La Biblia empieza a hablar de trabajo tan pronto como comienza a hablar de todo lo demás: así de importante y de básico es. Un fragmento del libro de Tim Keller (2017, Andamio).
Un fragmento de “Toda buena obra. Conectando tu trabajo con la obra de Dios”, de Timothy Keller con Katherine Leary Alsdorf (Publicaciones Andamio, 2017). Puede saber más sobre el libro aquí.
La Biblia empieza a hablar de trabajo tan pronto como comienza a hablar de todo lo demás: así de importante y de básico es. El autor del libro de Génesis describe la creación del mundo de Dios como una obra. De hecho, representa el espléndido proyecto de la invención del cosmos dentro de una semana de trabajo regular de siete días. Y después nos muestra a los seres humanos trabajando en el paraíso. Esta visión del trabajo conectada con la metódica creación divina y el propósito humano es diferente a las grandes religiones y sistemas de creencias del mundo.
En el principio, pues, Dios trabajó. El trabajo no era un mal necesario que entró en escena más tarde, o algo para lo que fueron creados los seres humanos, pero que era indigno del mismo gran Dios. No, Dios trabajó por el mero gozo de hacerlo. El trabajo no podría tener una inauguración más eminente.
Es extraordinario que en el capítulo 1 del libro de Génesis Dios no solo trabaje, sino que se deleite en ello. “Dios miró todo lo que había hecho y consideró que era muy bueno… Así quedaron terminados los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos” (Génesis 1:31; 2:1). Dios entiende que lo que ha hecho es hermoso. Se retira, observa todo lo que había hecho y dice, en efecto: ¡Es bueno! Como todo buen trabajo satisfactorio, el trabajador se ve a sí mismo en ello. La armonía y la perfección de los cielos y la tierra completados expresan con más precisión el carácter de su creador que cualquiera de sus componentes por separado.
El segundo capítulo de Génesis muestra que Dios trabaja no solo para crear, sino también para cuidar de su creación. Esto es lo que los teólogos llaman la obra de providencia. Dios crea seres humanos y después trabaja para ellos como el Proveedor. Finalmente, no solo vemos a Dios trabajando, sino encargando a trabajadores que continúen su obra.
El hecho de que Dios pusiera trabajo en el paraíso nos resulta asombroso porque a menudo pensamos en el trabajo como un mal necesario o incluso un castigo. Sin embargo, no vemos que el trabajo entrase en la historia humana después de la caída de Adán, como parte del resultado del pecado y la maldición. Es parte de la bendición del jardín de Dios. El trabajo es una necesidad humana tan básica como la comida, la belleza, el descanso, la amistad, la oración y la sexualidad. No es simple medicina, sino alimento para el alma. Sin un trabajo significativo sentimos una importante pérdida interior y un vacío. La gente que es apartada del trabajo debido a razones físicas u otros motivos, pronto descubre lo mucho que necesitaba trabajar para prosperar emocional, física y espiritualmente.
El trabajo es tan fundamental para nuestra composición, que es una de las pocas cosas que podemos asumir en grandes dosis sin daño. De hecho, la Biblia no dice que debamos trabajar un día y descansar seis, o que el trabajo y el descanso deban estar equilibrados a la par: nos dirige en la proporción opuesta. El ocio y el placer son grandes bienes, pero solo podemos asumir un tanto de ellos. Si le preguntas a la gente que está en residencias u hospitales qué tal les va, lo más normal es que escuches que su pesar principal es que desearían tener algo que hacer, alguna manera de ser útiles a los demás. Sienten que tienen demasiado ocio y poco trabajo. La pérdida del trabajo nos altera profundamente porque hemos sido diseñados para ello. Darnos cuenta de esto infunde un significado mucho más intenso y positivo en el punto de vista común de que trabajamos para poder sobrevivir. Según la Biblia, no solo necesitamos el dinero del trabajo para sobrevivir; necesitamos el trabajo en sí mismo para sobrevivir y vivir vidas completamente humanas.
Las razones de que esto sea así se desarrollan con más profundidad en los siguientes capítulos, pero incluyen el hecho de que el trabajo sea una de las maneras en que nos hacemos útiles para los demás, en vez de vivir solo para nosotros mismos. Además, el trabajo también es una de las maneras de descubrir quiénes somos, porque a través de él llegamos a comprender nuestras diferentes habilidades y dones, un componente fundamental de nuestra identidad. Así, la escritora Dorothy Sayers puede escribir: “¿Cuál es el concepto cristiano del trabajo? (...) Es que el trabajo no se trata, en primer lugar, de algo que uno hace para vivir, sino de aquello por lo que uno vive. Es, o debería ser, la expresión completa de las facultades del trabajador (...) el medio por el cual se ofrece a sí mismo a Dios”.
El hecho de ver el trabajo en nuestro “ADN”, nuestro diseño, es parte de lo que significa entender la diferente concepción cristiana de la libertad. A la gente moderna le gusta ver la libertad como la ausencia completa de restricciones. Pero piensa en un pez. Debido a que el pez absorbe el oxígeno desde el agua, y no desde el aire, es libre solo si se encuentra restringido en el agua. Si un pez es “liberado” del río y colocado sobre la tierra para que explore, su libertad para moverse, y pronto su libertad incluso para vivir, se verán destruidas. El pez no es más libre, sino menos libre, si no puede honrar la realidad de su naturaleza. Lo mismo ocurre con los aviones y los pájaros. Si violan las leyes de la aerodinámica se chocarán contra el suelo. Pero si las siguen, ascenderán y remontarán el vuelo. Lo mismo ocurre con muchas áreas de la vida: la libertad no es tanto la ausencia de restricciones como el descubrimiento de las adecuadas, aquellas que encajen con las realidades de nuestra naturaleza y del mundo.
Así pues, los mandamientos de Dios en la Biblia son un medio de liberación, porque por medio de ellos Dios nos llama a ser tal y como nos ha formado.
Sin embargo, es significativo que el mismo Dios descansase después de trabajar (Génesis 2:2). Mucha gente comete el error de pensar que el trabajo es una maldición y que tiene que ser otra cosa (el ocio, la familia, o incluso la búsqueda “espiritual”) la que nos haga encontrar sentido a la vida. La Biblia, como ya hemos visto y veremos, deja al descubierto la mentira de esta idea. Pero también evita que caigamos en el error opuesto, es decir, que el trabajo es la única actividad humana importante y que el descanso es un mal necesario, algo que hacemos estrictamente para “recargar baterías” para poder continuar trabajando. Observemos lo que sabemos de Dios para defender esta idea. Él no necesitaba restaurar su fuerza, y aun así descansó el séptimo día (Génesis 2:1-3). Como seres hechos a su imagen, podemos suponer que el descanso, y aquello que haces mientras descansas, son cosas buenas y vivificadoras en sí. No todo en la vida es trabajo. No tendrás una vida significativa sin trabajo, pero no puedes decir que tu trabajo es el significado de tu vida. Si haces que cualquier trabajo sea el propósito de tu vida —aunque ese trabajo sea un ministerio de la iglesia— te crearás un ídolo que rivalizará con Dios. Tu relación con Dios es el fundamento más importante de tu vida, y en realidad es lo que evita que el resto de factores —trabajo, amistades y familia, ocio y placer— se conviertan en algo tan importante para ti que se vuelvan cosas adictivas y distorsionadas.
En resumen, el trabajo —y una gran cantidad de él— es un componente indispensable para una vida humana significativa. Es un don supremo de Dios y una de las cosas principales que le da propósito a nuestra vida. Pero debe jugar su justo papel, sometido a Dios. Debe dar paso regularmente no solo a un parón laboral para la reparación corporal, sino también a una acogida gustosa del mundo de la vida común.
Esto puede parecernos obvio. Decimos: “Por supuesto que el trabajo es importante, y por supuesto que no es lo único en la vida”. Pero es crucial comprender bien estas verdades. Porque en un mundo caído el trabajo es frustrante y agotador; uno puede llegar rápidamente a la conclusión de que se debe evitar, o simplemente aguantar. Y debido a que nuestros desordenados corazones reclaman afirmación y validación, es igual de tentador propulsarnos hacia la dirección contraria: hacer que toda la vida gire en torno a los logros profesionales y muy poco más. De hecho, el exceso de trabajo a menudo es un intento lúgubre de quitarnos pronto de encima la carga de trabajo de nuestra vida, para poder superarlo. Estas actitudes solo harán que al final el trabajo sea más sofocante e insatisfactorio.
Cuando pensamos: “¡Odio el trabajo!”, deberíamos recordar que, a pesar del hecho de que puede ser un recordatorio (y a veces un amplificador) particularmente potente de la maldición del pecado sobre todas las cosas, en sí mismo no es una maldición. Fuimos hechos para ello y liberados a través de ello. Pero cuando sentimos que nuestras vidas están completamente absorbidas por el trabajo, al recordar esto también honramos los límites del trabajo. No hay mejor punto de partida para una vida laboral significativa que entender con claridad esta teología de un trabajo y un descanso equilibrados.
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