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Juan Antonio Monroy
 

“Los hijos del Grial”, de Peter Berling

Estamos ante una novela, al igual que “El Código Da Vinci”, de ridículas teorías esotéricas.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 29 DE DICIEMBRE DE 2017 08:15 h

Dedicándole largos ratos he empleado tres días en leer las 880 páginas de este voluminoso libro.



Periódicos, revistas y otros medios de comunicación dedicaron largos espacios a anunciar la muerte de Peter Berling, ocurrida en Roma el 23 de noviembre de 2017.



El autor alemán de origen protestante había nacido el 20 de marzo de 1934 en Meseritz-Obrawalde, en la Prusia Occidental.



Después de estudiar en la Academia de Bellas Artes de Múnich se interesó por el mundo del cine. Trabajó como actor, productor y Director. Participó en más de cien películas, algunas de ellas tan conocidas como “El nombre de la rosa”, “La última tentación de Cristo”, “La pasión de Cristo” y “Gangs of New York”.



Tras una larga carrera en el cine se dedicó a la novela de orientación esotérica, alcanzando tanta fama como en la pantalla.



Fue autor de superventas con obras como “La condesa hereje”, “El obispo y su santo”, “Los caballeros del santo sepulcro”, “Los hijos del Grial” y otras.



Antes que Dan Brown con “El Código Da Vinci” Peter Berling ya era conocido por sus novelas de contenidos históricos, misteriosos y enigmáticos.



Los hijos del Grial” abarca tres años y está ambientada en el siglo XIII. Se trata de una novela desmesurada. En opinión de los editores, “la historia y la ficción, ensambladas como rara vez se ha logrado en la literatura, cobran dimensiones de pantalla gigante.



Pero lo sorprendente es que el complicadísimo intríngulis de tramas, propio de la época y generalmente incomprensible, cobra transparencia en manos de Peter Berling”.



Como en “El Código Da Vinci”, libro del que dice el autor alemán que no pudo pasar de la tercera página, también en “Los hijos del Grial” nos enfrentamos a un batiburrillo de cátaros, inquisidores, asesinos, sectas, templarios, mongoles, cabalistas y otras especies semejantes que nos dejan sin respiración.



En “Los hijos del Grial” he contado 65 personajes principales, encabezados por Williams van Róebruk, de la Orden de los frailes menores, y los dos niños: el varón llamado “Roc” y la niña que responde al nombre de “Yeza”, considerados hijos del Grial y destinados a reconciliar entre sí a las grandes religiones.



En cuanto a los protagonistas secundarios, son incontables.



Confieso que abrí las páginas de “Los hijos del Grial” esperando encontrar nuevas revelaciones e interpretaciones sobre María Magdalena, único personaje en el que estoy interesado. Me equivoqué. Peter Berling sólo concede en sus 880 páginas, escritas a mano, según dice, breves párrafos sobre la santa de Magdala en las páginas 65, 66, 214, 215, 217.



El autor afirma que pasó varias noches en París discutiendo con otros escritores sobre el Grial. Resume el encuentro con estas reflexiones: “Pero María de Magdala, la prostituta (¡ya estamos! ¿Dónde se documentan autores como Berling y legiones de otros para establecer que María Magdalena era prostituta?) ¿qué tenía que ver con todo eso? ¿Acaso creían aquellos obcecados que el Mesías se había rebajado hasta el punto de cohabitar con ella?



¿Venerar el vientre como si fuese partícipe de la santísima sangre? ¿Acaso podía admitir que hubiese tenido un traspiés con aquella mujerzuela licenciosa y atrevida a la que en cambio sí cabía imaginar acercándosele demasiado mientras le untaba los pies con óleo?”.



Me sorprende que un escritor criado en las enseñanzas de la Biblia según la interpretación protestante siga aquí las fantasías inventadas por la Iglesia católica que confunden a María Magdalena con la mujer sin nombre a la que se refiere el evangelista Lucas.



Echando manos de una nota humorística elevada a la doctrina y a la teología, incluyendo el celibato sacerdotal, el autor alemán plantea unos razonamientos originales. Hace decir al fraile de la Orden de los menores, Williams Róebruk:



 



Portada del libro.

Si Jesucristo había cometido un pecado divirtiéndose con María Magdalena, tal vez hubo alguien a quien no gustó lo sucedido y que, en consecuencia, nos castigó a nosotros, frailes y sacerdotes, a prescindir por todos los tiempos de actos similares, prohibiéndonos hasta pensar en ellos. ¡De modo que seríamos nosotros los que padeceríamos por culpa de los pecados del Señor, y no al revés!” (Páginas 65-66).



¡Claro que Berling se aparta de la Biblia en esas páginas, de la que en otro lugar de la novela da este consejo!: “el que busca la verdad hará bien en profundizar en la palabra de Dios tal como está escrita en la Biblia”.



En otro lugar de la novela, página 714, Peter Berling dice por boca de John Turnbull, conde de Odo, exembajador imperial ante el sultán de Constantinopla:



¿Jesús? ¿Un Jesús sin amor? Aunque vuestra Iglesia patriarcal (la católica) haya degradado a María de Magdala hasta convertirla en un puta”. Luego añadió conmovido: “Todo es amor radiante, amor al ser humano, amor entre todos los seres humanos”.



Del Grial escribí un artículo en mayo 2017. Peter Berling prescinde de una de las dos leyendas que circulan, la que afirma que el Grial es la copa utilizada en la última cena que Jesús celebró con sus discípulos, donde más tarde José de Arimatea recogió sangre emanada de su costado cuando uno de los soldados lo hirió con una lanza (Juan 19:34), y se inclina por la segunda leyenda: la que sostiene que Jesús fue el marido de María Magdalena y ésta, embarazada, fue portadora de la sangre del Señor, al dar a luz un niño y una niña, lo que entiende como el Grial, de aquí el título de su novela: “Los hijos del Grial”.



Con su imaginación inacabable, propia de un escritor destacado de la inteligencia europea, Peter Berling se vale del fraile Williams Róebruk, personaje real convertido en protagonista de la novela, para trazar un cuadro humano y biográfico de los dos niños supuestamente hijos de Jesús y de María Magdalena, Roger, el niño llamado “Róc” en la ficción, y Yeza, la niña.



El autor alemán los sitúa llegando de Palestina a la península Ibérica, donde fueron acogidos por judíos en el exilio. Róc, de piel oscura y ojos morenos, señalaba su origen mediterráneo.



Era tímido, callado, pero frecuentemente solía adoptar un aire de grave dignidad. Yeza poseía un carácter atrevido, muy diferente al que suelen mostrar las pequeñas niñas del sur. Era emprendedora, despierta. Ni el niño ni la niña mencionan nunca nada de su origen.



Para el autor de la novela, esos niños eran considerados como los auténticos herederos del Mesías nacido de la estirpe de David. Por sus venas corría sangre sagrada. “Son los infantes del santo Grial –dice en la novela John Turnbull.



El mundo nos agradecerá en su día haber salvado esta sangre, sea el lugar que sea donde se manifieste entonces”. El dominico Mateo de París añade en una página posterior:



El Grial seguirá viviendo en los niños que hemos salvado… Están destinados a ejercer en su día el dominio que les corresponde, empezando por allí donde la sangre sagrada de Jesús tomó tierra por primera vez”.



El fraile Williams, cronista de los acontecimientos, culpa a la Iglesia católica de ocultar la existencia de los niños. En un texto denigrante, rallando el insulto, escribe: “no había nada que enfureciera tanto al monstruo de Roma como saber que la línea sanguínea de la casa de David no se había extinguido, que su simiente seguía propagándose. Puesto que Jesús era para ellos Dios, Su estirpe, al menos aquella parte que no fue divinizada junto a Él, fue declarada aborrecible por el animal. De ahí que tacharon a la mujer de prostituta” (página 215).



En las últimas páginas del libro, Peter Berling insiste: “Ahí estaban los infantes reales, los hijos del Grial”.



Estamos ante una novela, al igual que “El Código Da Vinci”, de ridículas teorías esotéricas.



Los libros, las canciones y las películas llenan la cultura popular. Autores como Dan Brown y Peter Berling mezclan intrigas, crímenes, traiciones y leyendas religiosas para alumbrar una trama que engancha al lector, amante de temas esotéricos, que aplaude los ataques a la religión católica y a las falsedades sobre el Nuevo Testamento.



Sembrar dudas sobre la divinidad de Cristo y su ministerio terreno entusiasma a un público que ha dejado de creer en las enseñanzas inspiradas de la Biblia. Que no cree en Dios ni en el diablo, pero sí en el misterio.



¿Quién fue verdaderamente Jesucristo? ¿Qué papel jugó María Magdalena en su vida? ¿Qué ocurrió con ella tras la muerte, resurrección y ascensión del Maestro?



Dando pruebas de una imaginación desbordada, sin acercarse ni un solo milímetro a la verdad evangélica, Dan Brown dice en “El Código Da Vinci” que al morir Jesús María Magdalena ya estaba embarazada.



En compañía de José de Arimatea viajó a Egipto y de allí a Francia, donde dio a luz una niña a quien llamaron Sara. ¡Esta Sara era el santo Grial, afirma!



En “Los Hijos del Grial” Peter Berling cuenta otra historia. Según él, María Magdalena nunca salió de Palestina. Pero dos hijos de ella, un niño, “Róc”, y una niña, Yeza, llegaron a Europa, fueron tutelados por el fraile de la Orden de Menores Williams Róebruk, quien los presentó como portadores de la sangre de Jesús, ¡el santo Grial!



¿Alguna vez se pondrán de acuerdo estos farsantes y falseadores de la historia cristiana?


 

 


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