Este librito no pretende ser exhaustivo en su alcance. Ha sido escrito en respuesta a frecuentes solicitudes a lo largo de los años.
Un fragmento de El principio según el Génesis y la ciencia, de John Lennox (Editorial Clie, 2018). Puede saber más sobre este libro aquí.
“En el principio, creó Dios los cielos y la tierra”. Estas palabras majestuosas inician el libro más traducido, más publicado y más leído de la historia.
Recuerdo bien cuán profundamente me afectaron en la Nochebuena de 1968 cuando, como estudiante en la Universidad de Cambridge, las escuché leídas en directo por la tripulación del Apolo 8 mientras orbitaba la luna, ante el mundo que observaba por televisión.
El contexto era un triunfante logro de la ciencia y la tecnología, que atrapó la imaginación de los millones de personas que lo presenciaron.
Para celebrar aquel éxito, los astronautas eligieron leer un texto que no requería agregar explicación ni salvedad alguna, pese a haberse escrito hace milenios. El anuncio bíblico del hecho de la creación era tanto atemporalmente claro como magníficamente apropiado.
No obstante, a diferencia del hecho de la creación, cuando se trata del curso temporal y de los medios de la creación, particularmente de la interpretación de la famosa secuencia de días con la cual se inicia el libro, a lo largo de los siglos el libro de Génesis ha resultado menos fácil de entender.
De hecho, la controversia sobre este asunto está en su punto máximo, con el debate acerca de enseñar el creacionismo y la evolución en las escuelas de los Estados Unidos, la cuestión de las escuelas religiosas en el Reino Unido (1) y, por encima de todo quizás, la percepción popular del cristianismo como no científico (o incluso anticientífico) debido al relato de Génesis; una percepción respaldada con vehemencia por los nuevos ateos.
Una vez conocí a una brillante profesora de literatura de una famosa universidad, en un país donde no era fácil hablar públicamente acerca de la Biblia. Ella estaba intrigada tras saber que yo era un científico que creía en la Biblia, y dijo que le gustaría hacerme una pregunta que siempre había querido hacer, pero nunca se había atrevido.
También reconoció, con típica sensibilidad oriental, que vacilaba en hacerme la pregunta por temor a ofenderme: “Se nos enseñó en la escuela que la Biblia comienza con un relato muy absurdo y nada científico acerca de cómo el mundo fue hecho en siete días. ¿Qué tiene usted que decir al respecto, como científico?”.
Este libro está escrito para gente como ella, que ha descartado hasta la mera consideración de la fe cristiana por esta clase de razón. También está escrito para los muchos cristianos convencidos que están perturbados no solo por la controversia, sino también porque ni siquiera quienes toman la Biblia en serio concuerdan en la interpretación del relato de la creación.
Algunos piensan que la única interpretación fiel de la Escritura es la opinión literal de la Tierra joven respecto a los días de Génesis, hecha famosa por el arzobispo Ussher (1581–1656), de la ciudad de Armagh, en Irlanda del Norte donde, dicho sea de paso, viví los primeros dieciocho años de mi vida.
Ussher señaló el año 4004 a.C. como fecha del origen de la tierra. Su cálculo, basado en tomar los días de Génesis 1 como los días de 24 horas de una semana terrestre al comienzo del universo, dista seis órdenes de magnitud de la estimación científica actual de aproximadamente cuatro mil millones de años.
Otros sostienen que el texto puede ser entendido en concordancia con la ciencia contemporánea. Tales creacionistas de una tierra antigua están a su vez divididos respecto a la validez de la teoría de la evolución de Darwin.
Algunos piensan que es válida, otros no. Finalmente, aún otros argumentan que el relato de Génesis está escrito para comunicar una verdad teológica atemporal, y que los intentos de armonizarlo con la ciencia están equivocados.
El tópico es claramente un potencial campo de minas. Sin embargo, no creo que la situación sea desesperada. Para comenzar, hay muchos cristianos que, como yo, están convencidos de la inspiración y la autoridad de la Escritura, y que han pasado sus vidas activamente dedicados a la ciencia.
Pensamos que, ya que Dios es el autor tanto de su palabra, la Biblia, como del universo, debe definitivamente de haber armonía entre la correcta interpretación de los datos bíblicos y la correcta interpretación de los datos científicos.
De hecho, fue la convicción de que había una inteligencia creativa detrás del universo y de las leyes de la naturaleza lo que dio el estímulo e impulso primario a la moderna búsqueda científica para entender la naturaleza y sus leyes, en los siglos XVI y XVII.
Además, la ciencia —lejos de tornar a Dios redundante e irrelevante, como a menudo afirman los ateos— en realidad confirma su existencia, lo cual es el tema de mi libro El sepulturero de Dios: ¿La ciencia ha enterrado a Dios? (2)
ORGANIZACIÓN DEL LIBRO
Este libro tiene cinco capítulos y cinco apéndices. Como introducción a la controversia y a cómo la manejamos, el primer capítulo trata el reto que la teoría científica del movimiento de la tierra en el espacio planteó a la interpretación bíblica generalmente aceptada en el siglo XVI.
El segundo capítulo avanza hacia algunos principios de interpretación bíblica, y los aplica a aquella controversia. El tercero es el corazón del libro, donde consideramos la interpretación de los días de Génesis.
El cuarto está dedicado al relato bíblico del origen de los seres humanos, su antigüedad y los asuntos teológicos relacionados acerca de la muerte.
Finalmente, en el quinto capítulo equilibramos nuestra explicación de la semana de la creación apoyándonos en el Nuevo Testamento para aprender cuáles aspectos de la narración de la creación de Génesis 1 se enfatizan allí, y por qué son relevantes hoy para nosotros.
Los apéndices tratan de varios asuntos que, aunque importantes, se colocan al final del libro de modo que el lector pueda dedicarse al material bíblico principal sin muchas digresiones. […] Desearía enfatizar que este librito no pretende ser exhaustivo en su alcance. Ha sido escrito en respuesta a frecuentes solicitudes a lo largo de los años. Para mantener el libro breve, he debido priorizar aquellos temas sobre los que he sido interrogado más a menudo.
Notas
(1) Son escuelas confesionales de fundaciones judías, cristianas, musulmanas, o de cualquier otra religión.
(2) John C. Lennox. God’s Undertaker: Has Science Buried God? (Oxford: Lion Hudson, 2009).
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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