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El cristiano con toda la armadura de Dios, de William Gurnall

Dios mismo te apoya en la batalla y ha nombrado a su Hijo como Guía de tu salvación. Él vivió y murió por ti; y vivirá y morirá contigo.

FRAGMENTOS 29 DE NOVIEMBRE DE 2018 20:00 h

Un fragmento de “El cristiano con toda la armadura de Dios”, de William Gurnall (2011, El Estandarte de la Verdad, 2011. Edición realizada en colaboración con Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.



 



Llamada a las armas



El apóstol Pablo tenía un espíritu discernidor. Al escribir a los creyentes de Éfeso, sabía que tenía que prepararles para un sufrimiento sin precedentes. Pero primero quiso alentarlos y consolarlos, y por ello les recordó el poder del Señor: “Por lo demás […], fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10).



Es como si pensara: “Algunos de mis queridos amigos estarán temblando al ver la fuerza de sus enemigos y su propia debilidad; al ver que aquellos son tan numerosos y esta tan poca; y que los adversarios van bien equipados y son diestros mientras ellos son novatos”. Sabía que un alma atormentada por el miedo está demasiado preocupada con el sufrimiento actual como para escuchar los consejos de los amigos mejor intencionados. El temor paraliza a su víctima como a un soldado que corre temblando a la trinchera ante el primer rumor de ataque, negándose a salir hasta que haya pasado toda amenaza de peligro.



Por eso Pablo busca un antídoto contra el temor, y pronto lo encuentra. Es la respuesta milenaria a la situación paralizadora sufrida por todo creyente desde Adán en adelante. Nos dice: “No te dejes abrumar por los temores. Sigue adelante con valor y sé fuerte en el Señor”. He aquí la gran consolación: “El final de la batalla depende de Dios, ¡no de tu capacidad ni fuerza!”.



Seguramente, toda alma temblorosa suspirará de alivio cuando oiga esta buena noticia. Ahora el creyente puede centrarse en la tarea que tiene entre manos: la de “ser fuerte”. Es una exhortación asaz frecuente en la Biblia: “Esforzaos y animaos” (2 Cr. 32:7); “Decid a los de corazón apocado: “¡Esforzaos, no temáis!” (Is. 35:4). Esto es como decir: “¡Reúne toda la fuerza de tu alma, porque te va a hacer falta!”.



 



 



Portada del libro.

I. LLAMADA AL VALOR CRISTIANO



La cobardía de espíritu está por debajo del deber cristiano. Va a hacer falta valor y determinación para obedecer al Capitán celestial. Él te manda: “Sé fuerte y muy valiente”. ¿Por qué? ¿Para librar batalla contra naciones guerreras? ¿Para ganar fama y fortuna? ¡No! Sino “para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó” (Jos. 1:7). Para obedecer fielmente a Dios hace falta un espíritu más valiente que para mandar un ejército, y para ser creyente más que para ser capitán. Este reto es superior al valor de los mejores, a no ser que tengan la ayuda de una fuerza mayor que ellos.



El razonamiento laico contempla al cristiano de rodillas y se burla de la débil postura que asume un hijo de Dios cuando sus enemigos se echan sobre él. Solo la comprensión espiritual puede percibir los poderosos preparativos que realmente están teniendo lugar entonces. Pero igual que un soldado sin armas no puede hacer las mismas hazañas que uno bien equipado, tampoco un cristiano carnal podrá llevar a cabo para Dios las obras que un creyente entregado puede esperar efectuar a través de la oración. La oración es la vía principal que nos conecta con el trono de Dios. Por ella el creyente se acerca a Dios con el valor humilde de la fe; se aferra a él; lucha con él; y no lo suelta sin recibir su bendición.



Mientras tanto, el cristiano carnal, inconsciente de los peligros de su estado pecaminoso, se lanza a la batalla con una confianza loca que pronto se acobarda cuando su consciencia se despierta y da la alarma porque su pecado se le viene encima. Entonces, asombrado por el ataque sorpresa, tira las armas y huye de la presencia de Dios como el culpable Adán, sin atreverse a mirarle a la cara.



Todo deber para con Dios en la vida del cristiano está plagado de dificultades que le acechan desde la maleza en su marcha hacia el Cielo. Debe luchar contra el enemigo por cada centímetro de terreno en el camino. Solo aquellas almas nobles que se atreven a tomar el Cielo por la fuerza son aptas para este llamamiento.



 



La cobardía frente al valor



Esta analogía guerrera revela la razón de que haya tantos que profesan a Cristo y tan pocos que son cristianos de hecho; tantos que salen a batallar contra Satanás y tan pocos que vuelven airosos. Todos pueden tener deseos de ser soldados de éxito, pero pocos tienen el valor y la determinación de luchar con las dificultades que los acosan en el camino a la victoria. Todo Israel siguió a Moisés con alegría al salir de Egipto. Pero cuando apretó un poco el hambre, y se aplazaron sus deseos inmediatos, estuvieron dispuestos a abandonar enseguida. Preferían la esclavitud del faraón a las bendiciones prometidas por el Señor.



Hoy en día nada es distinto. ¡Cuántos rompen con Cristo en la encrucijada del sufrimiento! Como Orfa, solo le acompañan parte del camino (Rt. 1:14). Profesan creer en el evangelio y se hacen llamar herederos de las bendiciones de los santos. Pero al llegar la prueba, pronto se cansan del viaje y se niegan a soportarla por Cristo. A la primera señal de dificultad, besan al Salvador y se alejan, reacios a perder el Cielo, pero aún más reacios a comprarlo a tan alto precio. Si tienen que resistirse a tantos enemigos en el camino, se contentan con sus propias cisternas estancadas y dejan el Agua de Vida para otros que se aventuran más allá. ¿Quién entre nosotros no ha aprendido por experiencia que hace falta un espíritu diferente del mundano para seguir a Cristo plenamente?



Por tanto, creyente, que esto te incite a pedirle a Dios la determinación y el valor santo que hacen falta para seguir a Cristo. Sin ellos no podrás ser lo que profesas. Los temerosos marchan hacia el Infierno (Ap. 21:8) y los valientes toman el Cielo por la fuerza (Mt. 11:12). Los cobardes nunca han ganado el Cielo. No pretendas que has nacido de Dios, con su sangre real en tus venas, a no ser que puedas probar tus antecedentes con este espíritu heroico: atreverte a ser santo a pesar del hombre y el diablo.



 



William Gurnall.

Encontrarás gran fuerza y ánimo al saber que tu comisión es divina. Dios mismo te apoya en la batalla y ha nombrado a su Hijo como Guía de tu salvación (He. 2:10, BJ). Él te llevará al campo de batalla con valor, y saldrás de allí con honor. Él vivió y murió por ti; y vivirá y morirá contigo. Su misericordia y amor para con sus soldados no tiene comparación. Los historiadores dicen que Trajano rasgó sus propias vestiduras para vendar las heridas de sus soldados. La Biblia afirma que Cristo derramó su propia sangre como ungüento para sanar las heridas de sus santos, y su carne fue desgarrada para vendarles.



En cuanto a valor, nuestro Señor no tiene igual. Nunca volvió la espalda ante el peligro, ni aun cuando el odio infernal y la justicia divina parecían estar en su contra: “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? (Jn. 18:4). Satanás no podía derrotarle; nuestro Salvador nunca perdió batalla, ni cuando perdió la vida. Ganó la victoria, llevando el botín al Cielo en el carro triunfal de su ascensión. Allí lo exhibe abiertamente, para el gozo inefable de santos y ángeles.



Como parte del ejército de Cristo, tú marchas entre los espíritus honrados. Cada uno de tus amigos soldados es hijo del Rey. Algunos, como tú, están en medio de la batalla, asediados por todas partes por la aflicción y la tentación. Otros, después de muchos asaltos, repulsas y recuperaciones de fe, ya están sobre la muralla del Cielo como vencedores. Desde allí observan y animan a sus camaradas en la tierra a marchar cuesta arriba tras ellos. Claman diciendo: “¡Lucha a muerte y la Ciudad será tuya, como ahora es nuestra! Por unos días de conflicto tendrás el galardón de la gloria celestial. Un momento de este gozo divino secará todas tus lágrimas, sanará tus heridas y borrará la dureza de la guerra con el gozo de tu victoria permanente”.



Es decir: Dios, los ángeles y los santos que están con el Señor son espectadores de tu manera de desenvolverte como hijo del Altísimo. Esta nube de testigos (He. 12:1) grita gozosamente desde la muralla celestial cada vez que vences una tentación, superas una dificultad, o recuperas terreno perdido al enemigo. Y si la lucha es superior a tus fuerzas, tu amado Salvador está listo con reservas para aliviarte en cualquier momento. Su corazón salta al ver tu amor y celo por él en tus conflictos. No olvidará tu fidelidad. Y cuando salgas del campo de batalla, te recibirá con el mismo gozo que tuvo el Padre al volver él al Cielo.



¿Quieres ser un soldado valiente? Entonces presta atención a lo que se dice a continuación.



 



Fuentes del valor cristiano



Si piensas luchar valerosamente contra la oposición en tu marcha hacia el cielo, tus principios deben estar bien fijados. De otra forma tu corazón será inestable, y un corazón inestable es tan débil como una casa sin vigas; la primera ráfaga de viento lo tirará. Hacen falta dos cosas para fijar tus principios:



 



1. Conocimiento sólido de la verdad de Dios



Al que solo conoce de vista al Rey, fácilmente le persuadirán a cambiar de lealtad, o por lo menos intentará permanecer neutral ante la traición. Algunos que profesan ser cristianos solo conocen el evangelio por encima. Apenas pueden dar cuenta de lo que o en qué esperan. Y si eligen algunos principios que les agradan, son tan inestables que cualquier brisa los barre, como tejas sueltas del tejado.



Cuando Satanás te golpea y la tentación te abruma como las olas, tienes que aferrarte a las verdades de Dios. Son tu refugio en cada tormenta. Pero debes tenerlas a mano, listas para ser utilizadas. No esperes a hundirte para remendar la barca. Una entrega débil es muy insegura ante la tempestad. Mientras esta ella hace aguas y se hunde, la santa determinación fundada en la Palabra levantará cabeza como una roca entre las olas más arboladas.



La Palabra promete: “El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Dn. 11:32). Un ángel le indicó a Daniel los hombres que permanecerían firmes por Dios ante la tentación y persecución de Antíoco. Algunos serían engañados por el soborno de hombres corruptos; otros serían víctimas de la intimidación y las amenazas. Pero unos pocos, bien fundados en la base de su fe, harían hazañas para Dios. Esto significa que los halagos no los corromperían, ni serían vencidos por el poder y la fuerza.



 



2. Un corazón bien dispuesto



El conocimiento intelectual de Cristo no es suficiente; seguir a Cristo es principalmente un asunto del corazón. Si tu corazón no tiene un propósito fijo, tus principios por buenos que sean se soltarán y no servirán en la batalla más que un arco sin cuerda. Una decisión a medias no hará mucho por Cristo. Tampoco un corazón con motivaciones falsas. Un hipócrita puede mostrar cierta fuerza por el momento, pero pronto abandonará su profesión cuando se le pise el callo del pie; esto es, cuando se le pida que niegue lo que su corazón malvado deseaba negar desde el principio.



Si eres un soldado serio, no coquetees con ninguno de tus deseos inferiores a Cristo y el Cielo. Serán como rameras que te roban el corazón. Considera a Jehú, lo valiente y celoso que parecía al principio. Entonces, ¿por qué le falló la determinación antes de terminar siquiera la mitad de la obra? ¡Porque su corazón nunca estuvo únicamente puesto en Dios! Aquella ambición que primero avivó su celo, al final lo ahogó. Se comprometió con hombres malvados para obtener sus fines. Entonces, al alcanzar el trono, no se atrevió a poner por obra el plan de Dios por temor a provocar a aquellos mismos malvados y así perder el reino (2 R. 10:31). Su corazón estaba puesto en los placeres del mundo más que en el favor de Dios.


 

 


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