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Protestante Digital

 
Alfredo Pérez Alencart
 

Carlos Nejar, siervo de la Palabra (1)

Una primera aproximación a la obra poética de raíz cristiana del destacado autor brasileño, miembro del Consejo Asesor de Tiberíades.

BARRO DEL PARAíSO AUTOR Alfredo Pérez Alencart 14 DE MARZO DE 2019 21:15 h
Carlos Nejar en Salamanca (foto de jacqueline Alencar) .

Quien hace suya la Palabra, hasta entrañarla, sentirá cómo esta se torna Paloma que vuela y vuela hasta desfatigarle el orbe espiritual y la existencia plena.



Así se funda una Pasión indesmayable, necesaria para ir curando a diario las heridas del sobrevivir y del sobremorir.



De esta bendiciente Verdad sabe mucho Carlos Nejar (Porto Alegre, Estado de Río Grande del Sur, 1939), es uno de los pocos Poetas Mayores del inmenso Brasil y, sin duda alguna, el más connotado poeta evangélico de todos los tiempos en esa patria de Machado de Assis y José de Alencar.



Y me refiero a Poetas-Poetas, no a quienes escriben versos más o menos aceptables. Tampoco hablo de quienes, en verso, anotan una teología más o menos aceptable.



Me refiero a un Poeta que se bifurca entre lo lírico y lo épico, entre lo humano y lo divino. Me refiero al Poeta afortunado que va acumulando horas de vuelo para cuando sea el momento de emprender su regreso al Jardín:



 



Al curarme la esperanza



no me curé de Dios.



No puedo curarme nunca



de Dios, hasta que Él me tome.



La eternidad sólo se cura



de eternidad.



Y la fuente con el fuego.



Me refiero al Nejar (carpintero, en árabe) que lija y lija sus cánticos para que resuenen en nuestro corazón. Me refiero al Poeta que con afecto abraza al prójimo que recién conoce, sin importarle jerarquías o importancias.



Y eso que Carlos Nejar ocupa, desde hace más de veinte años, uno de los sillones de la respetada Academia Brasileña de Letras, además de ser Miembro de Número de la Academia Brasileña de Filosofía y de haber publicado unos cincuenta libros de poesía, narrativa, teatro o ensayo, con premios y galardones por doquier.



Me refiero a un Poeta que Ama y que está felizmente esposado a Elza (dos Pássaros). Me refiero a un Poeta que facilita el apogeo de la imaginación de quien lo lee o escucha; por ejemplo, cuando ‘explica’ qué es Poesía:



 



Carlos Nejar entrevistado para la radio (foto de Jacqueline Alencar).



 



MANO QUE VUELA



Poesía



no se aprieta



en la mano



como un pájaro enfermo.



 



Poesía es la mano



que vuela



con el pájaro.



 



Me refiero a un Poeta que pregona, con voz potente: “Todo es raíz de Dios. Y el que planta sabe que Dios también es semilla”.



Un Poeta cuyo telescopio le permite ver muy lejos: “El viento de Dios se debate/ en las alas curvas/ de la eternidad”; un Poeta que se dirige a sus oyentes haciéndoles sentir Levadura: “Somos los que no cesan/ de subir para crecer/ por las violáceas hendiduras/ del primero y último día de la Creación”; un Poeta que testifica así, agrandando la soledad creadora: “Estar en Dios es intimidad de la palabra”; un Poeta que hace prospecciones por el magma de la querencia divina: “En las profundidades de Dios no hay religiones: sólo Amor.



Y Amor es estar en todo, estando en nosotros”; un Poeta que, por lo anteriormente citado, insiste en que “Amar es la más alta constelación”, mientras revela los Orígenes de su existir:



La Creación se posó en mí.



Y veo.



 



Soy un principio



que poco entiendo.



Tránsito de Alguien



que reconozco



en el Amor que anda



conmigo.



 



MOTIVOS PARA UNA SERVIDUMBRE



Me refiero a un Poeta totalmente dispuesto a reconocerse Siervo de Palabra. Así, en una ejemplar entrevista realizada por mi querido amigo Álvaro Alves de Faria (otro de los destacables poetas brasileños que leo y traduzco con delectación), publicada luego en el libro Pastores de Virgilio, junto con otras dedicadas a prestigiosos poetas y narradores.



Nejar responde por qué firma siempre así: “Enumero tres motivos que encuentro suficientes, aunque existan otros que no menciono: a) Soy siervo de Aquel que es la Revelación de la Palabra, el Dios vivo, y no hay honor más alto; b) La palabra es alma del universo y yo sirvo al alma del universo en mis textos; c) Aunque yo sea palabra menor, busco develarme”.



Y así escribe de Cristo: “Hijo del Hombre,/ Tus sueños/ no duermen.// (…) El viento que te resucitó/ no duerme más.// No duerme. ¿Puede dormir la luz? (…) Escribía/ tu olvido/ en un pequeño cuaderno de agua.// Y hablaba,/ como Daniel con Dios,/ entre leones domesticados.// Y el viento estaba corriendo,/ corriendo,/ cuando despacio comenzabas/ a resucitar”.



 



Y así escribe del Padre:



 



DIOS ES TODO ESO



Dios no es la palabra Dios;



es golondrina,



la palabra golondrina.



 



Hay un pozo



que no cabe



en la palabra pozo.



 



El amor, en la palabra amor.



 



Y Dios es todo eso.



 



Marcelo Gatica, Helina Aulis, Elza y Carlos Nejar (foto de Jacqueline Alencar)



 



UN PRIMER POEMA ANTOLÓGICO



Ahora presento a Carlos Nejar como se merece, ofreciéndole el hospedaje de nuestro idioma, traduciéndolo al castellano para que en el ámbito hispano-americano se conozca, al menos parte de su amplia e intensa obra dedicada al Señor.



Perdemos bastante cuando ignoramos valiosos nombres, normalmente excluidos por cánones caducos o interesados. Poco ganamos cuando nos limitamos a repetir intonsamente lo manido, que no siempre es lo más recomendable.



Por ello, resulta de justicia ‘descubrir’ a quien tanto bueno ha mostrado. Por ello presto atención a su Vida, es decir, a su Poesía, caudaloso manantial casi inagotable. No abundaré en la cita de cada uno de sus libros.



Baste señalar que el año 2009, cuando acopió sus poemarios publicados hasta entonces, fue de genuina fiesta y de constatación de sus múltiples registros, que van desde lo telúrico a lo divino, pasando por lo amoroso, lo patriótico, la clasicidad greco-latina...



Esos dos volúmenes: Poesía reunida I (Amistad del mundo) y Poesía reunida II (Joven eternidad) suman mil trescientas páginas. Para mí, la poesía que a Dios se dedica lleva dentro relámpagos eternos. Por ello, leamos entonces un texto de fondo del autor ‘gaúcho’:



 



TIEMPO DEL HOMBRE Y DE DIOS



Quiero el tiempo de Dios, la ruta



para que pueda estar donde Él quiera.



La rueda de Dios en mi rueda



que el rostro mueve y sabe



por dónde rueda. Y no permite



que yo muera, aunque la cuerda



de la muerte esté atada. El mundo



allí se cuelga en la consciencia



de salvarse. Importa lo que



está vivo. El agua muerta queda



detenida y de ella nacen bichos,



como en un higo, desde la costra.



Dios se suelta en nosotros, cuando



en Él soltamos nuestra alma entera.



Como la gota, de cielo en cielo



se suma. A la nada de este tiempo



en que se es hombre delante de



otro en nosotros, que no se hunde



ni con el mordisco de ese



otro que insiste en definirse,



estando muerto. Dios no se



define ni está puesto. Vive y



no se defiende del que es vivo.



Cuando vivir es (des)aparecer



en la ilimitada esencia, en los reductos



desdoblables de Dios. Y ser de la vida



de Él, e ir cambiando todo en nosotros,



sin contención o feria de voluntades.



Cambiar lo tan cambiable de ir



cambiando, es cambiar límpido,



indefenso, hasta que yo sea



sólo reflejo, y Él, espejo.



Así Su peso se asienta



en mí, ligero, con retorno



intenso. Y lo que pienso es de Él,



como trama que se va expandiendo.



Y es de tanta eternidad



que el seso se aquieta, y esta



armadura y el yelmo de criatura



resulta transitorio. Y no resulta disfraz



la prisión gozosa, cobijante y justa,



donde me complazco sin que perezca



el gusto ni el fruto. Entonces el tiempo



se desarregla. No es más llanura



o gente, o descendiente de otro



que fue visto en Jerusalén, tal vez



en Egipto. El tiempo es Dios, esta oscura



creación, descreación de estar en nosotros,



en Su parar que es movimiento.



O por amar con tal amor será que el tiempo



humano se deshace al asomarse puro, y



los eslabones de otros eslabones son perennes,



generando la rotación de las estrellas



y planetas. Aspiro, aspiro a lo que Él quiere



porque redondo es Su grito.



 



Nejar ante la estatua de Fray Luis de León (foto de Jacqueline Alencar).



 



EL ÚLTIMO JOB



Hasta hace pocos días no tuve acceso a los sesenta poemas que integran su libro O Derradeiro Jó (2009), publicado meses después de su Poesía Reunida y, por lo tanto, fuera de esos dos abarcantes volúmenes que custodio en mi biblioteca.



Job ya había inspirado otros poemas sueltos, insertados en varios libros de Nejar. Pero ahora realiza un abordaje monográfico al significante libro del Antiguo Testamento, el más antiguo de todos, según estimas los especialistas.



Ahora pergeña una radiografía espiritual de Job y le pone voz o le modula otros acentos.



Conviene, para no estar conjeturando, trascribir lo que Nejar contestó a Brasigóis Felício, cuando éste le abordo sobre su bíblica fuente y sobre esa eterna y angustiosa interrogación del ser humano ante lo divino:




“Cierto, porque el Libro de Job, que está en la Biblia, no sólo es el más hemoso, sino que es uno de los más profundos, porque habla del sufrimiento humano. Aprecie que Job tiene tres etapas: la primera es una etapa próspera. Job era un hombre que acumuló muchos bienes, tenía una gran familia y era feliz. En la segunda etapa él es probado por Dios. Entonces pierde la salud, los hijos, la fortuna. Su mujer le dice: ‘Abandona a ése tu Dios’, a lo que él responde: ‘Desnudo nací, desnudo moriré; bendito sea el nombre del Señor’. Los amigos obserban y le dicen: ‘Job, mira lo que sucedió contigo: Dios te hirió duramente; maldice a ese Dios’, a lo que Job responde: ‘Aunque Dios me mate, todavía tendré esperanza’. Entonces, la fe de Job supera toda adversidad. En la tercera etapa, y a pesar de todo, él empieza a orar por los amigos, aquellos que lo abandonaron cuando estaba en desgracia. Y la palabra bíblica dice. ‘Y Dios cambió la suerte de Job cuando oraba por sus amigos, y le dio el doble de todo cuanto él tenía”. Esa es mi perspectiva. El Job que supera la desgracia. Elías Canetti dice, muy bien, que el poeta no puede ser solamente heraldo de la derrota. El tiempo es de victoria y el poeta tiene que ser un heraldo de transformación”.




Aquí traduzco un poema completo (el número 28) y unos fragmentos del último de ellos, el número 60, tan sólo para catar la sonoridad e intensidad de su mensaje.



 



EL ÚLTIMO JOB (28)



Job, ¿quién nos limpiará



de la guerra?



 



¿Quién nos limpiará



de esta política



de carbones humeantes



bajo las cenizas?



 



Lo importante



es lo que no se espera.



Entre causas



y efectos



la hierba crece.



 



Job, ni siquiera



percibes



cuando se pudre



el mundo.

 



(60) Soy Job,/ el que ya se sabe/ con Dios./ Y basta./ (…) Soy Job,/ a quien el enemigo/ no venció./ De pie en el grito./ De pie en el derrumbe./ Habito el tronco/ del trueno.// Y al Redentor/ toco/ con mis ojos./ Y lo escucho/ en el fuego/ donde me mojo.// Amor, amor/ es todo/ hasta el fondo”.


 

 


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