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Juan Antonio Monroy
 

Javier Zubiri: religados a Dios

O sea, que Dios se nos hace patente en la religación, ¿no? Pues es todo cuanto queremos. Vivir para siempre aquí, ahora y hasta la hora de nuestra muerte, amén. Para siempre, ligados y religados a Dios. Y que nada ni nadie pueda desligarnos ni desreligarnos.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 30 DE NOVIEMBRE DE 2018 09:00 h
Tumba de Xavier Zubiri y Carmen Castro en el Cementerio civil de Madrid. / Wikimedia Commons

A las cinco de la tarde –hora lorquiana- del miércoles 21 de septiembre de 1983,  Javier Zubiri estaba hablando por teléfono en Madrid; se interesaba por la publicación de unos artículos. Dos horas después, a las siete –número perfecto de la Biblia- cuerpo y espíritu de Zubiri se desdoblaron y el filósofo dejó de existir para la tierra. Llegó la hora de dejar su casa y de acudir al encuentro del Eterno. Dios siempre llama, con suspiros a veces, con lamentos incluso, pero el hombre no sabe, no entiende, no contesta.



Al día siguiente, jueves 22, enterraron lo que quedaba de los 84 años de Zubiri. Antes fue expuesto muerto, eternamente muerto para la tierra, en el aula magna de la Fundación Jiménez Díaz. Un sacerdote católico, filósofo y amigo del muerto, Carlos Castro Cubells, habló a los vivos en la muerte del muerto. “No es que estemos en el tiempo, es que somos temporales y ésta es la incógnita de nuestra vida”. Había pena en todos los rostros. Como la pena de los chiquillos. “Zubiri nos hace hoy aquí una demostración –no una mostración- de que esta temporalidad que nos une en el amor es el fundamento de la definitiva esperanza que es nuestra propia resurrección”, continuó Castro Cubells. La muchedumbre miraba con ojos inquietos, fijos en el muerto que callaba, no en el vivo que hablaba. Algunos pechos son incapaces de sentir el latido de la inmortalidad ni siquiera ante el cielo de lámparas encendidas.



Castro Cubells continuó de mensajero, con las puertas del corazón abiertas de par en par, observando los rostros a través de sus propias lágrimas. Prosiguió: “En esta aula que tantas cosas sabe sobre el hombre, sobre la carne, el dolor, la salud y la enfermedad, el gran maestro que hemos tenido nos está diciendo que la resurrección de Cristo es nuestra propia resurrección. Nos dice: tened esperanza, no perdáis la calma. Allí donde no hay salida, hay salida. Este rostro que ya no dice, sugiere, habla, invita, es un icono, adorable en su paz y en su indicación del camino que, con la ayuda de Dios, todos, uno a uno, vamos a ir recorriendo, según el ritmo misterioso de la Trinidad.



Luego se llevaron al que fue Zubiri y le dieron sepultura en el cementerio civil de Madrid. Extraño, ¿no? Porque siempre vivió en católico y en católico murió. Aunque, ¿qué es eso de morir en tal o cual creencia? ¡Con tal que broten las flores en el jardín eterno! La brisa del cielo, ¿no pega sobre todos los rostros? ¿No acaricia todas las sepulturas del mundo? Otro filósofo poeta, Gerardo Diego, en su libro Cementerio civil, escribió este collarín de verdades:




Todos civiles, todos huéspedes,



Transeúntes, inmóviles,



 y todos religiosos.



Dios pone por su cuenta



Sombra de cruz ahora



Y luz de cruz después,



Su salvamuertes



Flotante e infinito.




Con otro poeta, Dámaso Alonso, nos gustaría interrogar a Zubiri, allí, en la penumbra de árboles sin alma, frente a la sombra apagada de su ocaso:




Dime, ¿te encuentras bien junto a esas flores?



Has muerto, y tu silencio nos rodea:



Un enorme silencio ayer,



Palabras mágicas, invasoras profecías.



Hoy tu collar, redondo, nos envuelve.




Recordemos su biografía. Javier Zubiri nació en San Sebastián el 4 de diciembre de 1898. En el Seminario Conciliar de Madrid estudió Teología y Filosofía. Esta rama del saber le atrajo más que la primera y siguió estudiando Filosofía en Lovaina, Friburgo y en la Universidad central de Madrid. Acabada la carrera eclesiástica fue ordenado sacerdote católico. Pero renunció poco después, porque su vocación siguió otros rumbos. A él, que era ya admirado y conocido como un filósofo puro, no le costó trabajo conseguir que el Vaticano le concediera la secularización.



Augusto Assía, que por entonces estaba de corresponsal de prensa en Alemania, le sitúa allí en 1931. Zubiri asiste a cursos que dan Einstein, Husserl, Heidegger. Américo Castro es Embajador de la República española en Berlín. Allí conoce Zubiri a una hija del eminente historiador, Carmen Castro. La pareja contrae matrimonio. Un matrimonio que permaneció fuertemente unido hasta que uno de los dos, con su muerte, rompió los lazos temporales del amor.



Carmen y Javier regresan a España, pero vuelven a salir cuando estalla la guerra civil. Durante tres años viven en París y en Roma. Después, en 1939, España les llama de nuevo. Zubiri enseña Filosofía en Barcelona y en Madrid. Dedica su vida a investigar, a enseñar, a escribir. Alejado de la popularidad, vive con sencillez, plenamente dedicado a su vocación filosófica.



No escribe mucho. En 1944 publica su gran libro: Naturaleza, Historia, Dios.  Transcurren 18 años y aparece Sobre la Esencia, en 1962. Y poco más. Zubiri es autor de tan sólo una media docena de libros. ¡Pero qué libros! ¡Qué profundidad de pensamiento! ¡Qué claridad de sentimiento! Zubiri hizo de la filosofía un acto vital propio y comprometido.



En 1968 Zubiri cumplió 70 años. Sus amigos intelectuales le rindieron un homenaje, que consistió en el análisis de su persona, su pensamiento y su obra. Este material, único y valiosísimo, se publicó en dos tomos de 787 páginas cada uno, que aparecieron en 1970. Sin embargo el libro clave en la filosofía religiosa de Zubiri es Naturaleza, Historia, Dios.



Cito la quinta edición, de 1963. A partir de la página 372 y hasta el final de la 400, Zubiri establece su teoría de la religación:




“Estamos obligados a existir porque previamente estamos religados a lo que nos hace existir. Ese vínculo ontológico del ser humano es religación…En la religación estamos más que sometidos; porque nos hallamos vinculados a algo que no es extrínseco, sino que, previamente, nos hace ser… La religación –religatum esse, religio, religión, en sentido primario- es una dimensión formalmente constitutiva de la existencia…. En la religión no sentimos previamente una ayuda para obrar, sino un fundamento para ser… La presunta controversia entre un llamado método de inmanencia y un método de trascendencia no tiene sentido, porque lo que no tiene sentido es necesitar de un método para llegar a Dios. Dios no es algo que está en el hombre como una parte de él, ni es cosa que le está añadida desde fuera, ni es un estado de conciencia, ni es un objeto. Lo que de Dios haya en el hombre es tan sólo religación en que somos abiertos a Él, y en esta religación se nos patentiza Dios….”.




Sí, Zubiri, sí claro. O sea, que Dios se nos hace patente en la religación, ¿no? Pues es todo cuanto queremos. Vivir para siempre aquí, ahora y hasta la hora de nuestra muerte, amén. Para siempre, ligados y religados a Dios. Y que nada ni nadie pueda desligarnos ni desreligarnos. Con esto nos basta, filósofo. ¡Y gracias!


 

 


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