Aprender y crecer como predicadores no es simplemente una cuestión de afinar nuestras habilidades. Es tomar conciencia del privilegio que tenemos de servir a nuestro misericordioso Dios como sus embajadores y proclamadores.
Un fragmento de “Lo que los ángeles anhelan leer. Leyendo y predicando el Nuevo Testamento”, de Mark Meynell (Andamio editorial, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.
ESTAMBUL. CONSTANTINOPLA. BIZANCIO
Tres nombres diferentes para la misma antigua y extraordinaria ciudad. Esta ciudad es un puente entre Oeste y Este, entre los dos continentes: Europa y Asia. Ya no es la capital de Turquía, pero sigue siendo el corazón cultural del país. Mi primera visita en 2008 fue el cumplimiento de un sueño de toda la vida. La historia única de la ciudad parece brillar en cada esquina, con restos en cada lugar de los antiguos griegos, del Imperio romano tardío, del cristianismo bizantino y del islam otomano.
Posteriormente, al estar involucrado en la capacitación de predicadores turcos, sentí que otro sueño se hacía realidad. ¡Qué privilegio! Especialmente porque en la última década he tenido la oportunidad de hacer buenos amigos en la pequeña iglesia de habla turca en ese país de mayoría musulmana. Son una pequeña minoría -tal vez unos miles- en una población de casi 80 millones.
Una pequeña serie que prediqué ahí, siempre estará presente en mi mente, no tanto por su impacto en la congregación, sino por su impacto en el predicador. Estaba trabajando en los dos primeros capítulos de 1 Pedro durante un taller de fin de semana sobre cómo predicar las epístolas. Solo había diez de nosotros en la sala. A pesar del calor, las constantes llamadas de la tarde a la oración nos había obligado a cerrar las ventanas. Luego leí la línea de apertura de Pedro:
Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos, extranjeros dispersos por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia...
De repente me di cuenta que Pedro estaba escribiendo a hermanos y hermanas que vivieron hace dos milenios en el mismo lugar donde yo estaba. En su día, la región era conocida como la provincia romana de Bitinia. Entonces, como ahora, los creyentes constituían una minoría minúscula, rodeados por una mayoría cultural que ni entendía ni respetaba sus creencias. En algunos momentos esta falta de respeto se convirtió en persecución e incluso el martirio.
Pedro escribió para pastorear, alentar y fortalecer a aquellos creyentes aislados y a menudo vulnerables. Sus palabras han consolado y desafiado desde entonces. Su táctica es mostrar cómo el evangelio eterno es verdadero incluso en las situaciones más difíciles -y eso es porque Dios está realmente en control (1 P. 1:2-9). Uno de sus argumentos es realmente sorprendente.
Los profetas, que anunciaron la gracia reservada para vosotros, estudiaron cuidadosamente esta salvación. Querían descubrir a qué tiempo y a cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando testificó de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de estos. A ellos se les reveló que no se estaban sirviendo a sí mismos, sino que os servían a vosotros. Hablaban de las cosas que ahora os han anunciado los que os predicaron el evangelio por medio del Espíritu Santo enviado del cielo. Aun los mismos ángeles anhelan contemplar esas cosas. 1 P. 1:10-12
Medita en esa última oración por un momento.
Significa que poder estudiar las Escrituras es nada menos que un privilegio celestial. ¡Cada vez que abrimos las Escrituras, somos atraídos a una experiencia que los siervos celestiales de Dios no tienen! Eso es presumiblemente porque aquellos que constantemente viven y sirven en la presencia de Dios en realidad no necesitan que se les revelen estas cosas. Sin embargo, el no necesitar una Biblia no es suficiente para calmar la curiosidad angelical acerca del evangelio. ¡Aparentemente les encantaría tener lo que nosotros tenemos y hacer lo que hacemos!
¡Qué ánimo fue para nosotros al abrir las Escrituras ese día! A pesar de estar rodeados de millones que consideraban lo que hacíamos irrelevante, a los diez que estábamos en esa sofocante habitación de Estambul nos resultó profundamente inspirador. La Escritura nos dio una nueva audacia para predicar más allá de esas cuatro paredes, cuando y donde fuera que tuviéramos la oportunidad.
Nunca debemos olvidar esto mientras consideramos cómo proclamar lo que se reveló a Pedro y a sus amigos y a los compañeros del evangelio. Nuestro sentido del privilegio nunca debe desvanecerse. Curiosamente mientras más estudio y predico la Biblia, más profundo se hace ese sentimiento. Me asombra más su mensaje, su coherencia y consistencia, su belleza y sus sorpresas. Esto me impulsa a proclamarlo.
Espero que tengas una experiencia similar mientras lees este libro. Esto es porque el aprender y crecer como predicadores no es simplemente una cuestión de afinar nuestras habilidades, o memorizar información, o incluso mejorar como comunicadores (aunque todas esas cosas tienen su lugar -y este libro tendrá un enfoque claro en el desarrollo de habilidades). No se trata ciertamente de ganar puntos suficientes para avanzar en la escalera ministerial. Es simple y maravillosamente, tomar conciencia del privilegio que tenemos de servir a nuestro misericordioso Dios como sus embajadores y proclamadores.
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