Como bien ha resumido su biógrafo Pedro Salmerón Sanginés, con Aarón Saénz Garza comenzó una tradición política de larga historia durante buena parte del siglo XX.
Como bien ha resumido su biógrafo Pedro Salmerón Sanginés, con Aarón Saénz Garza comenzó una tradición política de larga historia durante buena parte del siglo XX: la disciplina de aquellos que, como parte del partido en el poder, heredero de la Revolución Mexicana (primero el Partido Nacional Revolucionario, luego el Partido de la Revolución Mexicana y, finalmente, el Partido Revolucionario Institucional), no alcanzaban los lugares de preeminencia, y se sometían a los dictados de los grupos dominantes.
En su caso, al no poder ser candidato a la Presidencia de la República, Sáenz se contentó, muy a regañadientes (como puede entenderse), con retomar la gubernatura de su estado natal, el norteño Nuevo León, entidad a la que regresó apenas pasada la convención fundadora del primer partido mencionado en marzo de 1929.
Uno de los argumentos usados en su contra fue su filiación religiosa protestante. Y es que de la importancia que alcanzó su familia en el desarrollo del protestantismo en el norte del país da fe la inclusión de su padre en una de las historias del presbiterianismo mexicano.1
En dicha convención se nombró también al candidato a la presidencia del país, Pascual Ortiz Rubio (1877-1963), quien contendería, el mismo año con José Vasconcelos (1882-1959), un intelectual y revolucionario católico quien acusó al régimen de fraude electoral, debido sobre todo al gran apoyo que recibió de diversas bases juveniles.
Vasconcelos, adalid del nacionalismo cultural, ex rector de la Universidad Nacional (en la presidencia de Adolfo de la Huerta) y ex ministro de Educación (durante el gobierno de Álvaro Obregón), dueño de una fuerte personalidad, había fustigado duramente a Sáenz Garza por ser protestante.
Luego de que Obregón (como presidente electo en una segunda ocasión) fue asesinado por un militante cristero, el 17 de julio de 1928, Sáenz Garza fue visto como el candidato natural debido a su marcado obregonismo, aunque no contó con la oposición que recibiría, también, por su posturas de acercamiento a las cúpulas empresariales de Nuevo León.
El presidente Plutarco Elías Calles (18-19) era quien movía los hilos para conducir todos los procesos: primero, la sucesión provisional que recayó en Emilio Portes Gil, y luego, la organización del nuevo partido y el nombramiento del candidato a la presidencia.2
El contexto político de la convención de Querétaro en marzo de 1929 representó para Sáenz el cenit (contradictorio) de su carrera política pues prácticamente no acudió a la misma dado el complot que se orquestó en su contra para impedir su candidatura presidencial.
Con todo y que la biografía de Sáenz Garza fue patrocinada por sus herederos, el autor es muy puntual para señalar la serie de errores que cometió al momento de acometer la posibilidad de su candidatura, especialmente en el sentido de fortalecer su imagen de revolucionario.
Así, señala, por ejemplo: “¿De dónde salieron las acusaciones de conservadurismo hechas a Sáenz? De su carácter conciliador y de la manera en que había revivido el impulso gubernamental a la industrialización de Monterrey […] concitó las sospechas de los elementos radicales del régimen, que veían en esa burguesía nacional con la que Sáenz quería aliarse, el enemigo”.3
Además de no matizar las dudas acerca de su “compromiso revolucionario”, “se dio por vencedor antes de serlo y ni aclaró las cosas ni amarró los compromisos que eran imprescindibles en una época de tal pulverización política”.4
Con ello se advierte que su adscripción religiosa no fue la única causa que le impidió a Aarón Sáenz llegar a la primera magistratura del país, pues lazos señalados con los sectores empresariales que sus detractores señalaron sin ninguna piedad fueron también muy importantes al momento de la decisión que avanzó por el lado de Ortiz Rubio.
No obstante, Sáenz fue un precursor de las políticas públicas posteriores, pues fue “de los primeros (quizá el primero) políticos de primer nivel en darse cabal cuenta de que el progreso de México estribaba en la industrialización y ya no en la producción de materias primas; y en proponer el fortalecimiento de la incipiente burguesía industrial, buscando una alianza con ella. […] Sáenz empezó a proponer esa alianza que comenzaría a gestarse en el régimen de Cárdenas y que a partir de los sexenios de [Manuel] Ávila Camacho [1940-1946] y [Miguel] Alemán [1946-1952] sería una pieza clave del modelo de desarrollo mexicano”.5
Por su parte, Carlos Monsiváis, en un magnífico recuento de las relaciones del protestantismo mexicano con la historia del siglo XX, da cuenta de otra lectura de los hechos de entonces, parcializada desde la óptica protestante del momento, que veía en un eventual triunfo de Sáenz la posibilidad de superar la persecución de que era objeto desde los ámbitos católicos más conservadores, aun cuando eran los tiempos de la guerra de ciertos sectores católicos con el gobierno:
El crédito que alcanza la participación de protestantes en la Revolución mexicana se hace trizas en 1929 por el impacto de un hecho: el Partido Nacional Revolucionario, recién fundado, elige a Pascual Ortiz Rubio como candidato a la Presidencia de la República, en lugar de Aarón Sáenz, un día antes considerado el triunfador. La causa: el protestantismo de Sáenz que, en la leyenda muy verosímil, lleva a los obispos católicos de Estados Unidos al ultimátum: “Si el gobierno mexicano quiere el arreglo del conflicto religioso, Sáenz no puede ser Presidente”. Sea o no ésta la causa de su derrota, son muy vastas las repercusiones en el imaginario protestante, de allí en adelante poblado de recelos sobre sus derechos civiles y políticos, y con la perspectiva del martirio como la nacionalización disponible. De allí la prédica de la resignación: “Jehová dio, Jehová quitó, bendito sea el nombre de Jehová”.6
De tiempo atrás, la carrera política y burocrática de Sáenz Garza se había caracterizado por una gran lealtad a los líderes revolucionarios, comenzando con Venustiano Carranza, pues a la muy temprana edad de 26 años fue representante diplomático de México en Brasil, en 1918.
Con el paso del tiempo, encarnaría de manera impecable el ideal del político-empresario revolucionario que durante varias décadas ocuparía el escenario nacional, con todos los elementos positivos y negativos que esto implicaba. A él se le aplicó de manera cabal la famosa frase de que “le hizo justicia la revolución”, pues se cobró ampliamente la afrenta de marzo de 1929.
Miguel Ángel Granados Chapa lo planteó en términos muy duros, pero eficaces y claros, desde el título de uno de sus ensayos: “Los barones de la banca”, en donde cita las palabras de Portes Gil:
Sáenz “no tuvo en aquellos días la habilidad política y el don de gentes que necesitaba como candidato presidencial. Engreído por la rapidez de su postulación, que se propaló en todos los sectores revolucionarios, se imaginó que la cosa estaba hecha y no se preocupó ya de disipar las dudas que sobre su personalidad, como candidato de izquierda se venían insinuando y tomaban cuerpo en la conciencia de los hombres más exigentes del régimen… Desafortunadamente para el candidato ocurrirán circunstancias que le hicieron aparecer como hombre de ideas moderadas y carente de los arrestos que se necesitaban para hacer frente a las difíciles situaciones que le tocaría resolver en el siguiente periodo gubernamental.
“Al señor licenciado Sáenz le faltó habilidad para sortear aquella etapa de su vida. No tuvo ni la serenidad necesaria para restar fuerza al análisis amistoso que de él se hacía, ni mucho menos, el tino indispensable para hablar de los problemas nacionales con la entereza y energía con que debía hacerlo un revolucionario radical”.7
Pocos meses después de la convención, Sáenz aceptó el puesto de ministro de Industria, Comercio y Trabajo, con lo que se confirmó su disciplina e institucionalidad, aunque Granados Chapa no deja de preguntarse las razones para esa aceptación:
¿Por qué aceptó Sáenz un puesto subordinado luego de que se le agravió de modo tan manifiesto? En un hombre del temple que había probado tener en la guerra y en la política, así como en los negocios, no cabe la explicación de la humildad. Imposible imaginarlo venciendo sus rencores sólo por el mejor servicio de la República. Más bien, entonces, hay que conjeturar que sus vínculos financieros con Calles fueron más resistentes que los débiles lazos políticos que antes los unieron, y que en función de aquellos resolvió quedarse en el gobierno. O, más mecánicamente, que aceptó ese cargo, o hasta lo demandó, para servir a sus propósitos particulares.8
Sanginés puntualiza muy bien: “La disciplinada actitud de Sáenz abrió una época: era el primer candidato con fuerza real y posible control sobre contingentes militares significativos, que aceptaba una derrota política por más marrullera que hubiese sido.
Y como tal, fue recompensada, no sólo con los cargos de secretario de Educación y de Industria, Comercio y Trabajo, y la jefatura del Departamento del Distrito Federal, en los que sirvió durante los años del maximato [el control ejercido por Plutarco Elías Calles], sino de una manera más significativa y más acorde con sus propias aptitudes y preferencias y con el proyecto real de su grupo político, el Sonorense, que gobernó al país de 1920 a 1935”.9
Los fuertes intereses económicos que Sáenz puso en juego y la forma en que se benefició de sus puestos de responsabilidad, lo pusieron muchas veces en la situación de ser juez y parte. Pero su enriquecimiento como “zar” de la industria azucarera es totalmente inexplicable sin los cargos que ejerció.
Las palabras de Granados Chapa son más que elocuentes para referirse a uno de los episodios en los que el conflicto de intereses fue sumamente evidente: “Fuera de conjeturas, los hechos hablan por sí mismos: era secretario de Industria y Comercio cuando organizó a los propietarios de ingenios para constituir una empresa mercantil, Azúcar, S.A., que con toda evidencia violaba el artículo 28 constitucional porque entrañaba un acuerdo de productores para fijar los precios. Como propietario de ingenios él mismo, resultó presidente de la sociedad, con lo que acaso ocurrió el extraño fenómeno de que el líder de los industriales azucareros Aarón Sáenz debiera negociar asuntos institucionales con el secretario de Industria Aarón Sáenz”.10
Sin embargo, su papel como gobernador de Nuevo León, adonde se refugió para restañar las heridas, fue muy importante por el impulso que dio a la educación y a la industrialización de ese estado.11 Sáenz diversificaría sus negocios ampliamente pues “incursionó en la banca, la aeronáutica, la cinematografía, la urbanización y otros rubros, pero la base de todo y lo que él más quería, lo que lo hizo millonario, fue la industria azucarera”.12
En ese sentido, Horacio Crespo ha sintetizado magistralmente los alcances de la figura de Sáenz en el contexto de la historia político-económica del país:
Aarón Sáenz fue la figura más importante de la historia del azúcar mexicano durante varias décadas, podría decirse que entre 1930 y 1970. Llamado por un biógrafo complaciente —el rey del azúcar mexicano—, sintetiza en su largo papel como empresario y como dirigente del sector industrial azucarero las claves de su desarrollo, de las complejas relaciones mantenidas con el Estado, de sus ambiciones y sus limitaciones, de sus grandes logros y sus fundamentales problemas de estructura, nunca resueltos en forma definitiva, siempre postergados. La carrera de Aarón Sáenz también es ilustrativa de las frecuentes metamorfosis de los políticos revolucionarios mexicanos en empresarios prósperos y decididos, a veces no demasiado escrupulosos, coautores junto con el Estado de una larga etapa de crecimiento económico y de acumulación capitalista que dinamizó la modernización a marchas forzadas del país.13
La lectura simplista (que nunca falta) muchas veces ha hecho suponer que con un protestante en la presidencia desde los inicios del partido que mantuvo el poder durante 70 años en México hubiera sido muy diferente el destino del país.
Queda claro, definitivamente, que esto no es verdad, sobre todo a la luz del desarrollo de la trayectoria de Sáenz Garza. Contrastar su labor con la de Moisés (1888-1941), su hermano, educador de tiempo completo y pionero del indigenismo, es una tarea que aún tiene muchos capítulos por escribirse.14
1 “Don Juan Sáenz Garza”, en Libro conmemorativo de las Bodas de Diamante de la Iglesia Presbiteriana en México. México, Editorial Reforma, 1947, p. 128.
2 Cf. Lorenzo Meyer, “La Revolución Mexicana y sus elecciones presidenciales, 1911-1940”, en Pablo González Casanova, coord., Las elecciones en México: evolución y perspectivas. México, Siglo XXI, 1985, pp. 85-89.
3 Pedro Salmerón Sanginés, Aarón Sáenz: militar, diplomático, político, empresario. México, Miguel Ángel Porrúa, 2001, pp. 170-171.
4 Ibíd., p. 171. Salmerón Sanginés sigue muy de cerca el análisis de Emilio Portes Gil en Quince años de política mexicana. México, Ediciones Botas, 1941.
6 C. Monsiváis, “De las variedades de la experiencia protestante”, en Roberto Blancarte, coord.., Los grandes problemas de México. XVI. Culturas e identidades. México, El Colegio de México, 2010, pp. 69-70, http://2010.colmex.mx/16tomos/XVI.pdf
7 M.Á. Granados Chapa, “Los barones de la banca”, en Nexos, 1 de noviembre de 1982, hwww.nexos.com.mx/?p=4121.
9 P. Salmerón, “Los orígenes de la disciplina priísta: Aarón Sáenz en 1929”, en Estudios, ITAM, vol. 3, núm. 72, 2005, p. 128, https://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/72/PedroSalmeronLosorigenesdeladiciplina.pdf.
13 H. Crespo, et al., Historia del azúcar en México. México, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 116-119.
14 Cf. Jean-Pierre Bastian, “El protestantismo de Moisés Sáenz o la ética protestante, fundamento de la escuela activa de México”, en Protestantismo y sociedad en México. México, Casa Unida de Publicaciones, 1983.
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