Cone propuso en su segundo libro una teología que, desde las raíces más hondas de las enseñanzas bíblicas, pusiera en tela de juicio la supremacía blanca y cristiana que se había arrogado, hasta entonces, la representación única de la voluntad divina.
El pasado lunes 7 de mayo se llevó a cabo el culto memorial por el Dr. James H. Cone en la Iglesia Riverside, vecina del Seminario Unión, de Nueva York. Gracias al profesor brasileño Claudio Carvalhães, docente en esa institución, fue posible tener acceso al programa del acto litúrgico, el cual fue transmitido en directo. Gracias a ello, fue posible ser testigos inmediatos del gran impacto del pensamiento teológico de Cone en medio de una comunidad protestante que, tantas veces tildada de liberal, de radical o de estar politizada en extremo, dio fe, al menos en ese culto de acción de gracias, de una enorme fuerza espiritual.
En el acto en cuestión presentaron reflexiones los reverendos/as Christopher Hedges, pastor presbiteriano y activista; Dwight N. Hopkins, pastor bautista y profesor de teología de la Universidad de Chicago; Serene Jones, presidenta del Seminario Unión; y Kelly Brown Douglas, decana de la Escuela Episcopal de Divinidades del Seminario Unión y teóloga en la catedral Nacional de Washington., D.C.; además del Dr. Cornel West, profesor de la Universidad de Princeton, activista político ampliamente conocido. La reflexión bíblica estuvo a cargo del Rev. Dr. Raphael Warnock, pastor de la Iglesia Bautista Ebenezer, de Atlanta, considerado el hogar espiritual de Martin Luther King. Todos se refirieron a la manera en que Cone desarrolló su pensamiento y llevó a cabo su acción en la difícil época que le tocó vivir. Quizá el discurso de West fue el más emotivo y apasionado acerca de los desafíos del Dr. Cone para llevar adelante su legado de justicia social.
Le teología negra de liberación, tal como la integró y llevó a cabo Cone, fue una auténtica “teología de supervivencia”. Su libro clásico, Teología negra de la liberación, de 1970, aparecido en español tres años después con prólogo de Paulo Freire, es una muestra mayúscula de la profundidad e intensidad con que le dio cuerpo y sustancia a su teología, en momentos en que los sectores más radicales de la población negra estadunidense amenazaba con incendiar al país. Las palabras de Freire (quien entonces vivía en Ginebra), no podían ser menos aleccionadoras al momento de introducir al autor estadunidense para el público hispanoamericano: “…la teología negra […] se identifica, a no dudarlo, con la teología de la liberación que hoy florece en América latina. El profetismo de ambas no significa solamente un hablar en nombre de quienes están impedidos de hacerlo, sino, sobre todo, un luchar hombro a hombro con ellos, para que, mediante la transformación revolucionaria de la sociedad que los silencia, puedan decir realmente su palabra. Decir una palabra no es, por eso mismo, decir un menguado ‘buenos días’ o seguir lo prescrito por quienes, por su poder, mandan y explotan. Decir una palabra es construir la historia, y por la historia ser construido y reconstruido”.1
Tanto entusiasmó a Freire esta orientación teológica que, en mayo de 1973, colaboró en un diálogo (junto al brasileño Hugo Assmann y el ecuatoguineano Eduardo I. Bodipo Malumba) con la teología latinoamericana de liberación que se realizó precisamente en la sede del Consejo Mundial de Iglesias con la presencia del doctor Cone, pero en el que, lamentablemente, no pudo haber suficiente interlocución, dadas las posturas tan encontradas que se hicieron sentir. Fruto de ese encuentro fue el libro Teología negra, teología de la liberación, publicado en 1974 (Salamanca, Sígueme, Estudios, 11). Desafortunadamente, ninguno de los libros posteriores de Cone ha sido traducido al castellano. Es el caso, especialmente de God of the opressed (Dios de los oprimidos), aparecido en 1975, y en donde hizo una magnífica descripción de su teología en el marco del pensamiento cristiano y del mainstream eclesial y académico. Uno de los capítulos está dedicado a elaborar el significado del concepto de “liberación” a la luz de los proyectos libertarios en la historia.2
Sin abandonar el discurso revolucionario de la reivindicación racial, Cone propuso en su segundo libro una teología que, desde las raíces más hondas de las enseñanzas bíblicas, pusiera en tela de juicio la supremacía blanca y cristiana que se había arrogado, hasta entonces, la representación única de la voluntad divina. A cada paso en su reflexión muestra los alcances de una reconstrucción total del pensamiento cristiano. Desde el primer capítulo, “El contenido de la teología”, hasta el último (de siete), “Iglesia, mundo y escatología en la teología negra”, Cone manifiesta su intención de reescribir los contenidos de la teología para proyectar sus aspectos liberadores para la población negra, tan marginada y orillada, en su opinión, a abandonar prácticamente la fe cristiana por causa del pésimo testimonio de las iglesias blancas. Todo ello, echando mano de lo mejor de la teología contemporánea a su alcance (Barth, Tillich, Moltmann, Niebuhr, Nygren), de la herencia de los pensadores cristianos negros (Jones, Hargraves, Mays), así como de los filósofos más importantes de la época (Sartre, Fanon). Las citas pueden multiplicarse e, incluso, son capaces de exhibir la progresión de un pensamiento lúcido, evangélicamente profético y absolutamente desafiante, incluso en estos tiempos:
Y pues maduramos nuestra decisión en medio de la vida y la muerte, del ser y del no-ser, el papel de la teología negra es articular esta decisión apuntando con el dedo a la revelación de Dios en la lucha negra por la liberación. […]
Hablar de un “cristiano racista” o de una “Iglesia de Cristo segregada” es una blasfemia y nada tiene que ver con el evangelio. […]
La teología negra centra su mirada en la historia negra como fuente desde donde interpretar teológicamente la obra de Dios en el mundo porque la acción de Dios es inseparable de la historia del pueblo negro. […]
Cultura negra, pues, es la manera de obra Dios en los Estados Unidos y su participación en la liberación negra. […]
A la teología negra sólo le interesa la tradición cristiana que es útil en la lucha negra por la liberación. […]
La revelación de Dios significa choque radical con las estructuras de poder contra las que Martin Luther King luchó hasta la muerte […]
La negritud de Dios significa que Dios ha hecho suya la condición oprimida. Aquí está la esencia de la revelación bíblica. […]
Pero “hacerse negro con Dios” encierra mucho más que decir simplemente: “Soy negro”, aun admitiendo que incluya esto. La pregunta: “¿Cómo puede el blanco hacerse negro?”, es análoga a la que el carcelero de Filipos planteaba a Pablo y Silas: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”. […]
El pueblo negro no puede adherir a una concepción de Dios que debilite su ímpetu de liberación. […]
Ésta es la paradoja de la existencia. La libertad es lo opuesto a la opresión, pero sólo los oprimidos son verdaderamente libres. […]
Enfrentando con seriedad al Jesús del Nuevo Testamento, la teología negra cree que la semilla histórica se encuentra en la manifestación de Dios como el Oprimido por excelencia, cuya existencia terrena estaba ligada a los oprimidos de la tierra. […]
Cabe esperar que más de un blanco se sienta molesto por nuestra formulación del Cristo Negro, ya sea que la ignoren, ya sea que la estimen demasiado estrecha por no incluir la nota de universalidad que encierra el evangelio. […]
La teología negra cree que el futuro es el futuro de Dios como lo son el pasado y el presente. Nuestro conocimiento pasado del Señor y nuestro encuentro presente con él bastan para alentar nuestra confianza de que el futuro será y no será como el presente. Semejante al presente en cuanto al encuentro del Señor y disímil en cuanto a la plenitud de la liberación como realidad.3
Carvalhaes se ha referido al contexto que diferencia a la teología negra de la latinoamericana en la misma época, situándola al lado del trabajo de otros teólogos que, simultáneamente, estaban alumbrando la renovación del pensamiento religioso en el subcontinente. Su comparación es efectiva al observar las exigencias a las que respondieron en esos años fundadores:
Si bien estos tres autores estaban creando algo nuevo, en un momento muy peligroso, fue James Cone quien tuvo que pelear la batalla más grande. Gustavo Gutiérrez y Rubem Alves no tuvieron que pasar por las estructuras sistémicas y malvadas del racismo, basadas en la esclavitud, la segregación y la miseria de los negros en Estados Unidos. Cone tuvo una batalla mucho más grande para pelear ya que no tenía ni una institución ni una iglesia para apoyarlo. Tenía que encontrar una forma literalmente de alguna manera. Su batalla fue contra la corriente principal de la viciosa supremacía blanca, donde una persona negra nunca sería considerada como un teólogo de pleno derecho.4
Y agrega una cita que incluso puede cambiar la perspectiva acerca de los fundamentos verdaderos de esa teología en ciernes que desde entonces transformaría definitivamente la manera de comprender la fe en buena parte de la cristiandad mundial:
El profesor Stephen Ray tiene razón al decir que James Cone era el padre no sólo de la teología de la liberación negra, sino de la teología de la liberación. En esta afirmación, intenta hacernos conscientes de que “la larga historia de proyectos intelectuales y teológicos de los negros se evalúa como totalmente autorreferencial; lo que significa que no tienen ninguna consecuencia o valor, más allá de la provocación, un poco que decir que tiene sentido sobre la humanidad o sobre Dios, per se”.5
Finalmente, puede decirse que, por encima de todo, la teología que propuso Cone para reelaborar, de ser posible, toda la doctrina cristiana desde el punto de vista negro, es una teología dominada por una percepción profunda del sufrimiento de sus ancestros y de sus contemporáneos, enfrascados como estuvieron (y siguen aún) en sus esfuerzos emancipadores. El sufrimiento fue, para él, una clave hermenéutica fundamental, como lo muestra fehacientemente en el capítulo “Liberación divina y sufrimiento negro”, de God of the opressed. Con el tiempo, los énfasis propios de esta vertiente de reflexión lo llevó a aplicar su visión al sufrimiento humano más amplio, tal como se aprecia en las palabras con que participó en el documental de Macky Alston, Questioning the faith: confessions of a seminarian (Cuestionando la fe: confesiones de un seminarista, 2002):
No hay solución intelectual para el problema del sufrimiento y el dolor. Esto se debe a que no es un asunto intelectual. No se va a la Universidad de Columbia o al Seminario Unión para encontrar la respuesta. O a los libros. Si esta película es sobre el sufrimiento, uno tiene que mirar dentro de las vidas de las personas que más lo simbolizan. Y abrir los ojos y permitir que su experiencia nos hable. Dejar que su sufrimiento nos hable. Pienso que cada grupo que ha sufrido tiene algo que decir. Porque la particularidad de ese sufrimiento ofrece una ventana a través de la cual puede verse a la humanidad confrontándose con ese sufrimiento y rechazando aceptar que el sufrimiento tiene la última palabra.6
Puede leerse un conjunto de homenajes de diversos colegas y alumnos del Dr. Cone.
2 Cf. J. Cone, “The meaning of liberation”, en God of the opressed. Nueva York, The Seabury Press, 1975, pp. 138-162.
3 J. Cone, Teología negra de la liberación, pp. 28, 29, 43, 45, 53, 66, 86, 89, 96, 113, 143, 152, 174. Énfasis original.
6El fragmento del documental puede verse en el sitio: www.facebook.com/GroundswellMovement/videos/1950141451722740/?hc_ref=ARTcOykoWUyFMJqZD1EAlKlzaOyB8F1kvfDfgqDhIiNZAvGmmaKCBIN-upSCa-B6JAQ&fref=nf.
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