El lector conocedor de la Biblia advertirá de inmediato que se trata de un ejercicio de imaginación. Las palabras suenan bien, pero están lejos de la verdad. Muy lejos. La imaginación se embriaga de sueños, se aproxima al delirio. Presenta como auténticas situaciones que nunca han sucedido.
“THE MAN WHO DIED”, por David Herbert Lawrence, Universidad de Adelaida, Australia, Primera edición Londres 1931, 107 páginas. El material empleado en la redacción de este artículo ha sido traducido directamente del inglés por el autor del mismo.
Lawrence, conocido poeta, ensayista, novelista y viajero inglés nació en septiembre de 1885 en Eastwood, Inglaterra. Su novela más conocida es “El amante de Lady Chatterley”. Pero no fue la única. Historiadores de la literatura inglesa le reconocen diez novelas largas, otras setenta novelas cortas, narraciones, cuatro obras de teatro, textos de intenciones filosóficas e históricas como “Fantasía del inconsciente” y “Literatura clásica americana”. Cabe mencionar también los libros y páginas de viaje, singularmente “Atardecer en Italia”, “Mar y Cerdeña” y “Mañanas en México”. Dejó varias colecciones de poesía y un largo epistolario. Murió de tuberculosis en la ciudad francesa de Vence, en los Alpes Marítimos. Había cumplido 47 años.
“The Man Who Died” (“El hombre que murió”) es una novela. Una novela extraña. El francés Jean Jacques Rousseau dijo en 1722 que la novela es pura ficción, llega a trastornar la cabeza del lector haciéndole creer como verdaderas las fantasías que contiene en cada página.
En esta definición entra la novela de Lawrence. Confieso que seduce, a sabiendas de que el contenido es falso, pura imaginación.
Lawrence cuenta la historia del hombre que había muerto sin haber verdaderamente vivido: Jesús de Nazaret. La misión que le trajo a la tierra le impedía ser él mismo. Sin conocer la verdadera vida quería apartar a los seres humanos y unirlos en vínculos estrictamente espirituales. Pero resucita desnudo y desilusionado para construirse su propia vida. Extinguidas en él la luz y el esplendor de la predicación no tiene más que vacío dentro de sí, ve en el mundo sólo desolación. El hombre que murió camina por la tierra cansado y casi temeroso en busca de la verdadera vida. Halla en un lejano país a una muchacha. “El hombre que murió y la muchacha se unen en el místico encanto de la posesión”.
Esta es la visión personal, imaginaria y caprichosa de un escritor que fue educado en las enseñanzas del Evangelio y al hacerse hombre cayó en el oscuro y pesimista racionalismo.
En la novela de Lawrence María Magdalena aparece sólo en la primera parte. Hacia el final del libro el hombre renacido deja la playa con el corazón lleno de esperanza. “Mañana es otro día”, dice.
El primer encuentro entre el hombre Dios y la mujer de Magdala lo sitúa Lawrence en la escena de la resurrección, cuando Magdalena acude al huerto donde se hallaba el sepulcro en el que había sido enterrado Jesús. El novelista sigue aquí el relato de Juan, exponiendo los hechos a su manera.
A diferencia de otros autores, Lawrence nada cuenta de Magdalena niña, ni de sus padres, ni de los años vividos en Magdala. Tampoco alude a la enfermedad de origen demoníaco que ella padecía, ni de su curación por Jesús, ni de su entrega al discipulado siguiendo al Maestro de ciudad en ciudad. Todos esos esquemas biográficos, distorsionados en los escritos de otros novelistas, el inglés los ignora.
Resucitado y llorona se encuentran en el mismo lugar. Ella ve al hombre vestido de blanco entre las flores del huerto. Pensando que se trataba de un espía lanza un grito y murmura:
-¡Se lo han llevado!
-Él exclama: ¡Magdalena!
Ella lo reconoce y está a punto de desmayo.
Él le dice: ¡Magdalena, no temas, estoy vivo! ¿He vuelto a la vida!
Sin palabras, Magdalena se arrodilla con la intención de besar sus pies. Él se resiste. ¡No me toques! Vamos. Sentémonos en un lugar del jardín. Hablemos. Magdalena, ¿Qué debo hacer ahora?
-¡Maestro!, dice ella. Hemos llorado mucho por ti. ¿Volverás a nosotros?
En palabras del novelista, Jesús responde:
-Lo que se ha terminado, terminado está. Para mí el pasado es pasado. Aquella vida acabó.
Insiste Magdalena:
-¿Y vas a renunciar a todas tus victorias?
La respuesta de Jesús amarga, amarga es:
¡Mis victorias! La victoria más grande es que no estoy muerto. He cumplido mi misión y no quiero saber nada más de ella. Soy un hombre joven. Estoy contento de que todo haya terminado. El maestro y el salvador están muertos en mí. Ahora voy a ocuparme de mis asuntos, a vivir mi vida de soltero.
Sigue el resucitado:
-No voy abrazar a otras multitudes, yo, que nunca abracé a una sola persona. Judas y los dignatarios judíos me libraron de mi propia salvación y ahora sigo mi destino.
Interviene Magdalena:
-Entonces, ¿tu misión carecía de sentido? ¿Todo era mentira? ¿Quieres irte solo?
El resucitado pone la lengua en la herida de la mujer:
-¿Acaso los amantes de tu vida pasada fueron nada? Significaron mucho para ti. Recibiste más de lo que diste. Luego viniste a mí buscando ser salvador de todos tus excesos. Yo di más de lo que recibí. Pilato y los miembros del Sanedrín me salvaron de mis propios excesos con las multitudes.
Magdalena no se da por vencida. Le hace dos preguntas que son al mismo tiempo dos reproches:
-¿No vas a volver a nosotros?
-¿Has resucitado sólo para ti?
Responde él:
-No he resucitado de los muertos para arriesgarme a otra muerte. Mis propios seguidores quisieran verme muerto por haber resucitado de manera distinta a lo que ellos esperaban.
Insiste Magdalena:
-Debes volver a nosotros, todos te amamos.
Él da un giro nuevo a la conversación:
-¿Puedo ir a tu casa y vivir contigo?
Magdalena lo mira con sus brillantes ojos azules y responde esperanzada:
-¿Ahora?
-No –dice él-. Más adelante. Cuando esté completamente curado y sienta la carne en mi cuerpo.
Finaliza la conversación de manera sorprendente. El hombre pide a la mujer.
-¿Tienes un poco de dinero? ¡Lo debo!
Este es el retrato literario diseñado por el novelista inglés sobre el encuentro de Jesús y María Magdalena en el huerto de la resurrección. El lector conocedor de la Biblia advertirá de inmediato que se trata de un ejercicio de imaginación. Las palabras suenan bien, pero están lejos de la verdad. Muy lejos. La imaginación se embriaga de sueños, se aproxima al delirio. Presenta como auténticas situaciones que nunca han sucedido.
Por mi parte, en este artículo me he limitado a seguir las interpretaciones desorientadoras del autor. No he escrito lo que yo pienso de esta hermosa historia, sino lo que piensa él. Que el lector tenga esto en cuenta. No es mi libro. Es un libro de David H. Lawrence.
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