La Biblia se refiere también a las algarrobas en el evangelio de Lucas, a propósito del relato del hijo pródigo (Lc. 15:11-32).
Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
(Lc. 15:14-16)
Los algarrobos son árboles que no suelen sobrepasar los 10 metros de altura, con un tronco corto y grueso del que salen largas ramas, algunas de las cuales se comban por el peso hasta tocar el suelo. Las hojas son perennes y están formadas por varios pares de hojuelas (entre tres y cinco) ovaladas, de bordes lisos, tiesas, coriáceas, lustrosas y sin ninguna pilosidad. Las flores se agrupan en pequeños racimos que suelen nacer sobre la leña vieja y no en las últimas ramillas tiernas, como en la mayoría de los árboles. Existen árboles hembras que producen las flores femeninas y las algarrobas y árboles machos que no llevan frutos puesto que todas sus flores son masculinas.
En España, a estos últimos se les denomina vulgarmente algarrobos judíos (¿prejuicios antisemitas?). Por último, hay también algarrobos que producen flores de ambos sexos, con estambres y pistilo. Por eso se dice que el algarrobo es polígamo ya que posee estas tres clases de flores.
El algarrobo es una especie perteneciente a la familia de las Leguminosas, originaria de Oriente, pero distribuida por casi todas las riberas del Mediterráneo. Abunda en Siria, Israel y Egipto ya que resiste los suelos calcáreos pobres del litoral (fot. 27). Los frutos del algarrobo, las algarrobas, son alargadas, comprimidas, duras y su tamaño oscila entre 10 y 25 centímetros de longitud por unos 3 de ancho. Su color es negro rojizo y su sabor presenta un cierto dulzor agradable. El nombre genérico de Ceratonia deriva del griego ceras que significa “cuerno” y se refiere al aspecto de estos frutos.
Antiguamente las algarrobas se empleaban para alimentar caballos, asnos y cerdos, aunque también podían consumirlas eventualmente los humanos. Durante la Guerra Civil española y en la posguerra, las algarrobas se convirtieron en un alimento fundamental ya que la gente no tenía otra alternativa para alimentarse. En Cataluña, todavía hoy se usa el refrán: “guanyar-se les garrofes” (ganarse las algarrobas), que significa: ganarse la vida. Actualmente, debido a su elevada proporción de azúcares (hasta el 50%), las algarrobas se utilizan en la industria pastelera y en la heladería, aunque también se les siguen dando a los animales. Buena parte de la producción de algarrobas de la isla de Mallorca, por ejemplo, se exporta a Finlandia para alimentar a los renos de Laponia.
Los antiguos médicos egipcios elaboraban un pegamento a partir de las algarrobas, que se conoce como “goma de garrofín”, que empleaban para aprestar los tejidos de las vendas con que cubrían los cuerpos de las momias. Las singulares propiedades de este producto han permitido que tales tejidos hayan permanecido intactos a través del tiempo.
La Biblia se refiere también a las algarrobas en el evangelio de Lucas, a propósito del relato del hijo pródigo (Lc. 15:11-32).[1] Quienes conocen la Escritura, al oír el término “algarroba” recuerdan inmediatamente esta parábola de Jesús ya que se trata quizás de la más espléndida de sus historias. Las algarrobas están íntimamente relacionadas con las hambrunas. Nadie las come si hay cualquier otro alimento disponible. Y aquél hijo pródigo, egoísta, derrochador y promiscuo, que prefería vivir en tierra de paganos, bajó hasta el último escalón que podía descender un judío. Llegó a convivir con la inmundicia, criando cerdos e incluso consumiendo lo que estos animales comían, las abominables algarrobas. No sólo cuidaba cerdos sino que vivía como uno de ellos.
A veces, es menester tocar fondo en la vida para darnos cuenta de nuestra situación personal. Aquel hombre empezó a reflexionar y reconoció en su interior que había pecado contra Dios y contra su propio padre. Se dio cuenta de que no era digno de ser su hijo y pensó en regresar al hogar para solicitar que le contrataran como un jornalero más.
El arrepentimiento y la conversión no son solamente pensamientos etéreos sino acciones radicales que cambian vidas. El pródigo se levantó y volvió a su antiguo hogar. Todos conocemos el desenlace de la parábola. El padre vio al hijo desde lejos. Tuvo compasión. Corrió hacia él con todas sus fuerzas (algo impropio y hasta ridículo para la dignidad de un judío anciano). Se echó sobre su cuello, le besó, le perdonó todos sus errores y le restituyó su condición de hijo. Exactamente esto mismo es lo que hace todavía hoy Jesucristo con cada persona arrepentida que regresa a él y decide dejar de consumir algarrobas.
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