En este tiempo fueron surgiendo los problemas naturales de la falta de formación profunda en los creyentes que les permitiese afirmar la fe y rebatir las distintas herejías.
Un fragmento de “Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento: 1, 2, 3 de Juan, y Judas”, por Samuel Pérez Millos (Clie, 2018). Puede saber más sobre el libro aquí.
CAPÍTULO I
LA RELACIÓN CON DIOS
Introducción.
Los escritos epistolares de Juan han sido estudiados, comentados y predicados a lo largo de los siglos, con todo, no se les ha dedicado tanta atención como a las llamadas Grandes Epístolas del Nuevo Testamento. Acaso no haya una razón bien definida para esa situación. No son muy extensos, están situados en la colección de libros bíblicos e inspirados del canon casi al final de todos los escritos de esta segunda sección de la Biblia. Tal vez los dos grandes escritos del mismo autor, El Evangelio y Apocalipsis, dejan por extensión y temática muy en un aparente segundo plano a las tres Epístolas.
Por otro lado, el desafío continúa siendo grande al hacer una aproximación exegética a los mismos, debido al gran cuestionamiento que en el último siglo y medio se hizo de ellos. De forma especial en las últimas décadas del s. IXX y todo el s. XX, la llamada Alta Crítica, ha dedicado sus esfuerzos a negar la autoría y la datación de estas Epístolas. De forma muy especial influyó en todo esto la posición de Bultman, que arrastró consigo a un buen número de críticos, luchando inicialmente por demostrar que el Evangelio no pudo haber salido del apóstol Juan, ofreciendo una serie de propuestas que condujesen a dos conclusiones: Establecer la imposibilidad de la autoría, y conducir a una desmitologización del escrito. A esto se añadieron los muchos estudios de datación, situando todos los escritos de Juan en fechas posteriores a su muerte. Si se pudiese demostrar lo anterior, se verían involucrados todos los restantes escritos atribuidos al apóstol Juan, entre los que están las tres Epístolas que son objeto de este comentario.
A estas dificultades se agregan el orden de los escritos y el motivo de ellos. En cuanto al Evangelio y Apocalipsis, remitimos al lector a la introducción de los mismos (1). Aunque la datación de las mismas se considera más adelante, sería bueno recordar que, en el Nuevo Testamento, los Evangelios no fueron los primeros escritos. Luego de iniciarse en Jerusalén la evangelización del mundo, las iglesias nacieron en los territorios nacionales de los años treinta y cuatro hasta el sesenta, aproximadamente, creciendo por todo el Imperio Romano. Durante este primer periodo la enseñanza bíblica era, sobre todo al principio, una transmisión oral de las verdades esenciales de la fe cristiana. La doctrina se enseñaba a los creyentes por los apóstoles o sus compañeros de ministerio. En este tiempo fueron surgiendo los problemas naturales de la falta de formación profunda en los creyentes que les permitiese afirmar la fe y rebatir las distintas herejías, más o menos intensas, lo que requirió acudir a los problemas mediante Epístolas dirigidas a congregaciones o lugares concretos –la mayoría de ellas– o también a líderes orientándolos en decisiones y formas que debían adoptar. Estos escritos se extendieron desde los años cincuenta hasta el tiempo inmediatamente anterior al s. II. Entre los escritos epistolares de este tiempo, están las tres que se consideran. Los Evangelios fueron apareciendo hacia el final de este tiempo, obedeciendo a necesidades de registrar lo referente a Jesucristo, Su obra terrenal, muerte en la Cruz, sepultura, resurrección y glorificación, pero no tanto como esbozos o pinceladas históricas, sino, esencialmente como la respuesta a la pregunta: ¿Quién es Jesús? La cristología se presenta desde el punto de vista histórico que afirma hechos, lugares y se hace coincidir con fechas concretas y determinadas. Estos escritos cierran el contenido canónico del Nuevo Testamento. Entre los Evangelios, el de Juan se ha colocado en el último lugar de ellos. El contenido cristológico y el elevado nivel de la misma hacen pensar, con mucha firmeza, que no solo fue el último de los Evangelios, sino que, probablemente fue el último escrito de Juan y, con muchas posibilidades el último libro del Nuevo Testamento. Puede considerarse como con muchas posibilidades que Juan escribió primero el Apocalipsis, para dejar constancia de las revelaciones recibidas en Patmos. En este libro se registra la visión del Señor glorificado que se manifiesta con toda la majestad y gloria que le son propias, comunicando a Su siervo Juan, asuntos escatológicos que alcanzan hasta el final de los tiempos y a la creación de cielos nuevos y tierra nueva. Ese primer capítulo, unido a las circunstancias que se estaban dando en relación con la doctrina de Jesucristo, a quienes algunos cuestionaban la verdad de Su plena deidad, por lo que le debió haber llevado a escribir el Evangelio. De ahí que las Epístolas pudieron ser los primeros escritos del apóstol Juan.
El transcurso de la vida del apóstol Juan –como se considerará más adelante– debió pasar por un tiempo de persecuciones, cuando fue deportado a Patmos, por causa del testimonio de Cristo. De allí salió en libertad y regresó al Asia Menor, probablemente a Éfeso. En ese lugar vivió los problemas que la iglesia atravesó con algunos heresiarcas que, influenciados por la filosofía griega, produjeron serias desviaciones en la doctrina. Esos mismos que se desviaron de la doctrina, estaban con ellos, es decir, con los creyentes, pero no eran verdaderos creyentes, surgiendo del entorno de las iglesias con las que Juan estaba vinculado más directamente. Aquello debió llevarle a escribir las tres Epístolas. La primera, más extensa, trata asuntos relativos a la deidad de Cristo, introduciendo temas de gran nivel como es la encarnación del Verbo, dando testimonio personal de ello.
Aspectos generales- Metodología.
Al aproximarse a los escritos de Juan, ha de tenerse en cuenta la metodología que servirá de base para la exégesis del texto. Primeramente, debe entenderse que el escrito bíblico es plenariamente inspirado, por tanto, Palabra de Dios. En ese sentido ha de tratarse con profunda reverencia, buscando en él la voz del Autor Divino, que por medio del escritor humano, envía un mensaje personal para cada lector y general para la iglesia. Esto supone que la autoridad del texto, como procedente de Dios, ha de ser respetada absolutamente. Es decir, debe hacerse la exégesis y la aplicación entendiendo e interpretando lo que Dios quiso decir, sin condicionante alguno del pensamiento personal del intérprete. No es lo que yo quiero que diga, sino lo que realmente dice. Para ello se tendrán en cuenta algunos elementos que se consideran esenciales en el estudio, en áreas determinantes para llegar al propósito final de la exégesis del texto bíblico en cuestión.
(1) Ver la introducción en los correspondientes volúmenes de esta misma serie.
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