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Leopoldo Cervantes-Ortiz
 

50 años sin Karl Barth: apuntes sueltos (III)

Eberhard Busch, último asistente que tuvo Karl Barth, ha sido uno de los mayores promotores del teólogo reformado suizo.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 21 DE DICIEMBRE DE 2018 10:25 h
Eberhard Busch.

Para don José Luis Velazco, maestro y amigo barthiano y bonhoefferiano




Barth fue el teólogo del no más provocativo de Dios al hombre, mientras que su teología es el sí más radical que se haya dado al hombre. Fue el teólogo de una verticalidad casi intolerante. Y desde esa verticalidad llegó a una horizontalidad mayor que la de todos los detractores y discípulos. Subrayó la incapacidad humana para hablar de Dios (“todo lo que se diga de Dios, lo dice un hombre”). Pero luego habló sobre Dios más (y quizá mejor) que nadie. Protestó contra la “analogía del ser” de la teología católica, señalando que no hay en la naturaleza ningún puente, por mínimo que sea, que permita llegar hasta Dios. Pero luego habló de la “analogía de la fe”, queriendo decir que Dios mismo, en su abajamiento, ha tendido el puente que permite llegar hasta Él. Nadie ha insistido tanto como él en la alteridad de Dios; pero nadie ha hablado como él de la humanidad de Dios. Es quizás el teólogo más espiritual del siglo.



José Ignacio González Faus [1]




 



Portada de la edición original de Mi tiempo con Karl Barth.

No cabe duda de que el Dr. Eberhard Busch, último asistente que tuvo Karl Barth, ha sido uno de los mayores promotores del teólogo reformado suizo. Nacido el 22 de agosto de 1937 en Witten, Alemania, es hijo del pastor y evangelista Johannes Busch. Estudió Teología Protestante en Wuppertal, Gotinga, Heidelberg, Münster y Basilea. Trabajó con Barth en Basilea desde 1965 hasta su muerte en 1968, de lo que dio testimonio en el volumen Mi tiempo con Karl Barth. Diarios 1965-1968 (2011). De 1969 a 1986, fue pastor de la parroquia rural de Uerkheim, cerca de Zofingen, en el cantón de Aargau, Suiza. Entre 1973 y 1981 fue locutor en Swiss Radio DRS. Es profesor emérito de teología sistemática en la Facultad Reformada de Georg-August, Universidad de Göttingen, Alemania, en donde ha dirigido el centro de investigación sobre el autor de la Dogmática de la iglesia. Ha colaborado en diversos comités eclesiales y ha ofrecido conferencias en varios países, la mayor parte de las veces acerca de Barth, aun cuando también ha publicado otros estudios sobre teología reformada y el reformador Juan Calvino. Su sitio personal puede consultarse aquí, e inculye una bibliografía bastante amplia.



*



Sobre los diarios barthianos de Busch, Mathias Grebe escribió en 2015:




En 1975, Busch publicó su tesis doctoral con el título 'Karl Barth: su vida desde sus cartas y textos autobiográficos', que se convirtió en un recurso indispensable para estudiar a Barth. Sin embargo, no fue hasta 2011 que publicó los diarios que documentan las experiencias y conversaciones que Busch compartió con Barth durante los años que pasó como asistente académico y ayudante personal de Barth (1965-1968). Aunque Barth quería hacerlo, nunca escribió una autobiografía, y sintió que el principal problema con las biografías es la falta de honestidad. Por lo tanto, alentó activamente los detalles de Busch sobre sus pensamientos, interacciones y conversaciones, con la esperanza de que algunos de estos pudieran ser publicados algún día. […]



Al igual que con todas las obras de Busch sobre Barth, 'Meine Zeit mit Karl Barth' no sólo tiene un valor incalculable para quienes trabajan a Barth, sino que también logra esa rara combinación de perspicacia y genuina intimidad con su tema, y representa con éxito el espíritu (Geist) de su amigo y mentor. […]



…la riqueza de la descripción de Busch presenta al lector el otro lado de un teólogo multifacético: alguien que, al enfrentar la muerte en su vejez, al final de su vida es testigo de que realmente confía en el mensaje que había enseñado y predicado a generaciones, y que la vida, muerte y resurrección de Cristo continúa transformando vidas y dando consuelo y esperanza. De manera clara en sus puntos de vista e inflexibles en sus posturas teológicas, Barth dio forma a la teología en Europa y más allá, desde el siglo XX hasta nuestros días. Su vasta obra teológica solo puede complementarse con esta hermosa representación de las complejidades y vulnerabilidades del hombre mismo y de sus relaciones con sus amigos, sus colegas y su Dios.




*



 



Karl Barth en su casa.

En 2001, Busch publicó Augenblicke, una recopilación de textos entresacados de diversas obras de Barth. La editorial católica española Sal Terrae, en traducción de José Pedro Tosaus Abadía (doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Pontificia de Salamanca), la dio a conocer en 2005 con el título de Instantes. Textos para la reflexión escogidos por Eberhard Busch, como efectivamente puede traducirse la palabra alemana, en su colección El Pozo de Siquem. En inglés apareció hasta 2009 bajo el título de Insights. Karl Barth’s reflections on the Life of Faith (Reflexiones de Karl Barth sobre la vida de fe). Con ello, volvió a aparecer un texto de Barth en español después de la aparición del Esbozo de Dogmática (Sal Terrae, 2000, con prólogo de José Ignacio González Faus), Introducción a la teología evangélica (Sígueme, 2006, con una presentación de Pedro Rodríguez Panizo) y, desde luego, Carta a los Romanos (Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, con un amplio prólogo de Manuel Gesteira Garza, Karl Barth, profeta del siglo XX), sin olvidar el enorme esfuerzo que significó la edición de La revelación como abolición de la religión (pequeño fragmento de la monumental Dogmátia de la Iglesia) en 1973 (Marova-Fontanella), traducido por Carlos Castro, con una introducción de Daniel Vidal.



*



 



Portada de Augenblicke.

Hay que subrayar el hecho de que, desde América Latina, de manera un tanto temprana circularon dos libros de Barth que marcaron a los lectores evangélicos en épocas un tanto distintas: primero, el Bosquejo de Dogmática (Dogmatik im Grundriss, original de 1947), en la versión castellana del teólogo y prolífico autor Manuel Gutiérrez Marín (1906-1988), pastor de la Iglesia Evangélica Española, coeditado en 1954 por Ediciones La Aurora (Argentina) y Casa Unida de Publicaciones (México), que puede descargarse en internet. En segundo lugar, la traducción de Introducción a la teología evangélica (de Elizabeth Linderberg de Delmonte, La Aurora, 1986, Obras clásicas del protestantismo), con introducción del Dr. José Míguez Bonino, quien se expresa de esta manera: “Barth se negó siempre a construir un sistema. Hacerlo supondría que uno se ha apoderado de Dios y lo obliga a responder todas nuestras preguntas. En tal intento Dios, por supuesto, no se deja apresar. Pero el hombre sí queda preso de su propio sistema” (p. 25). Durante mucho tiempo no existió más que la traducción de Gutiérrez Marín para acceder al pensamiento de Barth, en una época en que continuaban los debates acerca de su lugar en el debate teológico del siglo XX, y en la que se cuestionaban muchas de sus afirmaciones.



*



 



Portada de Instantes, de Barth.

Instantes es una magnífica antología de lo mejor del pensamiento de Barth, que recorre muchos de sus variados registros expresivos. Busch, con una gran meticulosidad y buen rigor, consigna las fuentes de los textos seleccionados, cuyos nuevos títulos resumen muy bien su enfoque y orientación teológica. El filtro ofrecido por este experto es una auténtica garantía y los 10 apartados en que está dividida la obra muestran un plan maestro de lectura variada, pero no por ello menos ordenada. Desde Ánimo confiado hasta Entonces veremos, pasando por El Dios vivo, Un mundo trastornado y Una palabra sincera, entre otras secciones, desfilan los breves destellos de un teólogo que, plenamente consciente de sus limitaciones, fue capaz de asomarse con energía, alegría y en ocasiones, con mucho humor, a la forma en que la gracia de Dios se hace presente en medio de la existencia humana, tan contradictoria. De ahí que, en una breve reseña de este libro, José Ignacio Sánchez Carazo señala: “Creo que este libro es una forma muy buena y asequible de acercarse a este gigantesco teólogo, en cuyos textos, con independencia de nuestra cercanía o lejanía a sus presupuestos ontológicos y epistemológicos, rezuman una estremecedora experiencia de Dios. En definitiva, los textos de este libro nos muestran que sólo puede llegar a ser un teólogo, verdaderamente digno de esta denominación, quien previamente está profundamente enamorado de Dios: de su Amor, de su Misericordia y de su Grandeza inabarcables”.



*



Las palabras de Busch, al frente del volumen, son premonitorias de una experiencia de lectura basada en una visión profunda de la grandeza y la miseria de la teología, así, simultáneamente:




Instantes. Instantes para la pausa o para la apertura. Instantes para respirar hondo, para reflexionar, para asombrarse, para sonreír, para preguntar. Instantes para mirar hacia lo alto y progresar, para cobrar aliento, para estar contento. Karl Barth invita y anima a tener experiencia de tales instantes. […]



Quien así piensa puede hablar de instantes colmados y que no pasan: colmados de seriedad, serenidad, consuelo y contemplación ante Dios y las demás criaturas. […]



Las citas bíblicas que preceden inmediatamente a cada texto vienen determinadas en algunos casos por los textos mismos […] Hacen referencia a la luz que teñía la visión personal que Barth tenía de la vida humana. Los textos pretenden ser para los lectores un saludo que les anuncie un tiempo de bondad (pp. 9, 10).




*



A continuación, se incluyen algunas muestras de este libro.




Asombro



El asombro que se apodera del ser humano cuando entra en relación con la teología es de otro tipo. De hecho, también lleva al ser humano a sorprenderse y le fuerza a aprender; pero en este caso no se puede decir que éste llegue un día a terminar su aprendizaje, que lo insólito pueda serle alguna vez habitual, que lo nuevo pueda resultarle alguna vez perfectamente conocido, ni que sea capaz de domesticar alguna vez lo extraño. (p. 13)




 




Dios grande



La relación es simple: él es el Señor Dios y quiere ser considerado como tal en este momento de mi vida; y yo sólo puedo admitirlo en los lances pequeños y grandes de mi vida como el Señor. Eso es lo que significa “¡Mi alma engrandece al Señor!”. Entonces es también en nosotros lo que es en sí mismo. En esto consiste su gracia: en que no desdeña ser también tu Dios y el mío y, por tanto, ser también ensalzado por nosotros. (p. 14)




 




Humor



Tener humor significa no ser rígido de una u otra forma, sino flexible. El humor nace cuando reconocemos la contradicción de nuestra existencia como hijos de Dios e hijos de este mundo y somos vivamente conscientes de ello en nuestro obrar. El humor entraña poner entre grandes paréntesis la seriedad del presente. El humor sólo existe en la lucha con la seriedad del presente. Pero durante esta lucha, y en medio de ella, nos resulta imposible, como hijos de Dios, permanecer totalmente serios. El futuro de Dios se presenta en forma de sonrisa en medio de las lágrimas, en forma de alegría con la que podemos soportar el presente y tomarlo en serio, aun poniéndolo entre paréntesis, porque es ya portador del futuro. (p. 16)




 




Alegría en Dios



La alegría es lo más raro e infrecuente del mundo. De seriedad y entusiasmo fanáticos, y de celo sin sentido del humor, ya tenemos bastante en el mundo. Pero ¿qué ocurre con la alegría? Esto nos remite al hecho de que el conocimiento del Dios vivo es algo infrecuente. En Dios, mi salvador, nos alegramos cuando lo hemos encontrado o cuando él nos ha encontrado a nosotros. (p. 23)




 




Su vitalidad



Un Dios vivo es un Dios que es realmente Dios. No la quinta rueda del coche, sino la rueda que hace funcionar todas las demás. No un objeto sagrado puesto aparte, sino el que con fuerza se pone en medio de todo cuanto es. No un poder oscuro ubicado en las nubes y ante el cual el ser humano sólo podría ser esclavo o tratar de escapar, como lo hace un malicioso escolar de un maestro pedante, sino el claro poder de la libertad que está sobre todo y en todo y desea ser venerado principalmente en el ser humano. No un pensamiento ni un parecer, ¡sino la fuerza de vida que vence a las fuerzas de muerte de manera tan real como la fuerza de la electricidad o de la dinamita! No un adorno del mundo, ¡sino una palanca que engrana en el mundo! No un sentimiento con el que se puede jugar, sino un hecho que se puede poner en práctica, con el que en toda situación puede uno erguirse sobre los dos pies, del que uno se nutre como de pan, al que uno se retira como a una fortaleza desde la cual hace incursiones, como los sitiados que se atreven a lanzar un alegre ataque contra los sitiadores en todas direcciones. Esto significa un Dios vivo. ¿Te asombras de que algo así sea posible? Sí, ahí habrá muchas más cosas de las que asombrarse. Ahora, al Dios vivo sólo lo barruntamos. No cabe afirmar que lo conozcamos, que lo “tengamos”. ¡Todo se convierte en torpes suspiros y balbuceos cuando intentamos decir algo de él! (p. 27)




 




Su elección



Lo que le sobreviene a la criatura cuando el misterio de Dios se yergue de manera tan conmovedora en medio de su vida con su elección, es en realidad la gracia, la benevolencia y el favor de Dios. Cuando esto sucede, Dios le dice realmente “sí”. Y de este modo es, en su certeza, un sí incondicional que precede a toda autodeterminación de la criatura: la predestinación bajo la cual puede vivir en cualquier circunstancia. Nos pone en movimiento, pero no nos precipita en la inquietud. (p. 31)




 




Su humanidad



Dios no precisa de inhumanidad alguna para ser verdaderamente Dios. Una divinidad en la cual y con la cual no nos acogiera también inmediatamente su humanidad sería la divinidad falsa de un falso dios. En Jesucristo quedan escarnecidas de una vez para siempre tales divinidades falsas. En él queda decidido de una vez para siempre que Dios no es sin los seres humanos. Lo cual significa que Dios tenga necesidad del ser humano para, como interlocutor suyo, ser verdaderamente Dios. No tiene por qué estar a favor del ser humano; incluso cabe pensar que debería estar más bien en su contra. Pero éste es el misterio en el que él nos acoge en la existencia de Jesucristo: en su libertad, no quiere estar en contra del ser humano, sino a su favor —de hecho, quiere ser interlocutor compasivo y salvador todopoderoso del ser humano—. (p. 34)




 




Navidad



El Salvador ya no necesita nacer. Nació de una vez para siempre. Pero quiere venir a nosotros. El lugar donde el Salvador viene a nosotros tiene en común con el establo de Belén que tampoco tiene un aspecto hermoso y atractivo, sino bastante horrible: nada acogedor, sino realmente lúgubre; nada en absoluto digno del ser humano, sino más bien de los animales. Nuestro albergue orgulloso o modesto -y nosotros como sus moradores- no es sino la superficie de nuestra vida. Allí debajo se esconde una profundidad, un fondo, un abismo incluso. […] Y ahí precisamente viene Jesucristo; más aún: ahí ha venido ya a todos nosotros. ¡Sí, gracias sean dadas a Dios por ese lugar oscuro, por ese pesebre, por ese establo presente también en nuestra vida! Ahí abajo lo necesitamos, y precisamente ahí puede también él necesitarnos a cada uno de nosotros. (p. 40)



 





Hombre y mujer



“Hombre y mujer los creó” (Génesis 1.27)



Dios existe en comunidad. Puesto que en sí no está solo, ni tampoco hacia fuera quiere estarlo, no es buena la soledad para el ser humano. La condición humana es, en su forma fundamental, humanidad compartida. Que las cosas son así lo demuestra sin duda el hecho de que no podemos decir «ser humano» sin tener que decir “hombre” o “mujer” y, al mismo tiempo, “hombre y mujer”. La mujer es eminentemente para el hombre, y el hombre para la mujer, el otro ser humano, el prójimo, al que hemos de ver y nos ha de ver, al que se ha de hablar y escuchar, cuya ayuda se ha de experimentar y al que se ha de prestar ayuda, cosas todas ellas que han de significar la suprema necesidad humana, pero también el supremo problema humano y, al mismo tiempo, la suprema realización humana. (p. 53)




 




Manos vacías



“A los hambrientos colma de bienes” (Lucas 1.53)



¡Padre nuestro que estás en el cielo! Nuestra vida es muy confusa: ¡muéstranos el orden que tú le diste y que quieres darle de nuevo! Nuestros pensamientos andan completamente dispersos: ¡reúnelos en torno a tu verdad! El camino que tenemos por delante está envuelto en tinieblas: ¡precédenos con la luz que nos prometiste! Nuestra conciencia nos acusa: ¡haznos caer en la cuenta de que podemos levantarnos para servirte a ti y al prójimo! Nuestro corazón anda inquieto en nuestro interior: ¡danos, Señor, tu paz! Tú eres la fuente de todo bien, eres la bondad misma, junto a la cual no hay ninguna otra. Tú no quieres que cada cual te busque por su cuenta e intente arreglárselas por sí solo con sus problemas. Tú quieres que en nuestra miseria y en nuestra esperanza seamos un único pueblo de hermanos. Como tal pueblo, nos tomamos ahora de la mano para darte juntos las gracias y extender hacia ti estas manos nuestras, siempre tan vacías. Amén. (p. 63)




 




Fe



Lo esencial en el acontecimiento de la fe —¡en el que realmente sucede algo!— es que la palabra de Dios ha liberado a una persona entre muchas para decir “sí” precisamente a dicha palabra como consoladora y útil en sí misma, pero también en cuanto vinculante para el mundo, para la comunidad y para esa persona como tal. [La fe es] comparable al paso natural del capullo a la flor y a la orientación natural de ésta hacia el Sol, o bien a la risa natural de un niño al que le ha sucedido algo que le ha hecho gracia. (p. 81)




 




Seguimiento



La llamada al seguimiento produce una ruptura. Con esa llamada se revela el reino de Dios: la revolución de Dios llevada ya a cabo en la existencia del hombre Jesús. La persona a la que Jesús llama tiene que corresponder a su revelación con su manera de actuar. Perdería su alma precisamente si no advirtiera la responsabilidad pública que asume al hacerse discípulo de Jesús. (p. 83)




 




Libertad



Demos un último paso: de suyo, no se entiende que haya seres humanos libres. La libertad es un don libre. El Dios libre, ante el cual todos deben declararse no libres, pero que quiere cuidar y ha cuidado largo tiempo precisamente de quienes no son libres, es el origen de la libertad. Continuamente crea nuevos seres humanos libres. Y la actividad verdaderamente decisiva de la libertad de éstos, renovada cada mañana, consistirá en invocar: “¡Haznos libres, Señor!”. (pp. 97-98)




 




Misión



La comunidad de Jesucristo es para el mundo, y precisamente por ello es para Dios, porque Dios, ante todo, es para el mundo. Y la comunidad de Jesucristo, a su vez, al ser primero para Dios, no tiene más remedio que ser a su manera para el mundo. Salva y conserva su propia vida arriesgándola y entregándola por las demás criaturas humanas. Ciertamente la comunidad es el pueblo que, en virtud de la palabra de Dios, está segregado del mundo. Pero al ser llamado a salir del mundo está llamado más que nunca a entrar en él. (p. 107)




 




La muerte de la muerte



¿Qué es la muerte junto a Dios? La muerte es nuestro último enemigo, sí, pero no tiene en su mano la posibilidad de hacer con nosotros cuanto quiera. Dios la ha movilizado, pero también puede desmovilizarla. Dios la ha armado, pero también puede desarmarla. Así, en la muerte no estaremos solos con la muerte, ni en el reino de un “segundo Dios”, sino que con la muerte entrará también en escena el Señor de la muerte. Caeremos en sus manos, no en otras. No hemos de temer a la muerte, sino a Dios. Pero ni siquiera podemos temer a Dios sin consolarnos precisamente con él. ¿Y qué otra cosa significa esto, entonces, sino que Dios es, en medio de la muerte, nuestro salvador y redentor? Nos sobrevendrá la obra ineluctable, amarga y terrible de la muerte. Pero Dios será para nosotros la plenitud de todo bien, incluso en el momento en que eso nos suceda. (p. 131)



 




Notas



[1] J.I. González Faus, Barth, el contradictorio, en K. Barth, Esbozo de Dogmática. Santander, Sal Terrae, 2000 (Presencia teológica, 108), p. 7. Énfasis original.


 

 


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