ezequiel. Esclarece quién fue el autor del libro, el trasfondo histórico, asunto de importancia, y el mensaje que el profeta quiso transmitir a la posteridad.
Puigvert sabe que no tenemos en la Biblia una biografía de Ezequiel. Las noticias que se refieren a su persona son escasas. Ha recurrido al mismo libro. El profeta tenía cierto prestigio entre el pueblo y los ancianos de Israel acudían a él en busca de consejos sobre asuntos delicados. En aquel tiempo los judíos eran gente de frente altanera y corazón de granito. Jehová consuela a su profeta:
“He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes.
Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos, porque son casa rebelde” (Ezequiel 3:8-9).
A partir de estas escrituras Puigvert se revela como gran expositor del texto bíblico. Desde el versículo 1 del primer capítulo hasta el 35 del capítulo 48 las páginas de Ezequiel van cobrando vida en la mente de Puigvert. Vida inteligente, vida divina, vida espiritual, la vida que Puigvert mantiene viva en el alma, donde más se siente a Dios.
En las últimas líneas que escribe sobre Ezequiel nos recuerda la ciudad celestial, la Jerusalén de Dios y de ella dice que “no es una institución judía, sino cristiana, porque sus moradores han confesado a Cristo como su Señor y Salvador”.
En la página 118 de las 170 del libro que estoy comentando Puigvert inicia el estudio al libro de Daniel. Este profeta muestra señales de una historia atormentada. Cuenta Puigvert que para poder expresar las cuatro visiones que protagoniza el propio Daniel, utiliza “el género literario apocalíptico con el que estaba familiarizado y que fue tomado como patrón por los judíos en obras similares que escribieron siglos más tarde”.
El autor de Ezequiel y Daniel inicia el estudio al segundo libro como hizo en el primero, despejando cuestiones primordiales: Quién escribió Daniel, la naturaleza del libro, el género literario, la fecha de composición, los idiomas que aparecen y el trasfondo histórico. Inmediatamente da comienzo a la exposición del texto, que incluye los doce capítulos de los que consta. Muy bonitas y muy bíblicas las palabras finales en las doce páginas comentadas. Escribe Puigvert: “de manera especial queremos subrayar el anuncio de la era mesiánica, un hecho que nos coloca en el corazón mismo de la redención llevada a cabo por Cristo y la esperanza de su resurrección final”.
Tanto en este como en otros de sus libros Pedro Puigvert se revela como un maestro de la exégesis bíblica. En los comentaristas bíblicos de la Edad Media predomina la vieja corriente alejandrina. Grandes y numerosos comentaristas de la Biblia llenan el siglo XVI y XVII. Siguiendo el curso de la Historia se ha declarado al francés Ricardo Simón, quien muere a principios del siglo XVIII, como el verdadero padre de la exégesis bíblica.
Dando pruebas de un elevado conocimiento teológico y de una especial sensibilidad, en sus comentarios verso por verso de Ezequiel y Daniel Puigvert pone voz a la enseñanza moral y a la edificación espiritual que emanan de la Escritura sagrada.
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