Poeta e historiador de las ideas que vivía ambas facetas de manera natural y que alimentó una con la otra permanentemente.
Transcurridas algunas semanas del deceso de Ramón Xirau, poeta y filósofo catalán avecindado en México la mayor parte de su vida, continúan las reacciones.
Las diversas opiniones sobre su labor poética y filosófica coinciden en reconocer su gran capacidad de articular ambas facetas, además de destacar su carácter y personalidad. Una de ellas es la de Héctor Tajonar, quien escribió en el semanario Proceso de la siguiente forma:
Humanista y maestro ejemplar, Ramón Xirau consagró su vida y su obra a alcanzar el ideal socrático de buscar, amar y exaltar la verdad, la belleza y el bien; además de ser un educador de almas. En una época dominada por el nihilismo y la banalidad materialista, la herencia intelectual y ética de Xirau se yergue como una guía de luz para recordarles a los desencaminados que la dignidad humana debe merecerse. Al igual que Platón, Ramón supo que el amor es filósofo y, por ende, que no hay conocimiento sin la pasión por conocer. Con espíritu celebratorio, Xirau concilió la poesía con la filosofía, la palabra con el silencio y la razón con la fe. Alcanzó así el silencio contemplativo, aprendido de San Juan de la Cruz.1
Años atrás, José de la Colina, de familia transterrada también, se refirió a la obra de Xirau como un ejercicio deslumbrante en el que la alquimia literaria desbordaba por los cuatro costados su escritura:
Yo conocía de Ramón sus sabios, clarísimos, descubridores ensayos, en los que ciertamente hay momentos de poesía en prosa, pero no había leído su poesía en verso. No sabía qué entonación, qué color, qué gravedad y qué gracia tenían sus poemas, y si alguna vez hallé algunos, estaban en la lengua catalana, tan bella y fuerte y dulce pero desconocida por mí, así que me perdí por mucho tiempo al mejor Ramón. Después he leído esos poemas en traducciones suyas o de otros, y a veces me he atrevido a releerlos en catalán por su sola música. Ahora sé con toda gratitud, que Xirau es un grande y luminoso poeta.2
Las palabras de Adolfo Castañón, antólogo suyo, en ocasión de la entrega del Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz 2010, son iluminadoras y clarifican el tipo de indagación que practicó el escritor catalán:
“Tal vez eso [la influencia de su padre y de la Escuela Libre de Enseñanza] dé cuenta de la universalidad de la obra filosófica de Ramón Xirau, desvelada por la verdad, alzada y sostenida por el entusiasmo intelectual que lo ha llevado a vivir la historia de la filosofía como una aventura personal y dar la cara interior y el cuerpo de la mente por las ideas que atraviesan y definen nuestra vacilante edad”.3
Extraña amalgama resuelta de manera admirable: poeta e historiador de las ideas que vivía ambas facetas de manera natural y que alimentó una con la otra permanentemente.
En España, pasó por una experiencia similar José María Valverde (1926-1996), profesor de la Universidad de Barcelona y colaborador en algunas traducciones de la Biblia.
Porque, en efecto, el trabajo académico de Xirau incluyó, como lo hizo en Introducción a la historia de la filosofía (volumen que, según resumió Proceso, “conjunta admirablemente la síntesis de la historia, la precisión de la filosofía y el cuidado del lenguaje”), una revisión amplia del pensamiento occidental que incluyó, por supuesto, el estudio, en la tercera parte, del Renacimiento a Kant, de la Reforma Protestante y la Contrarreforma.
Después de definir esa época como un periodo en el que reinó el “entusiasmo por los hechos naturales y por la ‘bondadosa naturaleza’ que Leonardo da Vinci declaraba digna de imitación constante”,4
Xirau se ocupa de la Reforma mediante grandes trazos que la sitúan en el debate cultural del momento. Sus palabas iniciales marcan la pauta de su exposición: “No todo era paz sin embargo en esta época, una de cuyas vertientes conducía a la esperanza.
La lucha más visible y uno de los verdaderos problemas que definen al Renacimiento se entabla en el plano de las ideas religiosas” (p. 171). A continuación, esboza las tres tendencias diversas en el curso del siglo XVI: “los cristianos que se rebelan contra la Iglesia Católica”; “los cristianos que quieren modificar la Iglesia Católica desde dentro”; y “aquellos que, reaccionando contra la rebeldía protestante, llevan a cabo una reafirmación de la Iglesia”.
A los primeros se debió la Reforma; a los segundos, la Philosophia Christi; a los terceros, especialmente a la Compañía de Jesús, la Contrarreforma.
A este trazo ágil le sigue una breve discusión sobre las causas de la Reforma, e identifica el motivo inmediato: la discusión sobre la validez de las indulgencias que otorgaba el Papa. Asimismo, el protestantismo, al comenzar su desarrollo, señala, adquirió una “tendencia de orden moralista”.
El agustino Lutero “se opone a que se otorguen indulgencias porque piensa que éstas impiden el desarrollo espiritual de la Iglesia”. En ello se presenta más moralista que teólogo y ese moralismo explicaría, en su opinión, la rigidez dogmática del mundo protestante a lo largo de la historia. Pero aclara:
No que los protestantes no tuvieran sus motivos para pensar en la necesidad de una reforma. El mismo Melchor Cano, teólogo de Carlos V, escribía: “No se puede dejar de decir y de confesar que en muchos de ellos —es decir, los protestantes— pedían razón y en algunos justicia”. Y aclara: “Sin sanar a Roma hicieron enfermar a Alemania”. Pero si la Iglesia necesitaba una reforma no necesitaba, como parece probarse en nuestros días, una división tan violenta como la que propuso Lutero. Tanto en él como en Calvino hay que ver una reacción comprensible. Hay que señalar, sin embargo, que las diferencias principales entre los protestantes no fueron, en un principio, de orden teológico, sino de orden ético. Más tarde se añadió a la querella moral una querella teológica. Ésta se centra, muy principalmente, en torno al problema de la libertad humana. Extremos de esta querella son, por una parte, Lutero o Calvino, defensores de un determinismo total; por otra, los jesuitas y, principalmente, Luis de Molina, defensores del libre albedrío (p. 172).
Aclaración que no está de más, sobre todo si se piensa en lo que trata enseguida: el problema del libre albedrío, pues Lutero escribió páginas muy claras en La esclavitud de la voluntad, contra Erasmo, citadas por Xirau: “Un hombre no puede ser totalmente humillado hasta que llegue a saber que su salvación está definitivamente más allá de sus propios poderes, esfuerzos, voluntad y obras y que depende absolutamente de la voluntad, del consejo, del placer y del trabajo de otro es decir de Dios tan solo”.
Para apoyar su argumento, cita también a Calvino: “El hombre está tan esclavizado por su pecado que es incapaz de realizar un esfuerzo o de tener incluso una aspiración hacia lo que es bueno”.
Xirau insiste en el talante más moral que religioso del protestantismo manifestado, en el caso de Lutero, “en su deseo de humillar al hombre y hacer que lleve a cabo una vida totalmente dependiente de Dios, en total independencia de cualquier poder temporal o espiritual que no sea el de la propia conciencia”.
Calvino comparte esa creencia al subrayar la maldad humana por naturaleza que lo hace culpable por naturaleza e incapaz de salvarse por su propio esfuerzo.
Finalmente, y en cierto modo para responder a este resumen de las ideas protestantes, Xirau recurre a la comparación con algunos autores católicos. El teólogo portugués Luis de Molina, opuesto radicalmente a la doctrina de Lutero y Calvino, defendió “el derecho humano a la libertad”. “Recogiendo la doctrina clásica de la naturaleza amorosa de Dios, Molina no acepta la posibilidad de que Dios salve o condene de antemano a las almas humanas. Y el hombre es para Molina libre porque Dios mismo, su creador a cuya imagen el hombre ha sido hecho, es un ser libre” (p. 173).
Las consecuencias de esta oposición son directas: “Pensar que Dios puede salvarnos o condenarnos a la fuerza es colocar, en el ser de Dios mismo, la idea de la necesidad y, por lo tanto, limitar la naturaleza divina”.
Los dramaturgos españoles de los siglos XVI y XVII, como Tirso de Molina (El condenado por desconfiado) o Calderón de la Barca (La vida es sueño) “afirman que la salvación del alma depende de la adhesión de la libertad humana a los designios libres de Dios”.
La conclusión de la sección es positiva. Xirau ve que, entre estas dos actitudes radicalmente opuestas, ya insalvables, “se encuentra la de aquellos que, con Erasmo, con Luis Vives, con Vitoria, quisieron encontrar una forma práctica y real de mantener la unidad de la Iglesia sin dejar de reformar, no los dogmas cristianos, que para ellos eran cuestión de una fe indiscutible, sino alguna de las prácticas de la Iglesia histórica del Renacimiento”.
Como se aprecia, la comprensión de Xirau de los movimientos reformadores se centra, sobre todo, en la importancia del tema de la libertad, asunto que teológicamente ocupó a los mejores espíritus de aquel siglo tan lleno de luces y sombras.
1 Héctor Tajonar, “Ramón Xirau, místico de la sabiduría”, en Proceso, 19 de agosto de 2017, www.proceso.com.mx/499463/ramon-xirau-mistico-la-sabiduria.
2 J. de la Colina, “Ramón Xirau, poeta del gran horizonte”, en Milenio, 20 de julio de 2014, www.milenio.com/firmas/jose_de_la_colina_losinmortalesdelmomento/Ramon-Xirau-poeta-gran-horizonte_18_339146095.html.
3 Adolfo Castañón, “Ramón Xirau: exhumación de los espejos”, en Revista de la Universidad de México, núm. 76, junio de 2010, p. 71, www.revistadelauniversidad.unam.mx/7610/pdf/76castanon.pdf
4 R. Xirau, Introducción a la historia de la filosofía. 9ª ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983, p. 165.
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