El tema religioso está ausente en la obra de Celaya. Lo suyo era el hombre y Dios; la idea, no la religión.
Gabriel Celaya, conocido como uno de los grandes poetas españoles, nació en Hernani, Guipúzcoa, el 18 de marzo de 1911. Su nombre completo era Rafael Múgica Celaya. En San Sebastián cursó el Bachillerato y en Madrid la carrera de ingeniero. Fue uno de los pocos afortunados escritores que lograron entrar en la célebre Residencia de estudiantes madrileña, por la que también pasaron García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel entre otros. Allí estuvo ocho años. Se ha dicho de Celaya que escribía inspirado por una fuerte pasión de amor, odio, desdeño, esperanza. “Cualquier tema se somete a su poderoso sentido vital y de todos hace un problema metafísico”.
Su primer libro fue MAREA DEL SILENCIO, publicado en 1935. Durante unos años dejó de publicar, aunque siguió escribiendo. En unas notas autobiográficas que preceden a las páginas líricas de ITINERARIO POÉTICO, cuenta Celaya: “En octubre de 1946 –el 8 de octubre, fecha importante para mí- conocí a Amparitxu Gastón. Nos entendimos enseguida; nos quisimos muy pronto; y esto fue para mí la resurrección”. Amparo Gastón fue decisiva a lo largo de su vida. En grupos de amigos Celaya solía decir de viva voz que todo cuanto era como poeta y persona a ella se lo debía. Aquél mismo año funda con el apoyo de Amparo la colección Norte, que pretendía hacer de puente hacia la poesía de 1927, la del exilio y la europea. En 1956 el matrimonio se instala en Madrid y Celaya se dedica plenamente a la literatura, produciendo una obra colosal. En su amplia bibliografía he contado sesenta libros de poesía, tres de ellos en colaboración con su esposa; seis libros de narrativa, una obra de teatro, ocho libros de ensayo. Entre 1977 y 1981 aparecieron seis tomos de sus Obras Completas, todos de la editorial Laia, de Barcelona. Algunos de estos libros fueron publicados en Venezuela, Argentina, México, Francia, Italia y la entonces Unión Soviética. En 1957 se le concedió el Premio de la Crítica, luego llegarían otros: Premio Internacional Libera Stampa, Premio Internacional Taormina, concedido al mejor libro de poesía editado en Italia, y otros galardones cuya enumeración alargarían estas líneas. Tenía 75 años cuando en 1986 fue galardonado con el premio Nacional de las Letras Españolas.
A pesar de haber escrito numerosas obras, tanto en poesía como en prosa, a Celaya no le dieron los suficientes medios económicos para vivir. Eran otros tiempos. Aquellos escritores recibían muchos honores y alabanzas, pero poco dinero para comprar el pan y la leche de cada día. Un año antes de morir hubo de vender su biblioteca particular a la Diputación Provincial de Guipúzcoa, mercadeo con el que pudo pagar las facturas del hospital donde le ingresaron.
¿Por qué fue tan marginado Celaya en las esferas oficiales?¿A causa de sus ideas políticas? ¿Por sus versos de denuncia social en aquella España que despertaba de la guerra civil-incivil? ¿Siempre mezclada literatura y política en este país sin remedio? ¿Siempre elevando a Rafael Albertí y hundiendo a José María Pemán, enalteciendo a Antonio Machado y condenando al silencio a su hermano Manuel, parejas discrepantes en el modo de ver y practicar la política?.
Manuel Alvar López, catedrático de Gramática Histórica, dice que Celaya “supo convertir en sustancia lírica lo que eran formas perdidas en libros de investigación, polvo de documentos”. Celaya fue uno de los muy pocos escritores que en aquella España de Franco logró dar vida a una obra poética comprometida social y políticamente.
En su largo y estremecedor poema LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO, escribió este dramático texto:
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, que puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: Poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo,
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto llevamos dentro.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo y en la Tierra son actos.
En ITINERARIO POÉTICO añade: “En los primeros años del sesenta la llamada “poesía social” entró en crisis… La primera poesía social se había ido extinguiendo con el paso de unos años en los que no se produjo más cambio que el de una derivación de nuestro país hacia una incipiente sociedad de consumo…. Intenté una nueva puesta a punto de la poesía social aplicando ésta a la problemática de mi Euskadi natal mediante una combinación de sus viejas leyendas con su actual efervescencia revolucionaria”.
El tema religioso está ausente en la obra de Celaya. Persistente antifranquista, miembro del partido comunista, por el que fue candidato a senador por Guipúzcoa en 1977, el soplo religioso que dieron a sus versos prohombres de la generación literaria del 27 y el 98, como Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Federico García Lorca, Antonio Machado, Valle Inclán, Ramiro de Maeztu y otros, no existe en la obra de Celaya. Lo suyo era el hombre y Dios; la idea, no la religión. “La vida es siempre absurda –escribió en LÁZARO CALLA, arbitraria y gratuita. Está ahí contra toda razón, sin saber por qué ni para qué”. ¿Contra toda razón? ¿Somos tan sólo diminutos átomos materiales desprendidos de la corteza terrestre o una Razón Suprema nos puso donde estamos? En PENÚLTIMAS TENTATIVAS, obra de 1960, una de las más comprometidas, escribe que “si Dios existe, se oculta y manda así que vivamos como si no existiera, sin profetismos ni renuncias, sin desesperadas esperanzas y a la vez sin dejaciones disolventes”. Hay aquí ecos del DIOS OCULTO, libro del profesor de la Universidad de Lovaina, Van Steenberghen. Aún cuando Dios es una verdad reconocida universalmente, intelectuales de todos los tiempos y de todos los países se han planteado la misma duda que inquietaba a Celaya. Si existe Dios, ¿se oculta? ¿Con qué fin? Este dilema torturaba también la mente de André Gide, hijo de padre protestante y madre católica, Premio Nobel de Literatura en 1947: “Si Dios me habla, no le oigo. Si yo tuviera que formular un credo diría: Dios no está detrás de nosotros”.
Sí lo está. Detrás, delante, a derecha y a izquierda. Dios no se oculta a sus criaturas. Tan presente está en nuestras vidas que según el apóstol a los gentiles en Dios vivimos, en Dios nos movemos, en Dios somos. Nuestra inteligencia, por muy grande que sea, no puede negar esta realidad.
Celaya lo sabía.
“La poesía no es neutral –escribía-. La poesía es un instrumento entre otros para transformar el mundo”. Sí, conforme, pero para transformarlo con las manos de Dios. Así lo vio otro de nuestros grandes poetas, Dámaso Alonso, contemporáneo de Gabriel Celaya. “Toda poesía es religiosa. Buscará unas veces a Dios en la Belleza. Se volverá otras veces, con íntimo desgarrón, hacia el centro humeante del misterio, llegará quizá a la blasfemia. No importa… Así va la poesía de todos los tiempos en busca de Dios”. Palabras de Dámaso Alonso.
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