La intención es presentar un amplio panorama de la fascinación judía por las palabras, así como del manejo de las mismas para vehicular lo sagrado y lo cotidiano, lo trascendental y lo coloquial, lo rimbombante y lo minúsculo.
Este es otro punto que nuestro libro intenta dejar claro: en la tradición judía cada lector es un revisor, cada estudiante un crítico; y cada autor por su parte, incluido el propio Autor de la Creación del universo, suscita una infinidad de interrogantes. 1
A.O. y F.O.-S.
En 2012, el escritor israelí Amós Oz y su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger, dieron a conocer Jews and Words, un volumen que aparecería dos años después en castellano. En él se propusieron indagar en profundidad lo que se podría caracterizar brevemente como “el trato de la cultura judía con las palabras” o “el carácter peculiar del judaísmo en su trato con los textos”. Los judíos y las palabras es una abrumadora recopilación de las aportaciones de personalidades de todos los tiempos, “desde el autor anónimo y probablemente femenino del Cantar de los Cantares hasta los oscuros talmudistas o los escritores contemporáneos, para explicar la relación esencial que existe entre los judíos y las palabras”, como bien se explica en la cuarta de forros, adonde se agrega que “con una prosa llena de conocimiento, de lírica y de sentido del humor”, este libro “propone una visita extraordinaria a las palabras que conforman el corazón de la cultura judía”.
En el breve prefacio, ambos autores explican sus intenciones, deslindando con suma claridad y buen oficio lo escrito por ellos de la corriente ortodoxa judía, dominante en muchos abordajes similares que no logran esconder un sionismo machacante detrás de un enorme desconocimiento de las bases culturales, literarias y religiosas de esta gran tradición. Nada de eso se puede desprender de palabras como éstas, pues manifiestan un gran amor por esa cultura, pero también una actitud autocrítica a toda prueba: “La mejor forma de rendir cuentas de nuestro trabajo en equipo es dejar claro, desde el principio, qué es lo que viene a decir este ensayo. Dice que la historia y la identidad de los judíos como pueblo forman una peculiar continuidad, que no es ni étnica ni política” (p. 11).
El trasfondo más elemental de esta magnífica obra es su voluntad iconoclasta y celebratoria, al mismo tiempo, de abordar las luces y sombras del celo judío por las palabras y los textos. Poniendo a la fe en el lugar que le corresponde, acometen su tarea dispuestos a hallar a cada paso la confirmación de sus premisas básicas, pero siempre dispuestos a la sorpresa y a la transgresión. Al referirse a la multitud de textos que salen a colación durante todo el trayecto del libro, así valoran su labor: “Es significativo que esos textos hayan estado disponibles, desde hace mucho tiempo, en forma escrita. Y resulta revelador que la controversia fuese incorporada a ellos desde sus comienzos. En sus mejores momentos, la reverencia judía posee un ribete de irreverencia. Y en sus mejores momentos, la autosuficiencia judía está matizada por la autocrítica, en unas ocasiones mordaz, en otras francamente hilarante” (Ídem).
Siendo parte de un ambiente tan sobrecargado por lo religioso, el judaísmo ha tenido que vérselas con la exigencia entre lo ortodoxo y reverente, por un lado, y la duda permeada por irreverencias potenciales: “Texto, cuestionamiento, polémica. No sabemos si en lo que respecta a Dios fue así, pero la continuidad judía estuvo siempre pavimentada con palabras”. La intención es presentar un amplio panorama de la fascinación judía por las palabras, así como del manejo de las mismas para vehicular lo sagrado y lo cotidiano, lo trascendental y lo coloquial, lo rimbombante y lo minúsculo: “Lo que nos proponemos aquí es dar juntos un paseo por algunos de sus caminos, unir la mirada de un novelista y la de una historiadora, y sumar nuestra propia conversación a las miríadas de voces interdialogantes”.
Estamos, pues, delante de un gran ejercicio de intertextualidad, en el que este concepto es llevado hasta sus últimas consecuencias, puesto que si algo ha de reconocerse al judaísmo es su extraordinaria fidelidad al espíritu de una tradición que se desdobla y, podríamos agregar, se retuerce en cada nuevo tratamiento de algún filón, por pequeño que sea, de su contenido. La alusión persistente a la variedad de relatos, anécdotas, interpretaciones y testimonios hace de este volumen un verdadero vademécum en el que es posible asomarse, con total confianza, al “corazón textual” del judaísmo llevados de la mano por este par de herederos heterodoxos de una tradición milenaria, cuya conexión con ella no tiene un ápice de duda en cuanto a su extensión, pues resulta evidente que dejaron muchas cosas fuera de su ensayo, aun cuando reconocen no haber cubierto “toda la gama de los textos judíos, ni siquiera de los más conocidos o los de mayor influencia”.
La laicidad explícita de ambos (propia de un ateísmo típicamente judío) los lleva a manejar una metodología completamente libre de dogmatismos o de estereotipos dominados por la necesidad de afirmar una verdad de fe que, aunque conocen muy bien, no controla su propósito de exponer, con pasión y rigor, los cruces y entrecruces de los textos mencionados. Su explicación al respecto, es sencillamente irrefutable, pues obedece a razones muy precisas:
Ya desde esta primera fase debemos proclamar alto y claro qué clase de judíos somos nosotros. Ambos nos definimos como judíos israelíes laicos. Esta autodefinición entraña varios significados. En primer lugar, no creemos en Dios. Segundo, el hebreo es nuestra lengua madre. Tercero, nuestra identidad judía no está impulsada por la fe. A lo largo de toda nuestra vida hemos sido lectores de textos judíos, en lengua hebrea y no hebrea; son nuestras puertas de acceso culturales e intelectuales al mundo. En nuestros cuerpos, sin embargo, no hay ni un solo hueso religioso. Cuarto, vivimos actualmente en un clima cultural —dentro del sector moderno y laico de la sociedad israelí— que cada vez más identifica el citar la Biblia, las referencias al Talmud, e incluso el simple interés en el pasado judío, como una inclinación de tinte político, atávico en el mejor de los casos, y en el peor, nacionalista y triunfalista (pp. 18-19).
Así, pues, resulta imposible acusar a los autores de antisionismo, pues nunca tratan de esconder su orientación dialogante y respetuosa de los que se consideran “enemigos” del pueblo judío. El primer capítulo, “Continuidad”, abre con un párrafo que ejemplifica bien todo lo que vendrá después, como un exquisito aperitivo: “La continuidad judía ha girado siempre alrededor de palabras pronunciadas y escritas, de un laberinto de interpretaciones, debates y desacuerdos en constante expansión, así como de un singular marco de relaciones humanas. En la sinagoga, en la escuela, y sobre todo en el hogar, esto llevó siempre a dos o tres generaciones a sumirse en profundas conversaciones” (p. 17). La continuidad a la que alude ese primer capítulo es el concepto clave para el despliegue de una auténtica reinterpretación, entre otras cosas, del papel central de la Biblia hebrea en todo lo relacionado con el judaísmo, de hoy y de siempre.
Ése es un punto central de contacto para que cualquier lector atento e interesado por las grandezas religiosas y espirituales de esas Escrituras tan veneradas tome una sana distancia del abordaje fundamentalista y cerrado al análisis libre y desinteresado de sus alturas y profundidades desde la laicidad libre que critica sus prejuicios y se abre a un mayor número de posibilidades: “Los laicos conscientes de serlo no buscan tranquilidad sino inquietud intelectual, y aman las preguntas más que las respuestas. Para los judíos laicos como nosotros, la Biblia hebrea es una magnífica creación humana. Exclusivamente humana. La amamos y la cuestionamos” (p. 19). Sin duda que esta manera de expresarse puede lastimar los ojos y oídos de más de uno, pero lo que se obtiene como ganancia es bastante mayor, al menos para esos aires de superioridad cultural que a veces se asumen (incluso desde posturas pretendidamente cristianas), pues este par de judíos laicos comparte la forma en que aprendió a relativizar la importancia histórica de su pasado, lo que tampoco le resta nada de su valor espiritual y ético: “Algunos arqueólogos modernos nos señalan que el reinado israelita descrito en las Escrituras fue un enano insignificante, en términos de cultura material. […] Pero cualquiera de estos enfoques académicos, con independencia de ser objetivamente acertado o erróneo, resulta simplemente irrelevante para lectores como nosotros, los autores de este libro. Nuestro tipo de Biblia no requiere prueba alguna, ni de origen divino ni material, y nuestra reivindicación de la misma no tiene nada que ver con nuestros cromosomas” (p. 20, énfasis agregado). Ése es el talante de esta obra y lo que la hace tan recomendable para cualquier tipo de lector/a.
1. A. Oz y F. Oz-Salzberger, Los judíos y las palabras. Trad. de Jacob Abecasís y Rhoda Henelde Abecasís. Madrid, Siruela, 2014 (El ojo del tiempo, 77), p. 12.
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