Claramente que el autor de Eclesiastés no es un pesimista. Pero yerran quienes, apresuradamente, han deducido que solo el disfrute hedonista de los goces posibles de este mundo es lo que da valor a la vida y constituye un fin para la misma.
Un fragmento de “Debajo del sol. El mensaje de Eclesiastés”, de José Grau (Editorial Peregrino, 2018. Reedición de Eclesiastés, Ediciones Evangélicas Europeas, 1993). Puede saber más sobre el libro aquí.
El tema de Eclesiastés
¿Será verdad lo que afirma la Biblia de Jerusalén cuando sostiene que en el libro «no hay un plan definido, sino que se trata de variaciones sobre un tema único, la vanidad de las cosas humanas, que es afirmada al comienzo y al final»?
Cohélet relata las experiencias de su vida. Ha probado todas las posibilidades de placer que la existencia puede ofrecer. Descubre, sin embargo, que todo es vanidad. No obstante, da ciertos consejos para el goce práctico e inmediato del diario vivir. Por ejemplo, aconseja varias veces que no hay cosa mejor, «debajo del sol», que el comer, el beber y el amar, así como la satisfacción del trabajo bien hecho y provechoso. Tales pasajes demuestran claramente que el autor no es un pesimista. Pero yerran quienes, apresuradamente, han deducido que solo el disfrute hedonista de los goces posibles de este mundo es lo que da valor a la vida y constituye un fin para la misma. Estos consejos de Cohélet no salen de los labios de un epicúreo, sino de un hombre piadoso y temeroso de Dios que quiere con ellos alejarnos tanto del ascetismo como del hedonismo, devolviendo a las cosas y a la existencia terrena su sentido primigenio. Porque la existencia, aparte de Dios, carece totalmente de significado. Solo el Señor puede dar sentido a las cosas y a la vida. Este es el gran tema del libro. Un tema único con variaciones múltiples; tema único que se desdobla en dos consideraciones principales: la vanidad de todas las cosas y de la vida misma cuando queda desconectada del Creador; la felicidad posible en el realismo bíblico del temor de Dios. Todo es absurdo cuando se convierte en un fin, en el valor absoluto. Mas, todo puede ser gozado cuando se recibe como don de la amorosa providencia divina. La creación, y sus diversas estructuras, pueden convertirse en ídolo; pero admitidas como don de Dios tienen cosas positivas que son para nuestro legítimo deleite (2:24; 3:12, 22; 5:18, 19; 9:7-9; 11:9, 10). Resulta siempre decepcionante vivir para el mundo, sin Dios; pero puede ser una hermosa experiencia de realización personal el vivir en el mundo de Dios para hacer su voluntad.
Eclesiastés representa la más absoluta y radical negación y, al mismo tiempo, la más absoluta e igualmente radical afirmación de todo lo que se encuentra bajo el sol. Es una palabra de juicio, pero también una palabra de justificación y de esperanza. El «no» tajante de Cohélet se resume en las palabras que abren el tema del libro: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»; un «no» que se cierne sobre todas las actividades humanas. Pero, al lado de este «no», no menos rotundo es el «sí» afirmativo. La afirmación triunfante y gozosa de que la vida adquiere su mayor eficacia en la medida en que es realista y se inserta frente al «no» que reconoce como realidad del mundo caído, pero que no acepta como programa de vida. De ahí que, constantemente, el predicador reivindique la sana alegría de vivir; la «sabiduría que ilumina el rostro», clara alusión a Moisés y a la realidad de la Revelación8.
Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre (3:11); Dios ha dado sentido —nombre— a cada cosa creada (6:10). La tragedia de la humanidad radica en querer vivir a espaldas de Dios, tratando de crear «sus» propios significados, sus propios mundos, sus propios sistemas, con sus propios recursos. El resultado es vanidad, frustración y «correr tras el viento» (1:14). Dios es la norma siempre y el punto de referencia definitivo por el cual debe interpretarse todo aspecto de la vida. Cuando el hombre, o el mundo, son considerados como la norma o punto de referencia, todo acaba en vanidad, todo carece de sentido y solo puede conducir a la desesperación. La única interpretación posible del mundo es considerarlo como la creación de Dios y utilizarlo y disfrutarlo para su gloria. Solo entonces nos realizamos como personas y alcanzamos los propósitos de Dios para nuestra vida.
En resumen, el autor considera como fin y objetivo de la existencia en la tierra el gozar de las cosas de este mundo con sabiduría y en el temor del Señor, renunciando a una perfecta reconciliación de contrastes en este mundo caído, pero sabiendo que el juicio futuro y universal acabará con toda contradicción y aportará la solución final de todos los misterios del universo. El temor de Dios es la fuente de la más elevada felicidad y lo único que podrá dar sentido y orientación a nuestra vida.
¿Corresponde su talante al de los demás escritos de la literatura sapiencial?
Se ha cometido una doble injusticia con Cohélet (Eclesiastés): 1) Considerar su obra como una corriente marginal de la tradición sapiencial de Israel, y 2) interpretarla como propia de un resignado o desesperado pesimista.
A Cohélet hay que situarlo dentro de la literatura sapiencial hebrea y tratar de comprenderlo de acuerdo con lo que dicha corriente bíblica representa en el Antiguo Testamento.
¿En qué consiste fundamentalmente la tradición sapiencial de Israel? En el «arte de vivir según el temor de Dios». ¿Y no es precisamente esto el mensaje de Cohélet? Su libro constituye, sin lugar a dudas, una «guía para la vida».
Cohélet hace volver la Sabiduría a su centro focal y a la vida como punto de referencia. «El kerigma de la Sabiduría puede sintetizarse en una palabra: vida».
Y, sin embargo, muchos son los que sienten temor y reparos en aplicar esta perspectiva a Eclesiastés. ¿Por qué? Porque comienza crudamente: «Vanidad de vanidades; todo es vanidad» (1:2), hasta exclamar: «Aborrecí, por tanto, la vida» (2:17).
Cierto, la expresión «Todo es vanidad» o equivalentes aparece 30 veces, al igual que la muy terrena: «bajo el sol». Pero, ¿es esto lo único que hallamos en Cohélet?
A lo largo de todo el libro se da un contrapunto constante: el disfrute de la vida (2:24-26; 3:12s., 22; 5:17-19; 7:14; 8:15; 9:7-9; 11:9-12). ¿Por qué se ha subordinado, la mayoría de las veces, este tema al de la vanidad o el pesimismo, considerados estos los motivos centrales?
Algunos comentaristas han interpretado el consejo de disfrutar de los placeres pequeños y cotidianos de la vida como una ironía, una especie de burla solapada con sabor agridulce. Al pensar así, no están interpretando el texto dentro de sus coordenadas lógicas, la tradición sapiencial de Israel, sino que lo leen con las gafas de sus propios prejuicios sin atender al contexto veterotestamentario de la obra de Cohélet.
Von Rad, en su trabajo sobre la «Sabiduría de Israel», define así las que llama «tres intuiciones básicas de Cohélet»:
1) Un examen minucioso y racional de la vida no puede hallar ningún sentido satisfactorio; todo empeño en este sentido es «vanidad».
2) Dios determina cada acontecimiento; es soberano.
3) El hombre es incapaz de percibir estos decretos, las «obras de Dios en el mundo».
A Von Rad se le pasa por alto lo referente a la aceptación del disfrute de la vida como regalo de Dios, tan central en Cohélet en particular y a lo largo de toda la tradición sapiencial.
N. Lohfink aprecia tres vertientes en la temática de Cohélet:
1) La muerte como el límite impuesto a la existencia humana.
2) El hastío de la vida y la desilusión que conlleva esta comprobación.
3) La realidad del momento presente como don de Dios a disfrutar.
N. Lohfink comprende mejor que Von Rad la temática esencial de Eclesiastés. Si bien para él lo determinante es la preocupación por el hecho inevitable de la muerte.
Pero, positivamente, valora la presencia del consejo de disfrutar la vida como don de Dios.
En realidad, tanto las tres intuiciones de Von Rad como las tres vertientes de N. Lohfink son ciertas; responden a lo que encontramos en Cohélet. Solo que Von Rad es incompleto; debería haber añadido el tercer punto de Lohfink. Cuanto más examinamos el libro, más se pone de manifiesto la importancia de este aspecto «gozoso» en el mensaje de Eclesiastés.
Reformulando las observaciones temáticas de Lohfink, deberíamos decir que el Cohélet se refiere, ante todo, a los límites del afán humano. Estos van más allá del hecho de que la suerte común de los humanos sea la muerte (2:15; 3:19; 5:12-16; 6:6; 7:2; 8:8; 9:2; 12:1-7). Otros límites son evidentes: la comprobación de que la vida humana se vive dentro del orden moral confuso, aparentemente contradictorio e indiscernible (7:15; 8:14), la transitoriedad de la Sabiduría y la incertidumbre de la vida (4:13-16), así como la fragilidad de la Sabiduría, de poco valor ante ricos y locos (9:16-10:1). Ante todo esto, la arrogancia de cualquier esfuerzo humano hace reír.
¿Cuál es, pues, el mensaje sapiencial de Cohélet?
Habrá que analizar el texto para ver si este «gozar o disfrutar de la vida» como propugnan algunos autores (Gordis, Lüthi, Lohfink, Johnston, etc.) constituye o no el centro del mensaje sapiencial de Eclesiastés.
Un análisis estructural de Cohélet nos hará ver que su postura vital ha sido desfigurada por algunos comentaristas, tanto incrédulos como creyentes, incapaces de romper con sus prejuicios metodológicos, que son ajenos a Cohélet. Este no se halla en la periferia de la literatura sapiencial como el que está resignado a todo (estoicismo); ni tampoco como si propugnara un hedonismo superficial (epicureísmo).
Podremos comprender a Cohélet cuando estemos dispuestos a escucharlo en su contexto histórico, moral, espiritual y existencial. Y todo ello dentro de la corriente sapiencial que afirma la vida, y el disfrute de la misma, como don de Dios.
Según Cohélet, los humanos somos incapaces de descubrir la clave del sentido de la vida por nosotros mismos. Este tema es la ocasión y la finalidad de la obra. Pero, juntamente a las exclamaciones «vanidad de vanidades» y «bajo el sol», hay que colocar todas las exhortaciones a disfrutar de la vida presente como don del Creador, en cuyo temor vivimos y en cuya misericordia esperamos.
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