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Juan Antonio Monroy
 

Pío Baroja: fugacidad de la vida

Viajó por las grandes ciudades, bajó a las pequeñas aldeas, recorrió incansable los mares, pero no experimentó la paz del alma. Y estaba triste. Estudió, contempló los astros, huyó del amor, que dicen que lleva aparejado el dolor. Y estaba triste. Viejo ya, deseaba lo que no tenía y lamentaba la juventud perdida.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 27 DE ABRIL DE 2018 15:05 h
Estatua a Pío Baroja en Madrid. / Antonio Tejuelo

Pío Baroja y Nessi nació en San Sebastián (Guipúzcoa) el 28 de diciembre de 1872, reinando en España Amadeo de Saboya y en plena guerra civil carlista. El padre era ingeniero de minas, lo que llevó a la familia a continuos cambios de residencia.



En Valencia empieza Baroja la carrera de Medicina, que termina en Madrid en 1894. Ejerce durante dos años en Cestona y, cansado de la vida de pueblo, vuelve a la capital de España en 1896. Colabora activamente en periódicos y revistas de Madrid. En 1900 publica su primer libro, VIDAS SOMBRÍAS, colección de cuentos que es muy bien recibida por la crítica.



Entre 1900 y 1935 Pío Baroja escribe mucho y viaja cuanto puede. Visita Francia varias veces, Inglaterra, Alemania, amplias excursiones por Italia, Suiza, regresando siempre a España. Sale del país al estallar la guerra civil y permanece en París hasta 1940, en que se traslada a Madrid. Aquí muere el novelista el 30 de octubre de 1956. Es enterrado en el cementerio civil. Tenía ochenta y cuatro años casi cumplidos. Ernest Hemingway, que le había acompañado en sus últimos días, asiste al entierro, al que acude “el todo Madrid”. Melchor Fernández Almagro diría que fue un duelo “verdaderamente nacional, con resonancias internacionales”.



La producción literaria de Baroja es muy amplia. El famoso novelista vasco, que ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1935 y estuvo muy cerca del Premio Nobel, escribió cien libros entre novelas, cuentos, colección de artículos, relatos, etc.



De sus cualidades de narrador excepcional dice José María Salaverría: “Es uno de los escritores modernos más originales y fuertes. Es un sentimental sarcástico. Es un escritor que, como él mismo dice, se ha dedicado a las letras con una voluntad de acción.. Por eso los libros de Baroja tienen tanta vida. Están hechos sobre la misma realidad”.



En el tomo V de sus Obras Completas cuenta la siguiente anécdota sobre su primer encuentro con el mundo protestante: “En San Sebastián, cuando yo era chico, había enfrente de casa un señor que se llamaba Fernando y que decían que era protestante. Este señor salía al balcón a leer un libro y echaba migas de pan a las golondrinas, que tenían un rosario de nidos en el alero. Cuando se marchó don Fernando, el amo de la casa fue con un palo y quitó todos los nidos. Así que en el diccionario de la infancia yo tenía estos sinónimos: “Protestante, hombre que lee un libro y le gustan los nidos de las golondrinas. Católico: hombre que no lee nada y tira los nidos de las golondrinas”.



Francisco Pérez Gutiérrez, en su obra LOS CURAS EN BAROJA, agrega: “Allá entre 1930 y 1935 leyó muchos libros acerca de los orígenes del cristianismo y después, durante la guerra leía con frecuencia los Evangelios en una traducción francesa de la Sociedad Bíblica, pues encontraba demasiado retóricas y enfáticas las versiones españolas. Discurría a veces sobre la lectura. Pero siempre sacaba una sensación de perplejidad de ella”.



Baroja, que tanto huía de los encasillamientos, que tan rebelde y contrario y protestante se manifestaba contra las definiciones, más protestante y más rebelde aún cuando de su propio estilo literario y experiencia vital se trataba, ha sido catalogado, irremediablemente catalogada ya, como un autor pesimista.



Cejador dice que Baroja es enteramente español menos en una cosa: “en el negro pesimismo, que es el que rebaja su obra novelesca”. ¡Como si los demás novelistas españoles de alguna altura hubieran cantado la vida con castañuelas sevillanas y vino de Jerez!. Ricardo Gullón ve pesimismo y también escepticismo en las páginas de Baroja. Este ensayista carga negra la tinta de su escribir y dice que el del vasco “es un pesimismo generalizado y casi absoluto”.



Hay que andar despacio por esta senda. Conviene caminar con pasos lentos y con ojos abiertos y con mente limpia y con corazón grande por las novelas de Baroja y distinguir en ellas qué es pesimismo y qué es realismo. Manuel Campoy afirma que “los protagonistas barojianos no son sus personajes, sino la vida”. No son personajes calculados. No son personas tiernas que andan sobre nubes de seda. Los seres que se mueven en las historias inventadas por Baroja viven en un mundo de realidades concretas y protagonizan toda clase de episodios amargos y de situaciones violentas, siempre dentro de la más pura autenticidad vital.



Baroja, que se define a sí mismo como “un hombre libre y puro que no quiere servir a nadie ni pedir nada a nadie”, veía las cosas tal como son, y como las veía las sentía y las exponía. “De esa emoción –dice Ortega y Gasset-, como de una amarga simiente, ha crecido la abundante literatura de este hombre, selva bronca y árida, áspera y convulsa, llena de angustia y desamparo, donde habita una especie de Robinson peludo, frenético y humorista, que azota sin piedad a los transeúntes”.



Esto no es pesimismo. Es realismo. No es el pesimismo amargo de un Nietzsche, de un Kafka, de un O´Neil, de un Camus o de un Sartre. Es el realismo lúcido de un Cervantes, de un Dostoievski, de un Quevedo, de un Tolstoi y, hasta cierto punto, de un Hemingway. EL MUNDO ES ANSI, titulará Baroja uno de sus más celebrados libros. Y cuenta el porqué del título: “Por ahora, de todo lo visto en España, lo que más me ha impresionado ha sido ese escudo en la Plaza de Navaridas, con sus corazones y sus puñales y su dolorosa sentencia. “El mundo es ansi” ¡El mundo es ansi! Es verdad. Todo es dureza, todo crueldad, todo egoísmo. ¡En la vida de la persona menos cruel, cuánta injusticia, cuánta ingratitud…! El mundo es ansi”.



Así es el mundo mirado de cielo para abajo. Y describirlo tal cual lo conocemos no es negativismo de espíritu, aunque los pusilánimes mantengan que sí.



En este concreto tema, la fugacidad de la vida en la literatura barojiana, el autor vasco es realista sin amargura, concreto sin pesimismo. Siglos antes que él, otro autor nada pesimista, Job, que escribió hacia el 1500 antes de Cristo, cuando la humanidad bíblica alboreaba y el rocío celeste humedecía las primeras formas de vida terrena, invocó el tema con semejantes ideas y parecidas palabras: “El hombre nacido de mujer –decía Job,- corto de días y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece”.



Desde entonces a hoy ha ido cuajando toda una literatura sobre el vacío de la vida humana, forjada por autores nada pesimistas, antes al contrario, que vivieron con el alma llena de seguridades y de iluminadas esperanzas.



En 1900 publicó Baroja su primer libro, una colección de cuentos que había ido hilvanando al calor de sus experiencias como médico. Le puso por título VIDAS SOMBRÍAS y tuvo un éxito ruidoso. Sebastián J. Arbó dice que en aquella primera obra de Baroja, exposición de vidas humildes y de un medio social que reflejaba la tristeza y la amarga lucha por la subsistencia, “estaba ya en germen toda su obra futura”.



También estaba su futuro –hecho ya presente- desencanto por los llamados placeres de la vida en la tierra. Monologando con Mari Belcha, se interroga: “¿Por qué llorarán los hombres cuando nacen? ¿Será que la nada, de donde llegan, es más dulce que la vida que se les presenta?”.



Seis años antes de estas dudas, en 1894, Baroja escribió en LA JUSTICIA un artículo al que puso por encabezamiento “La juventud pasa”. Como un eco repetidor de pensamientos, Baroja sigue a Salomón cuando afirma que la juventud es vanidad, y actualiza a Homero, quien comparó la vida humana al tiempo de un verano. A Baroja la gusta más la primavera. Y escribe: “Cuando a un día de junio se le llame por todos primavera, entonces os diré yo a vosotros que sois jóvenes; mientras tanto, vuestra juventud es como la primavera de un día ardoroso de junio, una juventud de almanaque”.



En sus relatos MELANCOLIA, PARÁBOLA y EL GRAN PAN HA MUERTO insiste Baroja en abrirnos los sentidos a la brevedad y fragilidad de la vida humana.



MELANCOLIA es la historia de un anciano que nació en hogar rico, noble, poderoso, que gozó “de todo lo que el mundo puede presentar de más grato”. Y estaba triste. Viajó por las grandes ciudades, bajó a las pequeñas aldeas, recorrió incansable los mares, pero no experimentó la paz del alma. Y estaba triste. Estudió, contempló los astros, huyó del amor, que dicen que lleva aparejado el dolor. Y estaba triste. Viejo ya, deseaba lo que no tenía y lamentaba la juventud perdida. Seguía triste, como ese fantástico Gog creado por la viva imaginación de Papini, que tras recorrerlo todo, vivirlo todo y pisarlo todo seguía con el alma vacía.



El tema de PARÁBOLA, que tiene por ventana un texto del Eclesiastés, es semejante al de MELANCOLIA. El paria que arrastra su séptima encarnación en el séptimo siglo antes de la venida de Cristo, ama y abraza los goces de la vida, apura la copa del placer, obtiene la libertad, se ve dueño de fortunas considerables, se hace poderoso en país extraño, recorre el mundo de una a otra tierra. Y no encuentra la dicha. A modo de moraleja el autor da este consejo: “De cierto os digo que a vosotros, cuyo corazón está turbado por la vanidad y cuyos ojos están cegados por el orgullo, os puede ser útil para la salud de vuestra alma la historia de esta vida”.


 

 


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